Los fantasmas de la Casa Blanca

Además de ser el cuartel general del presidente de los Estados Unidos, la Casa Blanca (White House) posee algunos residentes verdaderamente inusuales.

Al final de la guerra contra Inglaterra en 1776, el país se hallaba enfrascado en una profunda discusión acerca de cuál debería ser la nueva capital. George Washington, su primer presidente, eligió una zona pantanosa cerca del río Potomac, que luego se convertiría en el distrito de Columbia.

La nueva ciudad sería diseñada por el arquitecto francés Pierre Charles L’Enfant. En simultáneo, la construcción de la Casa Blanca empezó en 1792 en base al diseño del arquitecto James Hoban. George Washington supervisó personalmente los trabajos pero no vivió para ver el edificio terminado. Recién el segundo presidente de los Estados Unidos, John Adams, se mudó a la Casa Blanca cuando aún no estaba terminada.

Las primeras historias de fantasmas en la Casa Blanca comenzaron en 1812. El edificio fue quemado por los británicos, sin antes haber tomado la precaución de remover de su interior al cuarto presidente del país, James Madison, quien habría sido salvado junto a su esposa, Dolly, por el enfurecido fantasma de George Washington.

Según se dice, más de la mitad de las seis plantas de la Casa Blanca, sus 132 habitaciones y 32 baños, están embrujados.

Abigail Adams, por ejemplo, esposa del presidente John Adams, usó el East Room para colgar la ropa hasta que fue disuadida por un audaz espectro que insistía en pellizcarle el culo.

La propia Abigail pasó a engrosar la fauna paranormal de la Casa Blanca. Suele ser vista recorriendo apresuradamente los corredores, abrazada a un bulto de ropa sucia. Sus apariciones son precedidas por un fuerte aroma a jabón que no logra disimular un otro hedor, más subterráneo, probablemente a ectoplásmicos soretes presidenciales.

Otro reconocido fantasma de la Casa Blanca es el espectro de un soldado británico que aparece portando una antorcha. Se cree que fue uno de los que quemaron el edificio en 1812. Su reaparición más espectacular se produjo en 1954, cuando una pareja de invitados diplomáticos despertó en medio de la noche con su cama envuelta en llamas. Apoyado sobre el marco de la puerta, un soldado con antiguas ropas británicas reía socarronamente.

Se dice también que el presidente Andrew Jackson todavía acecha en las sombras del Rose Room, también conocido como Queen’s Bedroom, aterrorizando a todos con su cavernosa risa. Nadie se explica por qué insiste en quedarse en la Casa Blanca, ya que su muerte se produjo en Hermitage, Nashville. Al parecer, el cargo de presidente es bastante difícil de dejar atrás.

Una estoica luchadora contra los fantasmas de la Casa Blanca fue Mary Todd Lincoln, esposa de Abraham Lincoln, quien sostuvo en repetidas ocasiones haber oído pasos allí donde no había nadie e incluso insultos y versos obscenos en el Rose Room.

Estas manifestaciones de actividad paranormal eran contrarrestadas con vigorosas oraciones.

Mary Lincoln también percibía una presencia sobrenatural en el Yellow Oval Room. Esta vez no se trataba de un fantasma, sino del sonido del violín del fallecido presidente Thomas Jefferson.

En la misma habitación, durante la presidencia de Harry Truman, un guardia oyó una voz escalofriante que repetía:

¡Soy el señor Burns! ¡Soy el señor Burns!
(I’m Mr. Burns! I’m Mr. Burns!)

La voz provenía del ático del Yellow Oval Room, y se le atribuyó al fantasma de David Burns, dueño original de las tierras donde se construyó la Casa Blanca, según algunos, adquiridas a precio vil.

Sin dudas el fantasma de la Casa Blanca con mayor actividad es el de Abraham Lincoln. Acecha sobre todo en la Oval Office, donde el presidente conduce los asuntos oficiales de estado. También se lo ve habitualmente en su antiguo dormitorio, ahora llamado Lincoln Room, jugando con su hijo, Willie, quien falleció a los cuatro años dentro de la Casa Blanca.

Curiosamente, a las apariciones del fantasma de Lincoln se suceden las de Mary Surratt, ejecutada por conspirar contra la vida del presidente. La noche anterior a su sentencia, su hija Anna se abrió paso entre las habitaciones para pedir misericordia. Su ruego no fue atentido, de modo que se repite, casi como un mantra anual, en el aniversario de su muerte.

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