10 años después, la gente sigue muriendo por los atentados del 11-S

Nota del editor: El Dr. Sanjay Gupta investiga los efectos del polvo tóxico del 11-S. Es el neurocirujano y corresponsal médico en jefe de CNN.

(CNN)— Todavía me acuerdo de la paciente que estaba examinando la mañana del 11 de septiembre de 2001. Ella tenía 70 años y tenía un tumor benigno conocido como un meningioma, relativamente pequeño. Se encontraba en el lóbulo frontal derecho de su cerebro y yo había realizado una operación el día anterior para quitarlo.

Recuerdo su rostro mientras entraba a su cuarto. Estaba sentada en la cama; se había puesto lápiz labial. «Signo positivo: lápiz labial», susurré a mis residentes. Había aprendido con los años que si un paciente se sentía bien y se recuperaba bien, era más probable que se peinara y maquillara.

Una cortina separaba las dos camas en la habitación y ambas tenían televisores al frente, atornillados a las paredes color verde lima. Por alguna razón, yo todavía recuerdo vivamente el color de las paredes.

En diferentes puntos de nuestras vidas, el tiempo se mueve más lentamente y se vuelve inolvidable. Cada detalle se graba a fuego en nuestra memoria. Ése fue uno de esos momentos.

Estaba la movilidad, fuerza y coordinación de los brazos de mi paciente. Recuerdo el momento cuando se produjo un grito ahogado en la habitación, y yo miré, preguntándome si había ocurrido algo. Los ojos de mi paciente estaban fijos en el televisor.

Empecé a trabajar en CNN apenas unas semanas antes de los ataques del 11-S. Como un médico que había trabajado como becario en la Casa Blanca y escrito acerca de políticas de salud, creía que ocasionalmente sería llamado para hacer comentarios estos proyectos y sobre los grandes adelantos de la medicina. Todo eso iba a cambiar, y a medida que giraba para seguir el foco de la mirada de mi paciente, estaba a punto de saber cuánto.

Yo no podía haber sabido que estaría de pie fuera del Hospital St. Vincent de Nueva York, mirando a un mar verde médicos y enfermeras en uniformes esperando pacientes que nunca llegarían. «La gente aquí vivió o murió”, recuerdo haber dicho en la televisión unos días después. «Muy pocos quedaron atrapados en medio». Yo no podía saber que, en los próximos meses, reportaría el pánico en torno al ántrax, y sería incorporado a las tropas en Afganistán.

¿Cómo iba a saber que durante este último año estaría investigando el impacto que tuvo todo ese polvo y aire acre sobre la salud de los socorristas?

«Un bombero está observando quién estuvo en el World Trade Center y desarrolló cáncer durante los últimos 10 años… Ellos tienen preguntas recurrentes: ¿Por qué me dio este cáncer?, ¿está relacionado con el polvo? y ¿usted diría que sí?”, pregunté el Dr. David Prezant, el autor principal de un nuevo estudio publicado en The Lancet.

«En la mayoría de los casos, el World Trade Center estuvo relacionado”, respondió sin vacilar. Diez años más tarde, la gente sigue muriendo por esos ataques.

Mi paciente tenía toda fuerza completa en su cuerpo, y la incisión estaba empezando a sanar en el cuero cabelludo. La vi periódicamente durante algunos años después de la operación para asegurarme de que estaba progresando bien y de que el tumor no había regresado.

La última vez que me visitó, me dijo: “Siempre recordaré el 11-S. Usted estaba haciendo la ronda, y examinándome cuando lo vi en la televisión”. “Por supuesto que me acuerdo”, le dije, y reflexionamos sobre cómo el mundo había cambiado en los últimos 10 años. “¿Se acuerda de aquellas horribles paredes verde lima?”, añadió de repente.

¿Cómo podría olvidarlas?

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