Narciso rechazó a la ninfa Eco, y hubiera rechazado su propio eco de creer que viene de otra persona o que se iría haciendo independiente. Hijo del dios Cefiso y la náyade Liríope, se ahogó por confundir su belleza con su reflejó en un arroyo. Esta era la definición popular de narcicismo en la Grecia de la mitología. Nuestra definición popular no se aleja mucho porque dependemos hoy más que nunca de mostrar una imagen propia solo positiva.
De acuerdo con la psicología, es peligroso que la debatida inclinación del siglo XXI por la posverdad nos mueva a conductas como la sobreestimación de nuestras propias capacidades, la exageración de nuestros logros y la obsesión por completar objetivos que interfieren con una adaptación saludable y realista. Por conseguir hacer daño solo con la irrealidad, el narcisismo no puede ser si no patológico, y el peor fuego amigo para el narcisista.
Este trastorno puede ir acompañado de otros dos que llaman poderosamente la atención a la psicología enfocada a las relaciones sociales. La así denominada “triada oscura” es la interacción de características narcisistas, psicopáticas y maquiavélicas en la personalidad de ciertos individuos quienes, comúnmente, son los más proclives a sesgos cognitivos con efectos violentos. Se tratan de trastornos que perjudican la adquisición de valores prosociales, y, por ejemplo, el sexismo, la homofobia y el acoso escolar tienen una base narcisista.
Dicho esto, ¿esto es tan extendido como para empezar a dudar si vivimos en una sociedad narcisista? En un tiempo donde nuestra relacionalidad social llega a limitarse a estar “online” u “offline”, lo fantasmagórico de este mundo a distancia llega a encarnarse solo de autofantasías que ayudan a lidiar con la presión social por poder y tener que mostrarnos como seres perfectos y solo positivos. Esto incentiva la necesidad de aprobación y admiración, algo que va más allá de la vanidad psicológicamente sana. Puede decirse que el narcisismo es un fenómeno colectivo e histórico tanto como sigue siendo un trastorno de la personalidad.
El problema empieza cuando toda tendencia más que entendible de reconocimiento y validación deje de ser un medio, incluso creativo, para convertirse en un objetivo único. La desadaptación sigue al empeño, sin capacidad para la frustración, por tratar de condicionar a los demás y a uno mismo desde lo más limitativo del perfeccionismo. Esto solo hace posible relaciones superficiales que, no obstante, adquieren una importancia exagerada. Algo como el miedo a ser ignorado o a la cancelación sostiene con pinzas el bienestar emocional.
La imagen social de nuestro día a día llega a ser una vía exclusiva a la transcendencia que no puede ir demasiado lejos, limitándonos a entornos cada vez más tóxicos, donde es como la falta de empatía y, por tanto, la manipulación e, incluso, la agresividad. Y es lamentable que, para ciertos esquemas laborales competitivos, sea deseable y valioso algo como la búsqueda de poder y la urgencia de admiración de muchos individuos claramente narcisistas.
Son más que comunes los influencers que pretenden ser gurúes sobre caminos fáciles para mostrarnos como seres mejores que los demás. Los filtros informáticos contribuyen a promover la manipulación de la realidad conforme aumenta una exposición de cualquiera delante de todos. Este trabajo sobre nuestra imagen propia es el sentido social del narcisismo, el cual deja de ser solo una actitud para volverse en una herramienta de sobrevivencia. Quererse a uno mismo es la virtud de ser uno mismo. Pero esto no debe confundirse con ser una reflejo de la aprobación, o, peor, aún, de la conmiseración. En palabras del comediante Stephen Fry:
Autocompasión, ciertamente el vicio más destructivo que una persona puede tener. Más que el orgullo, que supuestamente es el número uno de los pecados capitales. Es la peor emoción posible y la más destructiva. Lo es, parafraseando ligeramente lo que Wilde dijo sobre el odio, y creo que en realidad el odio es un subconjunto de la autocompasión y no al revés: ‘Destruye todo a su alrededor, excepto a sí mismo’.
La autocompasión destruirá las relaciones, destruirá todo lo bueno, cumplirá todas las profecías que haga y se dejará solo a sí misma. Y es tan simple imaginar que uno es tratado mal, y que las cosas son injustas, y que uno es subestimado, y que si solo uno hubiera tenido la oportunidad de hacer esto, si solo uno hubiera tenido la oportunidad de aquello, las cosas habrían salido bien. Serías más feliz si solo aquel tuviera mala suerte. Es posible que algunas de estas cosas incluso sean ciertas, pero compadecerse de uno mismo como resultado de ellas es hacerse un flaco favor a uno mismo.
Creo que la autocompasión es una de las cosas que encuentro poco atractivas de la cultura estadounidense, una cultura que en su mayoría extremadamente atractiva. Me gustan los estadounidenses y me encanta estar en Estados Unidos. Pero de vez en cuando habrá algún ejemplo de la absolutamente voraz autocompasión de la que son capaces, algo fácil de ver en sus programas de entrevistas. Es un espectáculo espantoso y muy autodestructivo. Casi una vez quise publicar un libro de autoayuda que dijera ‘Cómo ser feliz de Stephen Fry: éxito garantizado’. Pero si la gente comprara este libro enorme, vería todas las páginas en blanco, y la primera simplemente diría: ‘Deja de sentir lástima por ti mismo y serás feliz. Utilice el resto del libro para escribir sus pensamientos y dibujos interesantes’. Eso es lo que sería el libro, y sería verdad.
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