Mohenjo-Daro: La antigua ciudad destruida por un ataque nuclear de los dioses
Sólo siete años después de la primera explosión atómica en Nuevo México, el físico teórico Robert Oppenheimer, una de las personas a menudo nombradas como «padre de la bomba atómica», estaba dando una conferencia en la Universidad de Rochester. En dicha ocasión, un estudiante le formuló la siguiente pregunta: «La bomba que se hizo estallar en Alamogordo, durante el proyecto Manhattan, ¿fue la primera en hacerse explotar?». Oppenheimer respondió: «Bueno, sí. En tiempos modernos, sí, claro…».
En el siguiente artículo, escrito por Pedro María Fernández, se expone uno de los casos del pasado más famosos que podrían haber justificado la enigmática respuesta del físico.
En el actual estado de Pakistán y próxima a las orillas del río Indo, podemos encontrar una de las ciudades antiguas más enigmáticas para la comunidad arqueológica de la denominada como «Cultura del Valle del Indo». Me estoy refiriendo a Mohenjo-Daro, que significa ‘el montículo de los muertos’. Junto a Harappa, situada a poco más de seiscientos kilómetros de distancia más al noreste, constituyen las dos ciudades más emblemáticas y conocidas de esta antigua cultura, entre las no menos de cuatrocientas urbes de diferentes tamaños que poblaron el área oficialmente desde el año 2350 al 1750 a.C.
Descubierta por el arqueólogo inglés John Hubert Marshall en el año 1920 y declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 1980, si hay algo que sorprende inicialmente de Mohenjo-Daro es la total ausencia de edificios que en un principio puedan identificarse como templos o palacios, ni ningún tipo de simbología que pueda asociarse a estas instituciones.
Mohenjo-Daro.
Todos los edificios siguen un patrón uniforme, destacando su construcción en una o dos plantas en ladrillos de adobe con ausencia de adornos y ventanas. Y todo ello, dentro una planificación urbanística muy por encima a la de cualquier otra antigua civilización e incluso de las más recientes, con amplias avenidas y calles rectas (muchas de ellas perfectamente pavimentadas), con edificaciones rectangulares dotadas todas ellas de una red de drenajes, canales, tuberías y alcantarillado, que incluía arquetas de inspección de éste último. Basta decir que ninguna ciudad del Antiguo Oriente tuvo instalaciones higiénicas de ninguna clase comparables a las que podemos localizar en Mohenjo-Daro o cualquiera del resto de poblaciones del antiguo Valle del Indo.
Fotografía del libro ‘Mohenjo Daro and the Indus Civilization’ (del arqueólogo británico sir John Marshall; 1931) que muestra un sello de esteatita del 1500 a.C. Se puede ver la imagen de una persona sentada sobre una mesa baja. Marshall creyó que podría ser el dios indio Shiva.
La ciudad totalmente amurallada, también con ladrillos de adobe, se localizaba en poco más de un kilómetro cuadrado de extensión, logrando alcanzar en sus momentos de mayor apogeo casi los 50.000 habitantes, aunque existen algunos investigadores que incrementan esta cifra por encima de los 200.000. Se dividía en dos zonas bien diferenciadas: la primera de ellas, conocida como «la ciudadela», se situaba sobre un montículo artificial, y albergaba el área político-administrativa, e incluso tal vez también el área religiosa, aunque no se hayan encontrado por el momento los vestigios necesarios para poder asegurarlo. La segunda zona, la «ciudad baja», concentraba las áreas residenciales, los talleres artesanales, los almacenes y graneros.
Involución tecnológica
Tanto J.H. Marshall como sus sucesores en las excavaciones desarrolladas durante todo el pasado siglo XX fueron de sorpresa en sorpresa. Según profundizaban en los distintos niveles o estratos de construcción de la ciudad más elementos de desarrollo tanto artístico y técnico eran encontrados, a diferencia que en las capas superiores, dando la sensación de una involución técnica y cultural, o al menos, de un estancamiento en el progreso de sus moradores. Al igual que la cultura sumeria, la del Valle del Indo también parece que surgió de repente, sin haber dejado huellas de una evolución anterior a la aparición de Harappa y Mohenjo-Daro. Pero si la aparición de tan sorprendente civilización sigue siendo un auténtico misterio, no lo es menos el de su desaparición, atribuida inicialmente a la presencia de pueblos invasores de origen indoeuropeo.
Construcción conocida con el nombre de «la piscina» o «el gran baño»
Guerra entre dioses
Hay que recurrir a antiquísimos textos védicos, un conjunto de escritos tradicionales en lenguaje sánscrito y supuestamente legados en algunos casos por los dioses, para poder encontrar referencias que traten de aclarar los numerosos interrogantes que se ciernen sobre Mohenjo-Daro y el resto de poblaciones del Valle del Indo. En uno de estos textos, el Mahabharata, un extensísimo poema épico de casi 215.000 versos divididos en diez cantos (ocho veces más extenso que La Odisea y La Ilíada juntas), aparece la ciudad de Mohenjo-Daro envuelta en sangrientos sucesos bélicos, donde tanto hombres como dioses se vieron involucrados, y que relega a épocas aún más remotas los orígenes de la ciudad, pues los sucesos descritos en el Mahabharata se sitúan hacia el año 3103 a.C. y desembocan en el Kali Iuga o ‘Edad Sombría’, una especie del fin del mundo antiguo conocido, una auténtica Apocalipsis que cambió la historia de la antigua India.
Recién finalizada la I Guerra Mundial, muchos antiguos manuscritos se pusieron de moda, destacando entre ellos el Mahabharata, pues algunas de las traducciones parecían reflejar una enorme semejanza a los desgraciados momentos vividos en la contienda mundial, donde armas enormemente poderosas eran capaces de aniquilar a los hombres hasta un punto jamás visto hasta el momento. Pero el súmmum llegó al concluir la II Guerra Mundial, con la utilización de la bomba atómica, la más poderosa de las armas jamás creada por la mano del hombre… pero, ¿podemos estar seguros de que fue utilizada por primera vez en esta contienda?
Léan este texto del Mahabharata:
El montículo de los muertos
Se da una gran contradicción a la hora de evaluar los motivos y causas que pudieron propiciar la repentina desaparición de los mapas de Mohenjo-Daro, pues si bien por un lado se ha especulado con la posible matanza de sus pobladores a manos de hordas invasoras tras una cruenta lucha, solo se han encontrado por parte de los arqueólogos durante sus trabajos de campo poco más de treinta esqueletos diseminados por las calles. ¿Dónde estaban pues el resto de los habitantes? ¿De dónde viene entonces el nombre de «el montículo de los muertos»? ¿Habían desaparecido o sido evacuados antes de la batalla? También existe una hipótesis muy aceptada por la comunidad arqueológica por la que la ciudad pudo haber sido abandonada por un cambio repentino en el curso del Río Indo sobre el año 1700 a.C., pero no explica algunos detalles muy incómodos para los que hasta el momento no se han encontrado respuestas determinantes.
A pesar de ser muy pocos los esqueletos encontrados, todo parece indicar que la muerte les vino muy deprisa, en plena huida. Hasta tres miembros de la misma familia, entre los que se incluye un menor, aparecieron boca abajo cogidos de la mano, otros parecen haber sido también sorprendidos en plena calle no logrando haber encontrado refugio y observándose como parte de sus huesos se hubiesen consumido o volatilizado muy rápidamente, yaciendo desde entonces de forma aislada o en pequeños grupos. Y por si fuera poco, al igual que en Harappa, todos estos restos humanos encontrados en las calles de Mohenjo-Daro presentan una circunstancia excepcionalmente extraña: un alto nivel de radiactividad. Existe una especie de foco ó «epicentro» de unos pocos más de 45 metros de diámetro en el centro de la ciudad, donde el terreno se encuentra cristalizado, encontrándose los bloques de piedra más próximos derretidos o fundidos. En las edificaciones próximas se puede observar como los ladrillos de las paredes expuestos al exterior y en dirección al supuesto «epicentro» se encuentran del mismo modo también fundidos o derretidos, una circunstancia que solo se podría haber logrado exponiéndolos a temperaturas superiores a los 1.500º centígrados. Con los mismos síntomas de destrucción se han encontrado toda clase de objetos de alfarería, cerámica, joyería, etc., y las señales de explosiones e incendios se encuentran por doquier. ¿Qué clase de armas pueden provocar tales efectos tanto en las personas como en los edificios circundantes? ¿Acaso una explosión nuclear?
Dado lo increíble de semejante hipótesis, lamentablemente no existe por el momento ningún estudio medianamente serio, achacándose inicialmente la presencia de radiactividad a las propias características geológicas del terreno donde se encuentran emplazadas las ruinas de Mohenjo-Daro. De igual manera, la presencia de objetos o superficies vitrificadas y materiales derretidos o fundidos se ha asociado a fuerzas de la naturaleza ya observados en otras latitudes como Escocia, Australia o Egipto, producto todos ellos de rayos y arcos eléctricos de gran intensidad. Nadie, repito, ha intentado hacer los trabajos necesarios para clarificar la verdadera naturaleza de las cicatrices que, tanto en los seres humanos como en las edificaciones, quedaron plasmados durante largos siglos, desde una perspectiva que incluyese la posible utilización de energía nuclear. El solo planteamiento de ésta última hipótesis supondría de inmediato el total desprestigio para cualquier investigador, universidad u organización, pues implicaría el conocimiento de los secretos del átomo por los hombres que habitaron el Valle del Indo hace más de 5.000 años.
Antiguas «huellas» de armas atómicas
No son solo Harappa o Mohenjo-Daro quienes apuntan en la dirección de tan extravagante hipótesis como plausible, ni tan siquiera los míticos relatos descritos en el Mahabharata u otros textos védicos. Son varios los puntos geográficos donde han sido detectadas las «huellas» de posibles deflagraciones nucleares en la India. Al menos existen tres puntos en el área comprendida entre las montañas de Rajmahal y el Río Ganges que presentan grandes capas de cenizas y una presencia de radiación superior a la media habitual. Lo mismo ocurre en el estado de Rajasthan, donde un área de cinco kilómetros cuadrados aparece cubierta de cenizas radioactivas a poco menos de 15 kilómetros al Oeste de la ciudad de Jodhpur, y que según siempre los lugareños, es la causante del gran número de casos de cáncer y malformaciones congénitas detectados en sus inmediaciones.