La sabiduría de las tribus navajos y lakotas Eduard Punset

Esta columna la escribo desde Albany, la capital del Estado de Nueva York, en Estados Unidos –que, en contra de lo que se pudiera pensar, no es Nueva York, una ciudad mucho más conocida y visitada–. Allí tuve la oportunidad de conversar con representantes de las tribus indias que los españoles llamaron navajos y lakotas. Una madre navajo con su hijo (imagen: Wikipedia). Las costumbres indias disuadían enérgicamente a los miembros de la tribu de que el bebé tuviera otro hermanito antes de transcurridos seis años, una costumbre positiva según una minuciosa y larga investigación efectuada por científicos británicos. Las intervenciones de estos últimos fueron las que más me interesaron. Fue mi segunda sorpresa: me quedé fascinado al descubrir de la boca de Águila Brava –Wanbli Oitika es su nombre original–, y de la elegante Gallo de la Pradera –Cio, para los miembros de su tribu–, que sus tradiciones milenarias habían anticipado varios de los descubrimientos científicos más recientes. En la tradición de la tribu de Águila Brava –marcada por la gestión matriarcal– se evitaba cualquier conflicto de la pareja con la madre política considerando, simplemente, que el hombre de la casa no superaba nunca los 12 años de edad, con lo que la ignorancia y el ninguneo del yerno por parte de la suegra –que nunca aceptaba que el marido de su hija la superara a esta última en dones– quedaban plenamente justificados. Ahora bien, la sorpresa viene de haber comprobado hace muy poco tiempo que la especie humana es la única conocida en la que el macho conserva a lo largo de toda su vida un nivel de infantilismo mucho mayor que el de la hembra. Los machos nunca dejan del todo la niñez, como muestran su comportamiento, sus juegos y sus pasatiempos. La hembra, es cierto, se comporta también como una niña –de la misma manera que los varones se comportan como niños durante la infancia–, pero muy pronto se olvidan de la infancia para siempre. ¿Cómo es posible que la cultura heredada de los navajos y lakotas hubiera asimilado en sus conductas familiares lo que la ciencia acaba de comprobar ahora? Es decir, que los varones –al contrario que las hembras–, se comportan como si tuvieran 12 años toda la vida. ¿Cómo supieron cimentar siglos atrás su derecho matrimonial sobre un hecho que la ciencia acaba de perfilar ahora por la boca de científicos como Desmond Morris? Hay más, hay mucho más. No me podía creer lo que estaba escuchando cuando Águila Brava nos explicaba al grupo de curiosos que con él charlábamos la importancia que concedían sus antepasados a los niños recién llegados al mundo: “Tan es así –prosiguió Wanbli Chiquita– que las costumbres indias disuadían enérgicamente a los miembros de la tribu de que el bebé tuviera otro hermanito antes de transcurridos seis años”. Lo que se quería evitar es que el primero viera limitado el acceso a los escasos recursos disponibles por la llegada demasiado precipitada de un segundo hermano. A los indios navajos ni siquiera se les pasaba por la cabeza el tan manoseado argumento de que todo el mundo necesita un hermanito para socializar y cuanto antes, mejor. Lo fascinante de esta tradición legendaria de muchas tribus indias es que una minuciosa y larga investigación efectuada por científicos británicos ha comprobado que, efectivamente, cuando al primer hijo lo premian los padres con un hermano antes de que haya transcurrido un tiempo razonable desde su nacimiento, el primero se comporta peor que el promedio cuando llega a la pubertad. Los recursos son limitados y el acceso de alguien más al afecto y al consumo puede ser considerado como una competencia desleal o injustificada. El recién llegado cuestiona la supervivencia del que ya estaba, en lugar de facilitar su sociabilidad. Los indios de las tribus navajo y lakota lo sabían antes de que se lo demostraran los científicos. –

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