Es evidente que la parapsicología y el espectáculo han ido de la mano en muchas ocasiones. Tal es así que cualquier investigador de anomalías que se precie, debe ser un buen conocedor de las técnicas de ilusionismo. Al menos, debería saber hasta dónde se puede llegar con ellas y en qué consisten sus procedimientos. Acostumbran a decir muchos investigadores que cualquier fenómeno paranormal, cualquiera, es reproducible al completo mediante ilusionismo. ¿Significa eso que todo lo anómalo es ilusionismo? No necesariamente, pero tampoco el dejar abierta esa posibilidad implica crear un coladero donde todo valga. Lo mejor es ir caso por caso, aunque también es lo más costoso y desesperante en este tipo de investigaciones.
Quiero traer aquí algunos ejemplos flagrantes de cómo el ilusionismo se ha colado en el mundo paranormal. Una vez explicados resultan fáciles de entender, pero ejecutados estos trucos en el contexto adecuado, con una ambientación sugerente, un público o testigos entregados, predispuestos o agradecidos, etc. etc. resulta muy complicado no dejarse seducir por la presunta veracidad del fenómeno anómalo que han puesto ante nuestros ojos.
El lenguaje y la cuidada retórica paranormal: Un primer factor importante a la hora de convencer al público es que el médium, dotado o sensitivo en cuestión rodee todas sus actividades mediúmnicas de una verborrea especial que induzca a la credibilidad. Así, recomiendan los mentalistas que en lugar de los términos “juego” o “efecto”, se empleen otros como “experimento psíquico”, “fenómenos psíquicos”, etc. que destilan mayor respetabilidad. Si se quiere ir más lejos, por supuesto podemos hablar de “canalización”, “contacto espiritual”, “comunicación con el otro plano”, etc.
Hay que huir también de vulgarismos tales como “adivinación”, “espiritismo”, ”magia”… y rodearse de una nomenclatura más formal y, aparentemente, “científica” como pueden ser “cognición espiritual”, “percepción extrasensorial”, etc.
De igual modo, al público hay que tratarlo no como “damas y caballeros”, sino mucho mejor “testigos”. Huir de términos como “fantasmas” y “muertos”, e intercambiarlos por “espíritus amigos”, “familiares fallecidos”, etc.
Son ejemplos básicos de cómo una buena selección del lenguaje, permitirá crear una atmósfera adecuada y participante en la que el presunto dotado desarrollará, luego, sus también supuestas capacidades trascendentales.
Además de este vocabulario, nunca está de más cubrirse las espaldas con algunos razonamientos que sean imposibles de refutar y actúen como escapatoria de emergencia. Así, Anne Germain, médium que asegura ver espíritus de fallecidos entre el público y canalizar sus mensajes a los vivos, plantea en su declaración de intenciones, antes de iniciar cualquier sesión, el siguiente argumento:
Las percepciones pueden revelarse con palabras o evidencias que se atribuyen generalmente a la persona que aparezca o en forma de pruebas directas, como la edad, nombre, descripciones de la forma como fallecieron, aniversarios o algo similar. Aunque algunos mensajes no contengan estas evidencias, pueden contener otras igualmente específicas.
Incluso, a veces las pruebas que se proporcionan no son inmediatamente identificadas. Puede suceder que el mensaje sólo tenga sentido después de hablar con los miembros de la familia, que añadan datos que usted desconocía o puede que la información la relacione más tarde.
Como vemos el argumento resulta impecable. Anne Germain, en verdad, delega en el sujeto –familiar o amigo del fallecido- la responsabilidad de identificar al muerto. Y si no lo hace inmediatamente, podrá hacerlo luego, mañana, pasado o al otro… Pero llegará el día en el que tropiece con alguien que se ajuste a los visto por la vidente. De este modo, las percepciones de Anne Germain, nunca pueden refutarse, sólo pueden confirmarse, si bien, el momento en el que esto ocurra puede variar. Lo llamativo del argumento es que no hay manera de cuestionar a la médium. Si no hemos dado con el fallecido que nos refiere Anne Germain, la culpa la tenemos nosotros que no hemos indagado en nuestras vidas lo suficiente. Nunca ella.