El jardín zen es una síntesis de los fundamentos de esta tradición que tiende a la ligereza.
Entre las variantes del budismo, el zen es una de las más conocidas y populares. En el caso de las culturas de Occidente esto puede deberse a que el budismo zen ha sido una de las pocas tradiciones del pensamiento oriental que contó con introductores ilustres, por ejemplo Alan Watts o, desde otra perspectiva, el compositor John Cage, entre otros.
A manera de hipótesis podemos pensar que dicha corriente del budismo ganó la estima de muchas personas aún en Occidente porque, dicho en términos generales, el zen tiende hacia la mínima expresión. Otras tradiciones religiosas se caracterizan por la complejidad de sus preceptos y sus rituales, por el fasto de sus celebraciones y la solemnidad de las prácticas asociadas con la fe. El budismo zen, sin embargo, corre a contracorriente de esta tendencia y su posible complejidad se encuentra en otro lado. De hecho, podría decirse eso: que el zen es complejo, pero no abigarrado. Sus fundamentos y sus objetivos pueden no ser del todo asequibles en un primer momento, pero quizá la razón de esta impresión sea que, al menos en Occidente, estamos habituados a partir siempre de un camino trazado, a tener normas que encuadren nuestras acciones, a seguir antes que proponer, a aprender antes que investigar.
En el budismo zen, en cambio, hay un puñado de preceptos que si bien dan sentido a una forma específica de entender y vivir el mundo, son únicamente ejes en los cuales sucederá nuestra existencia cotidiana, a la cual seremos nosotros mismos quienes encontremos un lugar en dicho plano. Así, puede decirse que el budismo en general y el zen en específico tienen en la ligereza una de sus mejores cualidades. Meditar, observar la respiración, reconocer qué de la vida importa verdaderamente, son algunas de las directrices básicas del zen.
Una buena síntesis del budismo zen que asimismo es totalmente palpable, perceptible con todos nuestros sentidos, son los jardines de rocas o, como se les conoce usualmente, “jardines zen”. Ésta es una práctica que surgió en el siglo VIII de nuestra era, al parecer en imitación de los jardines chinos de la dinastía Song, cuya disposición de las rocas simbolizaba la vista del mítico monte Penglai, hogar de los legendarios Ocho Inmortales.
Dentro de la tradición zen, sin embargo, estos jardines evolucionaron hacia un propósito más terrenal: que su vista recordara al practicante cómo la vida puede ser elemental, sencilla. Algunos de los primeros jardines zen incluso fueron llamados “zazen-seki” o “rocas de meditación”, pues en su simpleza su única razón de ser era irradiar calma, tranquilidad y silencio hacia todo aquel que los contemplara.
En esta misma línea, hacia el siglo XV de nuestra era, una variante de los jardines zen se encaminó de lleno hacia la abstracción, aunque sin perder del todo su vínculo con la materialidad. El agua y la vegetación se redujeron al máximo (e incluso desaparecieron en algunos casos) y no quedó más que una superficie delimitada y algunos grupos de rocas. Asimismo, una característica que se conservó a lo largo de esos siglos fue que el jardín se observara desde una posición específica del monasterio, igualmente para propiciar ese súbito reconocimiento o redescubrimiento del sentido elemental de la existencia.
A continuación compartimos un breve instructivo para construir un jardín zen propio, en parte a manera de invitación para investigar y conocer más sobre esta práctica que, en su abstracción, nos devuelve un punto de contacto real con nuestra vida a través de la toma de conciencia plena de ésta.
Cómo hacer un jardín zen:
1. Decide sus dimensiones. Puedes tener un jardín zen en un tu patio o sobre tu escritorio de trabajo. Escoge bien su tamaño.
2. Construye un contenedor. Utiliza cuatro bloques de madera y una superficie estable para fabricar el contenedor del material base del jardín, que casi siempre es grava o arena. Si se trata de un jardín grande puedes usar polines, barrotes o durmientes, y una base de madera delgada pero firme. Si será un jardín pequeño, en una maderería puedes encontrar el material adecuado.
3. Une las cinco piezas anteriores. Sea con pegamento, clavos o tornillos, forma el contenedor con la madera que conseguiste.
4. Forra el fondo del contenedor. Para evitar que germinen hierbas en tu jardín, recubre el fondo del contenedor con un material impermeable como el plástico (esto es más recomendable en el caso de los jardines de exterior). En la tradición zen, la limpieza es importante.
5. Llena el contenedor con arena o grava fina. Con el contenedor listo puedes proceder a llenarlo con el material base.
6. Coloca piedras en grupos (y otros elementos de vegetación). El budismo zen posee una amplia tradición en sus jardines, lo cual se ha traducido en tratados que estudian cada uno de sus detalles y cualidades. En el caso de estos elementos la recomendación más usual es que las piedras estén dispuestas en grupos de tres, en líneas rectas o en patrones simétricos. Se admite cierta variación en las formas y el tamaño, pero se prefiere evitar las rocas de colores llamativos, porque podrían distraer al observador. Se pueden incluir otros elementos, como un tronco u otro signo de vegetación o de agua. Sólo recuerda que el jardín debe mostrarse simple y equilibrado para que inspire eso mismo: simpleza y equilibrio.
7. Dibuja patrones en la superficie de tu jardín. Con ayuda de un rastrillo puedes diseñar patrones sobre la superficie del jardín. Igualmente inclínate por la simetría y la simpleza de las formas, y hazlo tantas veces como quieras. Cada trazo sobre la arena será uno nuevo, por más que parezca una repetición del anterior.
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