El último libro del Nuevo Testamento es el de las revelaciones o del Apocalipsis. Se considera un texto profético, poblado de multitud de símbolos que permiten diversas interpretaciones. Su contenido alude a la existencia de cuatro jinetes que representan la victoria, la guerra, el hambre y la muerte.
Se supone que el Apocalipsis fue escrito a comienzos de la segunda centuria después de Cristo, cuando el territorio de lo que hoy se llama Medio Oriente vivía persecuciones, angustias, destrucción y muerte por parte de los poderosos.
En ese sentido, una visión moderna del asunto nos llevaría a pensar que veinte siglos después y en ese mismo territorio nuevamente han manifestado su presencia los cuatro jinetes: la «victoria» de la política de Estados Unidos en la región, está significando similares situaciones de guerra, hambre y muerte que traen los nuevos equinos que han llegado cabalgando bajo la fusta y el látigo de la potencia norteamericana: Israel, Turquía y Arabia Saudita.
En marzo de 2011, cuando apenas comenzaba el conflicto en Siria escribí un artículo que se tituló «El conflicto árabe-israelí. Una falacia imperial». Comenzaba diciendo. «Es común escuchar hablar de un supuesto «conflicto árabe-israelí» No existe tal conflicto, por lo menos en lo que a la mayoría de los gobiernos se refiere.
Lo que ocurre en realidad es la confrontación entre los aliados de Estados Unidos y Europa y los pueblos árabes doblemente oprimidos por la intervención imperial en sus
territorios en connivencia con sus dirigentes y el carácter represivo, autoritario y antidemocrático de la mayoría de los gobiernos de la región.
Es así, que Israel tiene excelentes relaciones con varios gobiernos árabes con los que supuestamente está en conflicto». En días recientes, esta verdad se ha hecho más patente que nunca. Estados Unidos ha logrado configurar una alianza árabe-sionista que estimula, fortalece, financia y apoya al terrorismo que fue creado bajo sus auspicios.
Así, mientras éste desarrollaba sus acciones en el territorio de los países musulmanes, poco le importaban los centenares de muertos que producía, pero bastó que se produjera una acción deleznable de sus protegidos en Paría, para que saltaran las alarmas.
Un quinto jinete ha conmocionado a Occidente. Las gigantescas masas de migrantes, consecuencia de la guerra, la exclusión, la persecución y la muerte «amenazan» con vulnerar la tan cacareada estabilidad europea, construida a partir de la riqueza expoliada durante siglos de vandalismo colonial.
Por otro lado, el factor «energía» y en particular la producción petrolera se han transformado en un elemento omnipresente en esta maraña de variables que han inaugurado un nuevo año para el planeta.
A diferencia de la guerra fría, en la cual el elemento ideológico era el único ordenador de las relaciones internacionales, las constantes mutaciones del sistema internacional en los últimos 25 años han complejizado el análisis que ha dejado de ser dicotómico para complicarse por su carácter multifactorial. De ahí las dificultades para construir una opinión objetiva, liberada de sesgos emocionales.
En años recientes, los poderosos medios de comunicación contribuyen a crear una imagen que magnifica y «embellece» el papel de las potencias imperiales en el proceso permanente de destrucción del planeta mediante el avasallamiento y la barbarie.
En esa medida, lo que es incorrecto y repudiado en algunos países, es bendecido y aceptado en otros.
En ningún lugar del planeta, eso es tan evidente como en el Medio Oriente.
Estados Unidos, actuando como jinete portador de la victoria, agita su látigo para regular el galope de los países de la región, pasando por encima de la antigua contradicción entre «árabes e israelitas» que caracterizaba el mundo de la guerra fría. Así ha logrado articular, -superando contradicciones aparentes- a viejos contrincantes como Israel, Turquía, Arabia Saudita y las monarquías sunitas del Golfo Pérsico.
El devenir de los acontecimientos en el transcurso de este siglo ha trastocado la realidad del pasado en la que los países árabes permanecían unidos en su apoyo a la lucha del pueblo palestino en contra del sionismo. Hoy, la configuración que Estados Unidos ha dado al sistema internacional a partir de los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001 indujo a la construcción de un enemigo etéreo como el terrorismo, toda vez, que la potencia norteamericana es la que define, delimita y establece quién es ese enemigo, cómo y dónde combatirlo a partir de sus propios intereses y los de sus aliados de la OTAN.
Eso lo llevó a apoyar el golpe de Estado en Ucrania, detrás del cual se esconde su pretendido afán de extender los límites de la alianza atlántica hacia el este o de hacer exigencias inauditas a Irán respecto de su programa nuclear, mientras calla y oculta la existencia del arsenal atómico de Israel.
Persigue supuestas violaciones de derechos humanos en Siria, pretendiendo con ello el derrocamiento de su presidente, pero obvia las múltiples aberraciones que se cometen en Turquía, donde su presidente incluso se permitió venerar públicamente a Adolfo Hitler.
Se suponen adalides de la democracia en América Latina, pero soslayan su existencia en Arabia Saudita donde no hay parlamento, partidos políticos, sindicatos, ni prensa libre y donde las ejecuciones sumarias en las que se violentan las normas más elementales del derecho son cosa de todos los días. En este ámbito, Arabia Saudita, compite con el Estado Islámico en la aplicación de una visión extremista y fundamentalista del islam.
Si viviéramos en un mundo de justicia, la monarquía saudita debería ser execrada del sistema internacional como en su momento lo fue el apartheid de Sudáfrica, pero tal como con aquel, hoy Estados Unidos protege y soporta las peores satrapías de las que se tiene conocimiento en el siglo XXI, que son las cometidas por sus aliados del Medio Oriente.
En la implementación de esta calamidad del siglo XXI, turcos y saudíes, -olvidando las diferencias generadas tras el derrocamiento en Egipto de Mohamed Morsi en 2013, aliado de Turquía y enemigo de la monarquía gobernante en Riad, wahabitas saudíes y Hermanos Musulmanes turcos (suníes y fundamentalistas ambos)- han acordado una posición común respecto del conflicto sirio, después de la visita del presidente Erdogan a la nación árabe el pasado 29 de diciembre.
Es conocida la posición de apoyo de ambos países a las fuerzas terroristas (también sunitas) que asolan Siria e Irak, violando con esto las decisiones del Consejo de Seguridad de la ONU que han llamado a establecer negociaciones pacíficas entre las partes en conflicto.
En este ámbito, también se inscribe el reciente acercamiento entre Israel y Turquía quienes han logrado un acuerdo de reconciliación a fin de restablecer sus relaciones congeladas tras el asalto del ejército sionista a una flotilla humanitaria que pretendía llevar ayuda a la asediada Gaza y en la que fueron asesinados 10 activistas turcos.
Curiosamente, el acuerdo por parte de Israel no fue firmado por una autoridad diplomática sino por el nuevo jefe del Servicio Secreto (Mossad) Yosi Cohen. Es elemental preguntarse qué objetivos pudiera perseguir un acuerdo internacional firmado por la más alta autoridad de los servicios de inteligencia de un país.
En el trasfondo, Turquía está buscando alternativas al cese de los abastecimientos de petróleo y gas que le proveía Rusia, -que alcanzan el 55% de sus necesidades- después del derribo del avión ruso en Siria, y al parecer ha pensado que Israel puede solucionar esa demanda a partir del gas que explota ilegalmente en Palestina. Erdogan ha sido enfático en afirmar que ambos países se necesitan mutuamente, «Israel necesita a un país como Turquía en la región.
Nosotros también debemos admitir que necesitamos a Israel». Resulta también particular que estas declaraciones se produjeran después que el gobernante de Ankara regresara de su viaje a Arabia Saudita.
Cerrando el círculo, es menester recordar que Israel y Arabia Saudita, enemigos durante el siglo pasado, vienen negociando en secreto un acuerdo de cooperación militar desde hace casi 3 años. Esta colaboración se ha materializado durante la intervención saudita en Yemen donde los pilotos de la fuerza aérea sionista realizan bombardeos como parte de la coalición liderada por Arabia Saudita.
Así, estos modernos jinetes apocalípticos se preparan, conjeturan, conversan, superan sus diferencias y buscan senderos comunes para plagar la región nuevamente de muerte, hambre y guerra, no importa que sean musulmanes o sionistas.
Sergio Rodriguez Gelfenstein AVN
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