A través de los años, la mayoría de los seres humanos experimentamos diversas emociones en las diferentes etapas de la vida: nacer, crecer, reproducirse y morir. Cuando un bebé nace, se manifiesta el milagro de la vida y trae consigo la emoción de alegría en una familia. Cuando alguien muere, se sufre por la pérdida, por el vacío que ha dejado.
En nuestra actualidad, la mayor parte de las noticias que llenan nuestro alrededor son por causas de violencia intrafamiliar, falta de valores, inseguridad, etc. causas que han venido provocando cambios en la ideología de nuestra existencia.
No existe ser humano que no se alegre cuando nace un bebé, la mayoría quizás no piensan si ese niño estará apto para nacer, si fue concebido por amor o por placer, cuando quizás ni siquiera estaba planeado y fué por falta de precaución; si será un niño que tendrá una figura materna y paterna, como lo es indispensable, si le dedicarán atención en su desarrollo infantil, si tendrá la comprensión necesaria en la etapa de la adolescencia, si poco después podrá ser un universitario, pero la más importante: si alguien se ocupará de la formación de sus valores como ser humano.
Cuantos niños no han sido concebidos en ambiente de violencia familiar, quedándose abandonados a la deriva, porque el padre o la madre los dejó en el abandono total o porque aun no terminan de disfrutar de su juventud.
Ahora pensemos cuando fallece una persona, la situación se torna un poco diferente. En la actualidad, es de conocimiento general que, la mayor parte de las muertes son provocadas por enfermedades o accidentes en comparación de muertes naturales. El punto de reflexión es ver lo que hizo esa persona a lo largo de su existencia, si durante su paso por la vida, fue feliz y logró el propósito de su vida.
Cuando se está en una enfermedad terminal, en la mayoría de las ocasiones son víctimas de abandono o quizás, hasta se piensa que es mejor que pase a una mejor vida, para que ya no sufra por su enfermedad. Su fallecimiento provoca lágrimas de tristeza, de dolor, de perdida y se empiezan a dar los problemas familiares por las deudas o la herencia, se da una ruptura familiar.
Alguna vez escuche por ahí, la situación debería de ser diferente: debemos de llorar cuando nace un niño, al no saber el futuro que le espera, pero debemos de reír cuando alguien muere, porque ya pasó a una mejor vida. Llegamos a ese punto, en que en nuestros días la situación cambia y quizás es cierto.
Deberíamos de llorar, cuando nace un ser indefenso que viene a defenderse de las injusticias, la falta de atención, la necesidad de alimentación, la falta de responsabilidad de sus padres, la falta de valores en esta sociedad; la ciudad, el estado y el país que le estamos dejando, con contaminación, inseguridad, cambio climático, violencia, etc. y debemos de estar felices, porque aquella persona que se fué, ya no estará, en medio de estos mismos fenómenos sociales de los que algún día, fue víctima.
Con todo esto, los invito a cambiar de paradigma, reflexiona como ser humano, cambia de actitud, lucha por ser un mejor ciudadano, el mejor padre o madre, el mejor hermano o hermana, el mejor empleado, el mejor maestro, cualquier posición que ocupes de acuerdo a tu estructura familiar o laboral, que seas un ejemplo donde los demás sigan tus huellas y hagamos que nuestro paso por la vida, sea para llorar al nacer y reír al morir.
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Con el tiempo he comprendido que hay que mantener la calma, tanto cuando vemos a alguien nacer como morir, no alegrarnos tanto ni sufrir tanto, en cuanto a esto último, cuando murió mamá relativamente jóven, en el fondo yo sabía que ella estaba resguardada del mundo, en un lugar muy hermoso, y de hecho a los tres días en un sueño me lo confirmó.Creo que esto todos en el fondo lo sabemos.