1. Introducción.
«El enemigo hay que despojarlo de ideas absurdas, y esa es la misión del maestro»
Franco, a los maestros de Salamanca (06-05-1937).
Desde sus inicios la historiografía se ha podido realizar desde dos grandes puntos de vista. El primero consiste desde un enfoque objetivo, intentando narrar exclusivamente los hechos y buscando obtener un producto lo más aséptico políticamente. En segundo lugar existe la opción de una visión subjetiva, que nos conlleva a una interpretación y a un obligado posicionamiento político que tiene el peligro de poder ser instrumentalizado.
Si nos remontamos a la Antigüedad y a la génesis del género historiográfico, tenemos que trasladarnos a la Grecia Clásica y nos encontramos a dos personajes: Herodoto y Tucídides. Herodoto es el máximo exponente de esta postura objetiva, que se limita a exponer unos acontecimientos adornándolos con abundantes transgresiones etnográficas y descripciones geográficas. En contraposición con Herodoto está el personaje de Tucídides, considerado como el padre de la Historia debido en gran parte al enfoque político que le dio a su obra. No pretendía narrar exclusivamente los acontecimientos, sino que quería plasmar lo que para él era lo más importante: las ideas políticas y los motivos y causas que generaban cualquier acontecimiento.
Esta confrontación la volvemos a encontrar en el siglo XIX con dos escuelas que vuelven a mostrar esta dualidad, aunque ambas adolecen de un mismo defecto como denominador común: el determinismo histórico. Estas posiciones están representadas por el positivismo histórico encabezado por Auguste Comte (1798-1857), y por el materialismo histórico con Karl Marx (1818-1883). El positivismo histórico intenta explicar los hechos tal como han sucedido, y como decía el positivista Leopold von Ranke (1795-1886) se trata de hacer una «historia sin historia». El materialismo de Marx rompe con las teorías positivistas e instrumentaliza los hechos históricos para crear la teoría del conflicto como motor de la historia y de los procesos sociales, cayendo en un determinismo del que también adolece la corriente positivista.
En el siglo XX aparece la llamada escuela analista, cuyo nombre se debe a ser los fundadores en 1929 de la revista Annales, con los franceses Marc Bloch (1886-1949) y Lucien Febvre (1878-1956). Estos autores se caracterizan por el esfuerzo intelectual que realizan por conseguir una historia «total», integrando otros campos como la sociedad, la economía, la cultura y la política.
Este recorrido que hemos realizado nos ha permitido observar que es muy difícil separar la Historia de la subjetividad de los historiadores. Para recrear este hecho nos puede servir una cita de Wilhelm Dilthey (1833-1911) filósofo idealista alemán, profesor de la universidad de Berlín y representante de la llamada filosofía de la vida: «hay dos historias: la que sucedió realmente y la interpretada por los historiadores».
2. Antecedentes. La historiografía de la Cultura Ibérica hasta la Guerra Civil (1936).
Los primeros hallazgos relacionados con la Cultura Ibérica se producen en la segunda mitad del siglo XIX, como los producidos en el Cerro de los Santos (1871), o en la necrópolis ibérica de Cabrera de Mar (1881). Pero el verdadero punto de inflexión y el motor de arranque del creciente interés por la Cultura Ibérica, se producirá con el hallazgo en 1897 de la Dama de Elche. Esta importante pieza fue adquirida por el profesor Pierre París para el museo del Louvre, y significaría la entrada de la Cultura Ibérica en los círculos arqueológicos europeos. La recuperación de esta pieza por Franco en el año 1940, será utilizado como un hecho fundamental de la necesaria recomposición del patrimonio artístico nacional.
A partir de ahora dos cuestiones son fundamentales: ¿Estos hallazgos son autóctonos o proceden de otra cultura?. Si éstos son autóctonos: ¿Quiénes eran los pobladores de la Península en estos momentos a los que hay que atribuir el origen de una cultura material?. Existe una corriente encabezada por el profesor Pierre París que defiende un origen oriental de la cultura material encontrada y lo entronca con el difusionismo de la cultura micénica. En la década de 1920 la escuela alemana, con Schulten como personaje más destacado, atribuye un origen norteafricano a los pobladores de la Península. Pero la figura más importante y que le dará un giro total a las teorías hasta el momento desarrolladas es P. Bosch i Gimpera (1891-1974).
Las teorías de Bosch i Gimpera recogidas en su obra El problema de la cerámica ibérica, son las primeras que le confieren un carácter autóctono a los hallazgos encontrados, aunque reconociendo una importante influencia griega. También divide la Península Ibérica en unas grandes zonas culturales y empieza con algunas dataciones sobretodo en la zona meridional peninsular. La posición de Bosch i Gimpera se radicalizará sobretodo durante la dictadura de Primo de Rivera, y con una fuerte influencia catalanista y nacionalista, llegará a afirmar que el origen de la Cultura Ibérica se produce en el noroeste peninsular extendiéndose más tarde por el resto del territorio. Esto nos muestra un primer y tímido intento de instrumentalización de la Cultura Ibérica como respuesta a una centralización política de la dictadura de Primo de Rivera.
Como contraposición a las tesis de Bosch i Gimpera se encuentra una corriente centralista encabezada por Juan Cabré. Sus tesis serán una incipiente larva del radicalismo posterior que llegará a afirmar el origen castellano del mundo ibérico. Negará la existencia de varias áreas culturales que han sido expuestas a diversos contactos foráneos que han contribuido a su diversidad.
3. La Cultura Ibérica bajo la dictadura franquista (1939-1975).
Después de la guerra civil nos encontramos con un panorama desolador en cuanto a lo que se refiere a las investigaciones arqueológicas de la Cultura Ibérica. El aislamiento que sufre España internacionalmente le priva de los avances tecnológicos y de la evolución que sufre la investigación en el resto de Europa, este desfase no se recuperará hasta mediados de la década de los sesenta con la aceptación de la estratigrafía como técnica importante de investigación y de datación en la arqueología. Estudiosos ilustres como Bosch i Gimpera han marchado al exilio por motivos políticos, y la postura introducida por Cabré en años anteriores tendrán un medio idóneo para desenvolverse debido a las condiciones políticas actuales, incluso radicalizándose como veremos posteriormente.
El régimen franquista está ávido de símbolos que le permitan ensalzar unos valores indispensables en su aparato propagandístico. Necesita poder encontrar un origen cultural que pueda identificar con la «raza» española que durante siglos ha sido protagonista de la Historia y que desemboca en la figura del mismo Generalísimo. El régimen encontrará en la Cultura Ibérica una época fácil de manipular debido a la falta defuentes directas y fidedignas, y un periodo que se puede identificar con la génesis de una «raza» que tantos episodios de oro van a protagonizar en el transcurso de los siglos.
Esta intromisión y manipulación intencionada de la Historia no sólo se limitó a la investigación, tenían que ponerse unas bases lo suficientemente sólidas para que estas ideas calaran profundamente en la sociedad. Así estas ideas formarán parte de un nuevo corpus educativo, y también estarán presentes en otras manifestaciones culturales como la pintura, la literatura y el cine.
Si empezamos por el nuevo corpus educativo que estará vigente en la educación española durante varias décadas, tenemos que hacer obligada referencia a los estudios realizados por Gonzalo Ruíz Zapatero, Jesús Álvarez-Sanchís y Alberto Prieto. Estos autores analizan en varios trabajos y artículos como se consolidaron estas nuevas tendencias en los textos escolares de la posguerra, y que nos acompañarán durante cuarenta largos años.
El primer y fundamental punto que necesitaba el régimen, era poder establecer un origen común lo suficientemente sólido y que tuviera un origen lo suficientemente antiguo, para tener un punto de partida y poder desarrollar a partir de allí una Historia de España. Este pueblo lo identifican con los celtíberos, pero no sólo se contentan con identificar a este pueblo como el único origen posible, sino que lo localizan geográficamente en la zona de lo que será posteriormente el reino de Castilla borrando de esta manera cualquier protagonismo a cualquier otra zona de la península y confiriéndole a esta zona un elemento aglutinador y de superioridad que será fundamental en el devenir de la Historia de España. Como sabemos actualmente los celtíberos eran uno de los numerosos pueblos que poblaban la península antes de la llegada de los cartagineses y posteriormente de los romanos. Por su situación geográfica es poco probable que los primeros contactos con fenicios, cartagineses, griegos y romanos fueran realizados por los celtíberos ya que otros pueblos se encontraban localizados en el litoral mediterráneo y fueron los primeros en entrar en contacto con el agente exterior.
La historiografía franquista no sólo se limitó a elegir un pueblo, el celtíbero, como el protagonista de esta época sino que le confirió una unidad política y cultural como clave de la resistencia a las agresiones externas. No existe nada tan alejado de la realidad como la intención de transmitir esta unidad. Los pueblos indígenas que poblaban la península formaban unidades políticas independientes e incluso su respuesta a las invasiones exteriores fue de un modo distinto. Existe una respuesta diferente de los pueblos del litoral, más inclinados a las relaciones comerciales y predispuestos a la aceptación de lo foráneo, que la actitud más belicosa que mostraron los pueblos del interior.
Las fuentes clásicas, mayoritariamente descripciones etnográficas de autores como Estrabón, Polibio o Diodoro, son interpretadas y utilizadas para intentar buscar una unidad cultural y reclamar un carácter común de la población indígena. Este carácter se entremezcla con conceptos tan en boga en la Europa fascista de los años treinta como el concepto de «raza», esto dará pie a poder hablar de una «raza» española, única y peculiar, que protagonizará episodios gloriosos en la Historia de España, sobretodo en la Edad Media con la reconquista de los Reyes Católicos y culminando en la formación del Imperio español bajo el reinado de Carlos V y Felipe II.
Este carácter peculiar tiene unos rasgos y unas virtudes. Ramón Menéndez y Pidal en su obra Los españoles en la historia nos los enumera: la valentía, la decisión, el arrojo, la resistencia, el espíritu militar, la obediencia ciega a los superiores, el individualismo, la sobriedad, el heroísmo, y también la rebelión siempre que ésta sea por una causa justa.
Después de fijar estas características propias del carácter español es una tarea fácil extrapolar estos rasgos e identificarlos con episodios nacionales y personajes heroicos. Así es lógico que un régimen militar como el franquista ensalce caudillos indígenas como Viriato, Indívil, Mandoni, Istolacio, Indortes e incluso a Sertorio, que aunque no tuviese un origen peninsular se le concede la «nacionalidad«, con motivo de sus luchas contra Roma. También episodios como la resistencia de Sagunto o Numancia serán considerados como batallas épicas en contra de la agresión exterior, en el primer caso cartaginesa y en el segundo romana. En definitiva se trata de formar artificialmente una mitología gloriosa como la que poseen las dos grandes civilizaciones mediterráneas: Roma y Grecia.
Es singular y merecedora de atención la imagen que alcanza la figura de Viriato. Este es otro ejemplo parecido a Sertorio, ya que aunque teniendo un origen lusitano, esto no impide que por su resistencia al poder de Roma, sea considerado como un paradigma de estratega militar especialista en la guerra de guerrillas, llegándose a identificar por sus dotes militares con el mismo Caudillo.
Como hemos visto se trata de intentar destacar el falso carácter heroico y de unión que se produjo primero contra los cartagineses y más tarde contra los romanos. Es curioso como llegan a interpretar el proceso de romanización, negando que sea un proceso de transformación de las instituciones indígenas sino todo lo contrario y sólo aceptando que Roma proporcionó a la Península una unidad política y lingüística. Esta superioridad de la raza ibérica se demuestra en los personajes que más tarde participarán en la vida política de Roma como los Balbos, Séneca y como máximos exponentes los emperadores: Trajano, Adriano y Teodosio.
Otra interpretación partidista, es relacionar la república romana con la República que antecedió al golpe de estado del año 1936. Se identifica erróneamente los partidos políticos con las facciones que dominaban el Senado de Roma, y también se identifica la corrupción y las luchas de poder que precipitaron el advenimiento de Augusto, con el clima político que antecede la Guerra Civil. Esto desemboca en llegar a identificar a Franco con Augusto, que se erige como líder político y militar, restituyendo la necesitada paz y unidad en la España que había quebrado la República.
El régimen franquista tenía en el catolicismo y en la Iglesia, otro de los puntales para sostener su política, y ésta cobra un excepcional protagonismo en el análisis de nuestro pasado. Todo lo que no se podía identificar claramente con el cristianismo, se le buscaba una explicación bajo este prisma y la lectura del mundo antiguo se hace exageradamente impregnada desde este enfoque católico. De este modo la institución indígena de la devotio, consistente en la obligación de quitarse la vida cuando muere un líder militar, se considera como una forma precristiana. También la interpretación de pensadores o autores de la Antigüedad se hace bajo estos parámetros, así Platón, Sócrates, Isidoro de Sevilla o Séneca, son considerados como autores precristianos; mientras que por otro lado filósofos presocráticos como Tales de Mileto que pueden dar una visión del origen del mundo que no encajaba con la interpretación católica, desaparecen en el olvido injustamente.
También la Iglesia y el franquismo tienen una visión particular de la familia como núcleo de convivencia y no conciben al hombre como un personaje aislado. Este detalle llevará a identificarla equivocadamente con la familia romana, ya que el concepto de familia en el derecho romano era un concepto mucho más amplio que incluía otros elementos como los esclavos y los clientes. La visión de la mujer será en un plano inferior a la del hombre y su protagonismo en la historia es casi nulo. La mujer será considerada como la compañera fiel del hombre, será la ama de casa y la responsable del cuidado de los hijos. Los protagonistas de la Historia son masculinos, y el rol de la mujer sufrirá un deterioro que le acompañará durante muchos años.
Por último y sin alejarnos del ámbito educativo, hay que destacar como se impuso al profesorado docente una actitud diferente a la que existía en el sistema educativo republicano. La Iglesia y el franquismo marcan claramente cuales son los valores que hay que transmitir y qué expectativas esperan conseguir. A modo de ejemplo sirven las palabras de Agustín Serrano de Haro, autor de manuales de Historia: «El profesor ha de proceder…seleccionando hechos…por su valor para la formación en este sentido patriótico nacional…Se trata de hacer españoles que sientan la historia y no de formar hombres que conozcan plenamente la historia».
Hasta aquí hemos visto los principales cambios y modificaciones voluntarias que el régimen franquista introdujo en la enseñanza escolar en lo que respecta a la Cultura Ibérica. Pero aun jugando un papel importantísimo en la manipulación de la formación de las nuevas generaciones, no era suficiente para llegar a la totalidad de la población. En estos casos el régimen utilizó, aunque no de un modo exhaustivo, unas plataformas mucho más populares y fáciles de penetrar en la sociedad: la iconografía, la literatura y la cinematografía.
En la pintura del siglo XIX aparece en Francia una corriente neoclásica que potenciará la aparición de representaciones con temas históricos. Esta corriente también llegará a España y pintores tan destacados como Madrazo, repetirán en sus obras temáticas de la Antigüedad clásica. En estas obras la iconografía representada no tiene un gran valor histórico debido que no sería hasta finales de este siglo cuando se dispondría de una información suficiente, para poder valorar detalles como puede ser la indumentaria de los personajes representados. Hasta aquí no tenemos nada más que una voluntad, que goza de una aceptación popular, consistente en dejar plasmados episodios y personajes que marcaron momentos importantes del pasado. Lo que verdaderamente nos interesa en nuestro estudio es la recuperación que el régimen realizó de esta iconografía para ilustrar los libros de texto de la educación franquista. Es interesante recoger la opinión del autor Llimargas, haciendo referencia a que de los viejos manuales de historia de nuestra infancia tenemos un recuerdo más por sus ilustraciones que por sus contenidos; estos manuales nos transmitirán a través de estas ilustraciones unos valores colectivos que serán aprovechados por la coyuntura política.
La producción de novela histórica durante el franquismo con una temática clásica no es muy prolífica, más bien se toman como referentes novelas escritas con anterioridad como la obra de Vicente Blasco Ibáñez: Sónnica la cortesana (1901). Esta obra está ambientada en la defensa de Sagunto ante el asedio cartaginés y aunque no pertenece a la época franquista su tema es aprovechado para los intereses de la época. Por otro lado existe un subgénero clásico que gira alrededor de las persecuciones de los cristianos, que a la Iglesia le interesa promocionar. Las obras referentes de este subgénero son Los últimos días de Pompeya de Eduard Bulwer Lytton y Fabiola del cardenal Wiseman. También tenemos alguna referencia en el campo del cómic como la serie Jabato con guión de Víctor Mora y dibujos de Francisco Damís, que aunque relata las aventuras de un guerrero íbero, la acción transcurre en el siglo I de nuestra era.
El cine, en la posguerra y hasta los años setenta, es el principal medio de comunicación audiovisual y es utilizado por una gran parte de la sociedad como actividad de entretenimiento. Con esta premisa es fácil de imaginar que se utilizara, y de hecho se utilizó, como transmisor de referentes políticos. Lo curioso es que no se escogieron temáticas que tanto jugo podían extraer como los episodios de Sagunto o Numancia. El régimen prefirió utilizar temas más contemporáneos como los relacionados con la reconquista de los Reyes Católicos, y la prehistoria peninsular pasó desapercibida. En cuanto a temas clásicos España solamente participó en coproducciones italianas, llamados peplum, o cooperó aportando escenarios o soporte técnico en superproducciones americanas como La caída del Imperio Romano (Anthony Mann, 1969).
En este trabajo hemos realizado un análisis de lo que representó para la historiografía de la Cultura Ibérica el régimen franquista (1936-1975). En primer lugar y a modo de introducción hemos visto que han existido a lo largo de la historia diferentes escuelas o posiciones para afrontar la explicación de los hechos y acontecimientos históricos. Después nos hemos centrado en la historiografía sobre la Cultura Ibérica y hemos analizado los antecedentes que existieron hasta la Guerra Civil. De un modo más detallado hemos demostrado hasta que punto se utilizó y se interpretó la historia, para unos fines estrictamente políticos, como repercutió este hecho en la enseñanza y en otros campos de la cultura como en la pintura, la literatura y el cine.
Para finalizar, y volviendo al texto que intercalábamos como introducción, sobre las palabras que dirigió Franco a los profesores de Salamanca en 1937. No nos tiene que extrañar después de lo analizado que cualquier régimen político puede caer en la tentación, y la realidad es que se trata de un hecho generalizado, de utilizar la historia de un modo parcial y de ser dirigida hacia unos objetivos y beneficios concretos. Esta manipulación del pasado histórico lo aprovechó el régimen franquista para legitimar su autoridad y a través del aparato educativo poder insuflar a las nuevas generaciones unos valores que le permitiría afianzar este poder durante décadas.
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