by Signs of the Times/Sott.net
Los educadores que trabajan la inteligencia emocional con niños y niñas hacen un gran trabajo cuando les ayudan a identificar esas emociones en su cuerpo. Recuerdo bien cuando mi hija con unos 5 años me explicó tras un taller sobre emociones que ella sentía el enfado «en los puños». Reconocer las emociones y sus síntomas en el cuerpo es el primer paso para desde ahí, empezar a entenderlas y gestionarlas.
El gesto arrastra a la emoción
Ya Paul Ekman, investigador pionero en el campo de las emociones y su expresión facial, descubrió la relación entre los gestos y el estado de ánimo. Cuando una persona adopta una expresión facial negativa como la tristeza, el cerebro interioriza esa expresión y su estado de ánimo cambia para adaptarse a ella.
También sabemos que la sonrisa desencadena endorfinas y dopamina, que hace a los músculos estar menos tensos, calmar la respiración y sentirnos mejor. Sonreír mejora nuestro estado físico e incluso nuestra salud. Para Elsa Punset en su libro «Una mochila para el universo», «cuando sonríes, el cuerpo entiende que no estás en peligro y hasta puedes sentir menor dolor físico».
El flujo de nuestras emociones está vinculado al hecho de fruncir el ceño, sonreír o adoptar una determinada postura. No debemos negar nuestras emociones, que son reacciones naturales de nuestro ser y nos ofrecen información muy valiosa, pero sí podemos ser más conscientes y contar con recursos para redirigir nuestras emociones o sobreponernos a la adversidad cuando sea necesario.
Cambiar nuestra química voluntariamente
Las investigaciones más recientes de la psicóloga social Amy Cuddy sobre lenguaje no verbal también revelan que podemos cambiar nuestra propia química simplemente cambiando nuestra postura corporal.
A través de su famosa Charla TEDGlobal 2012, Cuddy ha contribuido a divulgar el papel de la postura en el estado de ánimo. Considera que cualquier persona debería hacer algo antes de acudir a una entrevista, impartir una conferencia o participar en una competición deportiva: adoptar dos minutos en una postura de poder (power pose).
Con una postura de poder se refiere a adoptar los gestos asociados a un estado de confianza, poder y logro: el cuerpo erguido, la cabeza hacia el frente, los brazos hacia delante o apoyados en las caderas… Son gestos que implican una amplia ocupación del espacio, señal de ausencia de miedo.
Como cuenta en su charla, los humanos igual que el resto de los animales expresan poder con sus posturas corporales. Se repliegan sobre sí mismos cuando se sienten inseguros, haciéndose más pequeños, encorvándose, cruzando los brazos sobre el pecho y reduciendo los movimientos. Por el contrario, cuando se sienten fuertes se expanden y ocupan más espacio. Cuddy y su colaboradora Dana Carney de Berkeley, se preguntaban si adoptar estas posturas podría cambiar el estado interno de una persona y hacerla sentir más poderosa.
Con el fin de averiguarlo, llevaron a cabo un experimento relacionado con la testosterona y el cortisol. La testosterona es la hormona del poder (a niveles altos crea sensación de seguridad) y el cortisol es la hormona asociada al estrés. Sabemos que las personas con capacidad de liderazgo suelen caracterizarse por una alto nivel de testosterona y un bajo nivel de cortisol.
En el experimento se pedía a las personas que adoptaran una postura de poder o una postura de bajo poder durante dos minutos. A continuación se les preguntaba si querían apostar. Un 86% de los que habían adoptado la postura de poder, eligieron apostar, mientras solo un 60% de los que habían mantenido la postura de bajo poder optaron por hacerlo.
Y las investigadoras extrajeron conclusiones incluso más interesantes. Encontraron diferencias fisiológicas entre los dos grupos del estudio, basándose en muestras de saliva. Mientras los de la pose de poder mostraron un 8% de incremento en sus niveles de testosterona, en el grupo que experimentó la pose de bajo poder se produjo un descenso del 10% en esta hormona.
La reacción inversa se produjo con el cortisol, la hormona del estrés. Las personas que mantuvieron la pose de poder experimentaron una reducción del 25% en sus niveles de cortisol, mientras los que mantuvieron la pose de bajo poder tuvieron un incremento del 15% en sus niveles de estrés.
En definitiva, se comprobó que nuestro cuerpo puede cambiar nuestra mente. La postura que adoptemos, nuestra comunicación no verbal, influye significativamente en cómo nos sentimos. Por tanto, tenemos en el cuerpo un aliado para influir en nuestro estado emocional.