Los fragmentos que se tienen de Heráclito de Éfeso, el filósofo presocrático, son una de las joyas de la filosofía y de la literatura mundiales. Heráclito, conocido desde la antigüedad como «el oscuro» o «enigmático», ha sido admirado por algunos de los filósofos más importantes. Prácticamente estableció la cosmología de los estoicos e inspiró la dialéctica de Hegel, y fue enormemente admirado por Nietzsche, Heidegger y Deleuze. Así, el filósofo de Éfeso se ha ganado un lugar entre lo más selecto del pensamiento humano. Y, sin embargo, de Heráclito no tenemos ningún texto completo, sólo unos ciento treinta fragmentos que han sido recopilados a partir de citas en textos clásicos de la antigüedad (aunque sabemos, por Diógenes Laercio, que escribió una obra, probablemente titulada Sobre la naturaleza).
El pensamiento de Heráclito suele oponerse al de los pensadores de Elea. En la versión más simplificada, Heráclito está a favor del cambio y del mundo como proceso y Parménides defiende la unidad inmutable del ser, un monismo absoluto (en el que el cambio y la diversidad son ilusorios). Curiosamente esta misma oposición puede verse, no sin calificaciones, entre el budismo y buena parte del hinduismo (sobre todo el vedanta). Pero el pensamiento de Heráclito es complejo y admite que pensadores inclinados a formas de monismo y a la metafísica (y a una realidad trascendente) hayan bebido de sus ideas, particularmente de su noción de lógos. Aristóteles dice que Platón creó su teoría de las ideas como una forma de reconciliar la filosofía de Heráclito con la de Parménides.
Una de las mentes filosóficas que se vieron atraídas por Heráclito y crearon su propia interpretación de la filosofía del pensador de Éfeso es Simone Weil. Weil encontró en Heráclito algunas anticipaciones de su cristianismo platónico. Particularmente, Weil resuena con la idea de Heráclito de la tensión (y conjunción) de los opuestos como principio creador y paradójicamente unificador y armonizador. Weil lee además en el lógos de Heráclito el principio divino del orden y la necesidad del mundo y en su noción del fuego («que todo lo gobierna») una anticipación del pneuma de los estoicos y los cristianos.
Simone Weil fue una excelente clasicista, con un gran dominio del griego antiguo, lengua que aprendió desde la infancia, acostumbrada a conversar con su hermano (el matemático André Weil) en griego clásico y recitar versos de Homero. Sus aptitudes son comparables a las de otro gran joven clasicista, Friedrich Nietzsche. La muerte temprana de Weil a los 34 años nos impidió gozar de traducciones más amplias, pero tenemos en sus cuadernos y en algunos ensayos copiosos pasajes de Platón, Sófocles y Esquilo, además de versos de La Ilíada en su excelente ensayo La Ilíada o el poema de la fuerza. Weil se desempeñó como maestra de filosofía y griego durante cerca de una década y ha sido reconocida por miembros de la academia francesa no sólo como una brillante clasicista sino como una original intérprete del pensamiento griego. Más allá de esto, es evidente para cualquiera que ha leído los cuadernos de Weil que la filósofa amó profundamente el pensamiento y la cosmovisión de los griegos, integrando las ideas de Platón sobre la belleza y el amor con las ideas del sufrimiento y la fatalidad de la tragedia y de la poesía homérica. Más aún, Weil sentía que la salud de la cultura occidental dependía de su arraigo, esto es, de mantener un contacto vivo con la tradición filosófica, artística y religiosa que tiene uno de sus pilares en el pensamiento griego. El otro pilar era el cristianismo.
A continuación presentamos una selección de los fragmentos de Heráclito que Simone Weil tradujo casi en su totalidad y que han sido reunidos en su obra completa, publicada por Gallimard, en un ensayo con el título de Dieu dans Héraclite. Las traducciones de Simone Weil intentan mantenerse fieles al griego original y suelen ser bastante literales, respetando la sintaxis y sólo en raras ocasiones introduciendo términos que no se deducen directamente del texto original. De la misma manera, hemos respetado el francés de Weil haciendo una traducción muy cercana a este.
8. Eso que se opone coopera, y de eso que diverge procede la más bella armonía, y la lucha engendra todas las cosas.
18. Si no esperas, no podrás encontrar lo inesperado, porque no lo puedes buscar, no hay sendero hacia él.
25. Los infortunios [en griego: móros] más grandes obtienen las mayores reparticiones.
29. Los mejores eligen un solo bien en lugar de todos los demás: la gloria eterna en lugar de las cosas mortales. La multitud se satisface como un rebaño.
32. El uno, ese sabio único, no quiere y al mismo tiempo quiere ser nombrado con el nombres de Zeus.
33. La ley es, asimismo, obedecer la voluntad de uno.
41. La sabiduría consiste en una sola cosa, a saber, que el pensamiento gobierna todas las cosas por medio de todas las cosas.
45. Uno no puede conocer los límites del alma, incluso recorriendo todos los caminos, tan profundo es su lógos.
50. Aquellos que han escuchado el lógos y no a mí, coinciden en que la sabiduría es: uno es todo.
52. El tiempo es un niño que juega al trictrac [versión francesa del backgammon]. Este reino es el de un niño.
54. La armonía invisible es superior a la armonía manifiesta.
60. La vía que asciende y la que desciende es una y la misma.
66. El fuego venidero juzgará y someterá a todas las cosas. El fuego que vive eternamente.
79. El hombre es considerado como sin razón en relación a la divinidad, como un niño en relación a un hombre.
86. La mayor parte de las cosas divinas escapa al conocimiento por falta de fe.
97. Los perros ladran a las personas que no conocen.
102. Para Dios todas las cosas son bellas, buenas y justas. Los hombres conciben unas como injustas y otras como justas.
104. ¿Cómo es su espíritu, su pensamiento? Obedecen los encantamientos del pueblo, su instructor es la masa, no sabiendo que la multitud es maligna, que los buenos son pocos.
112. Ser razonable es la más grande virtud, y la sabiduría es decir la verdad y actuar conforme a la naturaleza con atención.
119. El hábito es el genio del hombre. [êthos antrôpôi daimôn].
123. La naturaleza ama ocultarse.
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