vania Los amores de Friedrich Nietzsche

Las relaciones del filósofo del martillo con el sexo opuesto

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Niñez, juventud y estudios

Nació en Röcken, Alemania, el 15 de octubre de 1844. Su padre era pastor protestante y murió cuando el pequeño Friedrich sólo tenía cuatro años; desde entonces vivió con su madre, su tía y su hermana, y esa ausencia de la importante figura paterna se iba a hacer notar durante toda su vida. Ya desde niño llamaba la atención por su inteligencia, su cultura y su talante serio. Después de estudiar en el internado de Pforta y en la Universidad de Bonn, donde su interés pasó de la teología a la filología y posteriormente a la filosofía, fue nombrado catedrático de filología clásica de la Universidad de Basilea con sólo veinticuatro años. Sin embargo, su siempre débil salud fue empeorando con el paso del tiempo. Sufría espasmos gastrointestinales y fuertes jaquecas, además de una progresiva ceguera; padeciendo sus males sin mujer ni amigos íntimos, contaba con el único consuelo de compartir sus problemas con su hermana Elisabeth, unas veces en persona y otras por carta. En 1879, después de diez años de actividad docente, tuvo que renunciar al cargo. Con una pequeña pensión que le quedó gracias a su paso por la universidad, inició una vida de solitarios viajes en busca del clima perfecto para su maltrecha salud, alojándose en modestas casas de huéspedes. Sus únicos compañeros eran sus libros, sus manuscritos, los innumerables frascos de medicinas y las cartas que escribía a sus parientes y conocidos. El origen de la tragedia no había sido bien recibido en el ambiente académico, pero tuvo muy buena acogida por parte de Richard Wagner y su círculo, al que orgullosamente pertenecía Nietzsche, por lo demás melómano y buen pianista. Sin embargo, después de las Consideraciones intempestivas, donde ya se adivinaba un cambio en su pensamiento, su obra Humano, demasiado humano fue considerada un insulto por Wagner, con quien rompió relaciones. El compositor se había ido inclinando hacia la tradición judeocristiana y abandonando su anterior paganismo, lo cual fue criticado por Nietzsche.

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Nietzsche, con diecisiete años

Rosalie Nielsen, una relación fugaz y no deseada

De 1874, cuando se encuentra ultimando la segunda de sus Consideraciones intempestivas, data la primera relación conocida de Nietzsche. Rosalie Nielsen, danesa, esposa separada de un oficial de marina, antigua partidaria del revolucionario y nacionalista italiano Mazzini, se declaró ferviente admiradora de nuestro filósofo y le escribió felicitándole después de haber leído El origen de la tragedia. Después de un breve intercambio epistolar logró un encuentro personal con él, pero la naturaleza había dispuesto que la citada señora fuera muy poco agraciada físicamente, además de cuidar poco su aspecto y su vestimenta y no importarle no ir aseada. A los pocos segundos de entrar nuestro protagonista en la habitación del hotel de Friburgo de Brisgovia donde se habían citado, salió corriendo de ella, visiblemente alterado, haciendo muchos gestos y gritando: «¡Monstruo, me has engañado!». Su amigo Franz Overbeck fue testigo de los hechos y se excusó ante la señora, pero unos días después ayudó a Nietzsche a evitar un segundo encuentro, cuando ella quiso volver a verle, sin importarle lo sucedido en el primero.

Emma Guerrieri, una relación exclusivamente epistolar

También por la misma época, Nietzsche tuvo una cordial relación, si bien sólo por correspondencia (no consta que se vieran en persona) con la marquesa italiana Emma Guerrieri, que se declaró su admiradora espiritual, dado que le había impresionado el citado libro El origen de la tragedia y conocía su fulgurante carrera académica.

Berta Rohr, primer intento de matrimonio

También en 1874 comunicó por carta a su hermana Elisabeth que estaba prácticamente decidido a casarse con una tal Berta Rohr, a quien había conocido el año anterior. Elisabeth, que toda su vida sintió celos de las relaciones de su hermano, mostró su oposición, a lo cual Nietzsche contestó que sólo se había tratado de una broma. Sin embargo, gracias a lo que escribió a un amigo sabemos que no era así.

Marie Baumgartner, un amor maternal, en principio

El 29 de marzo de 1874 Nietzsche fue invitado a la casa de los padres de su alumno Adolf Baumgartner, donde conoció a la madre de éste, Marie Baumgartner-Köchlin. Esta mujer había nacido en 1831, y era por tanto trece años mayor que Nietzsche. Era originaria de Alsacia, uno de los territorios en perpetua disputa entre Alemania y Francia; se sentía francesa y era crítica con Alemania, razón por la que le atraían las críticas de Nietzsche a la cultura alemana.

Desde la primavera de 1874 Nietzsche la visitó a menudo en su casa de Lörrach. Le hizo conocer sus hábitos, sus proyectos y esperanzas. Ella le enviaba los poemas que escribía, si bien parece que él nunca los elogió. La señora Baumgartner actuó como una madre o una hermana mayor; aparece como una protectora incondicional, preocupada y llena de espíritu maternal, pero con ciertos toques de amor carnal hacia Nietzsche, tal como puede verse en sus cartas. Ciertamente, en su correspondencia se detecta algo más que un mero amor maternal. Aparte de la posible atracción física, lo que le unía a él era su cosmopolitismo, su refinada espiritualidad y su amor por la filosofía de Schopenhauer. Admiraba los escritos de nuestro filósofo y se ofreció a traducirlos al francés, comenzando por Schopenhauer como educador.

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Nietzsche, con veinte años

Se trata de una de las pocas relaciones en las que una mujer hizo objeto de su amor a nuestro protagonista. Pero estaba casada y con hijos, y a ninguno de los dos se le ocurrió traspasar esos límites. Además, Nietzsche aún vivía bajo la fascinación de Cósima Wagner, su amor platónico, y la propia Marie reconocía lo mucho que esa relación hacía sufrir a su amigo. La separación en el espacio fue enfriando la relación, y la posterior evolución de Nietzsche conllevó el alejamiento espiritual, precisamente en los años en que él habría necesitado más sus cuidados. Además, el lamentable episodio de Lou Salomé -que relatamos más adelante- tuvo sin duda que ofenderla. Sobrevivió ocho años al derrumbe psíquico de Nietzsche (murió en 1897), pero parece que en todo ese tiempo no se interesó por su estado.

Mathilde Trampedach, la pianista letona

En 1876 Nietzsche conoció a Mathilde Trampedach, alumna de piano del maestro Hugo von Senger, a quien reverenciaba hasta la adoración. Procedía de Riga, pero se había trasladado a Ginebra para estudiar con von Senger. Nació el 5 de junio de 1853 y era esbelta, de ojos verdes y cabello castaño claro.

Una mañana, en casa de Mathilde, la doncella anunció la llegada de su maestro junto a un desconocido, al que presentó como su amigo Friedrich Nietzsche; enseguida se sintió fascinada por la conversación que entablaron los dos hombres. Unos días después, una opinión de Mathilde sobre el carácter de los hombres atrajo la atención de Nietzsche. La libertad de espíritu y la espontaneidad de Mathilde le hicieron pensar en una persona que le ayudaría a liberarse de sus inhibiciones. La vio una tercera vez, cuando él acudió a su casa para despedirse porque pronto dejaría Ginebra; en esa ocasión aprovechó para tocar el piano para ella. Veinticuatro horas después la doncella le anunció que el señor von Senger le esperaba con una comunicación urgente: a la mañana siguiente recibiría un importante escrito de Nietzsche. En el escrito con fecha del 11 de abril, la joven, sorprendida, leyó que Nietzsche afirmaba que la amaba y que quería casarse con ella. La lógica respuesta fue negativa, y el motivo no declarado era que estaba unida a von Senger, aunque éste tuviera dieciocho años más que ella (se casó con él un tiempo después). Nietzsche no podía conocer esta relación, pero no se sintió ofendido por la negativa. Contestó con una cordial carta en la que decía que comprendía su respuesta y en la que declaraba que esperaba mantener su amistad.

Louise Ott, un amor imposible

En una de sus visitas a Bayreuth, el santuario de Wagner, Nietzsche conoció a Louise Ott (von Einbrod, de soltera), una mujer rubia y muy bella. Entre los asistentes al festival del compositor corrió el rumor de que el filósofo la veía como futura compañera para compartir la vida… hasta que se enteró de que estaba casada y era madre de un niño, de nombre Marcel. Nietzsche se retrajo y todo quedó en una amistad epistolar, si bien bastante íntima. Es muy posible que esta mujer le hubiera seguido de habérselo pedido seriamente, ya que en sus cartas se podía leer la fuerza de sus sentimientos hacia él: incluso le pedía que superara sus inhibiciones y se declarase. Con el tiempo nuestro filósofo fue tardando más en contestar las cartas; posteriormente dejó de escribirle durante cinco años, y después de otro breve contacto en el que él se mostraba formal y ella cálida, Nietzsche dejó que la relación se apagara. De nuevo, el pensador que más criticó la moral tradicional no quiso, no pudo o no supo derribar los prejuicios morales en su propia vida.

Malwida von Meysenbug, una segunda madre

Malwida von Meysenbug, autora y pionera del feminismo, había participado en los movimientos revolucionarios de 1848, lo que le permitió tener contacto con la élite intelectual de la época. Nietzsche la conoció por mediación de Cósima (la mujer de Wagner) en Bayreuth.

Había nacido el 28 de octubre de 1816, es decir, era veintiocho años mayor que Nietzsche. Jamás renegó de su amistad con él, aunque se fueran separando progresivamente debido a su evolución intelectual. Fue un fructífero encuentro entre generaciones y era una mujer en quien podía confiar, una confianza que no tuvo con ninguna otra mujer, ni siquiera con su madre o su hermana.

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Malwida von Meysenbug

Malwida ejercía de madre con Nietzsche, le ayudaba y le invitaba a residir en su casa. Incluso cuando, antes de su derrumbamiento mental, él le escribía cartas groseras, ella se resistió a perder su amistad.

Cósima Wagner, el amor platónico

Cósima, primero amante y después mujer de Wagner, fue el amor platónico de Nietzsche. Nació en 1837, por lo que era siete años mayor que él y veinticuatro años menor que Wagner. Nietzsche se sentía fascinado por su belleza, por su personalidad y por ser la mujer del maestro; estaba enamorado de ella, a pesar de ser católica practicante. Ella se comportaba con él con actitud maternal y nunca le dio ninguna esperanza. Él, por su parte, nunca le declaró su amor y en realidad se sentía inhibido ante su simple presencia. La ruptura de Nietzsche con Wagner, tras la publicación de Humano, demasiado humano fue doblemente dolorosa para nuestro filósofo, ya que significó no volver a ver a su amor platónico.

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Cósima Wagner

Lou Salomé, una mujer tremenda

La vida de Lou

Y por fin llegamos a la mujer que más huella dejó en la personalidad y la evolución de Nietzsche, tanto en lo positivo como en lo negativo. Lou Salomé nació en San Petersburgo, Rusia, el 12 de febrero de 1861. Su padre, Gustav von Salomé (1804-1879), provenía de una familia de hugonotes (protestantes) que huyeron de Francia tras la revolución y que se instalaron en primer lugar en Alemania y después a orillas del Mar Báltico. Cuando tenía seis años le llevaron a San Petersburgo para recibir educación militar, bajo el reinado de Alejandro I, y en 1830, por sus méritos durante el levantamiento polaco, el zar Nicolás I le concedió la nobleza hereditaria rusa. Llegó a general, posteriormente pasó al servicio civil y ocupó cargos de responsabilidad, como por ejemplo consejero de estado. La madre de Lou, Louise Wilm Duve (1823-1913), nació en San Petersburgo. Educada al estilo tradicional, aceptó su posición de esposa de un alto cargo. Los amigos de su círculo la llamaban «la generala» y fue muy estricta en la educación de sus hijos; tuvieron seis, de los cuales dos fallecieron siendo muy pequeños. Lou creció en un ambiente militar y religioso, una atmósfera familiar de gran seguridad, por la posición social que ocupaban y por la autoridad paterna. Ese ambiente pudo favorecer que mantuviera siempre esa confianza en sí misma y en su propia vida. Era también un entorno en el que no era habitual expresar los propios sentimientos, lo cual sin duda tuvo que influir en su carácter.

Cuando Lou nació, su padre tenía cincuenta y siete años. Esa edad y el hecho de ser la única hija entre tantos varones, permitió que fuese su preferida. Lou le idealizó, ya que era él quien le daba más cariño, mientras que la madre, por su educación, no se lo demostraba. Todo esto le permitió desenvolverse siempre entre hombres con gran confianza.

En lo que respecta a su educación, su padre se ocupó de que recibiera una formación poco frecuente para una joven de su época. Con diecisiete años comenzó su preparación para la confirmación con Hermann Dalton, predicador, teólogo y pastor titular de la parroquia luterana alemana en San Petersburgo. Ese sacramento era muy importante porque se consideraba la iniciación a la vida adulta; pero Dalton era un teólogo demasiado dogmático para una Lou llena de preguntas, así que la joven pronto mostró su deseo de abandonar los cursos. Dalton la convenció para que siguiera y no disgustara a su padre, pero en este momento una prima le habló de Hendrick Gillot, predicador protestante de la embajada holandesa de San Petersburgo, que no estaba sometido a ninguna de las jerarquías protestantes reformadas. Lou fue a escucharle y se enamoró de él; para ella representaba una nueva forma de entender la religión. Se sintió entusiasmada y decidió estudiar en secreto con él.

Pocos después, en febrero de 1879, murió su padre y abandonó definitivamente las clases con Dalton. Gillot enseñó a Lou la búsqueda de la libertad intelectual; gracias a él abandonó todas sus fantasías y se centró en lo racional, posición que mantendría toda su vida. El problema fue que el interés del clérigo por la alumna se transformó en amor, y un día, mientras estaban en su gabinete, la abrazó, le declaró sus sentimientos y le pidió que se casara con él. La respuesta de Lou fue salir inmediatamente de la casa, en espera de reflexionar sobre el suceso. Gillot tenía cuarenta y tres años y Lou dieciocho; estaba casado y tenía dos hijas de la edad de ella. Además, ella no se sentía lo bastante madura para el matrimonio. Gillot fue el primer hombre en caer en el error de creer que esa chica sería fácil de enamorar; para él fue un duro golpe, sobre todo porque era muy orgulloso.

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Hendrick Gillot

Lou decidió que no debería ver más a Gillot después de lo que había sucedido, por lo que pensó en marcharse de Rusia y seguir sus estudios en el extranjero. Escogió la Universidad de Zurich, uno de los centros de estudios superiores que en 1880 admitían mujeres. Además, allí podría estudiar con Alois Biedermann, uno de los teólogos protestantes más destacados. Gillot se sorprendió de la decisión, pero no tuvo más remedio que aceptarla. La familia de Lou se opuso, sobre todo la madre: no sólo el hecho de querer estudiar, sino también hacerlo en el extranjero. Pero Lou les convenció, aparte de la ventaja de apartarla de un hombre al que consideraban peligroso. Surgió el problema de que, al no estar confirmada, no podía tener pasaporte. Gillot propuso que acudieran a Holanda, donde la confirmaría él mismo en la iglesia de un amigo. El sacerdote tenía la potestad de elegir cuál iba a ser el nombre del confirmado, y como Gillot tenía dificultades para pronunciar «Liola» en ruso, la llamó «Lou», que a partir de entonces debería ser su nombre.

La madre no quería que viajara sola, y dado que no había disponible ninguna señora de compañía, la acompañó ella misma. En septiembre de 1880 llegaron a Zurich; ella tenía entonces diecinueve años. La sobriedad de la ciudad gustó mucho a la generala; decidió que era mejor que Viena o París.

Lou estudiaba con gran intensidad y no le quedaba tiempo para otras ocupaciones. De esta época es ese retrato en que aparece de pie, junto a una mesa, vestida con un traje negro, ajustado, abrochado hasta arriba; su «vestidito de monja», lo llamaba ella. Todos los que la conocieron advirtieron la energía de su intelecto y la fuerza con que se dedicaba al estudio. Era admirada y temida; muchos la encontraban demasiado independiente, la consideraban egocéntrica y le reprochaban su indiferencia por los sentimientos que despertaba en los demás.

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Lou Salomé, con diecinueve años

Lou en Roma. Conoce a Rée y a Nietzche

Ya antes de viajar había tenido problemas de salud y ahora se hicieron más frecuentes los desmayos que sufría. Estaba pálida y empezó a escupir sangre. La madre la llevó a varios balnearios, pero los cuidados no surtieron efecto. Finalmente, le aconsejaron un cambio de clima, que se trasladaran más al sur. En enero de 1882 se mudaron a Roma para permanecer allí algún tiempo. Cuando el profesor deHistoria del Arte Gottfried Kinkel se enteró de que Lou se marchaba a Roma, le dio una carta de presentación para su antigua amiga Malwida von Meysenbug, una de las grandes figuras del feminismo alemán que entonces tenía unos sesenta y cinco años. Había luchado en la revolución de 1848 al lado de los socialistas y conocía a la élite intelectual de la época: Wagner, Garibaldi, Mazzini. Tenía amigos y admiradores en todos los países. Estuvo presente en la colocación de la primera piedra del gran teatro de Bayreuth, de Wagner, lugar donde conoció al joven Nietzsche, entonces un devoto seguidor del maestro. Siempre tuvo una gran simpatía hacia él y, cuando se puso enfermo y sufrió sus horribles jaquecas, le invitó a Italia, donde ella podría atenderle. Nietzsche aceptó y se llevó a dos amigos, uno de ellos el filósofo Paul Rée. Durante el invierno de 1876, Malwida y sus tres protegidos ocuparon una hermosa casa en Sorrento, desde donde se veía el golfo de Nápoles.

Lou estaba impaciente por conocer a esa mujer extraordinaria; igual que ella, había tenido que luchar contra los prejuicios de su familia. Al poco de llegar a Roma se presentó en su casa y Malwida la trató como si fuera su propia hija. Pensaba que era como ella de joven, pero se equivocaba porque la vieja dama sólo perseguía sus propios intereses cuando con ello no perjudicaba a nadie; en cambio, Lou, egocéntrica por naturaleza, vivía su vida sin reparar en las consecuencias de su conducta para otras personas.

Una tarde de marzo de 1882 llegó a casa de Malwida Paul Rée, a quien quería como a un hijo. Debía devolver a un camarero de Montecarlo el dinero que le había prestado para el viaje, ya que jugando lo había perdido todo; Malwida pagó la deuda y recibió con alegría al joven, hijo de un rico hacendado prusiano, simpático, noble y modesto. Su rostro era blando y redondo, lo cual le hacía parecer un tanto grueso, rasgo que se acentuaba por tener un cuerpo fornido. Parecía triste incluso cuando estaba alegre y tranquilo. Era judío y sentía un odio violento hacia sus orígenes y hacia sí mismo; era tremendamente inseguro, le repugnaba su aspecto físico y nunca accedía a dejarse fotografiar. Se ocupaba del ámbito de lo moral y llegó a la conclusión de que nuestras ideas sobre el bien y el mal eran producto de la cultura, no de la naturaleza. El sentimiento moral innato no existía. Dios era una ilusión. También el hombre y la tierra eran ilusiones, productos del espíritu. El objeto no existía: todo ente objetivo resultaba ser subjetivo. No había nada detrás del mundo aparente, no había una cosa en sí. Llegó a la conclusión de que la vida carecía de valor, lo cual coincidía con su propia personalidad. Se dice que siempre llevaba encima un poco de veneno, por si alguna vez la existencia se le hacía imposible y tenía que poner fin a su vida.

Lou se sintió contenta de descubrir una cara nueva entre los ilustres visitantes. Al despedirse, Paul se ofreció a acompañar a Lou y en el camino descubrieron que tenían mucho que decirse y muchas cosas en común. Se citaron para el día siguiente al anochecer, sin decir nada a Malwida ni a la madre de Lou. Se vieron con frecuencia, y sin duda Lou debió advertir que Rée se estaba enamorando de ella, si bien no le animaba, sino que le dio a entender que para ella el amor se había terminado. Sin embargo, le gustaban las atenciones que le prestaba Paul. Éste no pudo soportar tener a Lou tan cerca y que no fuera suya y, dado que no podía amarle, la única salida era dejarla. Le contó todo a Malwida, con gran enfado de Lou. Malwida se lo contó a la madre de Lou, quien amenazó con llevarla de vuelta a Rusia.

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Paul Rée

Lou no creía haber hecho nada malo; no tenía la culpa de que Paul se hubiera enamorado de ella. Quería conservarlo como amigo, pero para él no era posible; tenía que fugarse. Cuando Lou se enteró, le llamó cobarde y le contó un sueño en que ella compartía una casa con dos amigos y los tres vivían y trabajaban en perfecta armonía. Paul lo creyó posible, siempre que el tercer miembro fuera un hombre maduro o una mujer con experiencia en la vida. No podía ser Malwida, quien se había mostrado escandalizada por la conducta de Lou, así que pensó en su amigo Nietzsche, que entonces se encontraba en Génova. Se conocían desde que en 1873 Rée había asistido a un curso que Nietzsche impartía sobre los filósofos presocráticos, en la Universidad de Basilea.

Así pues, Rée, al poco de llegar a Roma, escribió a Nietzsche y le habló de la joven rusa que acababa de conocer. En la respuesta, Nietzsche mencionaba un posible matrimonio con Lou, lo cual es difícil de entender a no ser que Paul, que era propenso a la ironía, le hubiera sugerido casarse con ella haciendo una broma, y Nietzsche lo hubiera tomado en serio. Por su parte, Lou se había informado bien sobre el filósofo en las largas conversaciones con Rée, así que deseaba conocerle. Además, Paul le señaló como el más adecuado para su menage a trois intelectual con el que tanto soñaba Lou. Si Nietzsche se unía, era posible que la madre de Lou consintiera en el proyecto. Había salido de Génova para dirigirse a Mesina, Sicilia, en busca de calor, pero pronto se dio cuenta de que era demasiado para él: cuando soplaba el siroco, el ambiente era insoportable. Por ello, partió para Roma, en busca de Lou y Paul. Éstos pasaban muchas horas en la Basílica de San Pedro, donde él había descubierto un confesionario en el que podía escribir tranquilamente, sin que nadie le molestara. Malwida recibió a Nietzsche y le dijo dónde podía encontrar a la pareja, así que un día apareció de improviso. Se fue hacia Lou, le tendió la mano, hizo una reverencia y le dijo: «¿Desde qué estrellas hemos caído para venir a encontrarnos aquí?». Lou no supo si la solemnidad era real o fingida, pero pronto entablaron conversación.

A los pocos días, Nietzsche pidió a Rée que dijera a Lou que deseaba casarse con ella. Según él, era la forma más segura para conseguir que su madre la dejara estudiar con ellos. Lou rechazó la propuesta aludiendo a que perdería su pensión al casarse y que dependería económicamente de su marido; por cierto, Nietzsche no cobraba demasiado y no se podía permitir ese lujo. Así que transigió, pero no pensaba renunciar a ella y tuvo la idea de pasar unas semanas a solas para convencerla, siempre que contara con una dama de compañía para salvar las apariencias; para ello, nadie mejor que su propia hermana, por lo que le escribió una carta para hablarle de la chica, en el tono más neutro posible. Pero Elisabeth pronto adivinó las intenciones de su hermana, vio en Lou a una rival y se decidió a averiguar quién era aquella muchacha.

Cuanta Lou en sus memorias sobre estos primeros días con Nietzsche:

En Roma, por lo pronto, ocurrió algo que sopló a favor nuestro: fue la llegada de Friedrich Nietzsche a nuestro circulo, puesto al corriente por carta por sus amigos Malwida y Paul Rée, y que inesperadamente vino desde Mesina a compartir nuestra compañía. Pero sucedió algo aún más inesperado: y es que apenas supo del plan de Paul Rée y mío, Nietzsche se convirtió en el tercero en el pacto. Incluso quedó fijado el lugar de nuestra futura trinidad: iba a ser París (originalmente Viena), donde tanto Paul Rée como yo, él desde antes y yo por St. Petersburgo, estábamos relacionados con Iván Turgueniev. Esto tranquilizo un poco a Malwida, porque allí nos veía protegidos por sus hijas adoptivas Olga Monod y Natalie Herzen; la segunda mantenía además una pequeña tertulia, donde leía cosa bellas rodeada de muchachas jóvenes. Pero lo que más le habría gustado a Malwida habría sido que la señora Rée hubiese acompañado a su hijo y la señorita Nietzsche a su hermano.

Nuestras bromas eran alegres e inofensivas, ya que todos queríamos mucho a Malwida, y Nietzsche estaba a menudo en un estado tal de agitación que pasaba a segundo término su manera de ser más comedida, o dicho más exactamente, algo solemne. Esta solemnidad la recuerdo ya desde nuestro primer encuentro, que tuvo lugar en la Iglesia de San Pedro, donde Paul Rée se entregaba a sus notas detrabajo con ardor y devoción, en un confesionario orientado de manera especialmente favorable hacia la luz, y en donde por eso había citado a Nietzsche. Su primer saludo al mío fueron las palabras: «¿Desde qué estrella hemos venido a caer aquí, uno frente a otro?». Lo que tan bien comenzara sufrió sin embargo posteriormente un giro diferente que nos hizo pasar, a Paul Rée y a mí, nuevas preocupaciones por nuestro plan, en la medida en que éste se vio incalculablemente complicado por un tercero. Por cierto que Nietzsche lo veía más bien como una simplificación de la situación: hizo que Rée hiciese valer ante mí sus buenos oficios para una proposición de matrimonio. Profundamente preocupados, nos pusimos a pensar cuál sería la mejor manera de solucionarlo sin poner en peligro nuestra trinidad. Se acordó explicarle claramente a Nietzsche, antes que nada, mi fundamental aversión hacia el matrimonio en general, pero además también la circunstancia de que yo viví sólo de la pensión de viuda de general, y que la casarme perdería mi propia pequeña pensión, que le estaba concedida a las hijas únicas de la nobleza rusa.

Por su parte, Rée buscó el apoyo de su madre para convencer a la madre de Lou. Las dos Salomé salieron de Roma para dirigirse a Milán, pero, por sugerencia de Nietzsche, decidieron hacer una excursión al lago de Orta, en el norte de Italia. Allí esperaba hablar a solas con ella. El lugar incluye una colina de cien metros de altura que se llama Montesacro por las numerosas capillas que tiene y desde arriba se puede contemplar el hermoso lago. A Rée, como buen positivista, no le gustaba el ambiente, pero Lou y Nietzsche estaban encantados, por lo que decidieron subir a Montesacro, mientras que la madre y Paul dijeron que les esperarían en la orilla. Por primera vez Nietzsche se quedaba a solas con Lou. Nadie sabe lo que sucedió en ese paseo, pero tuvo que ocurrir algo, por todos los malentendidos posteriores. Lou y Nietzsche, en lugar de regresar enseguida, pasaron varias horas en el lugar, y él quedó maravillado y convencido de que Lou le quería. Posiblemente le besó, ya que ella, muchos años después, contestó que no sabía si le había besado o no. Nietzsche siempre se refirió al episodio como el sueño más maravilloso de su vida, y cuando posteriormente ella se mostró más retraída contestaba que esa no era la Lou de Orta.

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Lago de Orta

Al volver junto a la señora von Salomé y Rée, era evidente que Nietzsche se encontraba en un estado de viva excitación. Cuando, unos días después, Nietzsche se separó del grupo, Paul le recriminó a Lou su conducta y la previno de la posible proposición matrimonial por parte de su amigo. Acordó verse con Nietzsche en Lucerna, y allí él le pidió solemnemente que fuera su esposa. Lou le contestó que no tenía intención de casarse, que quería permanecer libre y le explicó sus proyectos: debían seguir siendo amigos los tres y hacer vida de estudiantes en común. Él accedió disimulando su desilusión y le pareció bien el proyecto de la joven. Tal vez pensara que era mejor compartirla que perderla del todo. Al volver con Rée, Nietzsche propuso que se hicieran una fotografía para celebrar su «trinidad». Acudieron a casa de Jules Bonnet, uno de los fotógrafos suizos más famosos. Rée protestó porque no le gustaba dejarse retratar, pero sus dos compañeros insistieron: había que dejar constancia de su amistad en una fotografía. Nietzsche dispuso el ambiente de la fotografía: Lou se subió a un carrito, arrodillada en él, y Nietzsche y Rée sujetaron en sus brazos las cuerdas del carro, como tirando de él. Además, cogió un bastón, le ató un cordel y una flor de saúco y Lou ya tuvo la fusta para atizar a los caballos, o más bien el látigo para dominar a sus dos hombres. En la fotografía, Lou mira a la cámara con gesto dominante mientras blande su látigo; Rée muestra cara de resignación y mira hacia un lado; Nietzsche mira hacia arriba, como extasiado. La foto fue objeto de muchos comentarios, y algunos, como por ejemplo Malwida, se mostraron indignados.

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Lou, Rée y Nietzsche

Cuanta Lou sobre estos episodios, en sus memorias:

Cuando salimos de Roma, el asunto parecía liquidado; además en los últimos tiempos Nietzsche venía sufriendo con mayor frecuencia de sus «ataques», la enfermedad que le había obligado en su día a abandonar la cátedra de Basilea, y que se manifestaba como una jaqueca terriblemente fuerte; por tal motivo, Paul Rée se quedó con él todavía un tiempo en Roma, mientras que mi madre -según creo recordar- tuvo por más conveniente partir conmigo primero, de manera que sólo durante el viaje volvimos a reunirnos todos. Luego juntos, hicimos estación por el camino, por ejemplo en Orta, en los lagos del norte de Italia, donde el Monte Sacro, situado en las cercanías, parece que nos cautivó; al menos hubo un mal humor de mi madre ajeno a nuestras intenciones, al habernos demorado Nietzsche y yo, más de la cuenta en el Monte Sacro y no haber regresado puntuales a recogerla, cosa que también anotó con bastante enojo Paul Rée, quien le había hecho compañía. Luego que abandonamos Italia, Nietzsche hizo una escapada a casa de los Overbeck, en Basilea, pero desde allí volvió a reunirse con nosotros en Lucerna, porque los buenos oficios romanos de Paul Rée en su favor le parecían insuficientes y quería conversar el asunto personalmente conmigo, cosa que ocurrió en el Löwengarter de Lucerna.

Al mismo tiempo, Nietzsche se empeñó en hacer la fotografía de nosotros tres, a pesar de las violentas protestas de Paul Rée, que conservó toda su vida un terror enfermizo a la reproducción de su rostro. Nietzsche en plena euforia, no sólo insistió en hacerla, sino que se ocupó, personalmente y con celo, de la preparación de los detalles, como la pequeña carreta (¡que resultó demasiado pequeña!), o incluso en la cursilería del ramo de lilas en la fusta, etcétera.

Poco después, otra vez a solas Lou y Nietzsche, visitaron la antigua casa de Wagner en Lucerna. Él le contó su antigua cordial relación con quien un día consideró su maestro. Lou vio lágrimas en sus ojos, y tal vez por ello cedió a su proposición de pasar con él unas semanas en Tautenburg, haciendo Elisabeth de dama de compañía.

La madre y el hermano de Lou intentaron convencerla de que volviera a Rusia, pero accedieron a que visitara la casa de la familia de Rée en Stibbe, donde estaría bajo la tutela de la madre de éste. Allí pasaría el verano. Nietzsche se informó por medio del mismo Paul, e intentó ver a Lou antes de que partiera, pero no pudo encontrarla. No obstante, Malwida intercedió en su favor para convencerla de que pasara unas semanas con él. Por otra parte, la vieja dama se oponía al proyecto de vida en común de los tres, no sólo porque era una afrenta contra las buenas costumbres, sino porque sería catastrófico para los sentimientos de Nietzsche. Mientras Lou se encontraba en Stibbe con Rée, Elisabeth le escribió para invitarla. Se encontró muy a gusto con la familia Rée y se estrechó su amistad con Paul. Aceptó la invitación de Nietzsche porque le atraía su pensamiento, si bien no le importaban los sentimientos de él. Uno de los rasgos fundamentales de su carácter siempre fue la indiferencia ante los sentimientos que despertaba en los demás.

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Elisabeth Nietzsche

Lou y Elisabeth se encontraron en Bayreuth, el santuario de Wagner, en la presentación de Parsifal, en verano de 1882. Eran dos mujeres muy distintas, prácticamente opuestas, y el choque era inevitable. Elisabeth era una persona conservadora y defensora de las costumbres burguesas. Tenía treinta y seis años y seguía siendo soltera, a pesar de su atractivo físico. Al estar Malwida en Bayreuth, presentó a Lou al círculo íntimo de Wagner, mientras Elisabeth se mantenía apartada por la disputa de su hermano con el compositor; le parecía un insulto que tratara tan cordialmente a los enemigos de su hermano. Además, cuando fue a la estación a despedir a Bernard Förster, con quien se casaría años después, al ver partir el tren pudo contemplar cómo Lou entraba en el mismo compartimento y entablaba una animada conversación con su buen amigo. Desde entonces a Elisabeth no le quedó la menor duda de que Lou era un peligro. Cuando poco después las dos se volvieron a ver, pudo decir a Lou lo que pensaba de ella. Lou le contestó con dureza, replicando que a ella no le importaban las malas relaciones de Nietzsche con Wagner; no era su problema. Siguió diciendo que ella no quería nada con su hermano, sino que toda la iniciativa había partido de él. Después de esto, decidieron hacer las paces a la espera de ir con Friedrich para pasar unas semanas los tres juntos. Al llegar, Elisabeth se dio cuenta enseguida de que su hermano estaba enamorado de ella, así que, mientras Lou se instalaba en su habitación, le puso al corriente de lo sucedido en Bayreuth. Nietzsche preguntó a Lou por qué lo había hecho, sin tener en cuenta lo que le había contado sobre su relación con Wagner. Lou le contestó que él no tenía derecho a elegir sus amistades por ella y que su pelea con Wagner no le importaba. Olvidaron sus desavenencias y se aprestaron a disfrutar de la estancia. Estudiaron, conversaron y Lou aprendió mucho. Ella le enseñó sus poemas y él le dio consejos sobre cómo escribir con mejor estilo. Uno de los poemas era el Himno a la vida, que encantó a Nietzsche y al que posteriormente puso música. Bastante más tarde, en 1887, consiguió que su amigo Peter Gast lo adaptara para coro y orquesta.

Himno a la vida

¡Sin duda un amigo quiere a su amigo

como yo te amo a ti, vida llena de enigmas!

Lo mismo si me has hecho gritar de gozo que llorar,

lo mismo si me has dado sufrimiento que placer,

yo te amo con tu felicidad y tu aflicción:

y si es necesario que me aniquiles,

me arrancaré de tus brazos con dolor,

como se arranca el amigo del pecho de su amigo.

Con todas mis fuerzas te abrazo:

¡deja que tu llama encienda mi espíritu

y que, en el ardor de la lucha,

encuentre yo la solución al enigma de tu ser!

¡Pensar y vivir durante milenios

arroja plenamente tu contenido!

Si ya no te queda ninguna felicidad que darme,

bien ¡Aún tienes tu sufrimiento!

Era una vida idílica para ella, excepto por los momentos en que Nietzsche le hablaba mal de Rée, llamándole cobarde. Sabía que trataba de indisponerla con él, y eso la irritaba. En otras ocasiones era excesivamente atento con ella, como si albergara ciertas esperanzas respecto al matrimonio que él le había propuesto.

En cuanto a Nietzsche, sabía que contaba con la hostilidad de Elisabeth. Si se decantaba por Lou, corría el riesgo de perder a su hermana. Al final se decidió por Lou, algo que su hermana nunca le perdonó. Elisabeth se escandalizaba de la conducta de los dos: hacían como si ella no existiera, hablaban de todo con el mayor descaro y conversaban en su habitación hasta altas horas de la noche.

Cuenta Lou en sus memorias sobre su estancia con Nietzsche en Tautenburg:


http://www.monografias.com/trabajos99/amores-friedrich-nietzsche/amores-friedrich-nietzsche.shtml

 

Un comentario en “vania Los amores de Friedrich Nietzsche

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