La comarca valenciana que mira al cielo por la maldición de las riadas: “En 1982 sí que nos avisaron por la radio y con altavoces”/Netanyahu aprovecha la debacle siria para seguir adelante con su intento de redibujar el mapa de Oriente Próximo

En La Ribera, donde casi colapsa el embalse de Forata, saben lo que es llover y quitar palmos de agua de los bajos cuando vienen cargadas las nubes. En 1982 se les rompió encima la presa de Tous y hay una cultura popular de la precaución y la meteorología que quedó hecha añicos en esta DANA por el brutal desborde del río Magro y la ausencia de alertas
Río Júcar en Algemesí, este viernes, donde desemboca el Magro y comenzó a desbordarse el agua el pasado 29 de octubre.

“Desaparecido en l’Alcúdia el conductor de un camión tras cruzar un barranco”. El titular de la prensa, en la mañana del fatídico 29 de octubre, fue el primer aviso de lo que venía en la peor DANA del siglo. Los habitantes de este pequeño pueblo –conocido por su rica vida cultural, la multinacional de túneles de lavado de coches Istobal o el cultivo de la naranja y el caqui– vieron su nombre en los periódicos porque fue allí el lugar donde desapareció oficialmente la primera persona de la provincia de València. Un camionero cuyo cuerpo se encontró sin vida tiempo después más abajo.

La localidad pertenece a la comarca de La Ribera, a unos 40 minutos en coche de la capital, y cuyas inundaciones no se debieron al mortal barranco del Poyo, sino al desborde del Magro, que había empezado en Utiel y que fue bajando y acumulando miles de litros en la presa de Forata, que estuvo a punto de colapsar y romperse por la tarde. Aquí saben bien de los peligros del agua. Hay una cultura de precaución que no se puso en marcha porque nadie avisó de manera eficaz y masiva. Aun así, la lluvia persistente en muchas localidades hizo que sus habitantes, por ese “respeto” ancestral al agua, se autoprotegieran o que los ayuntamientos cancelaran clases y algunas empresas mandaran a casa a sus trabajadores.

En La Ribera saben de sobra lo que es lluvia y desborde, y que “al fuego se le puede parar, pero al agua no”. También recuerdan bien lo que significa una amenaza de rotura en una presa. A las 19.15 del 20 de octubre de 1982, la misma hora del mismo mes que estas riadas hace 42 años, se les cayó encima el contenido de la presa de Tous con todos sus litros acumulados. Dejó 8 muertos (frente a 223 hoy y cuatro desaparecidos) y 300 kilómetros cuadrados arrasados (frente a los más de 500 de este octubre).

Lo que llovió en 1982 es lo que hoy se hubiera conocido como DANA explosiva: el caudal del Júcar llegó a registrar una crecida punta de 16.000 metros cúbicos por segundo, y la presa de Tous estaba diseñada para un máximo de 7.000 metros. Dos pueblos, Gavarda y Beneixida, cambiaron su ubicación a raíz de ese trágico suceso.

“En esta explanada aterrizaban los helicópteros militares en 1982, en el colegio instalaron literas y allí estaba un centro logístico donde repartían comida y víveres sobre todo a Alzira, que fue la localidad más afectada”, recuerda Manuel Alarcón, responsable de la vivaz Casa de la Cultura de l’Alcúdia, en la que se inundaron los sótanos en esta ocasión. La pantanada no llegó a alcanzar a este pueblo y aun así “entonces avisaron con megáfonos la noche de antes de la rotura, la gente se fue a casas altas o con familiares”. En 1988 también hubo otra inundación de menor nivel, aunque llegó casi a la cadera: “Mi padre elevó la casa un par de escalones entonces, y se ha notado mucho en esta ocasión”, cuenta Manuel mietras los niños del pueblo salen al patio, que es la plaza. “Esa noche estuvimos pegados a la radio, yo era una niña, y recuerdo que también pasaban coches de policía pidiendo el desalojo”, recuerda a su lado su amiga Anna.

El agua y La Ribera son viejas conocidas. Que entre un “pam d’aigua” es normal en muchos bajos cuando llueve. Cuando cae brutalmente se contiene la respiración y se ponen en alto las cosas valiosas. Hay quien echa mano de los sacos de arena para cubrir rendijas y puertas, en una zona donde las viviendas de planta baja son habituales. Por ejemplo, el concejal de Cultura de l’Alcúdia trasladó a una zona alta todo el registro municipal y obras de valor antes de verano por precaución, conoce su territorio. Aquí lo valioso se suele tener a más de un metro. Los mayores conocen la orografía y de la virulencia de los ríos. Saben en qué curva desborda el río y dónde está “fondo”, es decir, donde se cubrirá de agua primero si llueve mucho. También saben dónde hay que aparcar si amenazan las nubes. Todo eso se sabe en la comarca, pero el 29 de octubre llegó lo imposible.

“Yo pensaba que podía nadar, hasta que me vi en la calle ese día”, explica Toni Benavent, una de las dos almas de la compañía de teatro valenciana Albena Produccions, que ha perdido “cinco camiones enteros de material” y saca cada día 8 litros de agua del humidificador que ha puesto en el almacén que resguarda lo que les queda de escenografía. El día 29 intentó irse a casa y en la esquina de la calle ya no pudo, se quedó dos horas amarrado a una reja con agua por la cintura. En un momento dado, sonó la alarma de aviso del móvil, que se envió a las 20.12 de la tarde. “En la ‘pantanà’ recuerdo la policía, los megáfonos avisando, la gente se puso a salvo”.

“A las 5 de la tarde la gente estaba subiendo los coches por esta calle para ponerlos a salvo”, cuenta Vicenta desde la zona más alta del pueblo, una vecina que también vivió la “pantanà de Tous”. El día 29 a primera hora de la tarde ya “había mucho ruido y se oía a la gente gritar. Decían ‘que ve el Magre!’”. A esa hora se acababa de convocar el Cecopi para empezar a gestionar una emergencia a la que Mazón se incorporaría dos horas y media más tarde.

Lo que vino después del día D en l’Alcúdia –que viene del árabe al-kúdya, significa lugar elevado y aun así se inundó– es común a lo que pasó en la zona del barraco del Poyo. La cobertura telefónica cayó, zonas sin luz, coches en montaña impidiendo el paso, gente sin casa y desorientada, problemas de abastecimiento, voluntarios reemplazando a unas fuerzas del estado que no llegaban. Tampoco han llegado en tiempo y forma todavía las ayudas económicas. Maite, por ejemplo, se está rehaciendo su casa con su dinero porque no puede esperar, después de salvarse con sus dos hijos adolescentes cruzando una gran avenida de agua. “Este mes empezamos los tres a ir al psicólogo, por las noches no puedo dormir”. Otro rasgo común en todas las zonas inundadas, tanto la del barranco como la del Magro, es que empiezan a aflorar los traumas por lo que has perdido y las preguntas sobre el milagro por el cual has sobrevivido.

En l’Alcúdia hay bajos rotos, puestos a airear y la arenilla persistente que lo cubre todo y que recuerda lo que pasó, pero hay colegio y cierta normalidad: “En otros sitios están mucho peor, claro”. Otra reflexión común: sentirse agradecido pese a la pérdida. Siempre hay alguien peor que limita el derecho a la protesta.

Algemesí, un pueblo entero arrasado

Para encontrar ese otro sitio que está peor no hay que irse muy lejos. Algemesí es una localidad vecina que también ha vivido en 40 años dos desastres por culpa del agua y en las dos ocasiones ha sido grave: en 1982 y en 2024. Aunque no está en la conocida como “zona cero”, a todas luces ha sido una “localidad cero”. Las calles, ya practicables salvo algunas zonas, se esconden bajo la misma capa de polvo que l’Alcúdia, unas partículas que bailan de un lado al otro de la calle y se meten en las casas de manera obstinada y silenciosa. Aún hay excavadoras sacando paladas de barro de decenas de garajes. Un grupo del ejército toma café cerca de la plaza del mercado. El casino se ha reconvertido en centro administrativo para pedir ayudas. “Aquí hay un cacao… Yo estoy durmiendo en un sofá roto, me he apuntado para que me den dinero para muebles, pero no sé cuánto, y necesito saber si me compro el turrón más blando o más duro”, bromea un señor mayor con otro en la puerta del bar de la cooperativa. La cola para el papeleo es similar a la que tiene la administración de lotería, a ver si El Gordo trajera suerte.

Los octogenarios, como Laura, saben bien lo que es limpiar barro. Cuando tenía 40 años tuvo que rehacer de cero su ultramarinos, que quedó inservible. El mismo local que hoy, con 82, le servía de vivienda y que se llenó de fango hace cuarenta días: “Yo entonces era más joven, tenía más fuerza y a mi marido, pero recuerdo que ahí sí nos avisaron con tiempo, aunque también nos lo limpiamos nosotros con ayudas de los vecinos. Pero ahora hay otra diferencia, y es que ha afectado a todo el pueblo, ha sido todo”, cuenta desde lo que era su salón y lo que queda de su cocina. Salvo algunas calles, el río Magro –que desemboca en el Júcar a su paso por esta localidad– se lo comió todo en este pueblo en el que el agua no ha respetado ni “el carrer dels rics”, los potentados que se hicieron ricos con la naranja y compraron en la “calle bien”.

En esta ocasión, a Laura le avisó su sobrino por teléfono de que venía el agua. Durante la llamada se dio cuenta de que tenía ya mojados los pies. De momento ha recibido solo las ayudas de la Generalitat. “Entiendo que primero van las carreteras, las industrias… hay que levantar el país”, relata con estoicismo sobre su segunda riada. “Yo esto es que no me lo esperaba, no sé por qué, la verdad, pero no me lo esperaba. Y con el dinero que me den… pues no sé ni lo que quiero ahora, sinceramente”. A esta mujer brillante y determinada le asoma por primera vez el filo cortante de una voz rota.

Josela, publicista y sobrina de Laura, ha ayudado al pueblo en lo que ha podido: “De alguna manera, los que no hemos perdido nada nos sentimos algo culpables. Aquí en este pueblo hay una sensación de tristeza muy grande”. Si ella no ha perdido la casa es porque su padre le avisó de que no comprara en la zona del pueblo en la que estaba mirando vivienda. “Me insistió en que no comprara ahí porque se podía inundar. Aquí somos consciente de los peligros cuando llueve –el pueblo está circunvalado por el Magro y el Júcar–, y lo que suponen los meses de octubre, aunque yo no pensaba que lo que viví de niña podía volver a pasar”.

El número de víctimas mortales en la zona de la Ribera es de nueve personas, incomparable a las cifras de la l’Horta Sud, la del barranco del Poyo. “En Algemesí llovía muchísimo, los colegios se cancelaron el día anterior por la tarde, la asociación de comerciantes recomendó no abrir las tiendas, muchas empresas mandaron a la gente a casa”, cuenta Josela, que achaca al miedo por la lluvia que los habitantes de Algemesí se protegieran más y haya habido menos víctimas, además de ser una zona más amplia pero con menos población que la zona cero.

Los daños materiales son incalculables en esta localidad de más de 25.000 habitantes, igual de poblada que Paiporta. Y los problemas son similares: alcantarillados que no tragan, ayudas que no llegan, cierta culpa si no te ha pasado nada, la sensación de tener suerte, traumas y la pregunta en el aire que está en toda València: ¿por qué nadie avisó? Pero en Algemesí y La Ribera ronda una segunda pregunta: ¿por qué nos ha vuelto a pasar?

Raquel ha reabierto su peluquería a pulmón, con su fuerza y la de sus amigos, aunque sí que le han llegado ayudas económicas. “Nunca pensé que yo iba a pedir un plato caliente ni ayudas económicas”, reflexiona. “Ahora lo malo es que comenzamos a estar olvidados, viene la Navidad y la gente hace su vida. Aquí tenemos pocas ganas de Navidad, la verdad, estamos como apáticos”. Dos calles más allá de la peluquería, operarios municipales están colgando las luces en una calle principal en la que hay tractores sacando barro.

Casi todos los bajos del pueblo se inundaron. Algunos ya han abierto. Como la alpargatería de Mercedes, cuatro generaciones vendiendo zapatos, zapatillas y “espardenyes” para la muixeranga, la fiesta centenaria más conocida de la localidad. Una clienta cuenta que tiene una hija de la “pantanà” de Tous, un nieto de pandemia y ahora la riada. “Cuando sales de Algemesí es como si fueras a París”, dice Mercedes, “porque aquí no es que tengas la tienda cerrada o que las cosas estén cerradas, es que está roto”.

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Netanyahu aprovecha la debacle siria para seguir adelante con su intento de redibujar el mapa de Oriente Próximo

El primer ministro Benjamin Netanyahu y los suyos pretenden ampararse en el derecho a la legitima defensa para justificar su acción violenta en Siria, cuando en la práctica se trata de una nueva violación del derecho internacional
Tanques israelíes en los Altos del Golán ocupados, en la divisoria con Siria, el 10 de diciembre de 2024.

En el arranque de una transición tan delicada como la que ahora emprende Siria –con graves fracturas internas por restañar y todavía muy afectada por la prolongada injerencia en sus asuntos por parte de actores externos empeñados en dirimir allí sus diferencias–, lo que menos necesita el país es verse inmersa en otro episodio violento, añadido a los que ya arrastra desde hace demasiado tiempo. Sin embargo, Israel parece decidido a aprovechar las circunstancias en su propio beneficio, arrogándose impropiamente el papel de garante de la seguridad regional.

En los escasos días transcurridos desde la huida del dictador Bashar al Asad son ya centenares los ataques –fundamentalmente aéreos, pero también terrestres– que las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI) han realizado en territorio sirio, incluyendo la capital, Damasco. Tel Aviv argumenta que todos los ataques tienen objetivos militares y que su finalidad es destruir especialmente los arsenales de armas químicas y los lanzadores de misiles de largo alcance que existen en Siria para evitar que caigan en “malas manos”.

Eso supone no solo haber bombardeado instalaciones militares, almacenes, aeropuertos, bases navales y sistemas de defensa antiaérea, sino también haber realizado incursiones terrestres para ampliar la zona ocupada en los Altos del Golán, expandiendo su presencia al área desmilitarizada establecida por un acuerdo en 1974 y en la que actúa la Fuerza de Naciones Unidas de Observación de la Separación (FNUOS) para vigilar el alto el fuego entre Israel y Siria.

Israel despliega tropas en territorio sirio tras la caída

del régimen de Al Asad

En un rocambolesco juego de palabras, Israel pretende convencer al mundo de que sus acciones son temporales y que necesita un colchón amortiguador para garantizar la seguridad de los Altos del Golán, como si ese territorio ocupado ilegalmente no fuera ya en sí mismo un colchón amortiguador del propio Israel.

Una vez más, el primer ministro Benjamin Netanyahu y los suyos pretenden ampararse en el derecho a la legitima defensa para justificar su acción violenta, cuando en la práctica se trata de una nueva violación del derecho internacional. Y como en tantas ocasiones anteriores, después de años de bombardeos regulares contra objetivos en territorio sirio para evitar que Irán hiciera llegar suministros y armas a la milicia chií libanesa Hizbulá y que las milicias proiraníes se acercaran demasiado a Israel, no cabía esperar que las condenas de la ONU fueran a frenar a las FDI.

Más allá de los subterfugios discursivos empleados en cada caso, resulta inmediato entender que este agresivo comportamiento israelí responde a dos planes distintos. Para un Gobierno, que ya ha expresado abiertamente su intención de crear un nuevo orden regional, se trata de dar un paso más en el intento de redibujar el mapa de Oriente Próximo, aprovechando en esta ocasión la extrema debilidad de un vecino que, en el fondo, con Al Asad a la cabeza, ha sido el más cómodo durante décadas.

Un nuevo orden regional que supone la eliminación de cualquier esperanza de que los palestinos puedan algún día contar con un Estado propio, la anexión definitiva de Cisjordania, la subordinación de Líbano a su dictado y la ampliación de la zona que ya ocupa en Siria. Incluso, contando con que el regreso de Donald Trump a la Casa Blanca le brindará el apoyo necesario para culminar su tarea, Netanyahu tiene prisa para crear una situación favorable sobre el terreno para que el presidente de Estados Unidos solo tenga que bendecir el hecho consumado.

A eso se añade el interés personal del propio Netanyahu por mantenerse a salvo de la justicia como acusado en 2019 de tres delitos de soborno, fraude y abuso de confianza. De ahí que, siguiendo la pauta que explica en buena medida su comportamiento en el Territorio Ocupado Palestino y en Líbano desde el 7 de octubre de 2023, se afane por prolongar el conflicto con sus vecinos como método idóneo para preservar la inmunidad que le otorga la posición de primer ministro. Y del mismo modo que parece que no le quita el sueño la orden de detención emitida en su contra por la Corte Penal Internacional, tampoco parece que le preocupe en exceso si su comportamiento supone arriesgar la vida de las decenas de sus conciudadanos que Hamás todavía tiene en sus manos o arruinar la imagen internacional de Israel por la acumulación de tantas violaciones y crímenes cometidos bajo su autoridad.

De momento, procurando que la propia dinámica del conflicto siga retrasando la posibilidad de que se celebren elecciones anticipadas, ha logrado poner en marcha una reforma judicial que pretende colocar al Poder Legislativo por encima del Tribunal Supremo, de tal manera que una simple mayoría parlamentaria le permita echar abajo una sentencia firme de la más alta instancia judicial del país. E igualmente ha logrado retrasar más de un año su comparecencia ante el tribunal de distrito de Tel Aviv hasta el martes 10 de diciembre.

Mirando hacia adelante, queda por ver hasta dónde puede llegar en el desarrollo de ambos planes. En el primero, cuenta con que las fuerzas armadas sirias, como se ha demostrado ante el avance de los insurgentes, son absolutamente incapaces de defender su propio territorio, lo que le ofrece un amplio margen de maniobra para llegar hasta dónde considere oportuno. En el segundo, calcula que, aunque la obligación de comparecer tres veces a la semana ante el tribunal tendrá un coste para su imagen personal –es la primera vez que un jefe de gobierno en ejercicio se ve en el banquillo de los acusados–, su prolongada experiencia en el cargo le permitirá seguir nadando indefinidamente en aguas tan turbulentas.

https://www.eldiario.es/internacional/netanyahu-aprovecha-debacle-siria-seguir-adelante-redibujar-mapa-oriente-proximo_129_11892827.html

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