El poeta romano Ovidio, al describir el Diluvio, nos ofrece la continuación de la crónica de Platón sobre la Atlántida: «Había antaño tanta maldad sobre la Tierra, que la Justicia voló a los cielos y el rey de los dioses decidió exterminar la raza de los hombres. La cólera de Júpiter se extendió más allá de su reino de los cielos. Neptuno, su hermano de los mares azules, envió las olas en su ayuda. Neptuno golpeó a la tierra con su tridente, y la tierra tembló y se estremeció. Muy pronto, no era ya posible distinguir la tierra del mar. Bajo las aguas, las ninfas Nereidas contemplaban, asombradas, los bosques, las casas y las ciudades. Casi todos los hombres perecieron en el agua, y los que escaparon, faltos de alimentos, murieron de hambre». Una leyenda egipcia dice que fue el dios Sol, Ra, quien causó la inundación sobre las personas en la Tierra. Un papiro de la XII dinastía, de tres mil años de antigüedad, que se conserva en el Ermitage de Leningrado menciona la «isla de la Serpiente» y contiene el siguiente pasaje: «Cuando abandonéis mi isla, no la volveréis a encontrar, pues este lugar desaparecerá bajo las aguas de los mares». Asimismo, este antiguo documento egipcio describe la caída de un meteoro y la catástrofe que siguió: «Una estrella cayó de los cielos, y las llamas lo consumieron todo. Todos fueron abrasados, y sólo yo salvé la vida. Pero cuando vi la montaña de cuerpos hacinados estuve a punto de morir, a mi vez, de pena». Es casi imposible hacerse una idea exacta de los trastornos geológicos que destruyeron la Atlántida. Pero las tradiciones y las escrituras sagradas de numerosos pueblos nos proporcionan un cuadro de la catástrofe. La Biblia contiene el relato del arca de Noé que se salvó del gran Diluvio. En el libro de Enoc, el patriarca que previno a Noé del inminente desastre antes de subir él mismo al cielo, encontramos significativos pasajes referentes al «fuego que vendrá del Occidente» y a «las grandes aguas hacia Occidente». El canto épico de Gilgamesh, de hace cuatro mil años, contiene un relato detallado del Diluvio y deplora el fin de un pueblo antiguo: «Hubiera sido mejor que el hambre devastara el mundo, y no el Diluvio». Los sacerdotes de Baalbek (“Ciudad del dios Baal”), en el actual Líbano y donde se encuentran tres colosales bloques, cada uno de ellos con un peso de entre mil y dos mil toneladas, tenían la costumbre de verter agua de mar, obtenida en el Mediterráneo, en la grieta de una roca cercana al templo, a fin de perpetuar el recuerdo de las aguas del Diluvio, que se decía habían desaparecido por allí. La ceremonia debía conmemorar igualmente la salvación de Deucalión. Para conseguir esta agua, los sacerdotes tenían que realizar un trayecto de cuatro días hasta las orillas del Mediterráneo, y otros tantos de regreso hasta Baalbek.
Andrew Tomas (1906 – 2001) fue ufólogo, masón y escritor. Tomás nació en San Petersburgo, Rusia. En 1911 su familia se trasladó a Helsinki, Finlandia, donde su padre trabajaba como ingeniero civil para el Ministerio de Defensa. En 1912 la familia Tomas se trasladó a Vladivostok y luego, en 1922, a Harbin, Manchuria. Allí Tomas fue a una escuela de un misionero metodista inglés para aprender mecanografía e inglés. En 1924, la familia de Tomas se mudó a Shanghai, China, donde vivió durante 21 años hasta 1948, cuando se trasladó a Australia. Tomás fue miembro de grado 32 y Gran Maestre de la Logia Masónica de Shanghai. Andrew Tomas vivió en Australia desde 1948 hasta alrededor de 1966. Sus amplios intereses, sobre todo por los misterios, implicaron que se uniese al grupo Australian Flying Saucer Bureau, de Edgar Jarrold, creada el año 1952. Tomás había estado pensando en la cuestión de seres de otros mundos mucho antes de la era moderna, que comenzó con el avistamiento de Kenneth Arnold en 1947. En una entrevista para la revista People, en 1955, describió su papel como dedicado a abordar el “lado filosófico y teórico de los platillos“. A raíz de la popularidad del libro de von Daniken “Recuerdos del futuro“, Tomas escribió No somos los Primeros, que fue publicado en 1971. Luego escribió otros libros, como Secretos de la Atlántida, en que me he basado para escribir este artículo, No somos los primeros, Shambhala, oasis de luz, En las orillas de los mundos infinitos, y La barrera del Tiempo. Hay autores que sin destacarse y sin muchos libros logran volverse verdaderos clásicos. El ruso Andrew Tomas es un buen ejemplo de ello. En su primera obra escrita No somos los Primeros, el autor relata, mediante una serie de ejemplos, que han existido varias civilizaciones, cuyos rastros se han perdido a través del tiempo y que alcanzaron conocimientos que no hemos sido los primeros en descubrir. En Secretos de la Atlántida, Tomas se propone atraer la atención de los medios científicos y del gran público sobre uno de los grandes misterios de este mundo. ¿Dejó la Atlántida depósitos de oro y otros tesoros enterrados bajo las Pirámides y la Esfinge, como pretende una antigua tradición? Con motivo de la Exposición Internacional de 1964, se enterró en Nueva York una cápsula conteniendo 44 objetos, testigos de nuestra época. Nuestros predecesores históricos pudieron haber actuado del mismo modo, legando a las edades futuras objetos y manuscritos de inapreciable valor.
Luciano de Samοsata (125 – 181), escritor sirio con influencias griegas, escribió una historia muy curiosa que ilustra la supervivencia en el mundo antiguo de la tradición del gran Diluvio. En África, una narración difundida entre los bosquimanos menciona una vasta isla que existía al oeste de África y que fue sumergida bajo las aguas. Es una de las numerosas leyendas que hablan de la desaparición de la Atlántida. Al otro lado del Atlántico existen igualmente testimonios de un cataclismo mundial. Ello debería parecer natural si se admite que la Atlántida estaba unida por lazos comerciales y culturales, no sólo a Europa y África, sino también con América. Un códice maya afirma que «el cielo se acercó a la tierra, y todo pereció en un día: incluso las montañas desaparecieron bajo el agua». El códice de Dresde maya describe de forma gráfica la desaparición del mundo. En el documento se ve una serpiente instalada en el cielo, que derrama torrentes de agua por la boca. Unos signos mayas indican eclipses de la Luna y del Sol. La diosa de la Luna, señora de la muerte, presenta un aspecto terrorífico. Sostiene en sus manos una copa invertida de la que manan olas destructoras. El libro sagrado de los mayas de Guatemala, el Popol Vuh, aporta un testimonio del carácter terrible del desastre. Dice que se oía en las alturas celestes el ruido de las llamas. La tierra tembló y los objetos se alzaron contra el hombre. Una lluvia de agua y de brea descendió sobre la tierra. Los árboles se balanceaban, las casas caían en pedazos, se derrumbaban las cavernas y el día se convirtió en noche cerrada. El Chilam Balam del Yucatán afirma que, en una época lejana la tierra materna de los mayas fue engullida por el mar, mientras se producían temblores de tierra y terribles erupciones. Chilam Balam es el nombre de varios libros que relatan hechos y circunstancias históricas de la civilización maya. Escritos en lengua maya, por personajes anónimos, durante los siglos XVI y XVII, en la península de Yucatán. Son fuente importante para el conocimiento de la religión, historia, folklore, medicina y astronomía maya precolombina. Los libros del Chilam Balam fueron redactados después de la conquista española. Durante la época colonial, la mayor parte de los escritos y vestigios de la religión maya fueron destruidos por los misioneros católicos españoles, al considerar que tales vestigios representaban influencias paganas y por tanto nocivas para la catequización de los mayas.
Los libros Chilam Balam fueron escritos por los mayas después de la conquista, presuntamente propiciados por los europeos, por lo que en su redacción se nota ya la influencia de la cultura española, sobre todo en materia religiosa. Los libros en su conjunto relatan acontecimientos de relevancia histórica consignados conforme a los katunes (períodos de 20 años) del calendario maya. Los relatos dejan constancia de las tradiciones religiosas del pueblo original, así como de su devenir histórico. Algunos historiadores piensan que los libros podrían contener cierta información que habría provenido, a través de la memoria colectiva, de los escritos destruidos en el auto de fe de Maní del arzobispo Diego de Landa (1524-1579). Desde el siglo XVI, indígenas evangelizados recopilaron, en el alfabeto latino, viejas memorias orales vertidas en códices o dibujos. Así se fueron reuniendo textos de diversa naturaleza: cosmogonías, calendarios, astronomía, rituales, crónicas y profecías; todos sin estructura unitaria. Entre esas memorias están los libros del profeta Chilam Balam de la región de Chumayel, en Yucatán. En el texto se dice, es la “Profecía de Chilam Balam, que era cantor, en la antigua Maní”, quien preparaba a los mayas sobre la llegada de un “Padre, señor del cielo y de la tierra”. Se estima que originalmente existían más textos de Chilam Balam, aunque solamente unos cuantos han llegado hasta nuestros días. Antiguamente, vivía en Venezuela una tribu de indios blancos llamados parias, en un pueblo que llevaba el significativo nombre de «Atlán». Esa tribu mantenía la tradición de un desastre que había destruido a su país, una vasta isla del océano. Un estudio de las mitologías de los indios de América nos permite comprobar que más de 130 tribus conservan leyendas referentes a una catástrofe mundial. ¿Son válidas la mitología y las leyendas para rellenar las lagunas de la Historia? Iván Antónovich Yefrémov (1908 – 1972), paleontólogo y escritor de ciencia ficción ruso, responde a esta pregunta de forma netamente afirmativa: «Los historiadores deben dar pruebas de más respeto en relación con las tradiciones antiguas y el folklore». Una leyenda esquimal cuenta: «Vino luego un diluvio inmenso. Muchas personas se ahogaron, y su número disminuyó». Los esquimales, como los chinos, conservan una curiosa leyenda, según la cual la tierra fue violentamente sacudida antes del Diluvio. Un bamboleo del eje terrestre podría explicar un cataclismo de amplitud mundial. Pero la ciencia no conoce causas que pudieran producir semejante sacudida. La colisión con un enorme meteoro habría podido provocar el cataclismo atlante, a menos que se tratara, como pretende Hanns Hörbiger, ingeniero austríaco y gurú científico de la Alemania nazi, el cataclismo habría sido causado por el contacto con un planeta conocido en la actualidad con el nombre de «Luna». Los «hoyos» de Carolina tendrían su origen en caídas de meteoros. Estos cráteres elípticos tienen, por término medio, un diámetro de unos ochocientos metros, con bordes elevados y una depresión de 7,5 a 15 metros de profundidad. Puede observarse que en Carolina del Norte y del Sur se han encontrado gran número de meteoritos.
La hipótesis de un deslizamiento de la corteza terrestre fue formulada en los Estados Unidos por el doctor Charles Hapgood. Según su teoría, la fina corteza terrestre se deslizaría hacia delante y hacia atrás sobre una bola de fuego. El peso de las capas de hielo sobre los dos polos provocaría este deslizamiento. El doctor Hapgood explica por este deslizamiento de la corteza la presencia de corales fósiles en el Ártico y los movimientos hacia el Norte de los glaciares del Himalaya. La hipótesis del deslizamiento polar sugiere que han ocurrido cambios geológicos muy rápidos en lo que refiere a las ubicaciones geográficas de los polos y eje de rotación de la Tierra, provocando calamidades como inundaciones y eventos tectónicos. Aunque hay evidencia de precesión y cambios en la inclinación axial, pero éstos cambios han ocurrido dentro de escalas de tiempo mucho más largas y no implican movimiento relativo del eje de giro con respecto al planeta. Sin embargo, en lo que es conocido como Deriva o Desplazamiento Polar Real, la Tierra puede girar con respecto a un eje fijo de rotación. Algunas investigaciones revelan que durante los últimos 200 millones de años ha ocurrido un desplazamiento polar de casi 30°, pero no han ocurrido eventos muy rápidos de cambio de posición dentro de éste período de tiempo. La relación de cambio típica de deriva polar o desplazamiento implica sólo 1° dentro de un lapso de 790 y 810 millones de años. Cuando existió el supercontinente de Rodinia es probable que se hayan verificado dos eventos geológicos rápidos. En cada uno de ellos los polos magnéticos cambiaron unos 55° con respecto los polos geográficos. Los polos geográficos de la Tierra son puntos sobre la superficie que son intersecados por el eje de rotación. La hipótesis del deslizamiento polar describe un cambio de localización de éstos polos respecto a la superficie, un fenómeno distinto del cambio de orientación axial respecto del plano de la eclíptica, que son causadas por la precesión y rotación, y de la verdadera deriva polar. La hipótesis del deslizamiento polar no está conectada con la teoría geológica de la Tectónica de Placas, que es una teoría bien aceptada y que concibe la idea de una superficie terrestre formada por placas sólidas que cambian de posición y se ubican sobre una astenósfera líquida. Tampoco está conectado con la deriva continental. La teoría de las placas tectónicas sustenta que las ubicaciones de los continentes se han movido lentamente sobre la superficie de la Tierra. Provoca como resultado el surgir y la ruptura gradual de continentes y océanos en periodos de cientos de millones de años.
La hipótesis del deslizamiento polar no es lo mismo que la reversión geomagnética del campo de la Tierra, el cambio real de los polos magnéticos norte y sur. Una temprana mención del deslizamiento del eje terrestre se encuentra en un artículo que data de 1872 y se titula “Chronologie historique des Mexicains“, escrito por Charles Étienne Brasseur de Bourbourg, quien interpretó los antiguos mitos mexicanos como evidencia de cuatro períodos de cataclismos globales que comenzaron aproximadamente hacia el 10.500 a.C. En 1948, Hugh Auchincloss Brown, un ingeniero electricista, lanzó una hipótesis sobre el deslizamiento polar. Brown argumentaba que la acumulación de hielo en los casquetes polares causaban una desviación del eje de rotación terrestre, identificando ciclos de aproximadamente siete milenios. En su controvertido libro “Mundos en Colisión“, escrito en 1950, Immanuel Velikovsky postuló que Venus emergió de Júpiter como un cometa. Durante dos aproximaciones propuestas para el año 1450 a.C., sugirió que la dirección de la rotación de la Tierra fue cambiada radicalmente y que ésta se revirtió en el siguiente paso. Esta disrupción supuestamente ocasionó tsunamis y terremotos y la desaparición del Mar Rojo. Pero aún más, afirmó que aproximaciones de Marte ocurridas entre 776 y 687 a.C. también propiciaron que el eje de la Tierra cambiara entre 4 y 10 grados. Velikovsky respaldó su trabajo con registros históricos, aunque sus estudios fueron ridiculizados por la comunidad científica. Charles Hapgood, en su libro “La Deslizante Corteza Terrestre” (1958), incluye un prefacio de Albert Einstein y fue escrito antes de que la tectónica de placas fuese aceptada por la gran mayoría de los expertos. En su libro Path of The Pole (La Ruta del Polo), escrito en 1970, Hapgood especulaba que la masa de hielo acumulada en cada uno de los polos desestabiliza el balance rotacional de la Tierra, causando deslizamientos de una buena parte de la corteza alrededor del núcleo terrestre, que retiene su orientación axial. Basado en sus investigaciones, Hapgood opina que cada deslizamiento se produce en aproximadamente 5000 años, seguido por períodos de 20.000 a 30.000 años sin ningún movimiento polar. Asimismo, según sus cálculos, el área de movimiento nunca cubrió más de 40º. Los ejemplos de Hapgood para las ubicaciones recientes del Polo incluyen: La bahía de Hudson (60° N, 73° W), el Océano Atlántico, entre Islandia y Noruega (72° N, 10° E), y Yukon (63° N, 135° W). Sin embargo, en “La ruta del Polo“, Hapgood argumentó que las fuerzas que causaban los deslizamientos en la corteza se encontraban debajo de la superficie. Hoy está demostrado que la Deriva Polar, o Desplazamiento Polar, ha ocurrido varias veces en el pasado, pero en relaciones de 1° en millones de años. Aunque Hapgood sobreestimó los cambios en la distribución de masa a través de la Tierra, los cálculos muestran que cambios en la distribución de masa en la corteza pueden conducir a verdaderas derivas polares.
Si la envoltura de la Tierra fuese móvil, una colisión con un asteroide habría podido provocar el desplazamiento de esta corteza. No se trata de ciencia ficción, sino de una posibilidad astronómica. Baste recordar cómo nuestro planeta evitó en octubre de 1937, por cinco horas y media solamente, el choque con un planetoide. El profesor soviético N. S. Vetchinkin pretende resolver el misterio de la Atlántida y del Diluvio de la manera siguiente: «La caída de un meteorito gigantesco fue la causa de la destrucción de la Atlántida. Huellas de meteoritos gigantes son claramente visibles en la superficie de la Luna. Se divisan en ella cráteres de doscientos kilómetros de diámetro, mientras que en la Tierra no tienen más de tres kilómetros de longitud. Al caer en el mar, estos meteoritos gigantes provocaron una marea de olas que sumergió, no solamente el mundo vegetal y animal, sino también colinas y montañas». El recuerdo de un cataclismo atlante sobrevive en los mitos de numerosos pueblos. Puede deducirse que la amplitud y el carácter de la catástrofe variaron según los emplazamientos geográficos. Los indios quichés de Guatemala recuerdan una lluvia negra que cayó del cielo en el momento mismo en qué un temblor de tierra destruía las casas y las cavernas. Esto implica un violento movimiento tectónico que se produjo en el Atlántico. El humo, las cenizas y el vapor ascendieron desde las hirvientes aguas hacia la estratosfera, y fueron seguidamente arrastrados hacia el Oeste por la rotación de la Tierra, produciendo así la lluvia negra que se derramó sobre la América Central. Las leyendas de los quichés encuentran confirmación en las de los indios de la Amazonia. Cuentan éstos que, tras una terrible explosión, el mundo quedó sumido en tinieblas. Los indios del Perú añaden que el agua subió entonces hasta la altura de las montañas. En la cuenca del Mediterráneo, los relatos referentes al Diluvio ocupan más lugar que los dedicados a fenómenos volcánicos. En la antigua mitología griega se habla de mareas cuyas olas ascienden hasta las copas de los árboles, dejando tras ellas peces trabados en las ramas. El Zend-Avesta afirma que en Persia el Diluvio alcanzó la altura de un hombre. Alejándonos más hacia Oriente, vemos que, según los documentos antiguos, el mar retrocedió en China en dirección Sudeste. Megatsunami es un término informal utilizado para designar aquellos tsunamis cuyas olas superan con creces en altura a las de un tsunami provocado por terremotos. Los megatsunamis pueden alcanzar alturas de cientos de metros, viajar a más de 400 km/h por el océano y a diferencia de los tsunamis que rompen en la costa, los megatsunamis pueden romper decenas de kilómetros tierra adentro. Probablemente es esto lo que nos cuentan estas tradiciones. El derrumbe de la isla griega de Santorini, durante su erupción cataclísmica hace alrededor 3.500 años, produjo una ola de 100 metros de altura, que se estrelló contra la costa norte de Creta después de viajar 70 km.
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