Enrique de Vicente compartía en su ensayo «Los poderes ocultos de la mente» la explicación de un aborigen australiano definiendo como funcionaban las señales de humo. El humo cumple la función de catalizador, pero no produce la comunicación, sino el canal (el medio) a través del cuál se produce la comunicación. La clave consiste en la presencia de mentes silenciosas (receptivas) que sirvan de pista para que el mensaje viaje desde el emisor al receptor. Podemos suponer, entonces, que cualquier cuerpo que sea observado a distancia, por ejemplo estrellas, planetas, montañas o el cielo en sí, deben cumplir igual función a las señales de humo. Esto que se antoja un método poco preciso, antiguo y rudimentario, bien podría ser la comunicación del futuro de la humanidad. De conseguir algo así, la comunicación telepática (transmisión del pensamiento) llegaría a producirse prescindiendo de canal alguno, es decir, de mente a mente. Por el momento parece un método interesante para practicar, pues produce resultados. Es más, es posible que muchas veces cuando miramos el cielo y coincidimos inconscientes en un mismo punto, nuestras miradas se crucen y conectemos la psique en ese mismo momento.
Sea como fuere los seres humanos pueden establecer un vínculo entre sí y comunicarse a través de pensamientos. Esa comunicación puede realizarse igualmente con cualquier ser vivo dotado de conciencia.