Los grandes mitos universales demuestran un antiguo conocimiento común

Los visibles logros de antiguas culturas, como las pirámides o la metalurgia, son razón más que suficiente para deducir que había unos seres humanos inteligentes, que debían de utilizar un lenguaje técnico“. Esta frase es debida a Giorgio de Santillana, profesor de Historia de la Ciencia en el Instituto de Tecnología de Massachusetts. Giorgio de Santillana (1902 – Imagen 131974) fue un filósofo e historiador científico italoamericano. En 1941 comenzó su carrera académica en el Instituto de Tecnología de Massachusetts (MIT), convirtiéndose en profesor adjunto al año siguiente. De 1943 a 1945 sirvió en el Ejército de los EE. UU. como corresponsal de guerra. En 1945, regresó al MIT. Tres años después trabajó como profesor asociado y en 1954 como titular de Historia de la Ciencia en la Facultad de Humanidades. En 1969, publicó Hamlet’s Mill (El molino de Hamlet), junto con la doctora Hertha von Dechend. Giorgio de Santillana llevó a cabo revolucionarias investigaciones sobre mitología antigua. Su propuesta es la siguiente: “hace muchos siglos, unas gentes serias e inteligentes concibieron un sistema para disfrazar la terminología técnica de una avanzada ciencia astronómica tras el lenguaje del mito”. Si consideramos que Giorgio de Santillana tenía razón, nos tendríamos que preguntar quiénes eran esos astrónomos, esos científicos antiguos, que trabajaban tras las bambalinas de la prehistoria.  Se sabe que la Tierra ejecuta un circuito completo alrededor de su eje cada veinticuatro horas y tiene una circunferencia ecuatorial de 40.075,5 kilómetros. De ello se deduce, por tanto, que un hombre inmóvil sobre el ecuador en realidad se está moviendo, girando con el planeta a una velocidad de algo más de 160 kilómetros por hora. Vista desde el espacio exterior, mirando hacia el polo norte, la dirección de la rotación se desarrolla en sentido contrario a las manecillas del reloj. Mientras gira diariamente sobre su eje, la Tierra también gira alrededor del Sol, de nuevo en sentido contrario a las manecillas del reloj, en una órbita ligeramente elíptica más que circular. Sigue esta órbita a gran velocidad, recorriendo en una hora 106.560 kilómetros, la distancia que un conductor medio recorre en su automóvil en seis años. Ello significa que nos movemos a través del espacio con mucha mayor rapidez que una bala, a la velocidad de 29,6 kilómetros por segundo.

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Como se requiere un año para completar un circuito completo, la única evidencia de que disponemos sobre la tremenda carrera orbital en la que participamos es la lenta marcha de las estaciones. Y en las mismas estaciones se halla la posibilidad de observar el prodigioso mecanismo que se encarga de distribuir la primavera, el verano, el otoño y el invierno equitativamente alrededor del globo, a través de los hemisferios boreal y austral, año tras año, con absoluta regularidad. El eje de rotación de la Tierra está inclinado en relación al plano de su órbita unos 23,5° con respecto a la vertical. Esta inclinación, que produce las estaciones, apunta al polo norte y todo el hemisferio boreal en sentido contrario al Sol durante seis meses al año, mientras que el hemisferio austral goza de su verano. Y apunta al polo sur y el hemisferio austral en sentido contrario al Sol durante los seis meses restantes, mientras el hemisferio boreal goza de su verano. Las estaciones son consecuencia de la variación anual del ángulo al que los rayos solares alcanzan un determinado punto en la superficie de la Tierra y de la variación anual en el número de horas de luz solar que se reciben en ese punto en distintas épocas del año. La inclinación de la Tierra es definida en lenguaje técnico como su oblicuidad, y el plano de su órbita, que se extiende hacia fuera para formar un gran círculo en la esfera celeste, se denomina eclíptica. Los astrónomos se refieren también al «ecuador celeste», que es la extensión del ecuador terrestre hacia la esfera celeste. En la actualidad el ecuador celeste está inclinado unos 23,5° con respecto a la eclíptica, debido a que el eje de la Tierra tiene una inclinación de 23,5° con respecto a la vertical.  Este ángulo, conocido como la oblicuidad de la eclíptica, no es siempre fijo e inmutable. Por el contrario, tal como podemos ver en relación a la datación de Tiahuanaco, la ciudad andina, este ángulo está sometido a unas oscilaciones constantes, aunque muy lentas. Éstas se producen dentro de unos límites de algo menos de 3º, alcanzando el punto más próximo a la vertical a 22,1° y el punto más alejado de ésta a 24,5°. Un ciclo completo, de 24,5° a 22,1°, y de nuevo a 24,5°, tarda aproximadamente cuarenta y un mil años en completarse. Así pues, nuestro planeta oscila y gira mientras recorre a gran velocidad su trayectoria orbital. La órbita requiere un año y la rotación alrededor de su eje un día, mientras que las oscilaciones tienen un ciclo de 41.000 años.

Ya que hemos hecho referencia a Tiahuanaco, sería interesante analizar los curiosos vínculos entre la repentina aparición de Viracocha y las leyendas de los incas y otros pueblos andinos sobre el diluvio. Hay un párrafo de la obra de fray José de Acosta, titulada Historia natural y moral de las Indias, en el que el sacerdote relata «lo que los mismos indios narraron sobre sus orígenes»: “Los indios se refieren con insistencia a un diluvio que se produjo en su país. Dicen que todos los hombres murieron ahogados en el diluvio, y aseguran que del lago Titicaca surgió un individuo llamado Viracocha, que permaneció en Tiahuanaco, donde hoy en día se ven las ruinas de antiguos y extraños edificios, y de allí vino a Cuzco, y la humanidad comenzó a multiplicarse“. Hay otro párrafo, que resume una leyenda de la zona de Cuzco: “Debido a un crimen que ignoramos, los pueblos que existían en épocas remotas fueron destruidos por el creador a través de un diluvio. Después del diluvio, el creador surgió del lago Titicaca con forma humana. Luego creó el Sol y la Luna y las estrellas, y a continuación renovó la población humana en la Tierra“. Según otro mito: “El gran dios creador, Viracocha, decidió crear un mundo en el que vivieran los hombres. Primero creó la tierra y el cielo. Luego creó a seres humanos para que habitaran en el mundo, tallando grandes figuras en piedra de gigantes a quienes infundió vida. Al principio todo fue bien, pero al cabo de un tiempo los gigantes comenzaron a pelearse y se negaron a trabajar. Entonces Viracocha decidió destruirlos. A algunos gigantes los convirtió de nuevo en piedra y al resto lo aniquiló mediante un gran diluvio“. Otras fuentes, como el Antiguo Testamento, contienen unas nociones similares. En el capítulo seis del Génesis, por ejemplo, donde se describe la ira del Dios hebreo contra su creación y su decisión de destruirla, podemos leer uno de los escasos comentarios descriptivos que hacían referencia a la olvidada era anterior al diluvio. Según el enigmático lenguaje del comentario: «Había gigantes en la Tierra por aquellos días». Tal vez  los «gigantes» bíblicos de Oriente Medio guardan algún tipo de relación con esos otros introducidos en las leyendas precolombinas de los indios americanos. El hecho de que las fuentes hebreas y peruanas procedieran, con numerosos detalles en común, a describir una furiosa deidad desencadenando un diluvio de catastróficas consecuencias sobre un mundo malvado y rebelde, aumentaba el misterio.

Hay una descripción inca sobre el diluvio, referida por un sacerdote llamado Cristóbal de Molina en su Fábulas y mitos de los incas: “En vida de Manco Cápac, que fue el primer inca, cuyos descendientes empezaron a llamarse hijos del Sol y de quien heredaron la afición a venerar al Sol, los indios conocían los pormenores referentes al diluvio. Dicen que en él perecieron todas las razas de los hombres y todas las cosas que habían sido creadas, hasta el extremo de que las aguas se alzaron por encima de los picos de las montañas más altas del mundo. Ningún ser vivo sobrevivió, salvo un hombre y una mujer que se ocultaron en un arca, y cuando las aguas se aplacaron el viento los transportó a Tiahuanaco, [donde] el creador comenzó a crear a las gentes y las naciones que existen en esa región“. Garcilaso de la Vega, hijo de un noble español y una inca de sangre real, escribió sus famosos Comentarios reales. Garcilaso era considerado uno de los cronistas más fidedignos de las tradiciones del pueblo de su madre y había escrito su obra en el siglo XVI, poco después de la conquista, cuando esas tradiciones aún no se habían visto contaminadas por influencias extranjeras. Garcilaso venía a confirmar una creencia universal y profundamente arraigada: «Después de que las aguas del diluvio se aplacaran, apareció un hombre en Tiahuanaco». Ese hombre era Viracocha. Envuelto en una capa, era de complexión fuerte, «de talante augusto» y caminaba con gran seguridad en sí mismo a través de los parajes más inhóspitos y peligrosos. Realizaba toda clase de milagros, curando a la gente e invocando el fuego divino. Los indios creían que había surgido de la nada.  Entre aquella maraña de leyendas, los expertos estaban de acuerdo en que los incas habían aceptado, asimilado y transmitido las tradiciones de muchos otros pueblos civilizados sobre los cuales habían impuesto su dominio durante los siglos de expansión de su vasto imperio. En ese sentido, al margen del resultado del debate histórico sobre la antigüedad de los propios incas, nadie podía cuestionar de forma seria su papel como transmisores de las antiguas tradiciones y creencias de las antiguas grandes culturas costeras y de las regiones montañosas, conocidas y desconocidas, que les habían precedido en esta tierra. Es difícil establecer qué civilización existía en Perú en un remoto pasado. Cada año los arqueólogos presentan nuevos hallazgos que hacen retroceder aún más en el tiempo. Por tanto, es posible de que un día se descubran pruebas de la penetración en los Andes, en una remota antigüedad, de una raza de civilizadores que procediera de allende los mares y que, una vez cumplida su misión, desapareciera.

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Esto es lo que las leyendas parecen sugerir. Se trata de unas leyendas que, en su mayoría, han inmortalizado la imagen del hombre/dios Viracocha recorriendo los elevados caminos de los Andes barridos por el viento mientras obraba milagros a su paso: “El propio Viracocha, con sus dos ayudantes, se dirigió hacia el norte. Atravesó la cordillera mientras uno de sus ayudantes recorría la costa y el otro las lindes de los bosques del este. El creador se dirigió hacia Urcos, cerca de Cuzco, donde ordenó a la futura población que emergiera de una montaña. Visitó Cuzco, y luego prosiguió hacia el norte, hacia Ecuador. Allí, en el estado costero de Manta, abandonó a su pueblo y, adentrándose en el mar, desapareció entre las olas“. Al final de los relatos populares siempre aparece el conmovedor momento de la despedida del extraordinario forastero Viracocha, cuyo nombre significa «espuma de mar»: “Viracocha prosiguió su camino, invocando las razas de los hombres. Cuando llegó a la región de Puerto Viejo se unieron a él sus seguidores, a quienes había enviado a otras regiones, y una vez allí reunidos, Viracocha se adentró con ellos en el mar y dicen que él y sus gentes caminaron a través de las aguas con la misma facilidad con que habían recorrido tierra firme“. Siempre aparece esta conmovedora despedida, a veces teñida de un toque de ciencia o magia. Cuando se llega a Machu Picchu es inevitable pensar en que quiénes llegaron hasta este remoto lugar para construir Machu Picchu debían tener un motivo muy poderoso para hacerlo.  Sea cual fuere el motivo, la elección de este remoto emplazamiento presentaba sus ventajas: Machu Picchu no fue descubierto por los conquistadores y los frailes que les acompañaban durante los tiempos de su acción destructiva. De hecho, no fue hasta 1911, cuando el fabuloso legado de las primitivas civilizaciones comenzaba a ser tratado con mayor respeto, que un joven explorador norteamericano, Hiram Bingham, reveló Machu Picchu al mundo. El hallazgo de este maravilloso yacimiento abrió una nueva visión sobre la civilización precolombina. Como consecuencia, las ruinas fueron protegidas de los saqueadores y una parte trascendental del enigmático pasado fue preservada para las futuras generaciones. Hiram Bingham (1875 – 1956) fue un explorador y político de los Estados Unidos. También fue gobernador de Connecticut y miembro del Senado de su país. Entró en la Phillips Academy en Andover, en el estado de Massachusetts, en donde se graduó en 1894. Obtuvo la licenciatura en Administración de Empresas por la Universidad de Yale en 1898, un título de grado de la Universidad de California en Berkeley en 1900, y el de doctor por la Universidad de Harvard en 1905. Trabajó como profesor de historia en esta última universidad y luego en la Universidad de Princeton.

Hiram Bingham era profesor en Yale cuando encabezó una exploración por América del Sur. Gracias a las indicaciones de Agustín Lizárraga, redescubrió las ruinas incaicas de Machu Picchu. Su descubrimiento costó mucho tiempo y dinero. Tras dos expediciones, logró encontrar las ruinas. En 1908 se desempeñó como delegado al Primer Congreso Panamericano Científico en Santiago de Chile. Un artículo del semanario The Angeles Times manifestó que la vida de Bingham como profesor y explorador fue usada como inspiración para los fundamentos del personaje de Indiana Jones. Aunque también se pueda decir que ello se inspiró en la vida del explorador inglés Percy Fawcett. Bingham cogió cincuenta mil piezas arqueológicas de Machu Picchu, que llevó a la Universidad de Yale. Machu Picchu, del quechua sureño machu pikchu, «Montaña Vieja», es el nombre contemporáneo que se da a un antiguo poblado andino construido en el promontorio rocoso que une las montañas Machu Picchu y Huayna Picchu, en la vertiente oriental de la cordillera Central, al sur del Perú y a 2490 metros de altura. Según documentos de mediados del siglo XVI, Machu Picchu habría sido una de las residencias de descanso de Pachacútec, noveno inca del Tahuantinsuyo entre 1438 y 1470. Sin embargo, algunas de sus mejores construcciones y el evidente carácter ceremonial de la principal vía de acceso, demostrarían que esta fue usada como santuario religioso. Ambos usos, el de palacio y el de santuario, no habrían sido incompatibles. Algunos expertos parecen haber descartado, en cambio, un supuesto carácter militar. Machu Picchu es considerada al mismo tiempo una obra maestra de la arquitectura y la ingeniería. Sus peculiares características arquitectónicas y paisajísticas, y el velo de misterio que ha tejido a su alrededor buena parte de la literatura publicada sobre el sitio, lo han convertido en uno de los destinos turísticos más populares del planeta. Machu Picchu está en la Lista del Patrimonio de la Humanidad de la Unesco desde 1983, como parte de todo un conjunto cultural y ecológico conocido bajo la denominación Santuario histórico de Machu Picchu. El 7 de julio de 2007 Machu Picchu fue declarada como una de las nuevas siete maravillas del mundo moderno.

La arquitectura ofrece un aire sólido y funcional, sin ornamentos. Por el contrario, algunas áreas ceremoniales presentaban un estilo arquitectónico muchísimo más depurado e incorporaban unos bloques gigantescos como los de Sacsayhuamán. Uno de los pulidos monolitos mide unos cuatro metros de longitud por uno y medio de ancho y uno y medio de grosor, y no debe de pesar menos de doscientas toneladas. Hay docenas de monolitos semejantes a éste, todos dispuestos en unos muros que forman rompecabezas de ángulos encajados unos en otros a la perfección. Parece increíble que sus primitivos constructores pudiesen transportar estos bloques hasta allí. En un bloque pueden verse hasta treinta y tres ángulos, cada uno de los cuales se hallaba sólidamente unido a uno de los ángulos del bloque contiguo. Hay inmensos polígonos y sillares perfectamente tallados que muestran unos bordes afilados como cuchillas. También hay piedras naturales, sin tallar, integradas en varios puntos de las edificaciones, así como unas extrañas estructuras semejantes al Intihuatana, «el punto de sujeción del sol». Este insólito artefacto consiste en una tosca base de roca, gris y cristalina, tallada en una compleja forma geométrica que está compuesta por curvas y ángulos, huecos y salientes, y que aparece coronada en el centro por un pequeño bloque vertical. ¿Qué antigüedad tiene realmente Machu Picchu? Según la versión oficial la ciudad no fue construida mucho antes del siglo XV de nuestra era. No obstante, de vez en cuando se han alzado algunas voces disidentes. Durante la década de 1930, por ejemplo, Rolf Müller, profesor de Astronomía en la Universidad de Potsdam, halló suficientes y convincentes pruebas para afirmar que las estructuras más importantes de Machu Picchu poseían unas alineaciones astronómicas muy significativas. A partir de las mismas, mediante la utilización de detallados y complicados cálculos sobre la posición de las estrellas en el cielo en milenios anteriores, que alteran paulatinamente las épocas debido a un fenómeno denominado precesión de los equinoccios, Müller llegó a la conclusión de que el proyecto original del yacimiento sólo pudo ser realizado durante «la era comprendida entre el 4000 a. C. y el 2000 a. C.».

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Müller, aplicando las técnicas que usó Lockyer en Egipto, calculó que, si los restos arqueológicos aparecían orientados con una inclinación de 24º debido a la oblicuidad de la eclíptica, eso significaba que la construcción databa, como mínimo, de hace 4000 años. En las mediciones que efectuó en el Templo del Sol de los Incas (Coricancha), en Cuzco, Perú, sugirió que el Templo estaba construido de tal forma que los rayos del Sol daban directamente en el sancta sanctorum, o tambor solar, en el amanecer del día del solsticio de invierno, el 21 de diciembre. Müller llegó a la conclusión de que las perfectas construcciones de los sillares del tambor solar tenían una orientación que se correspondía a una época entre el 4000 y el 2000 a.C. Pero la historia ortodoxa no aceptaba esta afirmación. Si Müller estaba en lo cierto, la antigüedad de Machu Picchu se remontaba no ya quinientos sino seis mil años atrás. En tal caso, se trataba de un yacimiento más antiguo que la Gran Pirámide de Egipto, en el supuesto de que aceptemos la datación ortodoxa de la Gran Pirámide, fijada hacia el 2500 a. C. Hubo otros expertos que discrepaban respecto a la antigüedad oficial de Machu Picchu. En su mayoría estaban convencidos, como Müller, de que algunas partes del yacimiento eran miles de años más antiguas que la fecha propuesta por los historiadores ortodoxos. Al igual que los grandes bloques poligonales que forman los muros, la mayor antigüedad de Machu Picchu era una teoría que parecía encajar con las otras piezas del rompecabezas, de un pasado plagado de misterios. Y Viracocha formaba parte de este rompecabezas. Todas las leyendas afirmaban que su capital había sido Tiahuanaco, esta importante y antigua ciudad, cuyas ruinas yacían en la frontera con Bolivia, en una zona llamada el Collao, a veinte kilómetros al sur del lago Titicaca. Pero volveremos con el tema de Tiahuanaco más adelante.

Volviendo a los temas astronómicos, tenemos que el ámbito gravitatorio del Sol, en los círculos interiores que mantienen atrapada a la Tierra, se extiende a lo largo de más de 24 billones de kilómetros en el espacio. Por tanto, su fuerza de atracción sobre nuestro planeta es inmensa. También nos afecta la gravedad de otros planetas con lo que compartimos el sistema solar. Cada uno de ellos ejerce una atracción que tiende a apartar a la Tierra de su órbita regular alrededor del Sol. Los planetas tienen tamaños distintos, y giran alrededor del Sol a diferentes velocidades. La influencia gravitatoria combinada que son capaces de ejercer cambia a lo largo del tiempo, de manera compleja pero predecible, y en respuesta a ello la órbita varía constantemente de forma. Puesto que la órbita es una elipse, estos cambios inciden en su grado de elongación, lo cual se conoce técnicamente con el nombre de excentricidad. Ésta varía de un valor bajo próximo a cero, cuando la órbita presenta casi la forma de una circunferencia perfecta, a un valor elevado de aproximadamente el seis por ciento, cuando presenta una forma más elíptica. Existen otras formas de influencia planetaria. Así, aunque aún no se ha ofrecido una explicación de ello, se sabe que las frecuencias radiofónicas de ondas cortas se ven perturbadas cuando Júpiter, Saturno y Marte se alinean. Ello enlazaría con algunos conceptos astrológicos. En este sentido han aparecido pruebas de una extraña e insólita correlación entre las posiciones de Júpiter, Saturno y Marte, en sus órbitas alrededor del Sol, y de violentas perturbaciones eléctricas en la atmósfera superior terrestre. Ello parece indicar que los planetas y el Sol comparten un mecanismo de equilibrio cósmico-eléctrico que se extiende 1600 millones de kilómetros desde el centro de nuestro sistema solar. Las teorías astrofísicas actuales no ofrecen ninguna explicación respecto a este extraño equilibrio eléctrico. Esta visión astrológica nos recuerda a Beroso, el historiador, astrónomo y vidente caldeo del siglo III a. C., quien realizó un profundo estudio de los presagios que según él anunciarían la destrucción final del mundo. «Yo, Beroso, intérprete de Be-llus, declaro que todo cuanto herede la Tierra será arrojado a las llamas cuando los cinco planetas se reúnan en Cáncer, dispuestos en una hilera de forma que a través de sus esferas pueda pasar una línea recta».  El 5 de mayo del año 2000 se produjo una conjunción de cinco planetas que tuvo efectos gravitatorios cuando Neptuno, Urano, Venus, Mercurio y Marte se alinearon con la Tierra al otro lado del Sol. Los astrólogos modernos que han descifrado la fecha de los mayas referente al fin del Quinto Sol, calculan que en dicha fecha se registrará una conjunción de planetas tan singular «que sólo ocurre una vez cada 45.200 años. De esta extraordinaria conjunción cabe esperar unos efectos no menos extraordinarios».

No puede negarse que dentro de nuestro sistema solar parecen existir múltiples influencias, muchas de las cuales no comprendemos por completo. Entre estas influencias, la de nuestro satélite, la Luna, es particularmente poderosa. Los terremotos, por ejemplo, ocurren con mayor frecuencia cuando es Luna llena o cuando la Tierra se encuentra entre el Sol y la Luna, cuando es Luna nueva o cuando ésta se halla entre el Sol y la Tierra, cuando la Luna atraviesa el meridiano de la localidad afectada, y cuando la Luna está más próxima a la Tierra en su órbita. De hecho, cuando la Luna alcanza este punto perigeo, su atracción gravitatoria aumenta en un seis por ciento aproximadamente. Esto ocurre cada veintisiete días y un tercio. La atracción que ejerce en estas ocasiones afecta no sólo a los grandes movimientos de nuestros océanos sino a los de los depósitos de magma caliente que permanecen atrapados dentro de la delgada corteza terrestre, la cual ha sido descrita como «una bolsa de papel llena de miel o melaza que oscila a una velocidad de más de 1.600 kilómetros por hora en una rotación ecuatorial, y a más de 105.600 kilómetros por hora en órbita». Este movimiento circular genera unas inmensas fuerzas centrífugas y éstas, tal como demostró Sir Isaac Newton en el siglo XVII, hacen que la «bolsa de papel» de la Tierra se curve hacia fuera en el ecuador. El resultado es un achatamiento de los polos. Por consiguiente, nuestro planeta se aparta ligeramente de la forma de una esfera perfecta y se parece a un «esferoide achatado». Su radio en el ecuador, 6378,25 kilómetros, es aproximadamente 21,6 kilómetros más largo que su radio polar, 6356,60 kilómetros. Durante miles de millones de años, los achatados polos y el protuberante ecuador han participado en una secreta interacción matemática con la influencia recóndita de la gravedad. «Debido a que la Tierra tiene una forma achatada —explica una autoridad en la materia—, la gravedad de la Luna tiende a inclinar el eje de la Tierra de forma que ésta se sitúa en posición perpendicular a la órbita de la Luna, y lo mismo puede decirse, aunque en menor grado, respecto al Sol». Al mismo tiempo la protuberancia ecuatorial, la masa adicional que se halla distribuida alrededor del ecuador, actúa como el borde de un giroscopio que mantiene la Tierra estable sobre su eje.

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Año tras año, a una escala planetaria, este efecto giroscòpico evita que la fuerza de atracción del Sol y la Luna alteren radicalmente el eje de rotación de la Tierra. La atracción que ejercen estos dos cuerpos, sin embargo, es lo suficientemente poderosa para forzar al eje a bambolearse lentamente en el sentido de las manecillas del reloj en dirección opuesta a la rotación de la Tierra, un fenómeno que recibe el nombre de precesión. A finales de 1998, las principales librerías norteamericanas recibían el último trabajo del escritor e investigador de enigmas históricos Graham Hancock. Conocido por sus ensayos previos sobre el Arca de la Alianza y la existencia de una avanzada civilización que vivió en la Antártida antes de la última era glacial, su nueva obra, El espejo del paraíso, era el resultado de varios viajes realizados por él y su esposa Santha en busca de pruebas que demostrasen que, en la noche de los tiempos, ya existieron pueblos con avanzados conocimientos astronómicos. Culturas que no se limitaron a marcar «lugares equinocciales» sino que incluso conocían fenómenos tan sutiles como la precesión, que, a grandes rasgos, demuestra que las estrellas no están siempre fijas en el firmamento, sino que se desplazan siguiendo un ritmo muy particular y difícil de calcular. La existencia de ese movimiento se deduce, no obstante, de la minuciosa observación de los movimientos de las estrellas en la bóveda celeste a través de los siglos. Se trata de un desplazamiento casi imperceptible, de apenas un grado en el firmamento cada setenta y dos años, que surge como consecuencia del viaje de la Tierra a través del espacio .La Tierra, además de sus conocidos movimientos de rotación sobre sí misma y de traslación alrededor del Sol, posee otro más, que hace que el eje del planeta oscile como una peonza, trazando un círculo imaginario en los cielos que completa aproximadamente cada 26.000 años. Y alguien, en el pasado, supuestamente sin medios tecnológicos, se dio cuenta de ello .La idea, sin embargo, tampoco era de Hancock. Antes que él, científicos como la doctora Hertha von Dechend, de la Universidad de Frankfurt, y Giorgio de Santillana, del Instituto Tecnológico de Massachusetts, defendieron en un ensayo, publicado en 1969, que en los mitos de pueblos de todo el mundo existen suficientes indicios para sostener la existencia de un conocimiento astronómico al que sólo accedían ciertos iniciados. Un conocimiento al que estos profesores le atribuyen al menos ocho mil años de antigüedad y que comprendía la anotación y comprensión del fenómeno de la precesión.

En astronomía, la precesión de los equinoccios es el cambio lento y gradual en la orientación del eje de rotación de la Tierra, que hace que la posición que indica el eje de la Tierra en la esfera celeste se desplace alrededor del polo de la eclíptica, trazando un cono y recorriendo una circunferencia completa cada 25 776 años, período conocido como año platónico, de manera similar al bamboleo de un trompo o peonza. El valor actual del desplazamiento angular es de alrededor de 1° cada 71.6 años. Este cambio de dirección es debido a la inclinación del eje de rotación terrestre sobre el plano de la eclíptica y la torsión ejercida por las fuerzas de marea de la Luna y el Sol sobre la protuberancia ecuatorial de la Tierra. Estas fuerzas tienden a llevar el exceso de masa presente en el ecuador hasta el plano de la eclíptica. Históricamente se le atribuye el descubrimiento de la precesión de los equinoccios a Hiparco de Nicea como el primero en dar el valor de la precesión de la Tierra con una aproximación extraordinaria para la época. Las fechas exactas no son conocidas, pero las observaciones astronómicas atribuidas a Hiparco por Claudio Ptolomeo datan del 147 al 127 a. C. Algunos historiadores sostienen que este fenómeno ya era conocido, al menos en parte, por el astrónomo babilonio Cidenas, que había advertido este desplazamiento ya en el año 340 a. C. La rotación de la Tierra causa un ensanchamiento ecuatorial, y un achatamiento polar de unos 21 km aproximadamente. Además el eje de rotación de la Tierra está inclinado 23º 26’ con respecto a la perpendicular a la eclíptica, el plano que contiene la órbita solar de la Tierra. Por tanto, una mitad del ensanchamiento ecuatorial se sitúa sobre el plano de la eclíptica y la otra mitad debajo. Durante los equinoccios, los ensanchamientos de cada lado de la eclíptica están a la misma distancia del Sol y este no produce momento de fuerza. En cambio, todo el resto del tiempo, y sobre todo en los solsticios, el ensanchamiento de uno de los lados de la eclíptica no se encuentra a la misma distancia que el ensanchamiento del otro lado, y se produce un momento de fuerza creado por el Sol, que tiende a llevar el exceso de masa presente en el ecuador hasta el plano de la eclíptica y provoca el movimiento de precesión de la Tierra. Si no existiese el achatamiento y la Tierra fuese esférica, la atracción del Sol no produciría un momento de fuerza sobre la Tierra y no habría modificación de la dirección del eje terrestre. Durante unos pocos meses o años el eje terrestre se dirige hacia prácticamente el mismo punto sobre la esfera celeste, debido a la conservación del momento angular de la Tierra.

El cambio en la dirección del eje de rotación de la Tierra provoca una variación del plano del ecuador y, por tanto, de la línea de corte de dicho plano con la eclíptica. Esta línea señala en la esfera celeste la dirección del punto Aries, que retrograda sobre la eclíptica, fenómeno denominado precesión de los equinoccios. Las consecuencias de este fenómeno son que el polo norte celeste se mueve en relación a las estrellas, estando ahora próximo a la Estrella Polar (alfa de la Osa Menor). Además, el primer punto de Aries, intersección del ecuador con la eclíptica, retrograda sobre el ecuador en el mismo período. A principios de la Era cristiana el Sol se proyectaba al comienzo de la primavera en la constelación de Aries. Actualmente, 2000 años después, ha girado un ángulo = 50,2511 × 2000 = 27,92°, proyectándose en Piscis. Además la precesión cambia la declinación y ascensión recta de cualquier estrella. Con el transcurso del tiempo el cielo nocturno va cambiando radicalmente. Tomemos como ejemplo las constelaciones de Scorpius y Orión, cuyas ascensiones rectas son 17 horas y 5 horas respectivamente. En el hemisferio norte, Scorpius es una constelación de verano y Orión lo es de invierno. Dentro de unos 12.000 años ambas constelaciones intercambiarán su relación con las estaciones: Scorpius será invernal, y Orión, estival. Para entonces sus ascensiones rectas valdrán 5 horas y 17 horas respectivamente. En astronomía y en astrología, Era Astrológica es un periodo de tiempo que se corresponde con el desplazamiento en 30 grados de arco del eje terrestre debido al fenómeno de la precesión de los equinoccios, equivalentes a un mes del año platónico o ciclo equinoccial, es decir el período que tarda la precesión de la Tierra en dar una vuelta completa de 360° lo que ocurre en aproximadamente 25.776 años. En otras palabras, es el período de tiempo durante el cual, el punto vernal cruza por una de las 12 constelaciones del zodiaco. Debido a la precesión de los equinoccios, el Sol se mueve hacia atrás a través de los doce signos del zodiaco a la velocidad aproximada de un grado de espacio cada 71.6 años, y a través de cada signo, 30 grados de espacio, en unos 2148 años, y en torno de todo el círculo o ciclo equinoccial en unos 25.776 años.  La precesión de los equinoccios es debida a que la Tierra no gira sobre un eje estacionario. Su eje posee un movimiento lento y oscilante, similar al de un trompo o peonza que ha perdido parte de la fuerza con que fue lanzado, describiendo así un círculo en el espacio. Debido a este movimiento oscilante, el Sol no cruza el Ecuador (punto vernal) por el mismo sitio todos los años, sino un poco más atrás, y de ahí el término de “precesión de los equinoccios“, porque el equinoccio “precede“. Así, por ejemplo, la estrella polar septentrional es actualmente alfa Ursae Minoris (la cual conocemos como Polaris). Pero los cálculos por medio de ordenador nos permiten afirmar sin temor a equivocarnos que en el 3000 a. C. Alfa Draconis ocupaba la posición polar; en tiempos de los griegos la estrella polar septentrional era beta Ursae Minoris; y en el 14.000 de la era cristiana será Vega.

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De todas las muestras y restos que sobrevivieron de esa misteriosa edad en que convivieron el hombre y gigantes, que es mencionado por el Códice Vaticano y con registros del mismo Calendario Azteca, el más impactante es el de la misteriosa civilización de Tiahuanaco, situada en otra altiplanicie fabulosa a 4.000 metros de altura, en América del Sur. Cada versión de cada leyenda de los Andes apunta al lago Titicaca cuando habla del Comienzo, el lugar donde el gran dios Viracocha realizó sus hazañas creadoras, donde la humanidad reapareció después del Diluvio, donde a los antepasados de los incas se les concedió la varita mágica de oro con la que fundarían la civilización andina. Si esto fuera ficción, no vendría apoyado por los hechos; pues a orillas del lago Titicaca se encuentra la primera y más grande de las ciudades que en todas las Américas se hubieran levantado. En Tiahuanaco volvemos a encontrar el recuerdo del hombre blanco. Cuando los incas conquistaron esta región del lago Titicaca, Tiahuanaco era ya el campo de ruinas gigantescas,  inexplicables,  que  nosotros  conocemos. Cuando llega allí Pizarro, en 1532, los indios dan a los conquistadores el nombre de Viracochas: señores blancos. Su tradición, más o menos ya perdida, habla de una raza de señores desaparecida, de hombres gigantescos y blancos, venidos de lejos, surgidos de los espacios, de una raza de Hijos del Sol. Reinaba y enseñaba allí, hace milenios. Desapareció de golpe, pero volverá. En todos los lugares de la América del Sur, los europeos que iban en busca de oro conocieron esta tradición del hombre blanco y se aprovecharon de ella. Sus deseos de conquista fueron auxiliados por el más grande y misterioso recuerdo. Hans Schindler Bellamy, que investigó las obras del cosmólogo nazi Hans Hoerbiger, descubre, en los Andes, a cuatro mil metros de altura, restos de sedimentos marinos que se extienden sobre setecientos kilómetros. Las aguas de fines del terciario subían hasta allí, y Tiahuanaco, cerca del lago Titicaca, sería uno de los centros de civilización de aquel período. Las ruinas de Tiahuanaco dan testimonio de una civilización cientos de veces milenaria y que no se asemeja en nada a las civilizaciones posteriores.

Según los partidarios de Horbiger, son visibles las huellas de gigantes, así como sus inexplicables monumentos. Se encuentra allí, por ejemplo, una piedra de nueve toneladas, con seis hendiduras de tres metros de altura que son incomprensibles para los arquitectos, como si su papel hubiese sido olvidado desde entonces por todos los constructores de la Historia. Hay pórticos de tres metros de altura por cuatro de anchura, que aparecen tallados en una sola piedra, con puertas, falsas ventanas y esculturas esculpidas con cincel, pesando todo el conjunto diez toneladas. Hay lienzos de pared de sesenta toneladas, sostenidos por bloques de piedra arenisca de cien toneladas, hundidos como cuñas en el suelo. Entre estas ruinas fabulosas, se elevan estatuas gigantescas, una sola de las cuales ha sido bajada de allí y colocada en el jardín del museo de La Paz. Tiene ocho metros de altura y pesa veinte toneladas. Todo invita a los horbigerianos a ver en es­tas estatuas retratos de gigantes realizados por ellos mismos. Hay una plegaria Inca dirigida a Viracocha, que fue traducida por Alonso de Molina, hombre de Pizarro, y que dice: “¡ Oh, Creador! ¡Omnipresente Viracocha! Tú que diste vida y coraje a los hombres, diciendo, <<sea esto un hombre>>. Y a la mujer, diciendo, <<sea esto una mujer>> ¡Tú que los hiciste y les diste el ser! Vela por ellos, que puedan vivir con salud y en paz. ¡Otórgales larga vida, oh Creador!”.  La cordillera andina reúne gran cantidad de misteriosas construcciones, entre ellas, Machu-Pichu, Marcahuasi, Nazca, etc. Vamos a tratar de los misterios de una enigmática ciudad, la ciudad de Tiahuanaco, cuya historia va, inevitablemente unida a un lago, el lago Titicaca. Comencemos pues por este lago que se encuentra a unos 3750 m sobre el nivel del mar, atravesado por la frontera entre Perú y Bolivia, que ocupa un área de 8256 Km2 y mide 220 Km de longitud y unos 112 Km de ancho. Su profundidad alcanza en algunos puntos los 300 metros. Esta región, situada actualmente a una elevada altura, está sembrada de millones de conchas marinas fosilizadas lo que supone que en un pasado remoto la región fue elevada desde el nivel del mar. Según los expertos este fenómeno se produjo hace unos 100 millones de años. Pese a esto, el lago Titicaca ha conservado, hasta el presente, muchos tipos de peces y crustáceos oceánicos, lo que confirma que este lago se formo al quedar estancada el agua marina tras la elevación de los Andes. Desde que este lago se formó, parece haber sufrido diversos cambios y hoy en día se pueden observar distintas líneas de costa, en algunos puntos esa línea de costa antigua esta a 90 metros más arriba que la actual mientras que en otros puntos, esa misma línea, está a 82 metros más abajo, lo que quiere decir que dicha línea de costa no está nivelada, es decir, que el lago ha cambiado su forma quien sabe cuántas veces a lo largo de los millones de años.

Los geólogos han determinado que el Altiplano se sigue elevando pero no de forma regular, sino desequilibrada. Los cambios experimentados en el lago Titicaca tendrían más que ver con los cambios geológicos propios del lugar que con las variaciones del volumen de agua. Es por ello que es más difícil de explicar la evidencia irrefutable de que la ciudad de Tiahuanaco fue antiguamente un puerto que estaba provisto de grandes diques y situado en las orillas del lago Titicaca. Las ruinas de esta ciudad se hallan actualmente a unos 20 Km. al sur del lago y a una altura de más de 30 metros de la presente línea costera, por lo que se deduce que en el periodo a partir del cual fue construida la ciudad debió de ocurrir uno de estos dos fenómenos: o bien el nivel del agua descendió de forma muy notable o bien el terreno se elevo igualmente de forma muy notable. El arqueólogo Arthur Posnansky, de la Universidad de la Paz, nos ofrece una respetable teoría con respecto al origen de Tiahuanaco, que más tarde explicaremos. La ciudad de Tiahuanaco se encuentra en Bolivia, a unos 4.000 m sobre el nivel del mar.  El propio nombre de Tiahuanaco, en lengua quechua, es ya de por si enigmático. Luis E. Valcárcel, en Etnohistoria del Perú (Lima, 1959) nos aclara que Ti  significa “reunión o conjunto”; hua es “la tierra”; na significa ”donde se hace” y co quiere decir “agua”. Por tanto, reuniendo el sentido del nombre tendremos que Tiahuanaco viene a querer decir algo así como <<el lugar donde se forma (o hace) la tierra y el agua>>. Sin embargo, no todos los investigadores coinciden con este autor y otros significados que se le dan a este nombre son: “Ciudad eterna”; “Hijos del Tiki o del Jaguar”; “Ciudad del agua” o “Pueblo de los Hijos del Sol”. A Tiahuanaco también se le denomina Chuquiyutu. Según otros autores, Tiahuanaco podría derivar de “tiwanaka”, que significa “esto es de Dios”. En esta ciudad en ruinas podemos encontrar gigantescos monolitos, gruesas piedras labradas y grandes figuras de arenisca rojiza y de andesita. Tiahuanaco es un paraje de leyendas, de felinos y cóndores, de hombres-pájaro, de llamas sagradas, de templos solares… Todo el conjunto arqueológico de Tiahuanaco cubre una zona de unos 450.000 metros cuadrados. Se encuentra en la meseta alta de Collao y se trata de un paraje ondulado, de tierra rojiza y helada. Apenas existe vegetación. Este árido paraje no es el más adecuado para el florecimiento de grandes culturas del pasado, pero todo hace suponer que no siempre fue así, ni que la cordillera tuvo siempre la altura de ahora.

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Y ahí puede radicar parte del enigma de Tiahuanaco, que debió surgir en tiempos en que la climatología fuese más benigna. Las ruinas que pueblan el paraje, por supuesto, nada dicen. Son los arqueólogos los que interpretan los signos de acuerdo con lo que pretenden ver allí. Sabemos que en Tiahuanaco existieron templos piramidales. La arquitectura piramidal era abundante. Había cuatro pirámides  junto al Palacio de los Sarcófagos, pero de ella apenas si quedan nada y su recuerdo permanece gracias a los cronistas de la conquista, como el caso la pirámide de Akapana. Hay quien supone que Tiahuanaco debió de ser una gran ciudad religiosa, semejante a Teotihuacan, que floreció en México. Incluso podríamos relacionarlas por sus nombres, aunque los filólogos han descartado esta posibilidad. Se sabe que Tiahuanaco fue concebido por individuos que sabían mucho de astronomía y que conocían perfectamente el eje geográfico de la Tierra, como lo demuestran los ejes que parten de la pirámide de Akapana, cuyas dimensiones debieron ser de más de doscientos metros de lado por solo veinticinco de altura. Por lo que sabemos, Tiahuanaco también fue la sede de un colegio de cirujanos que llevaban a cabo operaciones en el cerebro con cuchillos de bronce. También hubo astrónomos que estudiaban las estrellas con el equivalente de modernos telescopios: reflectores y lentes. En el Templo de Kalasasaya, los primeros conquistadores españoles que llegaron quedaron atónitos y no falto quien dijese que tal obra era una de las maravillas del mundo. El templo se alza al noreste de la pirámide de Akapana. El nombre aymará significa “piedras erguidas” y en uno de sus ángulos se alza todavía la famosa Puerta del Sol, que se ha desplomado varias veces, debido a los corrimientos de tierra, pero que ha vuelto a ser levantada.  Las “piedras erguidas” no son menhires, sino los restos de pilares que solo reflejan pálidamente lo que debió ser el templo. Volvamos ahora al momento en que el propio pueblo Inca llega a la región. L. Pauwels y J. Bergier se refirieron a este lugar en su libro “El retorno de los brujos”, en el se decía así: <<Cuando los incas conquistaron esta región del lago Titicaca, Tiahuanaco era ya el campo de ruinas gigantescas, inexplicables, que nosotros conocemos>>. <<Pregunte a los nativos si esos edificios se habían construido en la época de los incas – escribió el cronista Pedro Cieza de León – . Se echaron a reír ante mi pregunta, afirmando que habían sido construidos mucho antes del reinado inca y que…según los relatos transmitidos por sus antepasados, todo cuanto se veía allí había aparecido súbitamente de la noche a la mañana…>>. Los libros de Historia nos dicen que cuando los españoles, al mando de Diego Almagro, llegaron al lago Titicaca en 1535, quedaron maravillados al ver las ruinas de Tiahuanaco y los restos de las estructuras megalíticas, algunos de cuyos bloques pétreos pesaban mas de cien toneladas. Estos primeros viajeros quedaron impresionados ante el gigantesco tamaño de los edificios y la atmósfera de misterio que los rodeaba.

Fue en aquel momento cuando nació la historia arqueológica de Tiahuanaco. Diego Almagro y sus tropas buscaban oro y les importaban poco las piedras labradas. Como ya sabemos, los conquistadores españoles son recibidos como Viracochas, señores blancos, en recuerdo de antiguas tradiciones incas sobre una raza desaparecida de Hijos del Sol, surgidos del cielo y que, tras su repentina marcha prometieron volver. El cronista de los conquistadores españoles, Pedro Cieza de León (1518-1560), en su obra “Crónicas del Perú” afirma lo que le contaron sus guías aymaras de que “Tiahuanaco se edifico antes del diluvio, en una sola noche, por gigantes desconocidos. Los gigantes vivieron aquí en soberbios palacios. Pero por no hacer caso a una profecía de los adoradores del Sol, fueron devorados por sus rayos y sus palacios se vieron reducidos a ruinas”. También existe una leyenda inca en la que se cuenta que Tiahuanaco fue construida en una sola noche por el Noé de la región, un pastor que sobrevivió al diluvio. Otra leyenda asegura que Tiahuanaco fue construida por gigantes, titanes o por “criaturas llegadas del cielo”. Otro visitante español del mismo periodo narro una tradición según la cual las piedras habían sido alzadas de forma misteriosa del suelo: <<fueron transportadas por el aire a los sonidos de una trompeta>>. También Garcilaso de la Vega escribió una detallada descripción del lugar, maravillándose y preguntándose cómo y quiénes pudieron llevar a cabo aquella colosal empresa. Hoy en día no es posible encontrar ninguna de las estatuas de figuras humanas que existían en el siglo XVI. Sólo tenemos fragmentos y piezas y las palabras de viejos misioneros que visitaron la ciudad de los muertos en compañía de los nativos. “Había muchas delicadas estatuas de hombres y mujeres, tan reales que parecían vivientes. Algunas sostenían copas y parecían estar en posición de beber… En mil posturas naturales, las estatuas aparecían de pie o reclinadas”. El viejo misionero manifestó una gran curiosidad porque muchas de las figuras aparecían representadas con barba, una  posible relación con los dioses sumerios. Tras el saqueo impresionante llevado a cabo sobre las ruinas de Tiahuanaco podemos observar hoy en día, y en colecciones particulares, objetos maravillosos: estatuas de oro macizo, que pesan de dos a tres kilos, tazas, platos, vasos, cucharas de oro. Ello nos da a entender que los antiquísimos habitantes de la “ciudad de Viracocha” conocían los objetos que hoy utilizamos en nuestras mesas y que aparecieron por primera vez en Europa hacia finales del siglo XVI, cuando en América los vemos entre los aztecas, incas y otros pueblos más antiguos.

Si debemos la escasa información de Tiahuanaco a alguna persona, es sin duda al arqueólogo austriaco Arthur Posnansky (1873-1946). Este arqueólogo ha dedicado gran parte de su vida al estudio de esta ciudad, y la pregunta que él se hizo y que nos hacemos nosotros es: ¿cuándo fue construida Tiahuanaco? Las tesis oficiales históricas nos dicen que las ruinas no son mucho más antiguas que el año 500 d. C. Pero, basándonos en los cálculos matemáticos y astronómicos del profesor Arthur Posnansky, de la Universidad de la Paz, y el profesor Rolf Müller llegamos a unas fechas que sí que podrían explicar mejor los cambios producidos en la región. Estos investigadores sitúan la fase principal de la construcción de Tiahuanaco en el año 15.000 a. C. Tras la construcción de esta ciudad sobrevinieron una serie de cambios geológicos, con fechas marcadas en torno al 11.000 a.C. que comenzaron a separar cada vez más la ciudad de la costa del lago. Arthur Posnansky, en “Tiahuanaco, la cuna del hombre americano”, cree que la ultima civilización de Tiahuanaco apareció hacia el 14.000 a. C. y que en algún lejano momento se produjo un fenómeno geológico de proporciones dantescas que fraccionó la cordillera de los Andes. Posteriormente se produjo una elevación de la región del lago Titicaca hace más de diez mil años, tras un hundimiento de amplias regiones de tierra, como Mu y la Atlántida. Según Posnansky el terrible cataclismo que ocurrió en aquella región durante el undécimo milenio a. C. fue causado por unos movimientos sísmicos que hicieron que se desbordaran las aguas del lago Titicaca y provocaron erupciones volcánicas. Asimismo es posible que ocurriera un aumento temporal del nivel del lago debido al desborde de otros lagos que se hallaban más al norte y a una mayor altitud. Entre las pruebas presentadas por Posnansky de que el agente destructor de Tiahuanaco había sido una inundación, cabe citar el hallazgo de flora lacustre mezclada en el aluvión con los esqueletos de seres humanos que habían perecido en el cataclismo, así como el hallazgo de varios esqueletos de unos peces también hallados en el mismo aluvión. Además, se habían hallado unos fragmentos humanos y esqueletos de animales que yacían en caótico desorden entre piedras, utensilios, herramientas e infinidad de objetos. Fue realmente una terrible catástrofe la que asolo Tiahuanaco. Y si Posnansky está en lo cierto, se produjo hace mas de 12.000 años, lo que es una curiosa coincidencia con los datos que aporta Platón sobre el hundimiento de la Atlántida. A partir de entonces, aunque la inundación remitió, “la cultura del Altiplano no volvió a alcanzar un elevado nivel de desarrollo, sino que cayó en una absoluta y definitiva decadencia”.

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Los terremotos que habían hecho que el lago Titicaca inundara Tiahuanaco fueron solo los primeros de una serie de desastres que acaecieron en esa zona. Aunque en un principio estos hicieron que las aguas del lago se desbordaran, al cabo de cierto tiempo provocaron el efecto contrario, reduciendo de forma progresiva la profundidad y el área de superficie del Titicaca. A medida que pasaban los años, el nivel del lago continuó descendiendo aislando así a la gran ciudad, alejándola de las aguas que antaño habían desempeñado un papel decisivo en su vida económica. Al mismo tiempo existen pruebas que el clima de la zona de Tiahuanaco se volvió más frío y desfavorable para el cultivo de unas cosechas que con anterioridad se habían desarrollado sin problema. Podemos decir que un periodo de calma siguió al momento crítico de los disturbios sísmicos pero luego, el clima empeoró y se hizo inclemente. Como consecuencia de ello, se produjeron unas emigraciones masivas de gentes de los Andes hacia emplazamientos más favorables. Los habitantes de Tiahuanaco, integrantes de una civilización muy avanzada y recordados en las tradiciones locales como “los viracochas”, tuvieron que luchar para sobrevivir. En todo el Altiplano se hallaron curiosas pruebas que indican que habían llevado a cabo experimentos agrícolas de carácter científico, con gran ingenio y dedicación, para tratar de compensar el deterioro climático, así por ejemplo, lograron eliminar la toxicidad de determinadas especies vegetales para que fueran comestibles. También diseñaron unos campos de cultivo con determinadas características que superaban las técnicas agrícolas modernas. Durante los últimos años, agrónomos y arqueólogos han reconstruido estos campos elevados y los sembrados experimentales en ellos han proporcionado unas cosechas muy superiores a los sembrados normalmente. Asimismo, los cultivos de las zonas experimentales soportaron casi sin perdidas las bajas temperaturas y extrema sequía que se dio en el lugar. Estas técnicas ancestrales llamaron la atención de las autoridades bolivianas y de otros organismos internacionales que las han aplicado en otros lugares del mundo. Todo esto se asemeja significativamente con lo que hicieron los dioses de Sumer. Según hemos visto, el profesor Posnansky nos dice que Tiahuanaco fue una ciudad portuaria muy activa en el 15.000 a.C., y que continuó siéndolo durante otros 5.000 años. Durante esa época, el muelle principal de la ciudad se hallaba situado en un lugar llamado actualmente Puma Punku, “la puerta del puma”. Cuando Posnansky llevó a cabo sus excavaciones observó que uno de los bloques de piedra que fueron empleados en la construcción del muelle se encontraba todavía en el yacimiento y pesaba aproximadamente 440 toneladas y había muchos otros bloques, los cuales pesaban entre 100 y 150 toneladas.

Otro dato curioso es que en estos bloques aparecen representaciones de la cruz profundamente gravada en la dura piedra gris. Incluso según la cronología histórica ortodoxa esas cruces tenían una antigüedad de no menos de 1500 años. Dicho de otro modo, habían sido esculpidas en este lugar por unas personas que desconocían el cristianismo, un milenio antes de la llegada de los primeros misioneros españoles al Altiplano. Pero, ¿de dónde habían obtenido sus cruces? Seguramente, no de la cruz de Cristo, sino de alguna fuente mucho más antigua. De hecho los antiguos egipcios habían utilizado un jeroglífico semejante a una cruz para simbolizar la vida. Nos encontramos con que en Tiahuanaco se empleaba como elemento decorativo la esvástica, grabada sobre la piedra de construcción, al igual que en el valle del Indo. También se empleaba en la cerámica de Tiahuanaco. Y esto nos vuelve a relacionar con los antiguos dioses sumerios. El Centro de Investigaciones Arqueológicas de Tiahuanaco ha determinado, tras las excavaciones efectuadas en la región, que, como mínimo, se encuentran superpuestas unas cinco civilizaciones diferentes cuya antigüedad no ha podido ser determinada.  La arqueóloga Simone Waisbard escribe en su libro de 1975, “Tiahuanaco, diez mil años de enigmas incas” las siguientes palabras: “Cinco ciudades yacen enterradas, superpuestas o mezcladas con esqueletos de toxodontes, de mamíferos ungulados de una edad al parecer antediluviana…”. En 1956, el submarinista norteamericano William Mardoff efectuó inmersiones en el lago Titicaca, cerca de la desembocadura del río Escoña, y encontró los restos de una supuesta ciudad sumergida que podría tratarse de la legendaria Chiopata, o ciudad de los dioses de la que hablan las crónicas antiguas. Otros investigadores, como Ramón Avellaneda, también se sumergieron en la región obteniendo filmaciones de esas ruinas submarinas de una antigua ciudad. Ante estos descubrimientos, el propio Jacques I. Cousteau se trasladó a la región, en 1968 para efectuar una serie de inmersiones, pero su informe no reveló nada nuevo a lo dicho anteriormente. Más recientemente, la denominada Expedición Atahualpa 2000, descubrió también diversas formaciones arquitectónicas bajo las aguas del lago Titicaca. En concreto se trataba de un templete de unos 250 metros de largo por 50 metros de ancho y que se encuentra a 20 metros de profundidad, un muro de contención, una figura y una especie de terraza.

Todo  parece indicar que la cultura Tiahuanaco permaneció en el lugar durante mucho tiempo y que no fue construida como relatan las leyendas en una sola noche por los titanes. Cinco civilizaciones se superponen en la zona, como ya hemos visto y puede que sea alguna más. Los miles de años que éstas representan no es fácil de calcular y más difícil aún resulta precisar las gentes que vivieron allí, como, cuando o de dónde procedían. Quienes construyeron los monolitos de Tiahuanaco, aunque suponemos que fueron en distintas épocas, tenían un conocimiento geométrico y astronómico que en nada tenía que envidiar a los nuestros actuales, ya que resolvían problemas que a nosotros nos han costado siglos de esfuerzos. Sabemos  que con las piedras de Tiahuanaco se ha construido parte del tendido férreo de La Paz. Bloques magníficamente labrados han servido de cimientos a numerosas construcciones y de ornamentación de las viviendas de los ricos propietarios. El tendido de  la vía férrea de Guaqui sirvió para causar más destrozos en las ruinas de Tiahuanaco. Los barrenos volaron en fragmentos el palacio de Putuni, el complejo de Kalasasaya y las estatuas, todo lo cual, convertido en cascajos, sirvió para extender calzadas, puentes o campamentos. Según diversos autores, los primeros pobladores de Tiahuanaco, cuando la cordillera andina todavía no existía, debieron ser los habitantes de la Madre Tierra o el país de Mu, cuyos exploradores, los naacals, extendieron la religión del Sol por todo el mundo, llegando incluso al valle del Indo, al Daccan, Birmania, Mesopotamia y Egipto, y cuyas huellas aun pueden ser encontradas en el Tíbet. Tras el hundimiento de Mu, en un cataclismo apocalíptico, ocurrieron toda clase de catástrofes sísmicas y volcánicas que fueron configurando la cordillera andina, casi como la conocemos en la actualidad. Los escasos supervivientes vivieron refugiados en grutas, cuevas o valles hasta que alguien, Viracocha, hizo aparecer de nuevo el Sol y esto lo podríamos entender como el final de un periodo glaciar. Simone Waisbard, en “Tiahuanaco, diez mil años de enigmas incas” nos dice: “Es casi cierto que el subsuelo de Tiahuanaco por una parte y el de Cuzco por otra, están perforados por misteriosos túneles empedrados. Los indios de Tiahuanaco dicen que los túneles están a un metro bajo la tierra y a veces incluso a cuatro por lo menos” También se cuentan historias de un cura que se extravió y cayó en uno de estos túneles, recorrió su interior y finalmente salió a una playa del lago Titicaca. Fernando Montesinos, en su libro de 1638 “Memorias antiguas, historiales, políticas de Perú”, escribió: “Tiahuanaco y Cuzco están unidas por un gigantesco camino subterráneo. Los incas desconocen quien lo construyó. Tampoco saben nada sobre los habitantes de Tiahuanaco. En su opinión, fue construida por un pueblo muy antiguo que posteriormente se retiró hacia el interior de la selva amazónica”.

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Una de las versiones de la famosa tradición sobre Viracocha nos habla de Thunupa. Esta versión proviene de la zona que rodea al lago Titicaca y que se llama el Collao. En ella se nos narra que Thunupa apareció en el Altiplano en tiempos remotos, procedente del norte y que vino acompañado por cinco discípulos de ojos azules y barba. Después de instruir a la población en diversos campos y recorrer grandes distancias a través de los Andes fue atacado y herido gravemente por un grupo de conspiradores envidiosos. Esta historia, en su desarrollo más detallado, nos ofrece grandes paralelismos con la historia de Osiris y su muerte. De hecho, Osiris en Egipto y Thunupa-Viracocha en Sudamérica presentan los siguientes puntos en común: ambos eran grandes civilizadores, ambos fueron víctimas de una conspiración, ambos resultaron malheridos, los cuerpos de ambos fueron depositados en un receptáculo, ambos fueron arrojados al agua, ambos se deslizaron por un río y ambos alcanzaron el mar. Los paralelismos entre esta región y el antiguo Egipto están aun presentes. En la isla de Suriqui, en el lago Titicaca, se siguen construyendo actualmente unos botes de juncos de totora que son casi idénticos, tanto en el método de construcción como en el aspecto que ofrecen una vez terminados, a los barcas de los faraones hechas con cañas de papiro. Los lugareños afirman que quienes les transmitió la forma de hacer esos barcos fue el “pueblo de Viracocha”. Entre los monumentos que podemos admirar en Tiahuanaco destacan los restos de la pirámide de Akapana, la Puerta del Sol, dentro del gran complejo del Templo de Kalasasaya, el templete del Gran Ídolo, y los palacios de Putuni, Laka-Kollu y Kheri-Kala.  Observamos piedras de arenisca y basalto cuyos yacimientos no se encuentran en las inmediaciones, y que sugieren un difícil y sobrehumano transporte, tal vez desde kilómetros de distancia. En la zona central de lo que constituyen las ruinas de Tiahuanaco encontramos dos conjuntos arquitectónicas conjuntos, uno es el Templo enterrado y el otro es el complejo denominado Kalasasaya, dentro del cual se encuentra la Puerta del Sol. El Templo enterrado consiste en un hoyo de grandes dimensiones, rectangular, excavado a unos 2 metros de la superficie. El fondo mide unos 12 metros de largo por 10 metros de ancho, y está formado por grava dura y lisa. Sus sólidos muros están tallados y ensamblados sin el uso de morteros. Las técnicas de construcción y de unión de bloques de piedra mediante junturas metálicas son similares a las técnicas empleadas en Mesopotamia, en la arquitectura de los palacios asirios, relacionados con la antigua Sumer. Sobre los muros de este recinto también se pueden observar decenas de cabezas de animales esculpidas en piedra.

El Kalasasaya se encuentra al oeste del Templo subterráneo y tiene las dimensiones de un estadio de fútbol. Consta de  una plaza y a un lado de esa plaza se extiende una sala cubierta. Plaza y sala son de una sola pieza tallada en roca.  Kalasasaya significa “lugar de las piedras verticales”.  La mayoría de estudiosos defienden que este recinto era una especie de observatorio celestial y su objetivo habría sido el de fijar los equinoccios y solsticios y establecer, con precisión matemática, las diversas estaciones del año. Según el estudio de diversas alineaciones astronómicas se había podido determinar que, el periodo de construcción del recinto Kalasasaya se remontaba a unos 17.000 años, es decir, en el 15.000 a.C. Arthur Posnansky detallo en su libro, “Tiahuanacu: the Cradle of American Man” los cálculos arqueológicos y astronómicos que lo condujeron a esa increíble datación de las ruinas. Según Posnansky esa cifra es el resultado de la diferencia en la oblicuidad de la eclíptica en el periodo en que fue construido el Kalasasaya y la época actual. No vamos a entrar en la explicación detallada de lo que se entiende por oblicuidad de la eclíptica, tan solo vamos a decir que Posnansky consiguió datar el Kalasasaya al establecer las alineaciones solares de ciertas estructuras clave que ahora aparecían desalineadas. El profesor demostró de forma convincente que la oblicuidad de la eclíptica en la época en que se construyo el Kalasasaya  era 23º 8`48“. Cuando ese ángulo se cálculo sobre el gráfico que elaboro la Conferencia Internacional de Efemérides, se comprobó que correspondía a la fecha del 15.000 a. C. Recordemos que los científicos ortodoxos situaban dicha construcción en torno al año 500 de nuestra era. Tras el posterior estudio que llevaron a cabo importantes científicos sobre los datos suministrados por Posnansky, llegaron a la conclusión de que Posnansky tenía básicamente la razón. De esta manera se admitía que el Kalasasaya había sido construido de forma que concordaba con las observaciones celestes realizadas hacía mucho tiempo, en una época mucho más antigua que el 500 d.C. Según declararon los científicos, la fecha del 15.000 a.C. propuesta por Posnansky se hallaba dentro de los límites de lo posible.  En un elevado pilar de roca roja, dentro del Templo enterrado, se halla tallado un enigmático rostro que muchos investigadores han dicho que se trata de Viracocha. Tiene la frente despejada y los ojos grandes y redondos, nariz recta, una larga e impresionante barba y sus ropas consisten en una túnica larga y vaporosa. A ambos lados de la túnica se aprecia la sinuosa forma de una serpiente que se alzaba del suelo hasta alcanzar el nivel del hombro. Esta figura tallada mide aproximadamente dos metros de altura y estaba orientada hacia el sur, de espaldas a la antigua línea de costa del lago Titicaca.

Dentro del Kalasasaya existen dos gigantescas estatuas, una de ellas denominada El Fraile que mide unos 2 metros de altura y que representa a un ser dotado de unos ojos y labios inmensos que sostiene, en la mano derecha algo semejante a un cuchillo y en la mano izquierda algo parecido a un libro. De cintura para abajo la figura parece ir vestida con una prenda confeccionada con escamas de pez. Todo parece indicar que El Fraile es la representación de un hombre pez imaginario o simbólico. Cierto es que una tradición local antigua se refería a los “dioses del lago, que estaban provistos de colas de pez, llamados Chullua y Umantua”. Esta tradición y esta figura nos recuerdan mucho a los mitos mesopotámicos sobre seres anfibios “dotados de razón” que habían visitado la tierra de Sumer en la remota prehistoria. El jefe de estos seres se llamaba Oannes, el dios pez.  Y era, por encima de todo un civilizador, según nos explica detalladamente el escriba caldeo Beroso. El otro gran ídolo del Kalasasaya consistía en un importante monolito de andesita gris, de considerable grosor y unos dos metros y medio de altura. Su amplia cabeza se erigía sobre sus inmensos hombros, y su rostro, plano como una losa, mostraba una expresión ausente. Al igual que El Fraile, de cintura para abajo llevaba una vestimenta compuesta por escamas y símbolos de pez y también sostenía dos objetos no identificables en las manos. En Tiahuanaco existen dibujos de seres de pies palmípedos, con cuatro dedos y rodeados de discos refulgentes. De hecho, cuenta una leyenda que un barco espacial descendió de los cielos en aquella región. En el barco viajaba una reina de nombre Oryana. Su tarea en la Tierra consistía en convertirse en la madre de la Humanidad. Dio a luz a setenta niños terrestres antes de volverse al cielo. Oryana se distinguía de su prole porque poseía manos con cuatro dedos y sus pies eran como los de los palmípedos. En el ángulo noroeste del Kalasasaya se encuentra la famosa Puerta del Sol, que consiste en un monolito de roca de traquito duro de color gris-verdoso formado por un solo bloque de 3,73 m de alto, 3,84 m de ancho, 0,5 m de espesor, y pesa 12 toneladas. Parece representar una puerta entre ninguna parte y la nada. La obra de sillería representada en la roca es de extraordinaria calidad y las autoridades en la materia coinciden en que “es uno de los prodigios arqueológicos de las Américas”.

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Su rasgo más enigmático es el llamado Friso del Calendario que aparece esculpido en su fachada oriental. En el centro, el friso está presidido por lo que los expertos consideran otra representación de Viracocha, o también lo denominan el “dios-jaguar”, que en este caso representa su terrible faz de rey-dios capaz de invocar el fuego divino y lleva  entre las manos un símbolo del trueno y el rayo. Según Posnansky se trataría de un misterioso instrumento astronómico y, al mismo tiempo, de un calendario del año astronómico venusino. La adopción de tal calendario parece cuando menos misteriosa, ya que el computo del tiempo basado en este planeta presupone cálculos harto complicados. Y mucho más sencillo y racional hubiera sido adoptar el calendario lunar, usado, además, por todos los pueblos. La verdadera razón para la adopción de este calendario venusino aun no es conocida, pero no es descartable que fuera introducido por seres ajenos a la Tierra y cuyo origen fuera Venus. En la tercera columna de la parte derecha se observa la cabeza de un elefante y esto es sorprendente pues no existen elefantes en América, aunque si habían existido en tiempos prehistóricos. Los miembros de una especie llamada Cuvieronius, un proboscidio parecido a un elefante que estaba dotado de colmillos y trompa, de aspecto extraordinariamente similar a los “elefantes” de la Puerta del Sol, habían abundado en la zona meridional de los Andes, hasta su repentina extinción hacia el 10.000 a.C. Entre la  multitud de figuras de animales esculpidas en la Puerta del Sol había también varias especies extintas. Una de ellas había sido identificada por los expertos como perteneciente al género Toxodón, un mamífero anfibio bajo y grueso, dotado de tres dedos, que media casi tres metros de largo y uno y medio de altura, parecido a un cruce entre rinoceronte y un hipopótamo. Al igual que el Cuvieronius, estos mamíferos habían prosperado en Sudamérica en el plioceno tardío, hace 1,6 millones de años, y se habían extinguido a fines del Pleistoceno, hace unos 12.000 años. Estos importante hallazgos vienen a corroborar las pruebas astro-arqueológicas que datan Tiahuanaco hacia finales del Pleistoceno, dejando obsoletos la cronología histórica ortodoxa. Y es que el mamífero del genero Toxodon solo pudo ser copiado de un ejemplar vivo. Por consiguiente, el hecho de que en friso de la Puerta del Sol aparezcan esculpidas nada menos que cuarenta y seis cabezas de toxodontes viene a demostrar, por lo menos, que la cronología oficial tiene que ser de nuevo revisada. La caricatura de este animal, no solo se encuentra en la Puerta del Sol sino que aparece representada en numerosos fragmentos de cerámica de Tiahuanaco. Como dijimos, además del Toxodon, se determinaron otras especies extintas, en concreto, el Chelidoterium, un cuadrúpedo, y el Macrauchenia, animal similar al caballo moderno dotado de unas características patas con tres dedos.

En la costa peruana se encuentran algunas localidades que indudablemente tuvieron la influencia directa de Tiahuanaco. Y en ellas, en 1920, el profesor Julio Tello descubrió jarrones en los que había llamas pintadas, pero estas no tenían la pezuña partida en dos como se conocen en la actualidad, sino que tenían cinco dedos. Y la ciencia sabe que realmente esas llamas de cinco dedos existieron en aquella región, así como caballos y bovinos de igual característica, pero ello en una remota prehistoria. Julio Tello, para más demostración, también descubrió enterrados esqueletos de estas llamas de cinco dedos. Pero algo súbito ocurrió en aquella región y todo quedo detenido en un segundo eterno. De hecho, la Puerta del Sol no se había completado. Ciertos aspectos inacabados del friso indican la posibilidad de que hubiera sucedido algo trágico e inesperado que habría obligado al escultor, según Posnansky, a “soltar su cincel para siempre en el momento que se disponía a dar los últimos toques a su obra”. En dos paredes que indican el camino hacia la Puerta del Sol sobresalen de las mismas una serie de caras esculpidas. Según cuentan las leyendas, Viracocha, habría esculpido y dibujado en una gran piedra todas las naciones que se proponía crear. Las caras esculpidas en estas paredes no eran realmente indias, ni eran todas iguales, como habría sido normal en una hilera de esculturas ornamentales. En realidad, no habían dos que se pareciesen. Allan y Sally Landsburg en su libro “En busca de antiguos misterios” opinan que: “las caras que se hallaban próximas a la Puerta del Sol parecían copiadas  del natural. Había frentes altas y bajas, anchas y estrechas. Ojos saltones, ojos rasgados, ojos hundidos, ojos oblicuos. Pómulos salientes y pómulos hundidos, etc…”. Muy bien este conjunto de esculturas pudieron ser, tal y como nos cuenta las antiguas fábulas incas : “ todas las naciones que Viracocha se proponía crear”. Podemos entender también que, estas esculturas representaran los tipos humanos existentes en el mundo en aquellos momentos. En todo caso, esta idea nos da a entender que, el escultor tenia conocimientos amplios sobre esos tipos humanos y ello presupone unas comunicaciones a nivel mundial. En Tiahuanaco hay una colina artificial de unos 15 metros de alto que es conocida como la pirámide Akapana y que está perfectamente orientada hacia los puntos cardinales  y mide unos 210 metros en cada lado.

Esta pirámide fue utilizada a modo de cantera por los constructores de La Paz y ahora tan solo quedan un 10 % de sus bloques originales. En sus entrañas, los arqueólogos han descubierto una compleja red de canales de piedra zigzagueantes, que estaban revestidos de hermosos sillares. Es evidente que la función de este complejo hidráulico era eminentemente práctica. Otro posible legado de “los viracochas” reside en la lengua que hablaban los indios aymaras locales, una lengua que algunos especialistas consideran la más antigua del mundo. En la década de 1980, Ivan Guzman de Rojas, un científico boliviano especializado en informática, demostró de modo casual que la lengua aymara no solo era muy antigua, sino que se trataba de un “invento”, que había sido creada de forma intencionada y muy hábil. Uno de sus rasgos más interesantes es el carácter artificial de su sintaxis, rígidamente estructurada y poco ambigua, hasta el extremo de resultar inconcebible en una lengua “orgánica” normal. Esta estructura sintética significa que el aymara podía transformarse sin dificultad en un algoritmo informático destinado a ser utilizado para traducir de un idioma a otro. Cuando el etnólogo estadounidense L. Taylor-Hansen visito una tribu de pieles rojas apaches asentados en Arizona, descubrió unos datos muy interesantes.  El etnólogo mostró a sus huéspedes una fotografías de pinturas egipcias y en una de ellas, los apaches reconocieron a una de sus divinidades y a la que dedicaban sus bailes folklóricos. Se trataba del “Señor de la Llama y de la Luz”, y lo más sorprendente es que aquel dios vivía en el recuerdo de estos indios con su mismo nombre egipcio, Ammón Ra. Aquello no era más que el principio de una serie de revelaciones a las que hicieron de puente dos números sagrados, el 8 y el 13, los que constituyen precisamente la base del calendario venusino. La relación que indica las revoluciones efectuadas durante el mismo periodo por la Tierra y Venus en torno al Sol se expresa como 8:13, es decir, que la Tierra lleva a cabo 8, mientras que Venus cumple 13.

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Cuando Taylor Hansen, en su conversación con los indios, hizo referencia a Tiahuanaco, los apaches identificaron con aquella localidad un centro de su legendario imperio del pasado, describiendo, sin haberla visto nunca, la estatua del “blanco barbudo”:  << El dios empuña dos espadas en posición vertical, lo que significa “amistad hasta cierto límite”. Las espadas forman ángulo recto con los antebrazos, y con la cabeza un tridente, que es nuestra señal secreta de reconocimiento. Allá donde se alza la estatua, es el lugar de nuestro origen>>. Según el profesor Homet:  “Los atlantes eran de raza blanca. Todavía hoy sus escasos descendientes puros son blancos: son los uros del Titicaca, que viven allá donde floreciera la civilización de Tiahuanaco”. El doctor Vernau, que ha estudiado a los patagones del Río Negro argentino, llega a siguiente conclusión : “Son blancos los indios del Brasil central, del Estado de Minas Gerais, los famosos hombres de Lagoa Santa”. Muchas preguntas podrían surgir de esta región y pocas son aun las respuestas, por ello se hace necesario continuar las investigaciones sobre el pasado, pero no con visiones cerradas y dogmáticas sino con mentes abiertas que tengan en cuenta todos los hechos aportados por la arqueología, astronomía o cualquier otra ciencia, porque bien es cierto que no son solo los científicos los encargados de hacer ciencia y no sólo es válido el método científico para obtener conocimientos. Se hace necesaria una nueva generación de científicos que vuelvan a reescribir la historia. Comenzándola desde mucho, muchísimo más atrás en el tiempo, que prescindan de los dogmas impuestos y que sean guiados siempre por la razón y por los hechos, por la investigación moderna y por los relatos antiguos. Para ello nada mejor que la siguiente reflexión de  Sir Frederic Sodd, premio Nobel de Física en 1921: <<No hay nada que pueda impedirnos creer que alguna razas hoy desaparecidas hubieran alcanzado, no solo nuestros conocimientos, sino también poderes que no poseemos todavía…>>.

Volviendo a los temas astronómicos, es importante señalar que se producen cuatro momentos astronómicos cruciales al año, los cuales marcan el inicio oficial de cada una de las cuatro estaciones. Estos momentos, o puntos cardinales, que revestían una inmensa importancia para los antiguos, son los solsticios de invierno y verano y los equinoccios de primavera y otoño. En el hemisferio boreal el solsticio de invierno, el día más corto, recae en el 21 de diciembre, y el solsticio de verano, el día más largo, en el 21 de junio. En el hemisferio austral, por otro lado, todo está literalmente boca abajo, ya que el invierno comienza el 21 de junio y el verano el 21 de diciembre. Los equinoccios constituyen dos puntos en el año en los que la noche y el día tienen la misma duración en todo el planeta. De nuevo, sin embargo, al igual que en el caso de los solsticios, la fecha que marca el comienzo de la primavera en el hemisferio boreal (20 de marzo) marca el del otoño en el hemisferio austral, y la fecha del inicio del otoño en el hemisferio boreal (22 de septiembre) marca el comienzo de la primavera en el hemisferio austral.  Al igual que las sutiles variaciones de las estaciones, esto es propiciado por la oblicuidad del planeta. El solsticio de verano del hemisferio boreal recae en el punto de la órbita en que el polo norte está orientado directamente hacia el Sol; seis meses más tarde el solsticio de invierno marca el punto en que el polo norte está orientado en dirección opuesta al Sol. Y, lógicamente, la razón de que el día y la noche tengan la misma duración en todo el planeta en los equinoccios de primavera y otoño, es que éstos marcan los dos puntos en que el eje de rotación terrestre yace de costado al Sol.  Además, tenemos el extraño y maravilloso fenómeno de la mecánica celestial. Este fenómeno, tal como hemos descrito antes, se conoce como precesión de los equinoccios. Posee unas cualidades matemáticas rígidas y repetitivas que pueden ser analizadas y pronosticadas con precisión. No obstante, es extremadamente difícil de observar y más difícil aún es medirlo correctamente si no se dispone de unos instrumentos sofisticados. En esto puede residir la clave de uno de los grandes misterios del pasado. El plano de la órbita terrestre, proyectada hacia fuera para formar un gran círculo en la esfera celeste, se denomina eclíptica. Alrededor de la eclíptica, formando un cinturón estelar que se prolonga aproximadamente 7º al norte y al sur, se hallan las doce constelaciones del zodíaco: Aries, Tauro, Géminis, Cáncer, Leo, Virgo, Libra, Escorpio, Sagitario, Capricornio, Acuario y Piscis. Estas constelaciones tienen un tamaño, una forma y una distribución irregular. No obstante, y se supone que por azar, su disposición alrededor del borde de la eclíptica es suficientemente espaciada para proporcionar una sensación de orden cósmico a las salidas y puestas diurnas del Sol.

Bajo los limpios cielos del mundo antiguo, se comprende que los seres humanos se sintieran tranquilizados por esos movimientos celestes periódicos. También se entiende que los cuatro puntos cardinales del año, como son los equinoccios de primavera y otoño, los solsticios de invierno y verano, revistieran en todas partes una enorme importancia. Los antiguos concedían una importancia aún mayor a la conjunción de estos puntos cardinales con las constelaciones zodiacales. Pero lo más importante era la constelación en la que observaban salir el Sol la mañana del equinoccio de primavera, o vernal. En el transcurso de un año, la órbita que describe la Tierra provoca que el fondo estelar sobre el que se levanta el Sol cambie cada mes: Acuario -> Piscis -> Aries -> Tauro -> Géminis -Cáncer -> Leo, etc. En la actualidad, durante el equinoccio de invierno, el Sol sale por el Este, entre Piscis y Acuario. Este giro axial provoca que el «punto invernal» se adelante cada año, como consecuencia de ello se va desplazando muy despacio a través de las 12 casas del zodíaco, manteniéndose 2.160 años en cada signo y realizando un circuito completo en 25.920 años. La dirección de este desplazamiento axial, por contraste con el recorrido anual del Sol, es: Leo -> Cáncer -> Géminis -> Tauro -> Aries -> Piscis -> Acuario. Por ejemplo: la Era de Leo, es decir, los 2.160 años durante los cuales el Sol se elevó en el equinoccio de invierno sobre la constelación de Leo, se prolongó desde el año 10.970 hasta el 8.810 a. C. En relación a la era de Leo, algunos investigadores opinan que la Esfinge no es tan reciente como se dice oficialmente. Podría datarse incluso antes del Gran Diluvio. Se ha hablado sobre la erosión por agua que sufre la piedra con la que está construida la Esfinge y que la situaría en una era anterior al Diluvio. Pero existen teorías que relacionan las eras zodiacales con la construcción de la enigmática Esfinge. Como sabemos el año se divide en doce signos zodiacales, que se corresponden con las constelaciones. Hay tres signos que se relacionan con el equinoccio de primavera: Aries, Tauro y Géminis. Los que se corresponden con el solsticio de verano serían: Cáncer, Leo y Virgo. Los tres del equinoccio de otoño son: Libra, Escorpio y Sagitario. Y por último los pertenecientes al solsticio de invierno serían: Capricornio, Acuario y Piscis. La posición relativa de las constelaciones varía muy lentamente con respecto a un punto fijo de observación de la Tierra, debido a cierto movimiento de balanceo de nuestro planeta en su órbita solar, tal como ya hemos explicado.

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Es por esto que nuestra posición con relación a las constelaciones cambia cada 72 años, el equivalente a un grado de arco. Se necesitan casi 26.000 años para dar la vuelta a las constelaciones. Este fenómeno, llamado precesión de los equinoccios, era ya conocido en la antigüedad y recibe el nombre de Era. Cada Era tiene una duración de 2.160 años. La era cristiana ha transcurrido bajo el signo de Piscis y nos dirigimos hacia la de Acuario. Antes de Piscis, tuvimos la era de Aries, caracterizada por el cordero pascual del pueblo judío. Y antes dominó la era de Tauro, identificada con el buey Apis de los egipcios. Esta sucesión de eras podría determinar la fecha en que fue construida la Esfinge. La constelación que relacionamos con la Esfinge es la de Leo, ya que representa a un león. En base a este planteamiento se considera que la construcción de la Esfinge tuvo lugar en la era de Leo. Ello nos lleva a una fecha aproximada entre el 10.970 y el 8.810 a. C. Probablemente fue en aquellos tiempos en que algún pueblo de la antigüedad comenzó a levantar la Esfinge. En el ámbito astrológico, vivimos ahora al final de la Era de Piscis y en el umbral de la Nueva Era de Acuario. Tradicionalmente estos tiempos de transición eran considerados nefastos. Debido a la precesión axial de la Tierra, los antiguos descubrieron que una constelación no permanecía siempre fija ni inmutable, sino que el apuntar al Sol el día del equinoccio vernal iba pasando, muy lentamente, de una a otra constelación del zodíaco. Según Giorgio de Santillana: «La posición del Sol entre las constelaciones en el equinoccio vernal era el indicador que señalaba las “horas” del ciclo precesional, una enorme cantidad de horas, puesto que el sol equinoccial ocupaba cada constelación zodiacal durante casi 2.200 años». La lenta precesión axial de la Tierra se desarrolla en el sentido de las manecillas del reloj, es decir, de este a oeste, y por tanto en sentido contrario a la trayectoria anual del planeta alrededor del Sol. En relación con las constelaciones del zodíaco, que permanecen fijas en el espacio, esto hace que el punto en el que se produce el equinoccio de primavera «se mueva obstinadamente a lo largo de la eclíptica en dirección contraria al curso anual del Sol, es decir, en dirección contraria a la secuencia “correcta” de los signos zodiacales: Tauro -> Aries -> Piscis -> Acuario, en lugar de Acuario -> Picis -> Aries -> Tauro». Éste, en resumen, es el significado de la precesión de los equinoccios. Y esto es exactamente lo que significa el concepto del «amanecer de la Era de Acuario». La Era de Piscis se aproxima a su fin y el Sol vernal no tardará en abandonar el sector de Piscis para salir en Acuario. El ciclo de precesión, que dura 25.776 años, constituye el motor que impulsa este fenómeno celestial a lo largo de su interminable recorrido por los cielos.

Pero los detalles sobre la forma en que la precesión mueve los puntos equinocciales de Piscis a Acuario, y alrededor de todo el zodíaco, merecen ser descritos. Los equinoccios se producen sólo en dos ocasiones al año, cuando el eje inclinado de la Tierra yace de costado al Sol. Éstos ocurren cuando el Sol sale por el este en todo el mundo y el día y la noche tienen la misma duración. Debido a que el eje terrestre se desplaza en una lenta pero inexorable precesión en sentido contrario al de su órbita, los puntos en los que yace de costado al Sol se producen cada año fraccionalmente más pronto en la órbita. Estos cambios anuales son tan pequeños que resultan casi imperceptibles. No obstante, tal como señala Santillana, estos minúsculos cambios equivalen en poco menos de 2.200 años a un pasaje de 30° a través de una casa completa del zodíaco, y en poco menos de 26.000 años a un pasaje de 360° a través de un ciclo de precesión completo. En la respuesta a esta pregunta reside un gran secreto, y misterio, del pasado. En la Encyclopaedia Britannica encontramos una referencia sobre un erudito llamado Hiparco, el presunto descubridor de la precesión: “Hiparco nació en Nicea, Bithynia y murió después del 127 a. C. en Rodas. Fue un astrónomo y matemático griego que descubrió la precesión de los equinoccios. Este notable descubrimiento fue fruto de las minuciosas observaciones realizadas por una mente preclara. Hiparco observó las posiciones de las estrellas, y luego comparó sus resultados con los que había obtenido Timocaris de Alejandría unos ciento cincuenta años antes y con unas observaciones incluso anteriores que habían sido realizadas en Babilonia, Hiparco constató que las longitudes celestes eran diferentes y que esta diferencia era de una magnitud que excedía la atribuible a errores de observación. Por tanto propuso que la diferencia se debía a la precesión y dio un valor de 45” o 46” (segundos de arco) a los cambios anuales. Esto se aproxima mucho a la cifra de 50,274 segundos de arco que se acepta hoy en día“. Los segundos de arco constituyen las subdivisiones más pequeñas de un grado de arco. Existen 60 de estos segundos de arco en un minuto de arco, 60 minutos en un grado, y 360 grados en el círculo completo de la trayectoria de la Tierra alrededor del Sol. Un cambio anual de 50,274 segundos de arco representa una distancia algo inferior a una sesentava parte de un grado, de forma que se requieren unos setenta y dos años para que el Sol equinoccial se mueva un grado a lo largo de la eclíptica. Debido a las dificultades en materia de observación que supone detectar un cambio que se produce a un ritmo tan lento, el valor calculado por Hiparco en el siglo II a. C. es enjuiciado en la Encyclopaedia Britannica como «un notable descubrimiento». Pero todo parece indicar que el difícil reto de medir la precesión había sido asumido miles de años antes de Hiparco.

Hemos visto que Hiparco propone un valor de 45 o 46 segundos de arco con respecto a un año de movimiento precesional. Pero seguramente hay un valor mucho más preciso recogido en una fuente considerablemente más antigua. Existen muchas posibles fuentes. Hay un grupo de mitos, tales como las tradiciones sobre diluvios y cataclismos, que presentan interesantes características. Consideremos la leyenda mesopotámica del diluvio, de la que se han hallado numerosas versiones escritas en las tablillas que proceden de los primeros estratos de la historia de Sumer, hacia el 3000 a. C. Estas tablillas, transmitidas desde los albores de la historia del pasado, demuestran sin ningún género de dudas que la tradición de un diluvio causante de la destrucción del mundo ya era antigua, y por tanto se había originado mucho antes de los albores de la historia. No obstante, no es posible establecer cuándo. Parecen haber existido desde siempre, como si formaran parte del bagaje cultural de la humanidad. No podemos descartar la posibilidad de que esta extrema antigüedad no sea una fantasía. Por el contrario, hemos visto que muchos de los grandes mitos sobre cataclismos parecen contener testimonios fidedignos sobre las condiciones reales que vivió la humanidad durante el último período glacial. En teoría, por tanto, estas leyendas pudieron haber sido creadas prácticamente hacia la misma época en que apareció la subespecie del Homo sapiens sapiens, hace unos cincuenta mil años. Las pruebas geológicas, sin embargo, indican la época del 15.000 al 8.000 a. C. como la más probable. Entonces se registraron unos bruscos cambios climáticos de una magnitud catastrófica, como los que aparecen descritos en los mitos. El período glacial y su tumultuosa desaparición constituyeron unos fenómenos globales. Por consiguiente, no tiene nada extraño que las tradiciones sobre cataclismos correspondientes a diversas culturas repartidas por todo el globo se caractericen por un elevado grado de uniformidad. Lo que sí resulta sorprendente, sin embargo, es que los mitos no sólo describan unas experiencias compartidas, sino que lo hagan en lo que parece ser un lenguaje simbólico compartido. Los mismos motivos, los mismos personajes reconocibles y las mismas tramas arguméntales aparecen de forma reiterada. Según el profesor Santillana, este tipo de uniformidad sugiere la existencia de un origen común.

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En Hamlet’s Mill, Santillana afirma: “La universalidad constituye en sí misma una prueba cuando va acompañada de un propósito firme. Cuando algo que hemos hallado en China, por ejemplo, aparece también en los textos astrológicos babilónicos, cabe suponer que se trata de algo importante si revela un complejo de imágenes insólitas que nadie puede afirmar que hayan aparecido de modo independiente o por generación espontánea. Tomemos los orígenes de la música. Orfeo y su estremecedora muerte pueden ser una creación poética nacida en más de un caso en lugares diversos. Sin embargo, cuando unos personajes que no tocan la lira sino unas gaitas son desollados vivos por diversas y absurdas razones, y su idéntico fin es representado en varios continentes, debemos pensar que nos hallamos ante un descubrimiento importante, pues estas leyendas no pueden estar unidas por una secuencia interna. Del mismo modo, cuando el flautista aparece en el mito alemán de Hamelín y en México mucho antes que Colón, y en ambos lugares está ligado a ciertos atributos como el color rojo, no es posible decir que se trate de una coincidencia… Por otra parte, cuando uno halla números como 108, o 9 X 13, que reaparecen bajo varios múltiplos en el Vedas, en los templos de Angkor, en Babilonia, en las enigmáticas palabras de Heráclito y en el Valhalla escandinavo, tampoco se trata de un hecho fortuito“. Si relacionamos los grandes mitos universales sobre cataclismos, no parece que sean simples coincidencias, sino que demuestran la influencia global de una antigua fuente común, todavía sin identificar. Tal vez fue la misma fuente que, durante y después del último período glacial, trazó aquellos mapas tan precisos y técnicamente avanzados. También son dignos de consideración los mitos que describen la muerte y resurrección de dioses, entre otros temas. Según Santillana y Von Dechend, esas imágenes se refieren a acontecimientos celestiales, y lo hacen en el lenguaje técnico y refinado de una ciencia astronómica y matemática arcaica, pero «inmensamente sofisticada»: «Este lenguaje pasa por alto las creencias y los cultos locales. Se centra en números, movimientos, medidas, el entramado general, esquemas sobre estructuras de números, geometría». Pero, ¿de dónde proviene ese lenguaje? Hamlet’s Mill no nos ofrece una respuesta clara a esta pregunta. Los autores apuntan algunas claves. Por ejemplo, en cierto momento afirman que el lenguaje científico o «código» que creen haber identificado es de «una antigüedad asombrosa». En otra ocasión sitúan esta antigüedad con mayor precisión en un período como mínimo «seis mil años anterior a Virgilio», es decir, hace más de ocho mil años, lo cual vuelve a coincidir con la era de Leo.

Aquí nos tendríamos que preguntar qué civilización conocida en la historia fue capaz de desarrollar y utilizar un sofisticado lenguaje técnico hace más de ocho mil años. La respuesta es que estamos haciendo conjeturas sobre un episodio olvidado de una cultura tecnológicamente muy desarrollada, pero perteneciente a tiempos prehistóricos. De nuevo, Santillana y Von Dechend se muestran escurridizos a la hora de aclarar las cosas, refiriéndose tan sólo al legado que todos debemos a «una antigua civilización casi increíble, que se atrevió a entender el mundo tal como fue creado por medio de números, medidas y pesos».  Este legado, evidentemente, tiene que ver con un pensamiento científico y una compleja información de carácter matemático que, debido a su gran antigüedad, el paso del tiempo ha borrado, tal como dicen los autores antes mencionados: “Cuando aparecieron los griegos, el polvo de los siglos ya se había posado sobre los restos de esta gran construcción arcaica que abarcaba el mundo entero. No obstante, ha sobrevivido una parte de ella en los ritos tradicionales, en unos mitos y leyendas que no comprendemos. Unos enigmáticos fragmentos de un todo que se ha perdido. Estos nos recuerdan esos «paisajes brumosos» en los que los pintores chinos son unos auténticos maestros, los cuales muestran aquí una roca, allí un tejado, más allá un árbol, para dejar el resto a la imaginación. Incluso cuando hayamos descifrado el código, cuando conozcamos las técnicas, será imposible profundizar en el pensamiento de esos remotos ancestros nuestros, envuelto en sus símbolos, puesto que las mentes creadoras que concibieron los símbolos han desaparecido para siempre“. Lo que tenemos, de momento, son dos distinguidos profesores de Historia de la Ciencia, pertenecientes a renombradas universidades de ambos lados del Atlántico, los cuales afirman haber descubierto los restos de un lenguaje científico codificado que es muchos centenares de años más antiguo que la civilización humana más antigua identificada por los expertos. Por otra parte, aunque en general se muestran cautelosos, Santillana y Von Dechend aseguran también «haber descifrado parte de ese código». Ello constituye una extraordinaria afirmación, al provenir de dos académicos de prestigio.

En Hamlet’s Mill, los profesores Santillana y Von Dechend presentan una impresionante serie de pruebas míticas para demostrar la existencia de un curioso fenómeno. Por motivos inexplicables, y en una fecha que se desconoce, parece que ciertos mitos arcaicos procedentes de todo el mundo fueron utilizados como vehículos para desarrollar unos complejos datos técnicos referentes a la precesión de los equinoccios. La importancia de esta asombrosa tesis, según ha apuntado una destacada autoridad en medidas antiguas, radica en que ha disparado lo que puede convertirse en «una revolución copernicana en los conceptos actuales del desarrollo de la cultura humana». Hamlet’s Mill fue publicado en 1969. Durante este período, sin embargo, el libro no ha gozado de una amplia difusión entre el público en general, ni ha sido bien comprendido por los expertos en el pasado remoto. Según afirma Martin Bernal, profesor de Estudios Gubernamentales en la Universidad de Cornell, se debe a que «pocos arqueólogos, egiptólogos e historiadores especializados en la Antigüedad disponen del tiempo, las ganas y la habilidad necesarios para examinar los argumentos, en extremo técnicos, de Santillana». Estos argumentos giran principalmente en torno a la transmisión recurrente de un mensaje precesional en numerosos mitos antiguos. Y, curiosamente, muchas de las imágenes y símbolos clave que aparecen en estos mitos, en concreto los que se refieren a «una perturbación de los cielos», también se hallan enraizados en las antiguas tradiciones sobre cataclismos mundiales. En la mitología escandinava, por ejemplo, el lobo Fenrir, a quien los dioses habían encadenado, logró al fin romper sus cadenas y escapar: «Cuando Fenrir se libró de las cadenas, el mundo tembló. El fresno Yggdrasil [considerado el eje de la Tierra] se estremeció desde sus raíces hasta sus ramas superiores. Las montañas se desmoronaron o partieron en dos. La Tierra empezó a perder su forma primitiva. Las estrellas vagaban errantes en el cielo». Yggdrasil, el árbol del mundo, no fue destruido y los progenitores de la futura humanidad consiguieron refugiarse dentro de su tronco hasta que brotara una nueva Tierra de las ruinas de la antigua. ¿Puede considerarse mera coincidencia el hecho de que la misma estrategia fuera adoptada por los supervivientes del diluvio universal, tal como es descrito en ciertos mitos centroamericanos? Los vínculos y las analogías en los mitos entre los temas de la precesión y una catástrofe global son muy comunes. En opinión de Santillana y Von Dechend, este mito mezcla el tema familiar de las catástrofes con un tema muy distinto, el de la precesión. Por un lado tenemos un desastre terrestre de una magnitud que deja pequeño al diluvio de Noé. Por otro nos enteramos de que se están produciendo unos temibles cambios en los cielos y las estrellas, las cuales vagan errantes por el cielo y «caen al vacío». Estas imágenes celestiales, repetidas una y otra vez con pequeñas variaciones en los mitos de diversos lugares del mundo, se inscriben en una categoría considerada en Hamlet’s Mill «no unas simples leyendas como las que se crean de forma natural».

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Por otra parte, las tradiciones escandinavas que se refieren al monstruoso lobo Fenrir, y a las violentas sacudidas experimentadas por Yggdrasil, describen el apocalipsis final en el que las fuerzas del Valhalla participan del lado del «orden» en la terrible batalla de los dioses, una batalla que culminará en una destrucción apocalíptica: “Imagino que hay 540 puertas, dentro de los muros del Valhalla; 800 guerreros traspasan cada una de esas puertas, pues se enzarzan en una guerra con el Lobo“. Este verso permite contabilizar los guerreros del Valhalla, obligándonos por unos instantes a centrar nuestra atención en su número total (540 puertas X 800 guerreros/puerta = 432.000 guerreros). Este total, está matemáticamente ligado al fenómeno de la precesión. No es probable que aparezca en la mitología escandinava por azar, sobre todo en un contexto que previamente ha especificado «una perturbación de los cielos» lo suficientemente grave para hacer que las estrellas vaguen errantes por el cielo. En la mitología nórdica, Valhalla, del nórdico antiguo Valhöll, «salón de los muertos», es un enorme y majestuoso salón ubicado en la ciudad de Asgard, gobernada por Odín. Elegidos por Odín, la mitad de los muertos en combate viajan al Valhalla tras su fallecimiento guiados por las valquirias, mientras que la otra mitad van al Fólkvangr de la diosa Freyja. En el Valhalla los difuntos se reúnen con las masas de muertos en combate conocidos como einherjer, así como con varios héroes y dioses germánicos legendarios, mientras se preparan para ayudar a Odín en el Ragnarök, la batalla del fin del mundo. Ante la gran sala, cuyo techo está cubierto con escudos dorados, se halla el árbol dorado Glasir, árbol o bosque sagrado descrito como «el más hermoso entre los dioses y los hombres», de follaje dorado y localizado en las afueras de Asgard, frente a las puertas de Valhalla. Alrededor del Valhalla moran varias criaturas, como el ciervo Eikþyrnir y la cabra Heiðrún, que pacen el follaje del árbol Læraðr. El Valhalla es descrito en la Edda poética, colección de poemas compilados en el siglo XIII a partir de fuentes tradicionales antiguas, en la Edda prosaica y en las Heimskringla, ambas escritas por Snorri Sturluson, también en el siglo XIII, y en unas estrofas de un poema anónimo del siglo X, conocido como Eiríksmál e incluido en la saga Fagrskinna, que conmemora la muerte de Erico I de Noruega. El Valhalla ha inspirado diversas obras de arte, títulos de publicaciones, a la cultura popular y se ha convertido en un término sinónimo de lugar de veneración de grandes personajes ya fallecidos. En la mitología nórdica, Ragnarök (“destino de los dioses“) es la batalla del fin del mundo. Esta batalla será emprendida entre los dioses, los Æsir, liderados por Odín, y los jotuns, liderados por Loki. No sólo los dioses, gigantes, y monstruos perecerán en esta conflagración apocalíptica, sino que casi todo en el universo será destruido. En las sociedades guerreras vikingas, el morir en batalla era un destino admirable, y esto se tradujo en la adoración de un panteón en el que los dioses mismos no son eternos, sino que algún día serán derrocados, en el Ragnarök.

En las propias sagas y poesía escáldica de los pueblos nórdicos aparecen claramente definidos los acontecimientos del Ragnarök. Se conoce quién luchará contra quién, así como los destinos de los participantes en esta batalla. El Völuspá, la primera serie del Edda poética (Edda mayor), que data desde el 1000 d. C., cuenta la historia de los dioses, desde el inicio del tiempo hasta el Ragnarök, en 65 estrofas. La Edda prosaica (Edda menor), escrita dos siglos después por Snorri Sturluson, describe en detalle qué ocurrirá antes, durante y después de la batalla. Lo que es único sobre el Ragnarök como historia apocalíptica, al estilo Armagedón, es que los dioses ya saben a través de la profecía lo que va a suceder. Saben qué avisará de la llegada del acontecimiento, quién será asesinado por quién, y así sucesivamente. Incluso saben que ellos no tienen el poder de evitar el Ragnarök. Esto está relacionado con el concepto de destino de los pueblos nórdicos antiguos. La palabra Ragnarök consta de dos partes: ragna es el plural genitivo de regin, ‘dioses‘ o ‘poderes gobernantes’, mientras que rök significa ‘destino‘. En el siglo XIII, poetas nórdicos, probablemente por cuestión de estilo, cambiaron la palabra ragnarök por ragnarökkr. El término rökkr deriva por su parte del proto-indoeuropeo reg (w) os-, ‘oscuridad, penumbra, atardecer’. La traducción alemana del vocablo ragnarökkr es Götterdämmerung, un término popularizado en el siglo XIX por Richard Wagner en su ciclo El Anillo del Nibelungo, cuya última ópera es El crepúsculo de los dioses (Götterdämmerung, en alemán). Es esencial comprender la imaginería básica del antiguo «mensaje» que Santillana y Von Dechend afirman haber descubierto. Esta imaginería transforma la luminosa bóveda de la esfera celeste en una vasta y compleja maquinaría y, al igual que una rueda de molino, esta maquinaria gira sin cesar. Su movimiento es calibrado de forma permanente por el Sol, que sale en una constelación del zodíaco, luego en otra, y así sucesivamente a lo largo del año cósmico.  Los cuatro puntos clave del año son los equinoccios de primavera y otoño y los solsticios de invierno y verano. En cada punto observamos que el Sol sale en una constelación distinta. Así, si el Sol sale en Piscis en el equinoccio de primavera, como sucede en la actualidad, debe salir en Virgo en el equinoccio de otoño, en Géminis en el solsticio de invierno y en Sagitario en el solsticio de verano. En estas cuatro ocasiones, esto es exactamente lo que ha hecho el Sol durante los últimos dos mil años aproximadamente. Tal como hemos visto, sin embargo, la precesión de los equinoccios significa que el punto vernal cambiará en un futuro no lejano de Piscis a Acuario. Cuando esto ocurra, las otras tres constelaciones que marcan los tres puntos clave también cambiarán. En efecto, cambiarán de Virgo, Géminis y Sagitario a Leo, Tauro y Escorpio, casi como si el gigantesco mecanismo del cielo hubiera modificado su marcha…

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Al igual que el eje de la muela de un molino, según explican Santillana y Von Dechend, el árbol Yggdrasil «representa el eje del mundo» en el arcaico lenguaje científico que ambos han identificado. Se trata de un eje que se prolonga hacia fuera, para un observador que esté situado en el hemisferio septentrional, hacia el polo norte de la esfera celeste: “Esto sugiere automáticamente un palo recto y enderezado, aunque sería una simplificación. En el contexto mítico es mejor no pensar en el eje en términos analíticos, línea por línea, sino considerarlo, junto con el armazón al que está conectado, un todo. Así como un radio evoca de forma automática un círculo, el eje debería invocar los dos grandes y decisivos círculos sobre la superficie de la esfera, los coluros equinocciales y solsticiales“. En astronomía se llama coluro a cada uno de los dos meridianos principales de la esfera celeste, uno de los cuales pasa a través de los polos celestes y los puntos del equinoccio (coluro equinoccial), y el otro pasa a través de los polos celestes y los puntos del solsticio (coluro solsticial). Estos coluros constituyen unos aros imaginarios que se cruzan en el polo norte celeste, los cuales unen los dos puntos equinocciales en la trayectoria de la Tierra alrededor del Sol, es decir, donde se halla el 20 de marzo y el 22 de septiembre, y los dos puntos solsticiales, donde se halla el 21 de junio y el 21 de diciembre. «La rotación del eje polar no debe separarse de los grandes círculos que se mueven junto con ella en el cielo. El entramado debe ser considerado un todo junto con el eje». Santillana y Von Dechend estaban convencidos de que aquí nos enfrentamos no a una creencia, sino a una alegoría. Insistían en que el concepto de un entramado esférico compuesto por dos aros que se cruzan suspendidos de un eje no debe en modo alguno entenderse de la forma en que la ciencia antigua entendía el cosmos, sino que debe ser visto como «un instrumento de pensamiento» destinado a concentrar las mentes de unas gentes lo bastante inteligentes para descifrar el código referente al complicado hecho astronómico de la precesión de los equinoccios. Se trata de un instrumento de pensamiento que aparece una y otra vez, bajo distintas formas, en todos los mitos de mundo antiguo.

Un ejemplo, procedente de Centroamérica (que también presenta unas analogías curiosamente simbólicas entre los mitos de la precesión y los mitos sobre catástrofes, fue resumido por Diego de Landa en el siglo XVI: “Entre la multitud de dioses que eran venerados por estas gentes [los mayas] había cuatro a quienes llamaban Bacab. Éstos, según dicen, eran cuatro hermanos que fueron colocados por Dios, cuando éste creó el mundo, en cada una de sus cuatro esquinas para que sostuvieran el cielo con el fin de impedir que se desplomara. También dicen que esos Bacabs escaparon cuando el mundo fue destruido por un diluvio“.  Fray Diego de Landa Calderón (1524 – 1579) fue un misionero español de la Orden Franciscana que actuó en la provincia de Yucatán, llegando a ser obispo de la arquidiócesis de Yucatán entre 1572 y 1579.  Diego de Landa llegó a Yucatán en 1549, donde ocupó el puesto de ayudante del guardián provincial en Izamal. En 1562, en su época más negra como inquisidor, Landa estableció un tribunal de la Inquisición en el poblado maya de Maní, con el propósito de poner fin a las prácticas religiosas de los mayas. De hecho, Landa sabía que a pesar de las campañas de cristianización emprendidas en la península, los indígenas seguían rindiendo culto a sus antiguas divinidades. Al establecer el tribunal en Maní, Landa comenzó a interrogar a los indígenas y a incautar sus objetos religiosos, lo que incluía no sólo imágenes sino los códices. Durante casi toda su vida, Landa se dedicó al estudio de la cultura maya, no sólo para llevar a cabo sus propósitos de evangelización, sino quizás también para tratar de compensar la valiosa información que había destruido en su época de inquisidor. En su obra recogió una gran cantidad de información sobre la historia, el modo de vida y las creencias religiosas de los mayas. También logró entender el sistema calendárico y matemático de esta civilización. La Relación de las cosas de Yucatán, escrita entre 1566 y 1568 es una obra clave para entender el mundo maya de la época de la conquista. En este libro Landa escribe sobre el descubrimiento y conquista de México, y sobre la historia y cultura maya. Aunque la lengua maya se ha seguido hablando hasta la actualidad, en el siglo XVIII desaparecieron las últimas personas capaces de entender los complejos glifos mayas. En 1862, Charles Étienne Brasseur de Bourbourg descubrió una copia del manuscrito en la biblioteca de la Real Academia de la Historia, en Madrid, y después de traducirla al francés y añadir anotaciones, la publicó en Londres y París en 1864. Brasseur de Bourbourg intentó traducir los códices mayas, pero no lo consiguió al pensar que los glifos eran un simple alfabeto. Hubo que esperar más de un siglo hasta que se consiguió descifrar por completo la escritura maya. Pero hay que reconocer que la obra de Landa, a pesar de su siniestro pasado como inquisidor, ha sido trascendental para llegar a tal conocimiento.

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En opinión de Santillana y Von Dechend, los astrónomos y sacerdotes mayas no suscribían la burda idea de que la Tierra era plana y tenía cuatro esquinas. Ambos académicos afirman que la imagen de los cuatro Bacabs es utilizada como una alegoría técnica destinada a arrojar luz sobre el fenómeno de la precesión de los equinoccios. En suma, los Bacabs vienen a representar el sistema de coordenadas de una era astrológica. Representan los coluros equinocciales y solsticiales, uniendo las cuatro constelaciones en las que el Sol sigue saliendo en los equinoccios de primavera y otoño y en los solsticios de invierno y verano durante unas épocas que duran poco menos de dos mil doscientos años.  Se entiende que cuando el cielo modifica su marcha, la vieja era se desmorona y nace una nueva era. Todo ello constituye una imaginería precesional. Lo que llama la atención, sin embargo, es el vínculo explícito con un desastre terrestre, en este caso un diluvio, al cual los Bacabs logran sobrevivir. Asimismo, quizá sea un detalle relevante el hecho de que los bajorrelieves de Chichén Itzá representen de forma clara a los Bacabs como unas figuras barbudas y de aspecto europeo, más bien semítico. Diríamos que parecen fenicios. En cualquier caso, la imagen de los Bacabs, ligada a numerosas referencias a las «cuatro esquinas del cielo», es solo una entre muchas que parecen haber servido como instrumentos de pensamiento respecto a la precesión. Un arquetipo entre estas imágenes es la muela de molino que se referencia en el título de la obra de Santillana, Hamlet’s Mill.  Resulta que Hamlet, el personaje shakespeariano, «a quien el poeta convirtió en uno de nosotros, el primer intelectual desgraciado», oculta un pasado como figura legendaria, cuyos rasgos están preestablecidos y configurados por un antiguo mito. En todas sus numerosas encamaciones, este Hamlet sigue siendo extrañamente él mismo. El Amlodhi, o en ocasiones Amleth, tal como se llamaba en la leyenda islandesa, «muestra las mismas características de melancolía y brillante intelecto. También él es un hijo decidido a vengar a su padre que pronuncia verdades crípticas pero insoslayables; un enigmático portador de la Providencia que deberá rendirse una vez que haya cumplido su misión...». Según la imaginería de la leyenda escandinava, Amlodhi era identificado como dueño de una fabulosa muela que, en su día, molía oro, paz y abundancia.

Según muchas tradiciones, dos gigantescas doncellas, Fenja y Menja, eran las encargadas de hacer girar este inmenso artefacto, que ningún ser humano era capaz de mover. Pero algo falló y las dos gigantas se vieron obligadas a trabajar día y noche sin descanso: “Fueron conducidas a la muela, para hacer girar la piedra gris; él no les daba tregua, siempre atento al crujido de la muela. La canción de las doncellas era un alarido que rompía el silencio; «¡Baja la tolva y aligera el peso de las piedras!» Pero él las obligaba a seguir moliendo sin descanso. Soliviantadas y furiosas, Fenja y Menja esperaron hasta que todo el mundo se hubo acostado y empezaron a girar la muela a toda velocidad hasta que sus soportes aunque eran de hierro, se vinieron abajo. Inmediatamente después, en un confuso episodio, la muela fue robada por un rey marino llamado Mysinger, quien cargó la muela en su barco junto con las gigantas. Mysinger ordenó a éstas que siguieran moliendo, pero esta vez se trataba de sal. A medianoche las doncellas preguntaron a Mysinger si no estaba cansado de tanta sal, pero éste les ordenó que continuaran moliendo. Las gigantas prosiguieron con su faena, pero al poco rato el barco se hundió. Los enormes soportes de la tolva salieron despedidos; los remaches de hierro se rompieron; el eje se estremeció, y la tolva se vino abajo. Cuando alcanzó el fondo del mar, la muela continuó girando, triturando piedras y arena y creando un inmenso remolino, el maelstrom”. Tales imágenes, según declaran Santillana y Von Dechend, representaban la precesión de los equinoccios. El eje y los «soportes de hierro» de la muela simbolizan un sistema de coordenadas en la esfera celeste y el armazón de una era del mundo. En realidad, el armazón define una era del mundo. Debido a que el eje polar y los coluros forman un todo invisible, si una parte de esa estructura se mueve todo el armazón se viene abajo. Cuando ello sucede una nueva estrella polar, con sus propios coluros, debe sustituir el aparato obsoleto. Por otra parte, el torbellino maelstrom pertenece al repertorio de fábulas antiguas. Aparece en la Odisea como Charybdis en el estrecho de Mesina, y de nuevo en las culturas de los océanos índico y Pacífico. Curiosamente, aparece también una frondosa higuera a cuyas ramas se aferra el protagonista cuando el barco naufraga, ya sea Satyavrata en la India o Kae en Tonga. La persistencia del detalle descarta la invención libre. Esas leyendas han formado parte de la literatura cosmográfica desde la Antigüedad. La aparición del remolino en la Odisea de Homero, que es una compilación de mitos griegos de más de tres mil años de antigüedad, no debe sorprendernos, pues la gran muela de la leyenda islandesa aparece también allí, y en circunstancias que nos resultan familiares.

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En la última noche antes de la confrontación decisiva, Ulises, resuelto a vengarse, ha desembarcado en Itaca y se oculta bajo un hechizo de la diosa Atenea, que impide que sea reconocido. Ulises ruega a Zeus que le envíe una señal que le procure aliento antes de la difícil prueba: “De inmediato Zeus lanzó unos relámpagos que iluminaron el Olimpo… y el bueno de Ulises se alegró. Una mujer que estaba moliendo emitió un presagio desde el interior de una casa cercana, donde se encontraban las muelas del pastor de la gente. Doce mujeres trabajaban en estas muelas, afanándose en moler cebada y maíz para hacer harina con la que alimentar a los hombres. Todas las demás estaban dormidas, pues habían terminado de moler el grano, pero aquélla todavía no se había retirado a descansar, pues era la más débil. Mientras seguía moliendo, dijo: «¡Ojalá que ésta sea la última vez que los enemigos de Ulises gozan de un festín en ésta casa! Me han destrozado las rodillas obligándome cruelmente a moler la cebada para hacer harina. ¡Ojalá que ésta sea su última comida!»”. Santillana y Von Dechend opinan que no es por azar que la alegoría del «orbe del cielo que gira como una piedra de molino y siempre se produce un fallo» aparezca también en la tradición bíblica de Sansón, «ciego en Gaza junto a la muela con los esclavos». Sus desalmados captores le quitan las ataduras para que los «divierta» en su templo. Pero Sansón, haciendo acopio de las últimas fuerzas que le quedan, se apoya en las dos columnas centrales de la inmensa estructura y hace que el edificio se desplome sobre toda la gente. Al igual que Fenja y Menja, Sansón consigue vengarse. El tema reaparece en Japón, en Centroamérica, entre los maorís de Nueva Zelanda y en los mitos de Finlandia. Allí la figura de Hamlet/Sansón se denomina Kullervo y la muela tiene un nombre singular: Sampo. Al igual que en el caso de Fenja y Menja, la muela es robada y cargada en un barco, y también acaba hecha añicos. Los orígenes de la palabra «Sampo» se hallan en el vocablo sánscrito skambha, que significa «pilar o poste». Y en el Atharvaveda, una de las obras literarias del norte de la India más antiguas, encontramos un himno dedicado al skambha: “En el cual reposa la Tierra, la atmósfera, el Sol, en el cual el fuego, la Luna, el Sol y el viento están fijados. El Skambha sostiene el cielo y la Tierra; el Skambha sostiene la vasta atmósfera; el Skambha sostiene las seis anchas direcciones, en el Skambha penetró toda existencia”.  William Dwight Whitney (1827 – 1894), filólogo, lingüista y orientalista estadounidense, traductor del Atharvaveda, comenta: «Skambha, luz, soporte, sostén, es utilizado extrañamente en este himno como armazón del universo».  Lo que se pone de relieve aquí, como en todas las alegorías, es el armazón de una era del mundo, el mismo mecanismo celestial que gira durante más de dos mil años mientras el Sol sale siempre en los mismos cuatro puntos cardinales y desplaza lentamente esas coordenadas celestes hacia cuatro nuevas constelaciones, en las que permanecerán otros dos mil años. La precesión de los equinoccios merece esa imaginería, pues, en unos intervalos muy espaciados, altera o rompe las coordenadas estabilizadoras de toda la esfera celeste.

Lo más asombroso es la forma en que la muela, que continúa sirviendo de alegoría de los procesos cósmicos, sigue reapareciendo de forma obstinada en todo el mundo, incluso donde el contexto es confuso o se ha perdido. De hecho, según Santillana y Von Dechend, no importa que el contexto se haya perdido. «El mérito particular de la terminología mítica —aseguran ambos académicos— es que puede ser utilizado como vehículo transmisor de unos conocimientos sólidos con independencia del grado de ingenio de las personas que relatan esas leyendas y fábulas». Lo que importa, dicho de otro modo, es que cierta imaginería básica perviva y continúe siendo transmitida a través de esas leyendas y fábulas, aunque éstas se aparten de la historia original. Un ejemplo de esos cambios se halla entre los indios cheroki, quienes denominan la Vía Láctea, nuestra galaxia, «por donde corrió el perro». En la Antigüedad, según la tradición cheroki, «unas gentes del sur tenían un molino de grano» del que robaban la harina una y otra vez. Al cabo de un tiempo los dueños del molino descubrieron al ladrón, un perro, el cual «echó a correr aullando hacia su hogar en el norte, con la harina cayéndole de las fauces mientras corría y dejaba tras de sí un rastro blanco», donde en la actualidad vemos la Vía Láctea, que los cheroki siguen llamando «por donde corrió el perro». En Centroamérica, uno de los muchos mitos que hacen referencia a Quetzalcóatl nos presentan a éste jugando un papel decisivo en la regeneración de la humanidad después del diluvio que destruyó al Cuarto Sol. Junto con su compañero Xolotl, una figura con cabeza de perro, desciende a los infiernos para rescatar los esqueletos de las personas que fueron víctimas del diluvio. Por fin, tras engañar a Michlantechuhtli, el dios de la muerte, Quetzalcóatl consigue rescatar los huesos y llevarlos a un lugar llamado Tamoanchan. Allí, al igual que el maíz, los huesos son triturados en una muela hasta convertirlos en polvo. Sobre este polvo los dioses derraman sangre, y crean la carne de los hombres que pertenecen a la era actual.  Según una leyenda náhuatl, los dioses estaban muy contentos por haber creado la tierra, el agua, el fuego y la región de los muertos (Mictlán). Pero se dieron cuenta de que el Sol alumbraba muy poco y no calentaba. Se reunieron en consejo para crear de nuevo al sol. Tezcatlipoca se ofreció para ser el Sol y empezó a alumbrar la Tierra, comenzando el primer Sol o la primera era. Queatzalcóalt, al verlo, sintió deseos de ser él quien alumbrara al mundo así que corrió hasta donde estaba Tezcatlipoca y lo derribó del cielo con un fuerte golpe haciéndolo caer al agua. Queatzalcóalt se transformó en Sol. Este fue el segundo Sol.

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Tezcatlipoca se convirtió en tigre y derribó a Queatzalcóalt de un zarpazo, éste enfurecido soltó todos los vientos y los ciclones. La gente corría asustada y los dioses los convirtieron en monos. Como ya habían inventado dos veces al hombre, estaban muy desanimados pues su proyecto no terminaba de resultar exitoso. De repente Tláloc les manifestó que él sería el sol, que él alumbraría la tierra. Este fue el tercer Sol. Todo parecía marchar bien pero, siendo Tláloc el dios de la Lluvia, hizo que cayera fuego del cielo, convirtiendo los ríos en llamas. Todo el mundo corría muerto de miedo y los dioses transformaron a las personas en aves para que se pudieran salvar. Los dioses se preguntaban qué hacer y fue cuando Queatzalcóalt propuso a Chalchiuhtlicue, diosa del Agua, para lucir como astro solar. Este fue el Cuarto sol. Tampoco dio resultado pues sólo hubo inundaciones y lluvias y los hombres solicitaban ser peces para salvarse. Los dioses los convirtieron en peces y en diversos animales acuáticos. Como llovió durante días y días, el cielo cayó sobre la tierra. Queatzalcóalt y Tezcatlipoca se convirtieron en árboles para levantarlo. Los dioses quedaron muy tristes porque habían fallado en su intento de crear al sol y en consecuencia, habían acabado con la raza humana. Santillana y Von Dechend no creen que la presencia de un personaje canino en ambas variantes del mito de la muela cósmica sea fortuita. Señalan que Kullervo, el Hamlet finlandés, también está acompañado por «un perro negro llamado Musti». Asimismo, después de su regreso a sus estados en Itaca, Ulises es reconocido de inmediato por su perro leal. Y Sansón está asociado con zorros, trescientos, para ser precisos, los cuales pertenecen a la familia de los perros. En la versión danesa de la saga Amleth/Hamlet, «Amleth siguió andando y un lobo que surgió de entre los matorrales se cruzó en su camino». Por último en una versión alternativa de la historia de Kullervo, procedente de Finlandia, el héroe es «enviado a Estonia para que ladrara debajo de la verja; ladró durante un año…». Santillana y Von Dechend creen que toda esta «imaginería canina» contiene un código antiguo, todavía sin descifrar, que emite persistentemente su mensaje de un lugar a otro. Ambos señalan este y muchos otros símbolos caninos entre una serie de «marcadores morfológicos» que han identificado y que creen que sugieren la presencia, en los mitos antiguos, de una información científica referente a la precesión de los equinoccios. Estos marcadores pueden contener unos significados o estar destinados a alertar al segmento de público al que van dirigidos de que la historia que se relata contiene datos fiables. Curiosamente, a veces pueden estar también destinados a «abrir el camino», actuando como unas vías que permiten a los iniciados seguir el rastro de la información científica de un mito a otro.

Así, aunque no aparezcan muelas ni remolinos, debemos destacar que Orion, el gran cazador del mito griego, era dueño de un perro. Cuando Orion trató de violar a la diosa virgen Artemisa, ésta extrajo un escorpión de la tierra que aniquiló a Orion y al perro. Orion fue transportado al cielo, donde se convirtió en la constelación que ostenta su nombre hoy en día. Su perro fue transformado en Sirio, estrella que pertenece a la constelación del Can Mayor.         Precisamente esa misma identificación de Sirio fue hecha por los antiguos egipcios, quienes vinculaban la constelación de Orion específicamente con su dios Osiris. Por otra parte, fue en el Antiguo Egipto que el personaje del leal can celestial alcanza su elaboración mítica más plena y explícita bajo la forma de Upuaut, una divinidad con cabeza de chacal cuyo nombre significa «el que abre el camino». Si seguimos a Upuaut hasta Egipto, volvemos la mirada hacia la constelación de Orion y penetramos el potente mito de Osiris, nos hallaremos envueltos en una red de símbolos familiares. El mito presenta a Osiris como la víctima de un complot. Los conspiradores inicialmente se deshacen de él encerrándolo en una caja y arrojándolo a las aguas del Nilo. Ello recuerda los mitos de Utnapistim, Noé, Coxcoxtli, y de todos los héroes de los diluvios encerrados en sus arcas que navegan sobre las aguas del diluvio. El mito de Osiris, trata sobre el asesinato del dios Osiris, un rey-dios del Egipto primitivo, y sus consecuencias. El que asesino a Osiris, fue su hermano Seth, quien usurpó su trono, mientras que la esposa de Osiris, Isis, recuperó el cuerpo de su esposo y concibió póstumamente un hijo con él. Horus, el producto de la unión de Isis y Osiris, era un niño vulnerable protegido por su madre, ante la muerte de su padre. Luego, este se convirtió en el rival de Seth, vengando la muerte de Osiris. Este violento conflicto termina con el triunfo de Horus, que restablece el orden en Egipto después del reinado de Seth, y completa el proceso de resurrección de Osiris. El mito es esencial a las concepciones egipcias de reino y sucesión, conflicto entre el orden y el desorden y, especialmente, la muerte y el más allá. También expresa el carácter fundamental de cada una de las cuatro deidades y su centro, y muchos elementos de su culto en la religión del Antiguo Egipto derivaron de este mito. El mito de Osiris tomó su forma esencial en torno o antes del siglo XXV a. C. La mayor parte de sus elementos se originaron en ideas religiosas, pero el conflicto entre Horus y Seth puede haber sido parcialmente inspirado en una lucha regional en la historia temprana o prehistoria de Egipto. Se ha intentado discernir la naturaleza exacta de los eventos que habrían dado origen a la historia, pero no se han conseguido conclusiones definitivas.

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Al inicio de la historia, Osiris gobernaba Egipto, al haber heredado el trono de sus antepasados, en un linaje que se remonta al creador del mundo, Ra o Atum. Su reina es Isis, quien, junto con Osiris y su asesino Seth, es una de las hijas del dios de la Tierra, Geb, y de la diosa del cielo, Nut. Aparece poca información sobre el reinado de Osiris en las fuentes egipcias. El núcleo del mito se refieren a su muerte y a los eventos que siguieron. Osiris está conectado con el poder de dar vida, la monarquía justa y el gobierno del maat, el orden natural ideal, cuyo mantenimiento era un objetivo fundamental en la cultura del Antiguo Egipto. Seth está asociado estrechamente con la violencia y el caos. Por tanto, el asesinato de Osiris representa la lucha entre el orden y el desorden y la interrupción de la vida por la muerte. Algunas versiones del mito proporcionan el motivo de Seth para matar a Osiris. De acuerdo a un hechizo explicado en los “Textos de las Pirámides“, Seth estaba vengándose por una patada que Osiris le dio, mientras que en un texto del Período Tardío, el resentimiento de Seth se debía a que Osiris tuvo relaciones sexuales con Neftis, la consorte de Seth y cuarta hija de Geb y Nut. El asesinato en sí es frecuentemente aludido, pero nunca claramente descrito. Los egipcios creían que las palabras escritas tenían el poder de afectar la realidad, por lo que evitaban escribir directamente sobre eventos profundamente negativos, tales como la muerte de Osiris. Algunas veces, se niega su muerte por completo, a pesar de que la mayor parte de las tradiciones sobre él dejan claro que había sido asesinado. En algunos casos, los textos sugieren que Seth tomó la forma de un animal salvaje, como un cocodrilo o un toro, para matar a Osiris. En otros dan a entender que el cadáver de Osiris fue lanzado al agua o que se ahogó. Esta última tradición es el origen de la creencia egipcia de que las personas que se hayan ahogado en el Nilo eran sagradas. Incluso la identidad de la víctima es cambiada en los textos. A veces, es el dios Haroeris, una forma mayor de Horus, quien es asesinado por Seth y, luego, vengado por otra forma de Horus, quien es el hijo de Haroeris con Isis. Para el final del Imperio Nuevo, se había desarrollado una tradición según la cual Seth cortó el cuerpo de Osiris en pedazos y los esparció por todo Egipto. Los centros de culto de Osiris en todo el país reclamaron que el cadáver, o piezas particulares de él, fueron halladas cerca de ellos. Cada una de las partes desmembradas, tantas como 42, ha sido equiparada con uno de los 42 nomos o provincias en Egipto. Por lo tanto, el dios de la realeza se convierte en la encarnación de su reino. Isis, en la forma de un pájaro, copula con el difunto Osiris. La muerte de Osiris es seguida bien por un interregno o por un periodo en el cual Seth asume la monarquía. Mientras tanto, Isis busca el cuerpo de su esposo con la ayuda de Neftis.

Durante la búsqueda de Osiris o el luto por su muerte, las dos diosas son a menudo comparadas con halcones o milanos, posiblemente debido a que los milanos viajan lejos en busca de carroña, porque los egipcios asociaron sus llamadas plañideras con el luto, o debido a la conexión de las diosas con Horus, quien es a menudo representado como un halcón. En el Imperio Nuevo, cuando la muerte y renovación de Osiris fue asociada con la crecida anual del Nilo que fertilizaba Egipto, las aguas del Nilo fueron igualadas a las lágrimas de Isis por el duelo o con los fluidos corporales de Osiris. Las diosas encontraron y restauraron el cuerpo de Osiris, con la ayuda de otras deidades, incluidos Toth, una deidad acreditada con grandes poderes mágicos y curadores, y Anubis, el dios del embalsamamiento y los ritos funerarios. Sus esfuerzos son las base mitológica para las prácticas egipcias de embalsamamiento que, al momificar los cadáveres, buscaba evitar y revertir el decaimiento que sigue a la muerte. Esta parte de la historia es a menudo extendida con episodios en que Seth y sus seguidores intentan dañar el cuerpo, e Isis y sus aliados deben protegerlo. Una vez que Osiris es hecho uno, Isis, todavía en forma de pájaro, insufla aliento y vida en su cuerpo con sus alas y copula con él. Aparentemente, el renacimiento de Osiris no es permanente y, después de este punto en la historia, solo es mencionado como el gobernante del Duat, el reino distante y misterioso de los muertos. Pero, en su breve contacto con Isis, ha concebido su hijo y legítimo heredero, Horus. Si bien el propio Osiris vive solo en el Duat, él y el reino que representa, en cierto sentido, renacerá en su hijo. El relato coherente de Plutarco, que se ocupa principalmente de esta parte del mito, difiere en muchos aspectos de las fuentes egipcias conocidas. Seth, quien Plutarco denomina «Tifón», al usar nombres griegos para muchas de las deidades egipcias, conspira contra Osiris con setenta y tres personas más. Seth tiene un cofre elaborado para adaptarse a las medidas exactas de Osiris y, luego, en un banquete, declara que va a dar el ataúd como regalo a cualquiera que encaje dentro de él. Los invitados se recuestan al interior del féretro, pero ninguno cabe dentro excepto Osiris. Cuando se acuesta en él, Seth y sus cómplices cierran de golpe la cubierta, la sellan y lo echan al Nilo. Con el cuerpo de Osiris en el interior, el ataúd flota por el mar y llega a la ciudad de Biblos, donde crece un árbol a su alrededor. El rey de Biblos hace cortar el árbol y lo convierte en un pilar para su palacio, todavía con el ataúd al interior. Isis debe remover el féretro del interior del árbol para poder recuperar el cuerpo de su esposo. Una vez retirado el féretro, Isis deja el árbol en Biblos, donde se convierte en un objeto de adoración de los locales. Este episodio, que no es conocido por fuentes egipcias, brinda una explicación etiológica para el culto de Isis y Osiris, que existía en Biblos en la época de Plutarco y posiblemente tan temprano como en el Imperio Nuevo.

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Plutarco también sostiene que Seth robó y desmembró el cuerpo de Osiris solo después de que Isis lo recuperó. Entonces, Isis encontró y enterró cada pieza del cuerpo de su esposo, con la excepción del pene, que debió reconstruir con magia, debido a que el original fue comido por los peces en el río. Según Plutarco, esta es la razón por la que los egipcios tienen un tabú contra comer pescado. Sin embargo, en los registros egipcios, el pene de Osiris es hallado intacto y el único paralelo cercano a esta parte con la historia de Plutarco se encuentra en la Historia de los dos hermanos, un cuento popular del Imperio Nuevo con similitudes con el mito de Osiris. Una diferencia final en el relato de Plutarco es el nacimiento de Horus. La forma en que Horus venga a su padre ha sido concebida antes de la muerte de Osiris. Es un niño prematuro y débil, Harpócrates, que nació de la unión póstuma de Osiris con Isis. En este caso, dos de las formas separadas de Horus que existen en la tradición egipcia han recibido posiciones distinta en la versión del mito de Plutarco. En las fuentes egipcias, la embarazada Isis se esconde de Seth, para quien el niño por nacer es una amenaza, en un matorral de papiro en el delta del Nilo, mito muy parecido al de Moisés. Este lugar es llamado Akhbity, que significa «matorral de papiro del rey del Bajo Egipto» en egipcio. Los escritores griegos llaman a este lugar Khemmis e indican que se encuentra cerca de la ciudad de Buto. Pero, en el mito, la ubicación física no es importante comparado con su naturaleza como un lugar icónico de aislamiento y seguridad. La condición especial del matorral es indicado por su frecuente representación en el arte egipcio. Para la mayor parte de los eventos en la mitología egipcia, el telón de fondo es descrito o ilustrado mínimamente. En este matorral, Isis da a luz a Horus y lo cría, por lo que es denominado el «nido de Horus». La imagen de Isis amamantando a su hijo es un motivo muy común en el arte egipcio. Isis viaja por el mundo. Se muestre entre hombres ordinarios que no son conscientes de su identidad e incluso apela a estas personas en busca de ayuda. Esta es otra circunstancia inusual, para un mito egipcio. Los dioses están normalmente separados de los seres humanos. Como en la primera fase del mito, a menudo, tiene la ayuda de otras deidades, que protegen a su hijo en su ausencia. Según un hechizo mágico, siete deidades escorpión menores viajaron con Isis y la custodiaron mientras buscaba ayuda para Horus. Incluso tomaron venganza de una mujer acaudalada que había negado ayuda a Isis picándole al hijo de la mujer, con lo cual sería necesario que Isis curara al niño inocente.

En esta fase del mito, Horus es un niño vulnerable rodeado de peligros. Los textos mágicos que usan la infancia de Horus como la base para los hechizos curadores le dieron diferentes dolencias, desde picaduras de escorpión hasta simples dolores de estómago, adaptando la tradición para ajustarse a la enfermedad que cada hechizo pretendía tratar. Más comúnmente, el niño dios ha sido mordido por una serpiente, reflejando el miedo de los egipcios a sus mordeduras y el veneno resultante. Algunos textos indican que estas criaturas hostiles son agentes de Seth. Isis podía usar sus propios poderes mágicos para salvar a su hijo o podía implorar por o amenazar a deidades tales como Ra o Geb, para que lo curen. Como Isis es la doliente arquetípica en la primera parte de la historia; durante la infancia de Horus, es la madre devota ideal. Por medio de los textos sanadores mágicos, sus esfuerzos para curar a su hijo son extendidos para curar a cualquier paciente. La siguiente fase del mito comienza cuando el Horus adulto desafía a Seth por el trono de Egipto. La contienda entre ambos es, a menudo, violenta, pero es descrita como un juicio legal ante la Enéada, un grupo reunido de deidades egipcias, para decidir quién debía heredar el reino. El juez en este juicio podía ser Geb, quien, como el padre de Osiris y Seth, tuvo el trono antes que ellos, o podían ser los dioses creadores Ra o Atum, los generadores de la monarquía. Otras deidades también desempeñan roles importantes: Toth frecuentemente actúa como un conciliador en la disputa o como un asistente del juez divino, mientras que Isis usa su poder mágico y hábil para ayudar a su hijo. La rivalidad de Horus y Seth es retratada en dos formas contrastantes. Ambas perspectivas aparecen ya en los “Textos de las Pirámides“, la primera fuente del mito. Horus le clava una lanza en Seth, quien aparece en forma de hipopotamo, mientras Isis observa. La batalla divina envuelve muchos episodios. Las contiendas describen a los dos dioses apelando a otros dioses para arbitrar las disputas y compitiendo en diferentes tipos de concursos para determinar un vencedor. Horus vence repetidamente a Seth y es apoyado por la mayoría de las otras deidades. Aun así, la disputa continúa por ochenta años más, debido a que el juez, el dios creador, favorece a Seth. En los textos de rituales posteriores, el conflicto se caracteriza por una gran batalla involucrando a los dos dioses y a sus seguidores. La disputa en el reino divino se extiende más allá de los dos combatientes. En algún punto, Isis intenta arponear a Seth mientras él se encuentra luchando contra su hijo, pero por accidente el daño lo recibe Horus, quién en una ataque de ira le corta la cabeza a su madre. Toth remplaza la cabeza de Isis con la de una vaca, dando así el origen mítico del tocado con cuernos que Isis comúnmente usa. En algunas versiones, Seth justifica ataques posteriores hacia Horus como castigo la violencia hacia su madre por parte del joven dios.

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Otro elemento familiar es la clásica imagen precesional del árbol del mundo. El mito nos dice que Osiris, que seguía encerrado en su cofre, es arrastrado mar adentro y llega a Biblos. Las olas lo depositan con suavidad entre las ramas de un tamarisco, el cual crece rápidamente y alcanza un espléndido tamaño, encerrando el cofre dentro de su tronco. El rey del país, que admira mucho el tamarisco, lo tala y con la parte que contiene a Osiris confecciona un pilar de techo para su palacio. Después Isis, esposa de Osiris, retira el cuerpo de su marido del pilar y lo lleva de regreso a Egipto para que renazca de nuevo. El mito de Osiris comprende también ciertos números clave. Ya sea por azar o de forma intencionada, esos números dan acceso a una «ciencia» de precesión.  Aunque no aparece una muela propiamente dicha, muchos bajorrelieves del Antiguo Egipto representan dos de los personajes principales del mito de Osiris, Horus y Seth, haciendo girar un gigantesco «molinillo». De nuevo un símbolo clásico de la precesión. La arqueóloga-astrónoma Jane B. Sellers, que estudió Egiptología en el Instituto Oriental de la Universidad de Chicago, es una de las pocas expertas reconocidas que ha puesto a prueba la teoría propuesta por Santillana y Von Dechend en Hamlet’s Mill. Ha sido alabada por haber hecho hincapié en la necesidad de utilizar la astronomía, y en concreto la precesión, para el estudio riguroso del Antiguo Egipto y su religión. Según Sellers: «La mayoría de arqueólogos no comprenden el fenómeno de la precesión, lo cual incide en sus conclusiones respecto a los mitos antiguos, los dioses antiguos y las alineaciones de los templos antiguos. Para los astrónomos la precesión es un hecho sólidamente establecido. Los que trabajan en el campo del hombre antiguo tienen la responsabilidad de alcanzar un conocimiento profundo de la precesión». Según el argumento de Sellers, que aparece expresado de modo elocuente en su último libro, The Death of Gods in Ancient Egypt, el mito de Osiris pudo haber estado deliberadamente codificado en un grupo de números clave que constituyen un «lastre» en lo que concierne a la narración, pero que ofrecen un cálculo eterno mediante el cual es posible obtener unos valores extraordinariamente exactos respecto a lo siguiente: “El tiempo requerido para que el bamboleo precesional de la Tierra haga que la posición de la salida del Sol en el equinoccio vernal se desplace un grado a lo largo de la eclíptica (en relación con el fondo estelar); El tiempo requerido para que el Sol pase a través de un segmento zodiacal completo de treinta grados; El tiempo requerido para que el Sol pase a través de dos segmentos zodiacales completos (lo cual totaliza sesenta grados);El tiempo requerido para que se produzca el Gran Retorno, es decir, para que el Sol se desplace trescientos sesenta grados a lo largo de la eclíptica, realizando un ciclo completo precesional o Gran Año“.

Los números precesionales que Sellers pone de relieve en el mito de Osiris son: 360, 72, 30 y 12. La mayoría de ellos se encuentra en una sección del mito que nos ofrece detalles biográficos sobre los diversos personajes. Éstos han sido convenientemente resumidos por E. A. Wallis Budge, ex conservador de Antigüedades Egipcias en el Museo Británico. La diosa Nut, esposa del dios del sol, Ra, era amada por el dios Geb. Cuando Ra descubrió la intriga maldijo a su esposa y declaró que no pariría un hijo en ningún mes del año. Entonces el dios Toth, que también amaba a Nut, disputó una partida de damas con la Luna y ganó a ésta cinco días completos, los cuales añadió a los 360 días en los que consistía el año. El primero de estos cinco días nació Osiris; y en el momento de nacer se oyó una voz que proclamaba el nacimiento del Señor de la Creación. En otras partes el mito nos informa que el año de 360 días consiste en «12 meses, cada uno de los cuales está formado por 30 días». Y en términos generales, según observa Sellers, «se utilizan frases que encierran unos cálculos mentales rápidos y sencillos y revelan una gran atención a los números». Hasta aquí hemos obtenido tres de los números precesionales de Sellers: 360, 12 y 30. El cuarto número, que aparece más adelante, es sin duda el más importante. La perversa deidad llamada Seth encabezó un grupo de conspiradores en una conjura para asesinar a Osiris. El número de los conspiradores era curiosamente 72. Con este número en la mano, según sugiere Sellers, estamos en disposición de poner en marcha una serie de conclusiones importantes: “12 = número de constelaciones del zodíaco; 30 = número de grados asignados a lo largo de la eclíptica a cada constelación zodiacal; 72 = número de años requeridos para que el Sol equinoccial complete un desplazamiento precesional de un grado a lo largo de la eclíptica; 360 = cifra total de grados en la eclíptica;  72 X 30 = 2.160, número de años requeridos para que el Sol complete un pasaje de 30 grados a lo largo de la eclíptica, es decir, para que atraviese cualquiera de las doce constelaciones zodiacales; 2.160 X 12 = 25.920, número de años en un ciclo precesional completo o Gran Año, y por ende el número total de años requeridos para que se produzca el Gran Retorno. Aparecen también otras cifras y combinaciones de cifras, por ejemplo: 36 = el número de años requeridos para que el Sol equinoccial complete un desplazamiento precesional de medio grado a lo largo de la eclíptica; 4.320 = número de años requeridos para que el Sol equinoccial complete un desplazamiento de 60 grados, es decir, dos constelaciones zodiacales“. Éstos, según afirma Sellers, constituyen los ingredientes básicos de un código precesional que aparece una y otra vez, con asombrosa persistencia, en los mitos antiguos y en la arquitectura sagrada.

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En común con buena parte de la numerología esotérica, se trata de un código que nos permite desplazar unos puntos decimales a la izquierda o la derecha, según deseemos, y utilizar prácticamente cualquier combinación concebible, permutación, multiplicación, división y fracción de los números esenciales, los cuales se hallan relacionados precisamente con el ritmo de precesión de los equinoccios. El número más importante del código es el 72. A éste se añade con frecuencia el 36, totalizando 108, y podemos multiplicar 108 por 100 para obtener 10.800 o dividirlo por 2 para obtener 54, que luego puede ser multiplicado por 10 y expresado como 540, o como 54.000, como 540.000, como 5.400.000, etc. No menos significativo es el 2.160, el número de años requeridos para que el punto equinoccial transite por una constelación zodiacal, que en ocasiones es multiplicado por 10 y por factores de diez, lo cual arroja 216.000, 2.160.000, etc., y otras por 2 para obtener 432.000, 4.320.000, etc.. Si Sellers está en lo cierto con su hipótesis de que los cálculos necesarios para producir estos números fueron codificados deliberadamente en el mito de Osiris, a fin de transmitir una información precesional a los iniciados, nos hallamos sin duda ante una curiosa anomalía. Si conciernen realmente a la precesión, los números se hallan fuera de lugar en el tiempo. La ciencia que contienen es demasiado avanzada para que fueran calculados por una civilización antigua conocida en la Historia. No olvidemos que se producen en un mito que está presente en los mismos albores de la escritura en Egipto. Ciertos elementos de la historia de Osiris se hallan en los Textos de las Pirámides, que datan del 2450 a. C., en un contexto que sugiere que ya entonces eran muy antiguos. Hiparco, el presunto descubridor de la precesión que vivió en el siglo II a. C., propuso un valor de 45 o 46 segundos de arco con respecto a un año de movimiento precesional. Estas cifras arrojan como resultado un desplazamiento de un grado sobre la eclíptica en 80 años, a 45 segundos de arco por año, y en 78,26 años a 46 segundos de arco por año. La cifra real, según los cálculos de la ciencia actual es de 71,6 años. Si la teoría de Sellers es correcta, por tanto, los números de Osiris, que arrojan un valor de 72 años, son considerablemente más precisos que los de Hiparco. Es más, dentro de los evidentes límites que impone la estructura narrativa, es difícil concebir una mejora en la cifra de 72 años, aun cuando la cifra más precisa fuera conocida por los antiguos creadores de mitos. Es imposible insertar 71,6 conspiradores en una historia, pero 72 encajan holgadamente. Trabajando a partir de esta cifra redonda, el mito de Osiris es capaz de arrojar un valor de 2.160 años con respecto al desplazamiento precesional a través de una casa completa del zodíaco. La cifra correcta, según los cálculos actuales, es de 2.148 años. Las cifras de Hiparco nos permiten calcular 25.920 como el número de años requeridos para que se complete un ciclo completo precesional a través de doce casas del zodíaco. Hiparco no nos da ni 28.800 ni 28.173,6 años. La cifra correcta, según los cálculos actuales, es 25.776 años. Los cálculos de Hiparco con respecto al Gran Retorno, por tanto, presentan un desfase de unos tres mil años. Los cálculos de Osiris se apartan de la cifra real en sólo ciento cuarenta y cuatro años, posiblemente debido a que el contexto narrativo obligó a redondear la cifra base del valor correcto de 71,6 a la cifra más manejable de 72.

Todo ello, sin embargo, suponiendo que Sellers esté en lo cierto al deducir que los números 360, 72, 30 y 12 no aparezcan en el mito de Osiris por azar sino que fueron colocados allí por gentes que comprendían y habían medido correctamente la precesión. Pero el mito de Osiris no es el único que incorpora el cálculo de la precesión. Los números relevantes aparecen reiteradamente en variadas formas, múltiplos y combinaciones, en todo el mundo antiguo. Tenemos, como ejemplo, el mito escandinavo de los 432.000 guerreros que salieron del Valhalla para luchar contra «el Lobo». Si examinamos de nuevo el mito comprobaremos que contiene varias permutaciones de «números precesionales». Asimismo, las antiguas tradiciones chinas que se refieren a un cataclismo universal fueron escritas en un inmenso texto consistente precisamente en 4.320 volúmenes. A miles de kilómetros de distancia, ¿es posible considerar una mera coincidencia el hecho de que el historiador babilonio Beroso, en el siglo III a. C., atribuyera un reinado total de 432.000 años a los reyes míticos que gobernaron la tierra de Sumer antes del diluvio? ¿Es también una coincidencia que Beroso asignara 2.160.000 años al período «entre creación y catástrofe universal»? Visto lo cual cabe preguntarse si los mitos de antiguos pueblos amerindios, como los mayas, también contienen o permiten computar números como 72, 2.160, 4.320, etc. Pero por culpa de los conquistadores y a los celosos frailes españoles que destruyeron gran parte del patrimonio tradicional de Centroamérica, no podremos averiguarlo. Lo que sí podemos afirmar, no obstante, es que los números relevantes aparecen, con una profusión relativa, en el calendario maya de la Cuenta Larga. Los números necesarios para calcular la precesión se hallan allí en las siguiente fórmulas: 1 Katun = 7.200 días; 1 Tun = 360 días; 2 Tuns = 720 días; 5 Baktuns = 720.000 días; 5 Katuns = 36.000 días; 6 Katuns = 43.200 días; 6 Tuns = 2.160 días; 15 Katuns = 2.160.000 días. Por otra parte, el código de Sellers no se circunscribe a la mitología. En las selvas de Camboya, el complejo del templo de Angkor da la impresión de haber sido construido expresamente como una metáfora precesional. Por ejemplo, posee cinco puertas a cada una de las cuales conduce un camino que atraviesa un foso infestado de cocodrilos que rodea todo el yacimiento. Cada uno de estos caminos está bordeado por una hilera de gigantescas figuras de piedra, 108 por avenida, 54 en cada lado, en total 540 estatuas, y cada hilera exhibe una enorme serpiente Naga. Por otra parte, tal como observan Santillana y Von Dechend en Hamlet’s Mill, las figuras no «sujetan» a la serpiente, sino que parecen «tirar» de ella, lo cual indica que las 540 estatuas están «removiendo el Océano Lácteo». Toda Angkor «constituye un modelo de colosales dimensiones basado en la fantasía e incongruencia típicamente hindúes» para expresar la idea de la precesión.

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Lo mismo puede decirse del templo de Borobudur, en Java, con sus 72 stupas, y quizá también de los megalitos de Balbek, en el Líbano, que según los expertos constituyen los bloques tallados en piedra más grandes del mundo. Muy anteriores a las estructuras romanas y griegas que se hallan en el yacimiento, los tres que componen el llamado trilito tienen una altura equivalente a un edificio de cinco pisos y cada uno pesa más de 600 toneladas. Hay un cuarto megalito que mide casi 24 metros de altura y pesa 1.100 toneladas. Curiosamente, estos gigantescos bloques fueron cortados, tallados perfectamente y transportados a Balbek desde una cantera que estaba situada a muchos kilómetros de distancia. Por último fueron hábilmente incorporados, a una altura de varios metros sobre el suelo, a los muros de contención de un magnífico templo. Este templo estaba rodeado de 54 columnas de tamaño y peso descomunal. En el subcontinente de la India, donde la constelación de Orión se denomina Kal-Purush, que significa «Tiempo-Hombre», los números de Sellers referentes a Osiris se transmiten a través de diversos medios en una forma que es muy difícil de atribuir al azar. Por ejemplo, el Agnicayana, el altar del fuego hindú, consta de 10.800 ladrillos. En el Rigveda, el texto védico más antiguo y una auténtica mina de mitología hindú, hay 10.800 estrofas. Cada estrofa está formada por 40 sílabas, de modo que toda la composición consiste en 432.000 sílabas ni más, ni menos. Y en la estrofa 164 del primer volumen del Rigveda, leemos «la rueda de 12 radios en la que están establecidos 720 hijos de Agni». En la cábala hebrea aparecen 72 ángeles a través de los cuales aquellos que conocen sus nombres y números pueden acceder, o invocar, a los Sephiroth o poderes divinos. La tradición rosacruz se refiere a ciclos de 108 años (72 más 36) según los cuales la secreta hermandad deja sentir su influencia. Asimismo, el número 72 y sus permutaciones y subdivisiones revisten una gran importancia para las sociedades secretas chinas conocidas como las tríadas. Un antiguo ritual requiere que cada candidato para ser iniciado satisfaga una cuota que comprende “«360 en metálico para “confeccionar ropa”, 108 en metálico “para la bolsa”, 72 en metálico para «el curso de instrucción», y 36 en metálico para decapitar al “sujeto traidor”»”. El «metálico», la vieja y universal moneda china de latón con un orificio cuadrado en el centro, ya no está en circulación, pero los números transmitidos por el ritual desde tiempos inmemoriales han sobrevivido. Así, en la moderna Singapur, los candidatos para formar parte de una tríada pagan una cuota de entrada que es calculada según sus circunstancias económicas, pero que consiste siempre en múltiplos de 1,80 dólares, 3,60 dólares, 7,20 dólares, 10,80 dólares, y, por tanto, 18 dólares, 36 dólares, 72 dólares, 108 dólares, o 360 dólares, 720 dólares, 1.080 dólares, etc.

De todas las sociedades secretas, la más misteriosa y arcaica es sin lugar a dudas la Liga Hung, que según los expertos constituye «la depositaría de la antigua religión de los chinos». Muchos de los símbolos adoptados por la Tríadas tienen un fuerte origen en el Budismo y se han inspirado en la tradición china. Ppor ejemplo, un signo importante es el del Cielo y la Tierra, que se realiza señalando al cielo con una mano y con la otra a la tierra. Este símbolo es muy semejante al que aparece en algunas representaciones de Buda. En un rito de iniciación Hung, el neófito es sometido a una sesión de preguntas y respuestas: “P. ¿A quién has visto durante tu paseo? R. Vi dos macetas que contenían plantas de bambú rojo.  P. ¿Sabes cuántas plantas había? R. En una maceta había 36 y en la otra 72 plantas, en total 108. P. ¿Te llevaste algunas plantas a casa? R. Sí, me llevé 108 plantas a casa. P. ¿Puedes demostrarlo? R. Puedo demostrarlo con un verso. P. ¿ Qué dice ese verso ? R. El bambú rojo de Cantón es muy raro en el mundo. En las arboledas hay 36 y 72. ¿ Hay alguien en el mundo que conozca el significado de esto? Si nos aplicamos, descubriremos el secreto“.  La atmósfera de intriga que genera ese párrafo se ve acentuada por el reticente comportamiento de los miembros de la Liga Hung, una organización que en muchos aspectos se parece a la orden europea medieval de los templarios y los grados superiores de la masonería francesa. Otro detalle interesante es que el carácter chino Hung, compuesto por agua y muchos, significa inundación, es decir, el diluvio. Regresemos de nuevo a la India y examinemos el contenido de las sagradas escrituras conocidas como Puranas. Estas se refieren a «cuatro eras de la Tierra», llamadas Yugas, que juntas equivalen a 12.000 años divinos. Las respectivas duraciones de estas épocas, en años divinos, son Krita Yuga = 4.800; Treta Yuga = 3.600; Dav-para Yuga = 2.400; Kali Yuga = 1.200. El Puranas también nos dice que «un año de los mortales equivale a un día de los dioses». Por otra parte, y exactamente igual que en el mito de Osiris, comprobamos que el número de días en los años tanto de los dioses como de los mortales ha sido fijado de forma artificial en 360, de modo que un año de los dioses equivale a 360 años de los mortales. La Kali Yuga, por tanto, que consiste en 1.200 años de los dioses, posee una duración de 432.000 años mortales. Una Mahayuga, o Gran Era, compuesta por 12.000 años divinos contenidos en las cuatro Yugas menores, equivale a 4.320.000 años de los mortales. Un millar de Mahayugas, que constituyen un Kalpa, un Día de Brahma, se prolongan a lo largo de 4.320.000.000 años ordinarios, procurándonos de nuevo los dígitos para realizar unos cálculos precesionales básicos.

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Por otro lado, existen los Manvantaras, períodos de Manu, a propósito de los cuales las escrituras nos dicen que «durante cada Manvantara transcurren unos 71 sistemas de cuatro Yugas». Recordemos que el desplazamiento de un grado en el movimiento precesional requiere 71,6 años, un número que en la India puede redondearse hasta «aproximadamente 71» del mismo modo que en el Antiguo Egipto se redondeaba a 72. La Kali Yuga, con una duración de 432.000 años mortales, es precisamente la nuestra. «En la Era Kali —según afirman las escrituras— prosperará la decadencia, hasta que la raza humana se halle próxima a su desaparición». Se dice que fue un perro el que nos llevó a estos tiempos de decadencia. Esto es así por Sirio, la estrella que pertenece al Can Mayor y está situada junto al talón de la gigantesca constelación de Orión, que se yergue en los cielos sobre Egipto. En esa tierra, como hemos visto, Orión es Osiris, el dios de la muerte y la resurrección, cuyos números son 12, 30, 72 y 360. Pero ¿acaso el azar puede explicar el hecho de que estos y otros enteros relativos a la precesión aparezcan continuamente en diversos lugares del mundo en unas mitologías que, en principio, no se hallan relacionadas entre sí? Santillana, Von Dechend, Jane Sellers y muchos otros expertos descartan que sea algo fortuito, y aducen que la persistencia del detalle indica una inteligencia guía. Si están equivocados, debemos hallar otra explicación que justifique el hecho de que unos números tan específicos e interrelacionados, cuya única función evidente es calcular la precesión, hayan conseguido por azar dejar su impronta en la cultura humana. Pero supongamos que no se equivocan. Supongamos que existía una mano que movía los hilos. Tomemos el caso del perro, o chacal, o lobo, o zorro. La forma sutil en que este canino se desliza de mito en mito no deja de resultar singular y desconcertante al mismo tiempo. Tras dejar que el perro Sirio nos abriera el camino, se nos ofrecieron los números necesarios para calcular la precesión con mayor o menor exactitud. Sirio, en su eterna posición junto al talón de Orión, no es el único personaje canino que acompaña a Osiris. Isis buscó el cadáver de su marido después de que éste fuera asesinado por Seth, quien, curiosamente, también era hermano de Isis y Osiris. En su búsqueda, según la antigua tradición, Isis contó con la ayuda de unos perros, en algunas versiones unos chacales. Asimismo, los textos mitológicos y religiosos de todos los períodos de la historia egipcia afirman que el dios-chacal Anubis cuidó del espíritu de Osiris después de su muerte y le sirvió de guía a través del más allá. Algunos grabados que han sobrevivido muestran a Anubis con un aspecto prácticamente idéntico al de Upuaut, «el que abre el camino». Por último, se cree que Osiris asumió la forma de un lobo cuando regresó del más allá para ayudar a su hijo Horus en la batalla decisiva que éste libró contra Seth.

A veces tenemos la extraña sensación de ser manipulados por una inteligencia antigua que ha hallado el medio de llegar a nosotros a través de los tiempos, y que, por alguna razón, nos presenta un enigma para que lo resolvamos mediante el lenguaje del mito. Si sólo aparecieran perros de forma reiterada, sería muy fácil descartar estas extrañas intuiciones. Es más probable que el fenómeno de los perros responda a una coincidencia que a otros elementos incorporados al mito. Pero no se trata sólo de perros. Los caminos entre los dos mitos de Osiris y la muela de Amlodhi, tan distintos entre sí, aunque ambos parecen contener unos datos científicos fidedignos sobre la precesión de los equinoccios, permanecen abiertos en virtud de otro curioso factor común. En concreto, unas relaciones familiares. Amlodhi/Amleth/Hamlet siempre es un hijo que venga la muerte de su padre atrapando y matando al asesino. El asesino, por lo demás, siempre es el hermano del padre, o sea el tío de Hamlet. Esta es precisamente la trama del mito de Osiris. Osiris y Seth son hermanos. Seth asesina a Osiris, y Horas, el hijo de Osiris, se venga matando a su tío. Otro aspecto interesante es que con frecuencia el personaje de Hamlet mantiene relaciones incestuosas con su hermana. En el caso de Kullervo, el Hamlet finlandés, hay una conmovedora escena en la que el héroe, a su regreso tras una larga ausencia, se encuentra en el bosque a una doncella que recoge bayas. Ambos jóvenes yacen juntos. Más tarde descubren que son hermanos. La doncella se suicida ahogándose. Después, con «el perro negro Musti» pegado a sus talones, Kullervo entra en el bosque y se arroja sobre su espada. En el mito egipcio de Osiris no hay suicidios, pero sí un incesto entre Osiris y su hermana Isis. De su unión nace Horus, el vengador. Así pues, parece razonable preguntar qué explicación tienen esas series de mitos que parecen girar en torno a temas diversos pero que cada uno de ellos es capaz de arrojar luz sobre el fenómeno de la precesión de los equinoccios. Asimismo nos debemos preguntar porque incluyen todos ellos unos perros y unos personajes curiosamente propensos al incesto, al fratricidio y a la venganza.  Estos recursos literarios idénticos, que aparecen de forma reiterada en contextos tan distintos, no creemos sean fruto de la casualidad. Asimismo podemos preguntarnos quiénes fueron los autores y creadores de este rompecabezas, y qué motivos los impulsaron a crearlo. Quienesquiera que fuesen, debían de ser lo suficientemente inteligentes para observar el avance infinitesimal del movimiento precesional a lo largo de la eclíptica y establecer su ritmo en un valor asombrosamente parecido al que ha obtenido la tecnología moderna.

Por tanto, se deduce que estamos hablando de un pueblo en extremo civilizado y de un alto nivel científico. Por otra parte, debieron de haber vivido en la Antigüedad remota, porque sabemos con certeza que la creación y difusión del legado común de los mitos precesionales a ambos lados del Atlántico no ocurrió en tiempos históricos. Por el contrario, la evidencia sugiere que todos esos mitos eran ya muy antiguos cuando se inició lo que llamamos Historia, hace unos cinco mil años. En distintas épocas, en distintos continentes, las leyendas antiguas podían ser relatadas una y otra vez de variadas formas, pero conservando siempre su simbolismo esencial y transmitiendo los datos precesionales codificados para los que estaban programadas desde el principio. No obstante, nos podemos preguntar por el fin que tenían estas informaciones codificadas. Los largos y lentos ciclos de precesión no se limitan en sus consecuencias a una imagen cambiante del cielo. Este fenómeno celestial, consecuencia del bamboleo del eje terrestre, incide de forma directa sobre la Tierra. De hecho, éste parece ser uno de los principales factores correlativos en la repentina aparición de los períodos glaciales y su no menos repentina y catastrófica decadencia. Es comprensible que una enorme cantidad de mitos que se hallan diseminados por el mundo entero describan unas catástrofes geológicas con todo detalle. La humanidad sobrevivió al horror del último período glacial, y la fuente más plausible de nuestras tradiciones de diluvios y heladas, vulcanismo y terremotos devastadores se encuentra en las tumultuosas convulsiones que se desencadenaron durante el gran deshielo ocurrido entre el 15.000 y el 8.000 a. C. El retroceso de las masas de hielo, y el consiguiente aumento entre noventa y ciento veinte metros en los niveles del mar, se produjo sólo unos miles de años antes del inicio del período histórico. Por tanto, no es de extrañar que nuestras civilizaciones primitivas conservaran recuerdos del gran cataclismo que había aterrorizado a sus ancestros. Más difícil de explicar es la forma singular pero evidente en que los mitos del cataclismo tienen la inteligente impronta de una mano guía. El grado de convergencia entre esas antiguas leyendas a menudo es lo suficientemente asombroso para suscitar la sospecha de que todas fueron escritas por el mismo autor. Tal vez ese autor tiene que ver con la extraordinaria divinidad, o superhombre, al que se refieren muchos de los mitos. Blanco y con barba, Osiris es la manifestación egipcia de esta figura universal, y quizá no sea casual que una de las primeras acciones por las que es recordado en el mito sea la abolición del canibalismo entre los habitantes primitivos del valle del Nilo. Según dicen, Viracocha, en Sudamérica, inicio su misión civilizadora inmediatamente después de un gigantesco diluvio; Quetzalcóatl, el descubridor del maíz, llevó los beneficios de las cosechas, las matemáticas, la astronomía y una cultura refinada a México después de que el Cuarto Sol hubiera sido destruido por un terrible diluvio.

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Tal vez estos extraños mitos contengan información sobre unos encuentros entre diversas tribus del paleolítico que sobrevivieron al último período glacial y una civilización superior que aún no ha sido identificada y que pasó a través de la misma época. Si el «mensaje precesional» identificado por expertos como Santillana, Von Dechend y Jane Sellers constituye realmente un intento deliberado de comunicarse con una antigua civilización perdida, ¿por qué no fue escrito para que nosotros lo halláramos? ¿No habría resultado más sencillo eso que codificarlo en los mitos?  No obstante, supongamos que sea cual fuere el mensaje escrito éste hubiera sido destruido o hubiera desaparecido con el paso de los siglos. O supongamos que el lenguaje en el que fue escrito cayera posteriormente en el olvido, como sucedió con la enigmática escritura del valle del Indo, la cual ha sido estudiada a conciencia durante más de medio siglo pero hasta ahora ha resistido todos los intentos de ser descifrada. Es evidente que en tales circunstancias un legado escrito al futuro no tendría ningún valor, puesto que nadie sería capaz de comprenderlo.  Lo que uno utilizaría, por tanto, sería un lenguaje universal, un lenguaje que resultara comprensible para cualquier sociedad tecnológicamente avanzada en cualquier época, incluso al cabo de mil o diez mil años. Este tipo de lenguaje no abunda, pero las matemáticas es uno de ellos, y la ciudad de Teotihuacán puede ser la tarjeta de visita de una civilización perdida, escrita en el lenguaje eterno de las matemáticas.  Los datos geodésicos, referentes a la situación exacta de unos puntos geográficos fijos y a la forma y tamaño de la Tierra, también serían válidos y reconocibles al cabo de miles de años, y podrían ser convenientemente expresados por medio de la cartografía o en la construcción de gigantescos monumentos geodésicos como la Gran Pirámide de Egipto.  Otra constante que observamos en nuestro sistema solar es el lenguaje del tiempo, tal como los grandes pero regulares intervalos calibrados por el avance infinitesimal del movimiento precesional. Ahora, o dentro de diez mil años, un mensaje que emite números como 72 o 2.160 o 4.320 o 25.920 resultaría de inmediato inteligible para cualquier civilización que poseyera un modesto talento para las matemáticas o la capacidad de detectar y medir el movimiento casi imperceptible de marcha atrás que parece realizar el Sol a lo largo de la eclíptica sobre el telón de fondo de unas estrellas fijas, 1º al cabo de 71,6 años, 30° al cabo de 2.148 años, etc.

La sensación de que existe una correlación se ve reforzada por otro elemento que, si bien no es tan firme ni definitivo como el número de sílabas en el Rigveda, sí parece relevante. Los mitos referentes a cataclismos globales y a la precesión de los equinoccios aparecen con frecuencia interrelacionados a través de un simbolismo compartido. Existe una detallada interconexión entre estas dos categorías de tradición, las cuales exhiben por otra parte las huellas reconocibles de un propósito consciente. Lógicamente, por tanto, uno siente deseos de comprobar si existe una conexión importante entre la precesión de los equinoccios y las catástrofes globales. Aunque parecen hallarse implicados distintos mecanismos de carácter astronómico y geológico, y aunque no todos ellos son perfectamente comprendidos, el caso es que el ciclo de precesión presenta una marcada correlación con el inicio y la desaparición de los períodos glaciales. Es preciso que coincidan varios factores desencadenantes, por lo que de una era astronómica a otra no están implicados todos los cambios. No obstante, es un hecho aceptado que la precesión ejerce un fuerte impacto en la glaciación y la desglaciación, en unos intervalos muy espaciados. Estos conocimientos no fueron establecidos por nuestra ciencia hasta finales de 1970. Sin embargo, la evidencia que ofrece el mito sugiere la posibilidad de que una civilización no identificada que correspondía al último período glacial poseyera estos mismos conocimientos. En suma, todo parece indicar que los terribles cataclismos de diluvios, fuego y hielo que describen los mitos, de algún modo se hallaban relacionados con los movimientos de las coordenadas celestes a través del gran ciclo del zodíaco. Según Santillana y Von Dechend: “No era una idea extraña para los antiguos el que los molinos de los dioses giran lentamente y que el resultado suele ser doloroso“. Tres factores principales se hallan implicados en la aparición y retroceso de los períodos glaciales, además  de los diversos cataclismos que provocan las repentinas heladas y deshielos.

Hay una serie de factores que están relacionados con las variaciones en la geometría orbital de la Tierra: Uno es la oblicuidad de la eclíptica, es decir, el ángulo de inclinación del eje de rotación del planeta, que constituye también el ángulo entre el ecuador celeste y la eclíptica. Ésta varía a lo largo de inmensos períodos entre 22,1°, el punto más próximo que alcanza el eje con respecto a la vertical, y 24,5°, el punto más distante de la vertical. Otro factor es la excentricidad de la órbita, es decir, el hecho de que la trayectoria elíptica de la Tierra alrededor del Sol sea más o menos prolongada en una determinada época. Un tercer factor sería la precesión axial, la cual hace que los cuatro puntos cardinales en la órbita terrestre, los dos equinoccios y los solsticios de invierno y verano, retrocedan muy lentamente alrededor de la trayectoria orbital.  Hays, Imbrie y otros expertos han demostrado que puede predecirse el principio de los períodos glaciales cuando se producen las siguientes y nefastas conjunciones de los ciclos celestes: a) máxima excentricidad, lo cual aleja a la Tierra a más millones de kilómetros del Sol cuando está en el afelio, el extremo de su órbita; b) mínima oblicuidad, lo cual significa que el eje terrestre, y por consiguiente los polos norte y sur, se hallan mucho más cercanos a la vertical de lo normal; y c) precesión de los equinoccios, lo cual, a medida que continúa el gran ciclo, hace que se instaure el invierno en uno u otro hemisferio cuando la Tierra está en perihelio, su punto más próximo al Sol; esto, a su vez, significa que el verano se produce en el afelio y es por tanto relativamente frío, de forma que el hielo depositado durante el invierno no se funde durante el verano siguiente y se producen inexorablemente unas condiciones glaciales. Propiciada por la cambiante geometría de la órbita, la insolación global —las distintas cantidades e intensidad de luz solar recibidas en diversas latitudes en una determinada época— puede por tanto ser un importante factor desencadenante con respecto a períodos glaciales. ¿Es posible que los antiguos creadores de mitos trataran de advertirnos sobre un gran peligro al vincular de forma tan compleja unos cataclismos globales con la lentitud con que gira el molino del cielo? Al identificar los importantes efectos de la geometría orbital sobre el clima y bienestar del planeta, y al combinar esta información con unas medidas precisas referentes a la velocidad del movimiento precesional, los desconocidos científicos de una civilización sin identificar parecen haber hallado el medio de atraer nuestra atención, salvando el abismo de los siglos, para comunicarse directamente con nosotros. El que atendamos o no sus advertencias depende de nosotros.

Fuentes:

  • Arthur Posnansky –Tiahuanaco, la cuna del hombre americano
  • Graham Hancock – Las Huellas de los Dioses
  • Simone Waisbard – Tiahuanaco, diez mil años de enigmas incas
  • Giorgio de Santillana y Hertha von Dechend – Hamlet’s Mill
  • Graham Hancock – El espejo del paraíso
  • Pauwels y J. Bergier – El retorno de los brujos
  • Diego de Landa – Relación de las cosas de Yucatán
  • Jane B. Sellers – The Death of Gods in Ancient Egypt
  • Allan y Sally Landsburg – En busca de antiguos misterios

Los grandes mitos universales demuestran un antiguo conocimiento común

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