Si leemos detenidamente el Génesis, también nos daremos cuenta que a los ángeles se los retrata con cuerpo físico. Éstos son capaces de mantener relaciones sexuales, engendrar hijos y de beber y comer. Con Abraham se lavaron los pies y se recostaron debajo de la sombra de un árbol a comer pan, mantequilla, leche y carne (Génesis 18:4-9). Jacob se peleó cara a cara con uno de ellos (Génesis 32:22-32). Y en Sodoma quisieron violar a tres de ellos (Génesis 19:5-7). Igualmente, en los deuterocanónicos judíos se aparecen los ángeles a Tobías (5:5) y a la madre de Sansón (Judit 13).
Esa es la razón de que en el Concilio de Letrán IV, los obispos discutieran arduamente acerca de la corporeidad de los ángeles, llegando a la conclusión que debían cambiar el concepto de ángeles materiales por el de seres incorpóreos, netamente espirituales y etéreos sin necesidades físicas, idea inspirada en los ángeles persas conocidos como yazatas.
Según la Biblia, su fisonomía física podría pasar desapercibida entre la gente. Sin embargo, posteriormente, con la influencia griega, el imaginario popular los ha graficado como unos niños regordetes con alitas, semejante al dios Eros. Otra forma de ilustrarlos también es con largas túnicas y alas como las deidades persas.
Los ángeles están vinculados con los profetas y los esenios. Aparecen en forma recurrente en momentos claves de la historia, siempre comunicando mensajes y luego se van como vinieron.
Los verdaderos Ángeles están aquí en la Tierra, y si, son de carne y hueso. Son aquellos que ayudaron y ayudan a los demás sin recibir nada material a cambio, son aquellos que dieron y dan sus vidas por salvar a otros….Esos son los verdaderos Ángeles.