Uno, que carga sobre sus espaldas ya varias décadas de dedicarse a tiempo completo a estas disciplinas, sufre, episódicamente, de cierta forma de melancolía intelectual, un cuadro –que por fortuna no llega a ser febril- cuyos síntomas emergentes son un extraño maridaje de deseo y desesperanza que el tiempo sigua pasando y la Parapsicología continúe yendo y viniendo de las universidades. Como uno cualquiera de esos alumnos crónicos que pisan los claustros, decididamente irrecuperables ya pero vistos hasta con tierna simpatía, si no por el Decano seguro que sí por los de maestranza porque, pobres, quizás no lleguen a nada pero ya son tan familiares que se hacen querer, tantos colegas fatigan despachos universitarios, oficinas de funcionarios públicos, estudios de asesoramiento jurídico tras la olla al final del arcoiris: que la Parapsicología en particular, y el conjunto de disciplinas que podríamos rotular como “Holísticas” alcancen, en algún momento, estatus universitario, lo que se traduciría en “carreras oficiales” de parapsicólogos, colegiaturas donde se delegue el poder de policía del Estado, titulaciones como Licenciaturas, Doctorados o Maestrías.
Siempre es estimulante ver tanta persistencia, buena voluntad, tesón y continuidad. La mala noticia, es que todo ese esfuerzo está condenados al fracaso. La buena noticia: Es lo mejor que podría pasarnos a quienes ejercemos profesionalmente la Parapsicología.
¿Las razones?. Si se restringe lo parapsicológico a los protocolos académicos que reglamentan lo que es admisible en términos universitarios y lo que no, aquella quedaría reducida, apenas, al estudio de los fenómenos de percepción extrasensorial y de tipo telekinético. Es lo que ocurriò cuando, como materia optativa, llegó (y luego se fue) de algunas universidades argentinas: Kennedy, Del Salvador, de San Luis, etc. Testeos Zenner, experimentos psicokinéticos eran el hilo conductor y, por supuesto, un prolijo relevamiento de fenomenologías –es decir, casuìsticas espontáneas o empíricamente provocadas en laboratorio- Pero se tenía mucho cuidado en evitar temáticas que no podían congeniar con el “método científico” imperante (en realidad, simplemente el paradigma académico): En esa Parapsicología universitaria no entraba ni el Tarot, ni las pirámides, ni la Radiestesia, ni la Magia, ni la Angelologia, ni la Gemoterapia. En otras palabras, no entraba nada de lo que realmente fascina al público y que son las herramientas concretas a la que acuden los consultantes para encontrar vías alternativas para la resoluciòn de sus problemas. Como cualquier ”parapsicólogo en ejercicio” sabe, lo que a nuestros consultantes les interesa –y, seamos sinceros; empleamos- tiene que ver con péndulos, cartas, rituales, mantrams, cristales y cuarzos, defumaciones aromoterapéuticas, simbolismo oriental o medieval. No estamos –por lo menos, no simplemente- para efectuar asépticos para aburridos chequeos de telepatía, premoniciòn, clarividencia o retrocogniciòn en quienes solicitan nuestros servicios. Sabemos, por estudio, reflexiòn y experiencia, que el amplio espectro de las herramientas del parapsicólogo son lo que realmente ayuda al consultante. O, para decirlo de manera más clara: lo que hace el parapsicólogo ya no es Parapsicología.
¿Cómo denominarla entonces?. No sé, se han propuesto infinidad de términos y ninguno se ha impuesto, quizás porque no describe claramente, si no la esencia, cuando menos el ideario colectivo que se tiene sobre esto. Y esos términos, por otra parte, no engloban la complejidad abarcativa de este campo. De manera que seguimos llamando “Parapsicología” a lo que hacemos y seguimos llamándonos “parapsicólogos” a quienes la ejercemos, en pleno convencimiento que lo que hacemos es mucho más que Parapsicología.
Sí, es posible que en algún momento la Parapsicología (la académica, o sea, la limitada a verificar y experimentar apenas con telepatías, clarividencias, premoniciones, telekinesis y algún que otro fenómeno) encuentre un rinconcito universitario. Pero eso, lamentablemente, jugará más en contra de lo que profesamos que a favor. Porque en ese momento se verá como casi natural que el “verdadero parapsicólogo” pase a ser quien hace lo que se hace en la universidad y métodos los demás –es decir, los que continúen haciendo aquello que el público verdaderamente necesite- sean vistos, entonces, como “seudo parapsicólogos” y, por extensión, fraudulentos.
Alguien –quizás demasiado optimista- proponga que en algún momento cambiará también la “mentalidad universitaria” y ese nuevo academicismo, abierto al corazón y al espíritu además del raciocinio y la lógica, sí tenga lugar para nosotros. Salvo que estemos hablando de períodos de algunos siglos, ciertamente ningún “cambio cuántico universitario” se ve en el horizonte. Eso no obsta para que muchos científicos, especialmente de los entrados en canas, si, a título personal, pongan el hombro en la consecución de estos Conocimientos. Pero esto no es para nada extensible al ámbito de la burocracia académica y, ciertamente, es más común entre los recién recibidos observa runa actitud positivista y escéptica que universalista y pluridiversa.
Este cuadro se completa mejor si comprendemos como está organizado el campo de actividades de lo parapsicológico. Tal como explicamos a nuestros alumnos de Parapsicología, todo lo parapsicológico es paranormal, pero no todo lo paranormal es parapsicológico (si acudiéramos a la Matemática de Conjuntos para explicarlo, dirìamos que existe un Conjunto A de fenómenos paranormales que incluye un Subconjunto B de fenómenos parapsicológicos). Así, por caso, lo telepático, la vida después de la muerte, la clarividencia, es parapsicológico y paranormal, pero la energía de las pirámides, la energía de los cuarzos o el estudio del aura humana pertenece al campo de lo paranormal sin ser parapsicológico. Ya que “parapsicología” es, per se, el “estudio de fenómenos producidos por la psiquis que escapa al campo de la Psicología ortodoxa” mientras que lo “paranormal” es lo que “está fuera de lo nomalmente admitido –por la ciencia establecida”. Por ejemplo: el campo áurico no es producido por la mente (si bien los estados mentales influyen en él) de manera que no sería estrictamente parapsicológico. Sin embargo, es más que obvio que su estudio, armonizaciòn, etc., sí lo hace el parapsicólogo. El mismo que trabaja con energía de las pirámides, aunque el efecto que produzcan las mimas nada tiene que ver con la mente del operador o del consultante.
Finalmente, alguien puede cometer el error de suponer que si la Parapsicología no ingresa a la Universidad, su práctica es “ilegal”. Tal como he demostrado en mi libro “Normas Jurídicas para el Ejercicio Legal de la Parapsicología” ello no es razón para que su práctica –incluso arancelada- sea perfectamente legal. Hay un marco impositivo dentro del cual los parapsicólogos actuamos, y si el Estado me cobra impuestos, el Estado me reconoce. Por otra parte, existe un principio jurídico que dice que lo que no está estrictamente prohibido, está permitido. Y hoy por hoy la Parapsicología no lo está. Caso distinto es de algunos “colegas” que prefieren manejarse en las turbias sombras de la clandestinidad, sin acogerse a derecho: allá ellos. Lo dicho no significa que el parapsicólogo no deba tener una formación intelectual acorde: para ello, numeras entidades calificadas dictan cursos extra universitarios sobre Parapsicología que ameritan ser profundizados.
En cuanto a nosotros (todos los demás) respondiendo más a la idoneidad que a la matriculaciòn, para seguir siendo útiles a quienes nos consultan deberemos continuar trabajando con herramientas donde lo “espiritual” no puede ser codificado en exámenes académicos. Ése es nuestro Camino. En consecuencia, pienso –para cerrar este artículo- que todos esos esfuerzos descriptos al comienzo deberían ser dirigidos, más bien, a justipreciar los derechos y obligaciones laborales del parapsicólogo. Por ello, quizás sea momento de pensar menos en una Universidad y más en la sindicalizaciòn.