La Gran Diosa Madre, como personificación de la unidad que forman todos los seres y ciclos de la naturaleza, fue originariamente concebida por nuestros ancestros como un ser andrógino. Marija Gimbutas la definió como partenogénica, es decir, se autofecundaba, puesto que la fertilidad masculina también forma parte del Todo (de ella misma). Posteriormente, y a medida que las sociedades humanas se complejizaron, esta unidad primordial pasó a ser representada por la complementariedad de los contrarios, que de modo básico puede ser entendido como la simbiosis entre la fecundidad de la Madre Tierra y el poder fertilizador del Padre Sol.
Tal concepción del universo estaba íntimamente ligada a las primeras culturas agrícolas del neolítico, ya que las cosechas terrestres dependían del sol y la lluvia celestes. Por eso, cada primavera tenían lugar en Europa los rituales de la siembra en los que se representaba el matrimonio sagrado entre el Cielo y la Tierra (hierogamia). Estas celebraciones perduraron durante miles de años a lo largo y ancho de todo el continente hasta que la Iglesia Romana las prohibió por heréticas. En ellas se potenciaba la fertilidad de las cosechas a través de la unión sexual sagrada entre hombres y mujeres como representantes terrenales del concepto dual del cosmos.
a) Los templos-útero de la cultura megalítica:
“Stonehenge, Avebury y Silbury hill en el sur de Inglaterra, New Grange en Irlanda, Carnac en Bretaña, el Hipogeo en Malta eran algunos de los lugares más sagrados de esa antigua época, cuyas estructuras y significados son aun hoy poco comprendidos, porque la mente moderna no puede experimentar la naturaleza de la misma manera. La ceremonia más grande del año era el matrimonio entre el cielo y la tierra, los cuales, en un principio, pueden haber sido experimentados como dos aspectos, masculino y femenino, luminoso y oscuro, de la Gran Madre. […] no hay duda de que el matrimonio sagrado entre el sol y la tierra era celebrado en New Grange, donde un rayo de sol en el amanecer del solsticio de invierno penetraba en el rincón más lejano de un templo-útero. En Avebury (a principios de Mayo) y en Stonehenge (en el solsticio de verano) una larga sombra fálica triangular producida por una alta piedra envolvía a otra piedra que se cree representaba a la Diosa Madre. Habilidosos arquitectos, astrónomos e ingenieros construyeron estos templos de piedra como lugares donde la gente podía asistir al proceso que se creía iniciaba la fertilización y por lo tanto la futura fertilidad de la tierra. Estos lugares sagrados muestran que el eje de la vida en ese momento en el oeste de Europa era ritual más que una necesidad de defenderse ante ataques. Debe haber sido increíblemente poderoso experimentar estos rituales, particularmente en la salida del sol y en la salida de la luna.
[…] Alrededor del 4.500 AEC la imagen de un joven dios comienza a aparecer. Se desarrollaron rituales, que sobreviven incluso en este siglo, que identificaban a un joven dios con el cereal o las cosechas que cada año morían y cada año volvían a nacer. Más tarde una gigantesca mitología se desarrolló a su alrededor. En Babilonia se lo llamó Tammuz, en Egipto Osiris. Uno de los muchos nombres que se le dieron fue El Verde. Más tarde, en las catedrales e iglesias europeas la imagen del Hombre Verde fue esculpida en los techos y en los estrados de los coros como imagen del espíritu creativo y regenerativo escondido en las formas de la naturaleza. […] Es la historia de la diosa que tiene un hijo que crece para convertirse en su consorte. Él personifica la vida de la vegetación, la vida del cereal o del árbol frutal. Su matrimonio con la diosa madre une la tierra con el cielo y regenera la vida de la tierra. En Mesopotamia, como Tammuz, él muere como sacrificio y la diosa Ishtar va en su busca, descendiendo al inframundo para despertarlo de su sueño o para traerlo de vuelta de entre los muertos. En Egipto la diosa Isis reune los fragmentos del cuerpo de Osiris y lo devuelve a la vida.[…] Con el retorno del hijo o consorte, el cereal brota, el árbol florece y la fertilidad es devuelta a la tierra.” Anne Baring, “El concepto y los orígenes del alma”
-New Grange: “Irlanda cuenta con alrededor de 500 tumbas megalíticas o tumbas templo, de las cuales la gran tumba corredor de New Grange, en el río Boyne, es la más fascinante. Construida hace cerca de 5.000 años, en torno al 3200 a. C., ningún otro templo neolítico ilustra de manera más gráfica la reacción de los pueblos de aquel tiempo ante los movimientos misteriosos de la luna, las estrellas y el sol. Es posible que todos los eventos de su vida comunal estuviesen alineados, de alguna manera, con el drama cíclico que tenía lugar en el cielo.
Horizontalmente, frente a la entrada, yace una enorme piedra decorada con espirales triples, rombos y líneas onduladas que recuerdan a las de la vieja Europa. La tumba corredor se construía de modo tal que, durante unos días del comienzo y del final del solsticio de invierno (y únicamente durante ese tiempo), un rayo de sol pudiese penetrar a través de la estrecha apertura de piedra tallada sobre el dintel de la puerta de acceso y discurrir por el corredor interior, hasta iluminar el rincón más apartado en el extremo final de la cámara recubierta de ménsulas. Al llegar ahí, iluminaba suavemente el borde de un cuenco labrado en piedra blanca y las triples espirales grabadas en la superficie de una gran losa de piedra. Durante el resto del año el interior del templo permanecía a oscuras. El ritual celebrado conmemoraba probablemente la acción del sol al fertilizar el «cuerpo» de la tierra, despertándola de su sueño invernal al ciclo renovado de la vida. Podría también haberse tratado de un ritual para la regeneración de los muertos, dormidos como el invierno, pues en todas las imágenes neolíticas la muerte es inseparable de la regeneración.” Anne baring y Jules Cashford “El mito de la Diosa”
b) La cueva-útero de Nenkovo (Bulgaria):
“Esta asombrosa estructura relacionada con antiguos ritos de fertilidad y fecundidad así como con la renovación anual de los ciclos de la Naturaleza fue descubierta y documentada en abril de 2001. Está situada en lo alto de la montaña en una zona agreste y montañosa sobre el Borovitsa Chalet, a unas 14 millas de Kurdzhali, en Bulgaria. No lejos de allí están los grandes complejos rocosos de nichos tracios de Rhodope oriental.
Esta cueva confirma que las teorías de Marija Gimbutas sobre la existencia de una Gran Diosa Madre neolítica no estaban muy descaminadas. Que la matriz de la Madre-Tierra era una fuente de poder, de renovación cíclica. Y que los cultos de fertilidad y las ceremonias de iniciación sexual se llevaban a cabo en estos sitios especiales, en lugares agrestes, en los que hombres y mujeres llevaban a cabo cada primavera los ritos de renovación de la vida, protegidos y auspiciados por la Gran Diosa Madre.
Una gran sorpresa aguarda al visitante, puesto que la entrada de la cueva es exactamente la entrada de de una vagina. Y se adentra en la cueva unos 65 pies.
Pero los expertos que han analizado el relieve están de acuerdo en considerar que el relieve natural cárstico correspondía solamente a unos 48 pies, siendo lo demás obra excavado artificialmente. Indudablemente, unas manos humanas continuaron la obra del agua que excavó el lugar durante milenios. Al final de la cueva, un altar excavado en la roca simboliza el útero mismo.
La sorpresa real, sin embargo, tiene lugar al mediodía: cuando el sol se acerca a su punto más alto en el cielo, su luz penetra dentro de la cueva por una abertura especial de la roca y proyecta una perfecta y reconocible forma de falo de luz sobre el suelo.
Cuando al sol se alza más, y la luz se extiende por el interior de la cueva, el falo se alarga y llega al altar que simboliza el útero. Solamente durante algunos meses del año, enero y febrero, cuando el sol está bajo en el horizonte, el rayo de luz fálico tiene la longitud suficiente para llegar al altar y fecundar simbólicamente el útero. No cabe duda de que esta es la cueva-matriz de cuya existencia quedan recuerdos en antiguos mitos. Este fue el lugar donde los ritos órficos alcanzaron su clímax. También en la isla de Samotracia, en la costa tracia, en el Egeo, en un templo órfico, según los autores antiguos, jóvenes solteros eran iniciados en cultos sexuales (abitikos) con jóvenes mujeres tracias.
[…] Numerosos detalles de los extinguidos ritos órficos parecen sobrevivir en las montañas de Strandzha. Así, Santa Marina vivía en una cueva en la que había un curso de agua. La imaginación popular suponía que era una corriente fertilizadora masculina que corría por la cueva-matriz. La misma Marina se creía que había sido concebida después de que su madre implorase al Sol. Una vez al año, jóvenes solteros y jóvenes doncellas se reúnen en las cuevas locales para tomar parte en el sacramento de la concepción. El paralelo con el relato de Herodoto es obvio. Este autor es el que se refería a los ritos sexuales que se llevaban a cabo en la cueva del templo de Samotracia. El mismo ritual tenía lugar en el antiguo templo órfico de Delfos. Tambien Eurípides, en su obra Las Bacantes señala que las orgías dionisíacas tenían lugar en cuevas con aguas subterráneas en las que se suponía que había sido educado Dionysos. El río Perpereshka nace en la proximidad de esta cueva sagrada y Perperikon, célebre lugar de culto de Dionysos está solo a unas doce millas.” Dra. Ana Mº. Vázquez Hoyos .UNED, Madrid
c) Mari y Sugaar (La Diosa y el dragón):
Para nuestros antepasados, las tormentas simbolizaban la unión sexual entre el Padre Cielo y la Madre Tierra, ya que de dicho encuentro surgía la lluvia seminal que fecundaba las cosechas. Y en este apareamiento cósmico, el rayo representaba el poder fertilizador del principio masculino celeste que penetraba por las simas y cavidades uterinas. Este fenómeno atmosférico fue interpretado por nuestros ancestros como una serpiente-rayo o dragón (relacionado con los elementos masculinos fuego y aire).
Así parece haber quedado reflejado en la mitología vasca que, al haber conservado muchos elementos pre-indoeuropeos, puede ayudarnos a desenmarañar el significado original de nuestros mitos. Pues bien, según la tradición oral vasca, Sugaar (serpiente macho) es el amante de Mari (Diosa). Sugaar, al igual que el joven dios de las cosechas de tiempos neolíticos, debe ser entendido en última instancia como una emanación de la propia Diosa (símbolo del Todo) que le permite a ésta autofecundarse (Diosa partenogénica).
La etimologia de sugaar es sumamente esclarecedora y a la vez polivalente: Por un lado puede ser suge (serpiente) + ar (macho), pero otros autores también sugieren su (fuego) + gar (llama). En otras comarcas vascas también se le conoce como suarra de su (fuego) y arra (gusano).
El antropólogo J.M. de Barandiaran recogió hace décadas algunos testimonios sobre Sugaar en las comunidades rurales vascas. Así uno de los consultados afirmó que suele atravesar el firmamento en forma de media luna de fuego justo antes de una tempestad. Según otro testimonio su aparición es en forma de fuego, pero no se le ve la cabeza ni la cola; es como un relámpago. Además, en muchos pueblos se dice que al juntarse dicha pareja de amantes (Mari y Sugaar) siempre estalla una furiosa tormenta.
Estos relatos en torno a los amantes Mari y Sugaar pueden considerarse como una reliquia de la Europa primigenia, ya que conservan aún el simbolismo original del personaje del dragón como amante de la Madre Tierra y lo relacionan directamente con las celebraciones del Matrimonio sagrado neolítico. Por eso, en muchas leyendas europeas, incluidas las vascas, el dragón aparece vinculado al interior de una cueva, que representa para los pueblos primitivos el útero de la Diosa-Madre dónde se unen los dos principios que originan la vida. Más tarde, el cristianismo católico calificaría este encuentro entre amantes como un rapto del dragón, creando nuevos mitos en el que el original representante del principio fertilizador masculino era asesinado y sustituido por el nuevo héroe caballeresco patriarcal, o lo que es lo mismo, por el autoproclamado nuevo representante de las energías masculinas de la naturaleza.
El relato más temprano de la persecución mitológica de esta pareja de amantes aparece en el Antiguo testamento:
“En el Génesis (que coincide con la fecha en la que algunos historiadores y arqueólogos datan la generalización de la revolución patriarcal, es decir, aproximadamente, en el 2.500 a.c.) la serpiente es el símbolo del mal, del demonio que induce a Eva al pecado y a desobedecer a Yavé, el Señor que representa el bien. Yavé, […] condena a Eva (y con ella, a todas las mujeres) por dejarse seducir por la serpiente a parir con dolor y a vivir bajo el dominio del hombre.” Casilda Rodrigañez
Con estas cariñosas palabras describen en el Genesis a la serpiente:
“La serpiente era la alimaña más insidiosa de entre todos los seres creados por Dios” (Génesis 3, 1)
Algunas evidencias muestran que la serpiente del Génesis era alada, es decir, era un dragón. Sólo así entendemos porqué, tras el pecado original, se la condena a ir sobre su vientre y comer el polvo, dejando claro que antes, el suelo, no era su principal hábitat. Además deja clara la estrecha relación que existía entre el dragón y Eva cuando le dice que pondré enemistad entre ti y la mujer:
“Porque has hecho esta cosa, tú eres la maldita de entre todos los animales domésticos y de entre todas las bestias salvajes del campo. Sobre tu vientre irás, y polvo es lo que comerás todos los días de tu vida. Y pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu descendencia y su descendencia.» (Génesis 3:14-15).
Un pasaje del Apocalipsis deja definitivamente claro el asunto cuando se refiere a la serpiente como dragón:
“Vi descender del cielo a un ángel que llevaba en su mano la llave de la gran gruta subterránea y una gran cadena. Apresó al dragón, a la serpiente antigua (esto es, el diablo o Satán) y lo encadenó por mil años. Lo arrojó a la gruta, cerró la entrada con la llave y la selló hasta que se cumplieran los mil años, para que no encandilará a la gente en adelante.”(Apocalipsis, 20).
Finalmente, volviendo de nuevo a ese banco de datos sobre la cosmovisión indígena europea que es el euskera, podemos entender un poco más el simbolismo arquetípico que contiene la “relación” entre Mari y Sugaar, apoyándonos en el trabajo previo del escritor Jakue Pascual. Pues bien, en euskera la palabra relación se dice harreman, compuesta en su etimología básica por ar (masculino) eme (femenino), pero que también podemos interpretar desde la manifestación dinámica de estas dos energías, así tenemos: Har (tu) del verbo “coger, tomar” y eman, del verbo “dar, ofrecer”. Encontramos pues, en la etimología de esta palabra, una hermosa síntesis lingüística y filosófica de las dos polaridades energéticas de la naturaleza, cuya complementariedad (harreman) conforman la unidad primordial de todas los seres y procesos naturales. En palabras de Jakue Pascual: de la infinita representación de la implosividad y expansividad de la forma primigenia que simboliza el lauburu, (símbolo ancestral del pueblo vasco).
Por tanto, y si proyectamos este concepto a las “relaciones” humanas, tenemos que para nuestros ancestros creadores del idioma y de la cosmovisión vasca, la armonía entre las personas se basaba en el equilibrio entre el “dar” y el “recibir”, entre ar y eme, entre lo masculino y lo femenino. Esta es la analogía contenida en las ceremonias del “Matrimonio sagrado” neolítico (hierogamia) en las que sus ritos se ocupaban tanto de armonizarse con las fuerzas duales de la naturaleza (femenino-terrestre y masculino-celeste) como con las “relaciones” humanas entre el hombre y la mujer. Y esto es, en definitiva, lo que simboliza y enseña la relación entre Mari y Sugaar: la armonía y complementariedad entre las dos polaridades de la naturaleza, lo que en la tradición alquímica se denomina andrógino sagrado.
http://www.europaindigena.com/neol%C3%ADtico/i-la-vieja-europa/5-el-matrimonio-sagrado-la-dualidad-c%C3%B3smica/