Las emociones intensas y negativas pueden desencadenar reacciones en el cuerpo humano tan extremas como hasta el punto de provocar ceguera, parálisis e incluso la muerte. Para la medicina, muchos de los mecanismos detrás siguen siendo un misterio.
Una nueva investigación ha descubierto algo sorprendente en el comportamiento de los niños: se dibujan a sí mismos dependiendo de su audiencia, y su autoconciencia podría estar vinculada a influencias externas de formas bastante subliminales.
Investigadores del Departamento de Psicología de la Universidad de Chichester, en el Reino Unido, trabajaron con 175 niños de ocho y nueve años, 85 niños y 90 niñas. Los niños se organizaron en siete grupos: uno donde no se especificaba la audiencia que vería los dibujos y seis grupos más con diferentes audiencias pendientes de ver lo que los niños dibujaban.
La audiencia de unos de estos grupos representaba a profesionales (policía, maestro) y los otros grupos a personas con las que los niños estaban familiarizados, o bien a personas con los que no estaban familiarizados. A todos se les invitó a dibujar tres imágenes de sí mismos: una como referencia, una feliz y otra triste.
Registrar cada detalle con tu celular y hacer selfies continuamente tiene serias consecuencias para nuestra memoria. Y podría incluso crear un conflicto de identidad, según Giuliana Mazzoni, profesora de psicología de la Universidad de Hull en Inglaterra.
Tomar decenas o cientos de fotos con los celulares es algo común cuando estamos de vacaciones.
Cada detalle es registrado, especialmente en selfies, y compartido luego en redes sociales.
Pero captar incesantemente nuestras experiencias con la cámara del celular está afectando nuestra memoria, asegura Giuliana Mazzoni, profesora de psicología de la Universidad de Hull en Inglaterra.
La experta en memoria señala que el hábito de fotografiar «sin parar» tiene serias consecuencias en nuestra capacidad de recordar y podría incluso crear un «conflicto de identidad».
«Baja el nivel de atención»
Mazzoni cita un estudio de 2018 según el cual tomar fotos de un evento en lugar de estar inmerso en la experiencia del momento lleva a un recuerdo más pobre de la situación. (Tamir et al, Journal of Experimental Psychology).
«En general, tomar fotos incesantemente y rápidamente baja el nivel de atención hacia lo que estamos fotografiando, sea un objeto, un paisaje o una persona», señaló Mazzoni a BBC Mundo.
La excepción a esta regla puede ser el caso de un fotógrafo profesional, que se concentra más en lo que está captando.
Pero en general, cuando sabemos que todo queda registrado «para verlo después», no solo prestamos menos atención sino que puede disminuir la codificación de esos eventos en la memoria.
Ansiedad, tristeza, vergüenza, culpa, miedo, angustia, ira, resentimiento y rencor son algunas de las emociones “negativas” que solemos experimentar en algunos momentos de nuestra vida. Cuando nos asaltan, resulta difícil pensar con claridad y salir de ese estado emocional. A menudo esas emociones nos arrastran en un bucle que nos hace sentir aún peor o incluso se produce un secuestro emocional en toda regla. ¿Deberíamos intentar combatirlas o simplemente aceptarlas?
Investigadores de la Universidad de Toronto y California se plantearon esa misma pregunta y analizaron si la aceptación de las emociones negativas, una idea que propone del budismo y que la Psicología ahora está aplicando, se asocia realmente con una mejor salud mental y una disminución de los estados negativos a lo largo del tiempo.
La aceptación nos protege del estrés
En el estudio participaron más de 1 381 personas, las cuales se sometieron a diferentes experimentos en los que estuvieron involucradas emociones negativas. Los psicólogos descubrieron que aceptar las experiencias negativas se relaciona con un menor nivel de ansiedad y depresión, así como con una mayor sensación de bienestar y satisfacción con la vida.
La humanidad, de algún modo, se sustenta en los recuerdos y relatos que nos contamos unos a otros, aunque la investigación nos demuestra una y otra vez que nuestra memoria no es el más confiable de los recursos. Aún así, probablemente sea el que siempre tendremos para construir nuestras narrativas.
Probablemente nuestra memoria no sea tan buena como creemos. Los humanos confiamos en nuestros recuerdos para compartir historias con amigos, aprender de nuestras experiencias o dar testimonio. También para cosas tan importantes como crear un sentido de la identidad personal.
Sin embargo, la evidencia muestra que nuestra memoria no es tan consistente como quisiéramos. Peor aún, sin siquiera darnos cuenta, a menudo somos culpables de cambiar los hechos y agregar detalles falsos a nuestros recuerdos.
Para comprender un poco cómo funciona el recuerdo, podemos pensar en el «juego del teléfono» (también conocido como susurros chinos). En el juego, una persona susurra silenciosamente un mensaje a la persona que está a su lado, quien luego lo pasa a la siguiente persona en la fila y así sucesivamente hasta llegar a una última persona que revela el mensaje.
Cada vez que se transmite el mensaje, algunas partes pueden ser mal escuchadas o mal entendidas, otras pueden ser alteradas, mejoradas u olvidadas inocentemente. Al llegar a destino, el mensaje puede llegar a ser muy diferente del original.
Lo mismo puede pasar con nuestros recuerdos. Hay innumerables razones por las que podemos cometer pequeños errores o agregar adornos al relato de eventos pasados, desde lo que creemos o desearíamos que fuera cierto, hasta lo que alguien más nos contó sobre el evento, lo que vimos en la ficción, lo que soñamos o lo que queremos que otra persona piense. Cuando estas fallas ocurren, pueden tener efectos a largo plazo en cómo recordaremos esos episodios en el futuro.
La música es un idioma universal. Es capaz de evocar recuerdos, despertar sentimientos e incluso ayudarnos en momentos complicados. De ahí que sea un elemento de gran impacto en el mundo cinematográfico. ¿Quién no recuerda la banda sonora de su película favorita?
Para muchas personas es imposible entender el cine sin música. Un gran número de películas se han hecho inmortales gracias a su hilo musical. Star Wars es un claro ejemplo de ello, al igual que Lo que el viento se llevo o la mítica escena de la ducha de Psicosis.
Las bandas sonoras de las películas tienen el poder de conmovernos, sacarnos una sonrisa, perturbarnos o hacernos llorar. Y esto solo es posible por las consecuencias que tiene sobre el funcionamiento de nuestro cerebro. Profundicemos.
La mayoría de las personas tiende a obedecer las voces de autoridad. En cambio, otras son capaces de dudar, criticar y decidir no hacer caso a ciertas órdenes. La explicación hay que buscarla en cómo funciona nuestro cerebro.
Nos gusta pensar que haríamos lo correcto en una situación difícil. Que nos enfrentaríamos a nuestro jefe cuando fuese necesario, intervendríamos si estuviesen acosando a alguien y diríamos que no si nos piden hacer algo que sentimos que es incorrecto. Es tentador pensar que tenemos una brújula moral innata que guía nuestras acciones, incluso bajo la presión de los demás.
En realidad, la mayoría de nosotros somos notablemente malos al enfrentarnos a la autoridad.
Investigaciones recientes explican por qué somos así, al darnos una idea de cómo el cerebro trata, o no, estas situaciones difíciles.
En experimentos llevados a cabo por la neurocientífica social Emilie Caspar en el Instituto Holandés de Neurociencia, un grupo de voluntarios se dieron choques eléctricos entre ellos.
En primer lugar, se les pidió a los participantes aplicar choques por una pequeña suma de dinero (unos US$6,5 cada vez). Cuando les dieron a los voluntarios 60 oportunidades para infligir choques eléctricos a sus compañeros, alrededor de la mitad de las veces decidieron no hacerlo.
Entre el 5-10% de los participantes prefirieron no administrar los choques a sus compañeros en el total de las 60 ocasiones.
Luego, Caspar ordenó a la persona encargada de aplicar los choques que lo hiciera. Ahora, incluso los participantes que no habían dado ningún choque previamente empezaron a presionar el botón.
El síndrome del caballero blanco define a esa persona con una necesidad casi compulsiva por salvar, ayudar y solucionar los problemas ajenos. La conducta de este perfil viene explicada por un historial de abandonos, traumas y afectos no correspondidos. De ahí que su capacidad para empatizar con el dolor ajeno sea muy elevada. Aunque la ayuda que prestan no es siempre la más acertada.
La mayoría de nosotros conocemos a un rescatador nato, a alguien que en vez de corazón parece tener un radar con el cual detectar necesidades y ser el abanderado de la utilidad. En ocasiones, como bien sabemos, esa ayuda puede ser intrusiva. Puede incluso causarnos incomodidad o llegar a vetar la oportunidad de ser responsables y solucionadores de nuestros propios problemas.
Otras veces, cómo no, agradecemos ese altruismo sincero y siempre entregado. No obstante, lo que no vemos en ocasiones es el trasfondo que hay detrás de esas dinámicas, de esa necesidad. El síndrome del caballero blanco define a una parte de nuestra población. Son personas a menudo invisibles, un perfil comportamental que tiene tras de sí heridas que nadie ve, nudos que no han resuelto de manera efectiva.
Este síndrome fue descrito en el 2015 por las psicólogas y profesoras de la Universidad de Berkekey Mary C. Lamia y Marilyn J. Krieger. Veamos más datos sobre el tema a continuación.
“Las lágrimas nacen del corazón, no del cerebro”.
-Leonardo da Vinci-
Características del síndrome del caballero blanco
En los libros de cuentos el caballero blanco es el salvador de esa dama que está en apuros. En la vida real, dicha figura de nuestro folklore puede ser un hombre o una mujer, y su máxima aspiración es iniciar relaciones afectivas con personas dañadas o vulnerables. Ese vínculo les puede permitir ser de utilidad, reparar afectivamente al otro, reafirmarse y reafirmar al mismo tiempo a la pareja.
Sin embargo, las personas heridas difícilmente llegan a reparar algo. A menudo, lo que consiguen es hacer más grande la herida, ser ese espejo donde magnificar los traumas y los sufrimientos. Son rescates, como vemos frustrados, que traen una inevitable infelicidad. Así, lo que se esconde detrás del síndrome del caballero blanco y lo que explica su comportamiento es lo siguiente:
Causas que originan el síndrome del caballero blanco
Un pasado de abusos, la figura de unos padres autoritarios o la falta de un apego saludable y afectuoso en la infancia, suele factores comunes a la hora de dar forma al síndrome del caballero blanco. Haber vivido varias experiencias de abandono, tanto a nivel familiar como de parejas afectivas, suelen ser otros disparadores.
El mantra de que todos debemos ser felices en todo momento, puede marcarnos unas expectativas poco realistas que nos hacen sentir frustrados e insatisfechos, defienden algunos expertos. Entonces, ¿cómo se puede aprender a ser más feliz?
BBC Mundo
¿Cuánto te esfuerzas por alcanzar la felicidad plena?
Para muchos es una meta inalcanzable en la que, cuanto más lo intentas, más lejos estás de la meta.
Las últimas investigaciones científicas sugieren que la búsqueda de la felicidad puede, en realidad, causar el efecto contrario, llegando incluso a provocar sentimientos de soledad, estrés y fracaso personal.
Esto puede explicar el estrés y la decepción que algunos sienten durante ocasiones especiales tales como cumpleaños, navidades o Año Nuevo. Pero los estudios científicos dicen que esta búsqueda exacerbada de la felicidad también tiene consecuencias profundas en nuestro bienestar a largo plazo y ofrecen algunas pautas muy útiles para conseguir objetivos mucho más amplios.
El mantra de los libros de autoayuda
Iris Mauss, que ahora imparte clases en la Universidad de Berkeley, en California, fue una de las primeras psicólogas en explorar científicamente esta idea.
Dice que se inspiró en la gran cantidad de libros de autoayuda que se han publicado en Estados Unidos en las últimas dos décadas. Muchos de ellos presentan la felicidad como el sine qua non de la existencia.
«Dondequiera que mires, ves libros sobre cómo la felicidad es buena para ti y cómo, básicamente, debes alcanzar la felicidad, casi como un deber», asegura.
Pero, ¿están esos ejemplares simplemente preparando a la gente para la decepción?
En función de esto, la gente puede marcarse estándares muy altos para lograr su propia felicidad. Pueden pensar que deberían ser felices todo el tiempo, o extremadamente felices, y eso puede hacer que las personas se sientan decepcionadas con ellas mismas. Los efectos pueden ser contraproducentes».
Identifican un ‘gen guerrero’ que provoca comportamiento hostil en los adolescentes
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Foto ilustrativa
unsplash.com
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El comportamiento agresivo y asocial guarda una estrecha relación con el genoma humano, en particular con una secuencia de ADN apodada el ‘gen guerrero’, de modo que la posibilidad de predecir esta predisposición genética puede ayudar en la prevención de actos hostiles entre estudiantes y al desarrollo de terapias conductuales más efectivas, sugiere una investigación.
En el trabajo, publicado el pasado 3 de diciembre en la revista International Journal of Psychophysiology, formaron parte 285 adolescentes de entre 12 y 19 años. Los autores del estudio determinaron que el 98 % de los participantes que poseían una versión poco activa del gen MAOA tendían a demostrar un elevado nivel de hostilidad.
Este gen, que se ubica en el cromosoma X, está asociado con la inclinación a diversas conductas asociales, como las peleas, la portación y empleo de armas y la pertenencia a bandas y pandillas.
Los autores de la investigación señalan que las emociones negativas como la ira, la agresividad, la hostilidad, la ansiedad o los miedos juegan un papel importante en el comportamiento humano. Cuando son experimentados en la juventud, estos sentimientos pueden ejercer una importante influencia sobre el estado de ánimo general, las prioridades personales, el aprendizaje y otros procesos cognitivos.
«Estamos de acuerdo con muchos investigadores» en cuanto a que «el comportamiento hostil y el agresivo pueden coincidir con frecuencia, pero no siempre», mientras que «hemos analizado la hostilidad como una postura de oposición hacia el mundo alrededor», señaló Irina Abakúmova, decana de la facultad de psicología, pedagogía y defectología de la Universidad Técnica Estatal del Don (Rusia) y coautora del estudio.
La moralización es una forma de violencia psicológica que suele pasar desapercibida. Imponer valores o principios, cuando estos son compartidos, en muchos casos es una acción aplaudida. Así, en ocasiones, actitudes agresivas y humillantes pueden llegar a ser admiradas y defendidas.
Hay un pretexto favorito para quienes acuden a la moralización: lo hacen por el bien de todo el mundo. Quieren que los demás se ajusten a determinados valores, aunque los medios que utilicen sean reprobables. Si los destinatarios de la agresión no obedecen, a menudo son objeto de críticas, desprecios, denuncias públicas y persecuciones.
Por lo general, el ciclo de la moralización comienza con actitudes paternalistas. Personas vendiendo consejos con poca información y que nadie les está pidiendo. Evalúan al otro, como si hubiera una varita que hubiese privilegiado su juicio. Lo más desconcertante es que este tipo de actitudes son muy propias de quienes no son exactamente un modelo de comportamiento. Sin embargo, suelen ocupar un cargo o tener una posición que para ellos confirma la idea de que son mejores que los demás.
“Aquel que no usa su moralidad sino como si fuera su mejor ropaje, estaría mejor desnudo”.
-Khalil Gibran-
La moralización y el sometimiento
La principal característica de la moralización es que quien la esgrime busca imponer pautas de conducta a los demás. La palabra clave en la dinámica que describimos es precisamente esa: imponer. La persona busca que su discurso axiológico, o de valores, sea adoptado por los demás, por una sencilla e incontestable razón: “ese es” el que “debe” adoptarse.
Quien esgrime este tipo de actitudes cree que es portador de una suerte de superioridad moral. Porque es padre o madre, o porque es jefe, psicólogo, sacerdote, o simplemente porque tiene más habilidad verbal que otros. A veces se piensa que ocupar esas posiciones o cargos otorga patente para influir sobre la conducta de los demás. No es así.
La moral y la ética, cuando son auténticas, deben contar con el concurso de la reflexión y de la convicción. No se adoptan por presión ni se practican por miedo o coacción. Es cierto que durante la crianza los niños necesitan de la guía de sus padres para integrarse constructivamente a la sociedad y la cultura. Sin embargo, hay una gran diferencia entre educar y moralizar. Lo primero apunta a crear conciencia; lo segundo, a controlar.
¿La suerte se reduce al azar o puede verse influida por la manera en que pensamos y nos comportamos? El psicólogo Richard Wiseman explica los cuatro factores clave que separan a las personas afortunadas de las desafortunadas, y revela un truco para aumentar tu suerte.
BBC Mundo
¿Por qué algunas personas son más afortunadas que otras?
Si alguna vez te hiciste esa pregunta, sigue leyendo.
«La gente crea su propia buena y mala suerte», asegura el psicólogo Richard Wiseman.
Wiseman ha estudiado el papel de la suerte y el impacto que tiene en la vida de las personas. Él lo denomina una «investigación científica» que analiza lo que diferencia a las personas que se consideran afortunadas y a las que se consideran desafortunadas.
¿La conclusión? La suerte no es una habilidad mágica o el resultado del azar. Se trata de cómo pensamos y nos comportamos.
Así, las personas a las que llamamos «afortunadas» en realidad están haciendo cuatro cosas bien.
1. Aprovechar nuevas oportunidades
Las personas que se autodefinen como afortunadas son capaces de detectar y aprovechar oportunidades en el momento adecuado.
Cuando se les presenta un nuevo camino, lo transitan sin dudarlo.
En cambio, con la gente desafortunada sucede exactamente lo contrario, dice Wiseman.
«Viven fijados en una rutina. Así que, aunque se les presente una oportunidad, tienen mucho miedo de aprovecharla».