Con tal de infundir valor al soldado en la guerra se hacía cualquier cosa. Los oficiales sabían que la moral en el campo de batalla era más eficaz que una ballesta… y ciertos mejunjes la concedían.
por Jesús Callejo.
Revista española ENIGMAS Nº 177
Durante la Guerra de los Treinta Años que, curiosamente, duró 30 años, de 1618 a 1648 -no como la Guerra de los Cien Años que duró 116 años- se puso de moda el Aqua Magnanimitalis -«agua de la magnanimidad»-, una sustancia milagrosa y protectora para no temer el acero de los enemigos. He aquí los ingredientes de la receta de marras: «En medio del verano, golpea un hormiguero con el látigo de montar para que las hormigas destilen de su cuerpo, por el miedo producido, un líquido hediondo, muy picante. Toma una cantidad cualquiera de dichas hormigas, encerrándolas en una retorta. Llena dicho recipiente con aguardiente fuerte en estado puro, sin mezcla alguna; tapa la boca de la retorta y déjala expuesta a los rayos del sol. Déjala así durante quince días. Luego destílalo todo, y en el líquido así obtenido pon media onza de canela».
Antes de cada batalla había que mezclar media cucharadita de este brebaje con un poco de vino. Inmediatamente el soldado notaba unos calores que le recoman el cuerpo ¿Los efluvios del vino? No… El curandero dina que ese calor era el valor y que era debido a que había tomado posesión del instinto belicoso de las hormigas. Y se lo creían. Solo les faltaba que grabaran en su frente la frase de: «nasios pá matá».
Pero a esta agua le salió un competidor, la «moneda de Mansfeld», que se había acuñado en memoria de Hoyer Mansfeld, afamado por haber nacido gracias a una cesárea y por su suerte en la guerra. Su lema proclamaba su gloria: «Yo, conde Hoyer, que no nací, nunca he perdido una batalla». Las monedas Mansfeld, acuñadas durante la Guerra de los Treinta Años, llevaban en una cara este lema y por la otra una imagen ecuestre de San Jorge. Aquellos que la tenían en su faltriquera heredaban la invulnera-bilidad en el combate de Hoyer Mansfeld. Esa era su fama, suficiente para que se disparara la demanda de esta moneda por la que se llegaban a pagar diez o doce táleros corrientes.
Que en 1615 se publicara un libro con el sugestivo título de £/ Tesoro misterioso de los héroes, picaba la curiosidad, pues no sino un gri-morio que ofrecía remedios y hechizos como si de ciencia se tratara. Su autor se escondió bajo el seudónimo de Johannes Staricius. Y, entre otras tonten’as, se incluía en él una receta para evitar verse herido en la batalla:
«Búsquese el cráneo de una persona ahorcada o ejecutada en la rueda, que haya brotado moho. Señálese el lugar y déjese intacto el cráneo. Vuélvase al día siguiente y prepárese el cráneo para que sea fácil recoger el moho. El viernes siguiente, antes de salir el Sol, recójaselo en un trocito de paño, y cósaselo al forro de la chaqueta, bajo la axila izquierda. Mientras se use la chaqueta se estará a salvo de bala o estocada».
Por si no han se han percatado, el remedio consistía en tragarse una brizna de ese musgo y así el soldado sena invulnerable durante un día. Pero no era un musgo cualquiera. El «musgo craneal» formó parte de las boticas hasta el siglo XIX. Con él se formaba la «usnea humana» o «moho de cráneo», célebre como agente curativo. Estaba elaborado con el musgo raspado de la calavera de un criminal decapitado o ahorcado con cadenas. Con soga no valía. Sus usos variaban desde remedio para enfermedades cerebrales o para detener sangre de una herida.
LA PIEDRA DEL GAMO
Dice el tal Staricius en su Tesoro misterioso de los héroes que todos los cazadores saben que en determinada época del año los gamos son invulnerables a las balas. Se debe a que mascan unas hierbas especiales que los preservan de las posibles heridas de los disparos del cazador. Esta hierba se encuentra en los pastos habituales de los gamos pero, ¿cuál de todas era? Y Staricius explica que cuando se abate por fin al gamo se le abre el vientre y se busca en su estómago las hierbas mal digeridas que mezcladas con el pelo del propio animal formaban residuos sólidos de forma esférica. Esto es lo que se conoce en la farmacopea milagrosa como bezoar o «piedras de gamo» en las cuales se concentran todas las fuerzas de las hierbas mencionadas. Su modo de empleo es el siguiente:
«Cuando la Tierra caiga bajo el dominio del planeta Marte, pulveriza la piedra de gamo, toma una brizna de la misma en un vaso de malvasía, y ponte a correr con todas tus fuerzas hasta que el sudor moje tu cuerpo. Repite el mismo procedimiento tres veces seguidas, y tu cuerpo se volverá invulnerable».
Al menos en este caso no hay que comer musgo ni llevar monedas de la suerte. Con darse una buena sofoquina era suficiente.Total, los efectos eran los mismos: nulos.