¿Por qué somos incapaces de ser físicamente activos incluso teniendo la intención de hacerlo? Para explicar esta lucha que tiene lugar entre nuestras intenciones sanas y los impulsos contrarios, se han desarrollado teorías científicas como los modelos de procesos dobles.
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Si le cuesta trabajo levantarse del sofá para realizar una actividad física, no se preocupe, no es el único.
Desde hace decenios, vemos campañas de comunicación que nos animan a hacer ejercicio.
Sin embargo, alrededor del 30% de los adultos no realiza suficiente actividad física. Y el porcentaje no deja de aumentar en todo el mundo.
Según la Organización Mundial de la Salud, 3,2 millones de defunciones se atribuyen a esta falta de actividad física cada año, lo que equivale a una muerte cada 10 segundos.
Quizá aún más que ser más ricos las personas desean ser más inteligentes -aunque esto quizá ya está en duda en nuestra época-. La inteligencia parecería ser la virtud más alta en nuestra sociedad -de nuevo, acaso porque el dinero no es celebrado totalmente abiertamente- y se supone que es la clave para ser exitosos y felices. Más allá de que esto puede discutirse, es indudable que a la gran mayoría de las personas les gustaría ser más inteligentes.
Existe una noción más o menos difundida de que la inteligencia es algo que se tiene de fijo y que acaso sólo se pierde un poco con el desgaste del tiempo en las neuronas. Pero esta noción de inteligencia es una muy limitada, y cercana a la idea de que el IQ es la divisa fundamental del intelecto, algo que fácilmente puede ponerse en entredicho. La inteligencia en su definición más amplia y más auténtica es la capacidad de resolver problemas, de adaptarse a condiciones, aprender (y recordar) nuevas cosas y de comunicarlo lo que se sabe y, sobre todo, de entender la realidad. Así pues la inteligencia no es algo fijo sino algo en perenne construcción.
¿Alguna vez te has sentido tan agotado, desgarrado, desilusionado o impotente que has pensado que no podías seguir adelante? ¿Te has sentido al borde del precipicio sin más opciones que rendirte o tocar fondo emocionalmente?
A todos nos ocurre: a veces la vida nos sobrepasa. Por más que luchemos, no vislumbramos la salida, nos sentimos atrapados. Sin embargo, cuando atravesamos esas situaciones límite es cuando descubrimos nuestra auténtica fuerza. Ya lo dijo un refrán popular: ningún mar en calma hizo a un marinero experto.
La fuerza que proviene de la adversidad
Maurice Vanderpol, ex presidente de la Sociedad e Instituto Psicoanalítico de Boston, analizó uno de los capítulos más oscuros de la historia de la humanidad: el Holocausto. Descubrió que las víctimas que lograron salir sanas mentalmente de los campos de concentración tenían algo en común que denominó un “escudo de plástico”.
Ese escudo estaba compuesto por varias piezas, entre las que se incluía el sentido del humor, a menudo un humor negro que, sin embargo, ayudaba a adoptar un sentido crítico de la perspectiva. Otras características centrales que ayudaron a esas personas a atravesar la adversidad fueron su capacidad para establecer vínculos interpersonales significativos y la construcción de un espacio psicológico interno que les protegía de las intrusiones abusivas.
Obviamente, nadie quiere que la adversidad toque a su puerta. Pero antes o después lo hará, así que es mejor estar preparados para enfrentar los problemas y contratiempos de la mejor manera posible. De hecho, cuando intentamos rehuir la adversidad, también eliminamos uno de los ingredientes más importantes para cultivar nuestra resiliencia.
Existen pruebas de que la inteligencia de los humanos aumentó durante el siglo XX. ¿A qué se debió? Y, ¿hasta qué punto este incremento se puede mantener en el tiempo? ¿Seremos más o menos inteligentes en el futuro?
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Quizás no te hayas dado cuenta, pero estamos viviendo en una edad de oro intelectual.
Desde que se inventó el examen de inteligencia hace más de 100 años, nuestros puntajes de cociente intelectual (CI) han aumentado constantemente. Incluso la persona promedio de hoy en día habría sido considerada un genio en comparación con una persona nacida en 1919.
A este fenómeno se le llama el efecto Flynn, y quizás es hora de que lo disfrutemos mientras dure.
La evidencia más reciente sugiere que esta tendencia puede estar disminuyendo. De hecho, puede estar incluso invirtiéndose, lo que significa que ya hemos alcanzado la cima del potencial intelectual humano.
¿Podemos realmente haber alcanzado la inteligencia máxima? Y si ese es el caso, ¿qué puede significar este declive para el futuro de la humanidad?
Son pocos los expertos que dirían que los cambios más recientes del CI son producto de la evolución genética,ya que los lapsos de tiempo son simplemente demasiado cortos.
La profesión puede cambiar la estructura del cerebro, informan los científicos que estudiaron los encéfalos de los representantes de distintas profesiones.
Para determinar qué actividad causa estos efectos y las consecuencias que ello puede acarrear, la columnista de la versión rusa de Sputnik hizo un recopilatorio de los hallazgos científicos en este ámbito.
Efectos cósmicos
Desde 2013 los científicos llevaron a cabo varios estudios de los efectos que tuvo la estancia en el espacio sobre los cerebros de los astronautas. Para ello, emplearon la imagen por resonancia magnética (IRM) antes y después de las misiones espaciales.
Un 10% de la población es zurda. Sin embargo, la división por género no es equitativa: lo es el 12% de los hombres, y el 8% en el caso de las mujeres. ¿Qué hace que una persona sea zurda y cómo se relaciona esta característica con el uso de los dos hemisferios cerebrales?
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Se han dicho muchas cosas sobre lo que significa ser zurdo y si eso cambia el tipo de persona que somos, pero la verdad es algo así como un enigma.
Mitos sobre la mano dominante aparecen todos los años, pero los investigadores aún no han descubierto qué significa ser zurdo.
¿Por qué la gente es zurda? La verdad es que todavía no lo sabemos.
Lo que sí sabemos es que solo cerca del 10% de la población en todo el mundo es zurda, pero que no hay una división equitativa entre los sexos.
Cerca del 12% de los hombres son zurdos, y solo el 8% de las mujeres lo es.
Algunas personas se entusiasman mucho con la división 90:10 y se preguntan por qué no somos todos diestros.
Pero la pregunta interesante es por qué nuestra disposición no se rige por el azar. ¿Por qué no hay una división 50:50?
No tiene que ver con la dirección de la escritura a mano, ya que en ese caso la dominancia de la mano izquierda sería prevalente en los países donde sus idiomas se escriben de derecha a izquierda, lo que no es el caso.
Incluso la genética es extraña: solo cerca del 25% de los niños que tienen dos padres zurdos también serán zurdos.
Mala salud y muerte prematura
El ser zurdo ha sido vinculado a todo tipo de cosas malas. Con frecuencia se asocia la mala salud y la muerte prematura a la dominancia de la mano izquierda, pero ninguna de las dos cosas son ciertas.
Científicos inventaron a un dispositivo que puede controlar los circuitos neuronales mediante un implante cerebral controlado por smartphones.
Según se explica en un artículo publicado en la revista Nature Biomedical Engineering, un grupo de científicos de EE.UU. y de Corea del Sur ha creado un nuevo dispositivo que puede controlar los circuitos neuronales mediante un pequeño implante cerebral controlado desde un teléfono inteligente.
La piel es un órgano inervado del principio a fin. Hablamos de un órgano directamente relacionado con el sistema nervioso. Por eso, existe una conexión muy estrecha entre lo que sucede con los pensamientos y las emociones y las afecciones de piel. En este caso vamos a hablar sobre la urticaria y la soledad.
Tan importante es la relación entre la mente y la piel que ha dado lugar a una subespecialidad llama psicodermatología. Así mismo, otra subespecialidad, la psiconeuroinmunología, se ha dedicado básicamente a estudiar las afecciones de la piel. Son los expertos en esas áreas y los psicoanalistas quienes han encontrado una relación entre la urticaria y la soledad.
Desde el punto de vista psicoanalítico, la piel y el tacto son los referentes por excelencia de la cercanía o distancia emocional. Los humanos establecemos el primer contacto afectivo con el mundo a través de la piel. Esta sigue siendo, a lo largo de toda la vida, una barrera y un punto de contacto de tipo simbólico.
“Si el lenguaje es otra piel, toquémonos más con mensajes de deseo”.
Según Carl Jung, la felicidad requiere que seamos capaces de mirar primero en nuestro interior. Solo cuando despertamos, solo cuando hacemos consciente lo inconsciente y dejamos atrás las sombras, nos sentimos libres para alcanzar aquello que nos hace felices.
Las claves de Carl Jung para ser felices siguen estando de plena actualidad. El célebre psiquiatra suizo y fundador de la psicología analítica, fue algo más que esa figura de notables y variados saberes que nos legó conceptos como el inconsciente colectivo o los arquetipos. Jung era todo un experto en esa compleja alquimia de emociones, imágenes y necesidades que subyacen en el ser humano.
Preguntarnos «¿Para qué…?», en lugar de «¿Por qué…?», puede ayudarnos a tomar conciencia de nuestras acciones, revisarlas y modificarlas. Así, optando por la primera opción estaremos en disposición de aprovechar las oportunidades que sí se nos brinden.
«¿Para qué…?» es una pregunta que muchas veces no nos hacemos, cuando sí sería oportuna. Cuando en nuestra vida surgen problemas o adversidades que nos impiden avanzar con fluidez, con frecuencia pensamos que es injusto y nos posicionamos en el rol de víctimas. En este contexto, nos solemos preguntar «¿Por qué a mí?»
La autoestima también tiene su lado oscuro. Aparece cuando la autoapreciación roza el narcisismo y la persona solo se ve a sí misma en el mundo. El amor propio para ser saludable requiere también de un ajustado equilibrio donde no caer en la falta ni en el exceso.
La autoestima excesiva no es positiva ni saludable. Ese exceso de confianza en uno mismo, así como la hipervaloración del ego deriva muy a menudo en conductas y actitudes muy problemáticas. Un ejemplo de ello lo vemos en esas personas que avanzan por la vida con aire de superioridad, negándose a asumir sus propios errores y perfilando a su vez la sombra de un evidente narcisismo.
Sabemos que el tema de la autoestima es sin duda uno de los preferidos dentro del campo del crecimiento personal. Cada año salen al mercado editorial numerosas publicaciones orientadas a enseñarnos cómo fortalecer este músculo psicológico tan básico para nuestro bienestar. Sin embargo, algo en lo que no siempre se incide es en ese reverso algo más oscuro de esta dimensión.
Por ejemplo, algo que debemos tener claro es que el antídoto para una autoestima baja no es ni mucho menos una autoestima alta. Todo exceso es peligroso y perjudicial. Así, no porque nos falte algo debemos cubrirlo en elevadas cantidades, porque entonces, lejos de solucionar algo, estaremos dando forma a un nuevo problema.
Es importante clarificar por tanto qué entendemos por autoestima saludable. Vivimos una época donde además, es común que nos vendan la necesidad de potenciar al máximo áreas como el liderazgo, el amor propio, la autoeficacia o la confianza en uno mismo. Pero debemos tener claro que el ‘cuanto más mejor’ no siempre es positivo ni adecuado. Veamos por tanto dónde está el límite del auténtico bienestar.
Soltar. Apenas dos sílabas que se dicen en menos de un segundo pero cuya práctica puede llevarnos una vida entera. Soltar es uno de los ejercicios más difíciles a los que – antes o después – tendremos que enfrentarnos. Y si no aprendemos a soltar por voluntad propia, tendremos que aprender a las malas – la vida se encargará de ello – lo cual implica que nos expondremos a un sufrimiento mayor.
Preocupados por aferrar, olvidamos soltar
El deseo de aferrarnos a las cosas colisiona frontalmente con una característica inherente a la realidad: la impermanencia. Nada permanece estable. Todo cambia. El tiempo nos va arrebatando posesiones, relaciones, personas, estatus, salud… Por eso la pretensión de retener es absurda y solo genera dolor.
Sin embargo, no estamos preparados para soltar. Nos han enseñado a atesorar y aferrarnos. Acumulamos objetos, relaciones, poder, dinero, objetos, propiedades, títulos… Así buscamos una seguridad ilusoria que puede desmoronarse en cualquier momento como un castillo de naipes, pero que a nosotros se nos antoja una fortaleza inexpugnable.
Ese estado mental, en el que no concebimos nada más que el aferrarnos, es el principal responsable del profundo dolor que sentimos al desprendernos de algo o alguien. Sri Nisargadatta Maharaj lo resumió magistralmente: “Entre las orillas del dolor y el placer fluye el río de la vida. Solo cuando la mente se niega a fluir con la vida y se estanca en las orillas se convierte en problema. Fluir quiere decir aceptación, dejar llegar lo que viene, dejar ir lo que se va”.
El yo inferior hace que vivamos con la vista enfocada hacia el exterior, hacia los demás, hacia lo que nos rodea. ¿Y nosotros donde quedamos?. Conocemos que tenemos un cuerpo, que a veces se enferma, que tiene cinco sentidos, que se mueve, unas veces llora y otras se ríe. Pero no miramos dentro de nosotros mismos ¿Qué nos pasa?