«La mujer tiene la vocación de ser la educadora del hombre. Con sus pensamientos, sus sentimientos, su actitud, puede incitarle a hacer actos de valor, de generosidad y aunque no siempre parezca evidente, el hombre no pide otra cosa que ser inspirado por ella.
Por eso, cuando las mujeres sólo piensan en la satisfacción de sus deseos, de sus placeres, dejan de lado su verdadera vocación. Diréis: «¡Pero la mujer es mucho más débil que el hombre! ¿Cómo va a poder imponerse a él para educarle?» No es necesario que se imponga. Hay actitudes, miradas, expresiones que son más eficaces que todas las palabras.
Y la mujer tiene todavía otro medio de educar al hombre: educando a sus hijos; y estos hijos toda su vida respetarán a las mujeres debido a su madre. Gracias a la influencia cotidiana que pueden tener sobre sus hijos, las madres son capaces de formar unos caracteres rectos, nobles y generosos.»
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¿Qué sería el hombre sin la mujer? Solamente el cazador para comer, el conquistador para dominar.
Cuenta una leyenda que los dioses del Olimpo escondieron la felicidad allí donde a los hombres les costara muchísimo encontrarla.
Un lugar, que el fondo, fuera tan evidente que pasara desapercibido, el corazón de las personas.
Al hilo de esta adivinanza, el día que la mujer encuentre en su interior, esa voz de la intuición, Yo instintivo e innato.
Ese día comenzará la verdadera evolución del alma humana.