En nuestra búsqueda de significado y autocomprensión, el lenguaje sigue siendo una herramienta valiosa, pero debemos reconocer sus limitaciones. Al equilibrar nuestro yo conceptual y perceptivo, podemos vivir más plenamente, apreciando la vida más allá de las distorsiones de los pensamientos y las palabras. Al hacerlo, nos reconectamos con la dimensión de la existencia que hemos sospechado durante mucho tiempo: una que es completa y anterior a los conceptos de tiempo y lugar, sostiene Steven Pashko.
El lenguaje, con todo su poder, no puede captar la realidad; sólo ofrece una representación abstracta de lo que es. Esta limitación se origina en el hecho de que las palabras y los conceptos transforman lo que describen. Aunque son indispensables en sistemas estructurados, como la lógica, la ciencia y las matemáticas, los conceptos simplifican y distorsionan detalles esenciales que son cruciales para comprender la realidad en su totalidad. En el momento en que etiquetamos, nombramos o definimos algo, lo reducimos a un símbolo mental manejable, cambiando lo que es. Este cambio puede ayudarnos a comunicarnos, pero no logra transmitir lo que se puede experimentar directamente. Para algunos ejemplos de estas alteraciones, recordemos que las palabras no pueden expresar:
- La singularidad de las cosas individuales , como una ardilla particular;
- Un todo unificado , algo sin segmentación ni fondo, donde no existen «partes»;
- Experiencias sensoriales directas , como la dulzura de la miel o el aroma de una rosa.
Cuando utilizamos el lenguaje para transformar la experiencia vivida en generalizaciones, convertimos los detalles de la realidad en categorías amplias. Este proceso de categorización produce consecuencias preocupantes más allá de los errores de descripción: genera sesgos y separaciones artificiales. Por ejemplo, las generalizaciones sobre personas o grupos (ya sea basadas en una exposición limitada o en etiquetas heredadas culturalmente) crean divisiones sociales, como el etnocentrismo o el racismo. Estas generalizaciones alimentan una mentalidad dualista de «nosotros contra ellos», incrustando en nosotros una visión del mundo donde todo se define por su diferencia con algo más. Sin embargo, quién sabe qué puede enseñarnos alguien con una apariencia diferente o de una cultura diferente. Además, ese modo de pensar nos aleja de lo que es verdaderamente esencial en la vida: la experiencia directa, no mediada, de la existencia humana en sí. Comparemos, por ejemplo, la experiencia del amor con leer una descripción del mismo. Esta última puede informarnos, pero no capta la autenticidad de la experiencia real.
Dos realidades en pugna: la experiencial y la conceptual
El psicólogo Seymour Epstein [1] exploró cómo los seres humanos transitan la vida a través de dos realidades distintas: una basada en la experiencia directa y la otra arraigada en el pensamiento. Se refirió a ellas como sistemas “experienciales” y “cognitivos”. Más tarde, el premio Nobel Daniel Kahneman [2] amplió esta idea, hablando del “yo que experimenta” y del “yo que recuerda”. Más comúnmente, y quizás hasta el punto de su origen, podríamos pensar en estos sistemas como “perceptuales” (o experienciales) y “conceptuales” (o cognitivos).
El neurocientífico Michael Gazzaniga [3] añade que estos dos sistemas de información probablemente se originan en la estructura del cerebro, y que sólo un lado tiene la maquinaria que procesa el lenguaje. Esta separación de los sistemas anatómicos indica que la experiencia sensorial directa opera [4] en gran medida de forma independiente del lenguaje, funcionando como un proceso preconsciente. La inteligencia perceptiva, que nos ayuda a medir el valor, la belleza y el riesgo sin mediación verbal, funciona de forma instintiva y reflexiva. Es esta capacidad perceptiva la que nos hace cubrirnos cuando tenemos frío o ayuda a un golfista a alinear un putt más a través de la conciencia perceptiva que del cálculo mental. A diferencia de la naturaleza más lenta y deliberada del pensamiento lingüístico, la inteligencia perceptiva permite juicios de valor rápidos, esenciales tanto para la supervivencia como para la apreciación estética.
La influencia del lenguaje sobre la experiencia
El lenguaje es fundamental para comunicar ideas, compartir conocimientos y gestionar tareas complejas, pero a menudo eclipsa la sabiduría inexplicable de la realidad perceptiva. Muchas personas experimentan una corriente subyacente de inquietud (una sensación de que algo no va bien en su forma de apreciar el mundo), aunque no pueden decir exactamente qué es lo que les molesta [5]. En Matrix [6], el personaje Morfeo expresa esta convicción:
Lo que sabes no lo puedes explicar, pero lo sientes. Lo has sentido toda tu vida, que hay algo mal en el mundo. No sabes qué es, pero está ahí, como una astilla en tu mente, volviéndote loco.
Esta atracción hacia lo inexpresable puede explicar por qué las personas se sienten atraídas por experiencias que trascienden el pensamiento, como el arte, la música, la meditación o las actividades físicas. En esos momentos, las personas suelen manifestar una sensación de “paz”, “fluidez” o de estar “en la zona”, estados en los que su sentido del yo, del tiempo y del lenguaje desaparece, dejando solo la experiencia directa. Esta sensación de conciencia sin pensamiento nos conecta con una parte más profunda de nosotros mismos que está oscurecida por nuestro parloteo interno constante. También puede ser la razón por la que las personas buscan consuelo en la religión (del latín “ religio ” y que significa volver a conectarse con lo más fundamental).
Dos sistemas, una realidad: Reflexiones desde la filosofía y la psicología
Epstein [4] distinguió los sistemas perceptual y conceptual por sus cualidades únicas. El sistema perceptual es holístico y no verbal, y se basa en asociaciones, imágenes y emociones en lugar de en la lógica o las reglas. Proporciona una conexión directa con el mundo, interpretándolo a través de sensaciones e impresiones sensoriales. Por supuesto, al igual que el sistema conceptual, se lo puede engañar. Por ejemplo, el sol en realidad no sale por el este. En cambio, el sistema conceptual es analítico y estructurado, y utiliza símbolos abstractos como palabras y números para interpretar la realidad. Este sistema cognitivo nos permite planificar, elaborar estrategias y estructurar nuestra comprensión del mundo. Ninguno de estos dos sistemas es perfecto. Cada uno tiene trampas que deben identificarse y evitarse. Sin embargo, al no reconocer y utilizar el sistema perceptual, la humanidad corre el riesgo de creer erróneamente que la realidad solo puede describirse a través de una lente materialista.
El marco del sistema dual refleja ideas de la filosofía antigua, en particular la tradición Vedanta Advaita. El filósofo Sankara [7] describió dos capas de realidad: la empírica (material) y la última (no dual). En su opinión, la realidad empírica es condicionalmente verdadera, mientras que la realidad última (sin conceptos ni distinciones) es absolutamente verdadera. Sankara propuso que la experiencia sensorial y perceptiva puede revelar una unidad que la mente conceptual no puede captar: la de una totalidad subyacente que escapa a nuestros intentos de etiquetar o categorizar.
Un puente entre la ciencia y la visión espiritual
Las perspectivas de Epstein, Kahneman y Sankara revelan dos formas paralelas de conocimiento:
- La realidad conceptual , que surge de las abstracciones del pensamiento conceptual, crea una comprensión materialista de uno mismo y del mundo.
- La realidad perceptiva , que es directa, atemporal y está más allá del lenguaje, ofrece una experiencia fluida de existencia que existe antes de las etiquetas y categorías.
La visión no dual y perceptual nos permite vislumbrar un sentido estable del yo que trasciende cualquier rol o identidad particular. El filósofo René Descartes [8] escribió la famosa frase “Pienso, luego existo”, definiendo la identidad a través del pensamiento. Pero nuestras identidades, moldeadas por roles como “padre”, “activista” o “ejecutivo”, están en constante cambio y son provisionales. ¿Somos verdaderamente personas diferentes en cada rol, o existe un yo más fundamental y duradero? La respuesta está en el yo perceptual no verbal, que permanece constante en medio de los cambios de la vida. Este yo más profundo, eclipsado por nuestras identidades conceptuales, contiene la clave para una comprensión estable de quiénes somos.
La búsqueda de un yo perdurable
Muchos de nosotros buscamos un concepto de nosotros mismos o una visión del mundo estable, especialmente cuando tratamos de fundamentar nuestra identidad en factores externos cambiantes. Esta búsqueda de certezas puede parecer un ciclo interminable, impulsado por la naturaleza cambiante de las identidades basadas en el pensamiento. Sin embargo, esta búsqueda se calma cuando nos volvemos hacia nuestro interior para explorar la pregunta: «¿Cuál es mi identidad perceptual?» Al trasladar el foco a este yo inmutable, arraigado en la conciencia directa y no verbal, nos conectamos con una realidad auténtica anterior a las palabras. Esta identidad perceptual es estable y continua, no se ve afectada por los roles y experiencias cambiantes que nos rodean.
En los momentos de tranquilidad, muchas personas perciben este yo más profundo: una sensación de simplemente «ser» en lugar de «hacer» o «convertirse» constantemente. Esta experiencia no está definida por nuestros logros, roles o posesiones, sino por una conciencia inherente que permanece inalterada a pesar de las fluctuaciones de la vida. Prácticas como la meditación, especialmente cuando se realizan con una fuerte determinación de lograr el objetivo de desapegarse tanto del pensamiento voluntario como del involuntario, pueden reconectarnos con esta identidad personal fundamental y permitirnos apreciar la realidad que las palabras no logran captar.
Encontrar el equilibrio: lenguaje y conciencia perceptiva
En nuestra búsqueda de significado y autocomprensión, el lenguaje sigue siendo una herramienta valiosa, pero debemos reconocer sus limitaciones. Al equilibrar nuestro yo conceptual y perceptivo, podemos vivir más plenamente, apreciando la vida más allá de las distorsiones de los pensamientos y las palabras. Al hacerlo, nos reconectamos con la dimensión de la existencia que hemos sospechado durante mucho tiempo: una que es completa y anterior a los conceptos de tiempo y lugar.
Referencias
- Epstein, S. (1973). El autoconcepto revisitado. O una teoría de una teoría. American Psychologist , 28, 404–416. http://dx.doi.org/10.1037/h0034679
- Kahneman, D., y Riis, J. (2005). Vivir y pensar en ello: dos perspectivas sobre la vida. En FA Huppert, N. Baylis y B. Keverne (Eds.). La ciencia del bienestar (pp. 285-304). Oxford, Inglaterra: Oxford University Press.
- Gazzaniga, M. (1989). Organización del cerebro humano. Science, 245, 947–952.
- Epstein, S. (1994). Integración del inconsciente cognitivo y psicodinámico. American Psychologist , 49, 709–724.
- Las preguntas más importantes jamás planteadas. New Scientist “¿Qué es la realidad?” https://www.newscientist.com/round-up/biggest-questions/
- Matrix (1999). Wachowski & Wachowski, Warner Bros.
- Dalal, N. https://plato.stanford.edu/entries/shankara/#TwoTierReal
- Descartes, Renée (1641) Meditaciones. Publicado en línea por Cambridge University Press: 5 de enero de 2016.