¿Siempre te sientas en la misma silla cuando entras a la clase o a la reunión de trabajo? ¿Eliges el mismo asiento en las cenas familiares o tienes una mesa preferida en el restaurante al que siempre vas? ¿Escoges siempre la misma bicicleta en la clase de spinning o la misma zona del cine cuando vas a ver una película?
No eres el único. Todos tenemos la tendencia a elegir el mismo asiento e incluso nos molestamos cuando llegamos y descubrimos que “nuestro espacio” está ocupado por otra persona. Llegamos a sentirnos usurpados. ¿A qué se debe? La psicología ambiental tiene la respuesta.
Asiento elegido, cambio prohibido
En 2007, al psicólogo Marco Costa, de la Universidad de Bolonia, le llamó la atención que muchos de sus alumnos elegían siempre el mismo asiento, así que dio seguimiento a sus hábitos fotografiando dos salas de conferencias a lo largo de un mes.
Eligió a estudiantes del primer año al comienzo del semestre para minimizar el influjo de las amistades en la elección de los asientos y escogió aulas en las que había disponibles más asientos que alumnos, para que pudieran decidir con mayor libertad. Así comprobó que los estudiantes solían elegir el mismo asiento una y otra vez.
Algunos años más tarde, neurocientíficos de la Universidad Claude Bernard constataron que los estudiantes empiezan a acomodarse en los asientos que eligen a partir del segundo día de clase y que, al final del primer mes, más de la mitad ya habían escogido un asiento fijo que ocupaban en cada clase.
Sentido de pertenencia y seguridad
En el aula, elegir siempre el mismo puesto genera comodidad y seguridad. Permite a los estudiantes controlar eficazmente las relaciones con los compañeros con los que comparte el espacio más cercano. Aunque no puedan personalizar ese espacio y sepan que no es “suyo”, lo hacen suyo. Es como si desarrollaran pequeños territorios personales, lo que probablemente les hace sentirse menos vulnerables.
Sin embargo, ese comportamiento territorial no se limita al aula o el salón de reuniones, sino se expande a muchos otros contextos de nuestra vida. De hecho, aunque el término territorialidad normalmente se asocia con la agresión, en realidad su principal función es mantener la paz a nivel social.
Ese mecanismo de organización espacial nos lleva a “reclamar” un espacio como propio mientras los demás hacen lo mismo, de manera que todos aceptan tácitamente las decisiones de los demás, lo que refuerza los límites personales y evita conflictos innecesarios.
De hecho, en los grupos, ya sean comidas familiares o reuniones de amigos, el lugar que elegimos refuerza nuestra pertenencia. Cada silla se convierte en una extensión de la identidad de quién la ocupa, así como un reflejo de su rol y posición en la dinámica social. A nivel inconsciente, ese hábito reafirma los lazos en el grupo, comunicando a través de ese espacio personal que tenemos un lugar reservado en él.
Los pros y contras de elegir siempre el mismo lugar
Aunque elegir siempre el mismo asiento puede parecer monótono o territorial, también aporta varios beneficios psicológicos de los que no siempre somos plenamente conscientes:
- Sensación de familiaridad y seguridad. Elegir siempre el mismo asiento puede proporcionarnos una sensación de control, predictibilidad y familiaridad con el entorno. En ambientes familiares o laborales, en particular, donde las dinámicas de poder y los roles están bien definidos, mantener un lugar fijo nos ayuda a sentirnos más seguros emocionalmente. Sabemos quiénes estarán a nuestro alrededor y cómo debemos interactuar con ellos. Como resultado, nos sentimos más relajados y bajamos la guardia, lo que puede reducir la ansiedad o incertidumbre en diferentes contextos.
- Eliminar la carga cognitiva. Elegir un asiento una vez y luego mantenernos fieles a esa elección ahorra recursos cognitivos. No tenemos que pensar cada vez dónde sentarnos mapeando todo el espacio disponible, sino que lo convertimos en un hábito, liberando recursos mentales para decisiones más importantes. Eso facilita el enfoque en el aprendizaje, la interacción social o la resolución de problemas complejos, dejando menos espacio para distracciones relacionadas con decisiones ambientales.
- Estabilidad emocional. Desde la perspectiva de la psicología ambiental, un lugar conocido también se convierte en una fuente de equilibrio emocional. Cuando ocupamos un espacio familiar que hemos elegido y que nos agrada, nuestro cerebro reconoce el entorno rápidamente y es probable que active asociaciones positivas que nos hacen sentir mejor y genera una sensación de estabilidad.
Obviamente, todo no es positivo. Elegir el mismo asiento suele limitar nuestras oportunidades de socialización y aprendizaje, afectando la flexibilidad social y las interacciones con personas diferentes. De hecho, la preferencia por un lugar fijo también se ha relacionado con una personalidad más estructurada o conservadora.
Las personas que se sienten incómodas ocupando otro lugar suelen ser enemigas de la improvisación y pueden presentar cierta resistencia al cambio ya que ese hábito refleja un deseo de mantener las cosas bajo control y minimizar la ansiedad que genera la incertidumbre. También puede ser signo de rigidez mental o dificultad para adaptarse a situaciones nuevas.
En resumen, elegir el mismo lugar puede parecer un gesto automático, pero está cargado de simbolismo psicológico. Desde la búsqueda de control, seguridad y estabilidad hasta una resistencia al cambio, por lo que la próxima vez que te dirijas a ocupar “tu asiento”, piensa en qué significa realmente ese lugar para ti.
Referencias Bibliográficas:
Sailo, A. (2018) Contesting the “territorial aggression thesis” in environmental psychology, ca. 1965–1980. Journal of The History of the Behavioral Sciences; 54(3): 198-214.
Clémet, G. & Bukley, A. (2017) Where Do You Sit in Class? A Study of Spatial Positioning During Two Courses of Different Duration. Journal of Human Psychology; 1(1): 1-7.
Costa, M. (2011) Territorial Behavior in Public Settings. Environment and Behavior; 44(5): 713-721.
¿Eliges siempre el mismo asiento? Su sorprendente significado psicológico