Playas erosionadas y plagadas de algas Sargassum muertas forman parte del paisaje común en la bahía de Hellshire, en Jamaica. Los científicos atribuyen el fenómeno al cambio climático. Crédito: Zadie Neufville/IPS.
KINGSTON, 7 dic 2015 (IPS) – Los residentes de Rocky Point, un pueblo de pescadores en la costa sur de Jamaica, se despertaron una mañana de julio con sus jardines y calles con el agua hasta la rodilla. Los fuertes vientos y las grandes olas hicieron que el mar se adentrara 200 metros, inundara las alcantarillas y obligara a las personas a quedarse en sus casas.
“Hace 43 años que vivo acá y nunca había visto algo como esto”, aseguró Sydney Thomas al diario Jamaica Observer.
Desde la playa de pescadores Hellshire, alejada de la capital, la comunidad observó cómo desaparecía en cuestión de semanas. El mar ahora baña los edificios. Los barcos que descansaban en la arena quedaron a la deriva en el borde de lo que queda de arena blanca.
En la primera semana de negociaciones de la Cumbre del Clima de París destaca el ambiente constructivo y optimista de los delegados, pero hay que lamentar que no se haya avanzado para lograr un acuerdo de reducción de emisiones a largo plazo cuando es vital para la supervivencia de numerosos países llegar a un 100% de energías renovables para 2050.
El lobby mundial de la industria de los combustibles fósiles está presionando para evitar los avances. No obstante, se espera que en la segunda semana de la Convención se pueda avanzar con la llegada de los ministros de medioambiente de los países participantes.
En estos días de negociaciones, se ha podido observar que los delegados de los países están demasiado “influenciados” por la presión de las multinacionales, según Greenpeace.
A pesar de esto, hay que destacar que la situación actual es mejor a la que se vivía en mitad de la cumbre de Copenhague y que existe una determinación entre los principales actores para llegar a un acuerdo, a lo que sin duda debió contribuir la presencia de los jefes de Estado en la jornada inaugural de la cumbre.
En París no se está hablando de financiación a largo plazo, más allá de 2020, con lo cual los acuerdos podrían convertirse en papel mojado, ya que los países en vías de desarrollo necesitan el apoyo económico de los países más prósperos para financiar las medidas contra el cambio climático. Se necesita en los próximos años una base de al menos 100.000 millones de euros, ha comentado Martin Kaiser, jefe de la delegación ecologista en la Cumbre de París. Los países más vulnerables son la conciencia moral de estas negociaciones, y deben ser escuchados, ha destacado Kaiser.
El presente se percibe ya como la última oportunidad para prepararse para lo que trae el futuro. Y eso es inevitablemente cierto en el campo de la sustentabilidad, pero muy especialmente en torno al cambio climático, que ha eclipsado momentáneamente otros campos como la acción positiva en el entorno social. Tanto en las Naciones Unidas como en la reunión mundial sobre el clima en París, los Estados prometen enfrentar, y contener el cambio climático. Parecen tener intención de cumplir. Pero las empresas ya no dudan: para sobrevivir deben actuar de inmediato, positivamente y en gran escala.
Imaginar la vida en un planeta más caliente
La urgencia con que tenemos que ocuparnos del cambio climático no es por una cuestión de corrección política, es por una razón de verdadero peligro. Pero como el peligro es de largo plazo, es difícil logar acciones urgentes.
Por lo general se habla de los peligros del cambio climático con argumentos éticos y hasta bíblicos. Pero el mundo necesita comenzar a pensar en el cambio del clima en el lenguaje frío y práctico del riesgo y la seguridad. Visto con esta lente, invertir dinero para contener el calentamiento del planeta en el corto plazo con mecanismos como fijar un precio a las emisiones de CO2, como invertir en tecnologías de energía limpia y en la preservación de bosques podría resultar un tema más digerible para todos.
Esto es, en síntesis, lo que Gernot Wagner y Martin L. Weitzman dicen en Climate Shock: The Economic Consequences of a Hotter Planet, economista del Environmental Defense Fund el primero y de la Harvard University el segundo.
El libro hace una sintética mirada al cambio climático desde la perspectiva económica, comparando el calentamiento global con otros riesgos y peligros que enfrenta la humanidad.
La imagen más reveladora del libro es la posibilidad de una catástrofe global, que definen como un eventual aumento de la temperatura promedio global de más de 6º que se produciría como resultado de un cambio climático de alrededor de 10%. El mundo cambiaría irremediablemente si sólo la mitad de eso ocurriera.
Un aumento catastrófico de la temperatura significaría costos de 10% o más y pérdidas superiores a 30% en producción económica global. Esos costos vendrían asociados a enormes inversiones en infraestructura industrial necesarios para hacer la transición a un mundo con un nuevo clima y mayores niveles oceánicos. También incluyen pérdidas de ecosistemas y de vidas humanas y animales imposibles de cuantificar.
Por todo esto, los autores señalan que tiene una enorme lógica económica invertir fuerte en tratar de contener y reducir el cambio climático en el corto plazo. Proponen, como punto de partida para este argumento, que los gobiernos del mundo pongan un precio a las emisiones de dióxido de carbono de por lo menos US$ 40 por tonelada, mediante impuestos ya sea al uso de la energía o a la producción de energía.
Según ellos, ese tipo de impuestos son lógicos y fáciles de recaudar. Pero, por mínimos que sean, generan polémica. Australia los acaba de abolir. Según los autores, hasta las ideas más fantasiosas, como construir un sistema de detección de asteroides para desviarlos en su carrera hacia la tierra parecen menos polémicos que invertir en crear políticas ambiciosas para atender el cambio climático. ¿Por qué? Porque ese problema es incierto y de largo plazo, aunque sea irreversible.»
Difícil convencer
Ahí está el problema, en que es difícil convencer a la gente de que se proteja contra un fenómeno o una posibilidad que no cree que le afecte en forma inminente, o dentro de lo que le queda de vida. Y en el que además no creen. Un estudio realizado hace poco en Estados Unidos descubrió que en ninguno de los 50 estados que conforman el país hay una mayoría de residentes que cree que el calentamiento global los dañará personalmente.
Algo parecido ocurre con este libro y el resto de los libros sobre el mismo tema. Quien no cree en la seriedad del peligro del cambio climático no lo va a encontrar interesante. No se propone, además, convencer a los que no creen en la importancia de la ciencia del cambio climático global.
Sin embargo, el libro sirve como un llamado a la acción para los dueños de empresas, líderes, economistas y políticos que buscan argumentos puramente racionales y enfocados en las finanzas para actuar sobre el clima. Evita en todo momento el tono grandilocuente de muchos otros trabajos sobre el clima, como dijo Wagner a Strategy + Business en una entrevista.
Los activistas alarmistas, que son muchos, son muy criticados y se los acusa de crear movimientos sin metas logrables. Algunos proponen que el mundo vuelva a un estado en el cual la concentración de dióxido de carbono en la atmósfera sea de 350 partes por millón, el nivel donde se encontraba hace 25 años. Eso es tecnológica y económicamente imposible. Otras «soluciones» como dejar de invertir en combustibles fósiles ofrecen cierta satisfacción moral pero pueden no producir resultados útiles.
Queda por verse si el temor a un shock económico será lo suficientemente poderoso como para instar a la acción a diferentes instituciones.
El acuerdo que alcance la Cumbre sobre Cambio Climático (COP21) no logrará detener el calentamiento global, asegura a Sputnik Nóvosti Pablo Solón, ex embajador de Bolivia ante las Naciones Unidas y ex negociador por Bolivia sobre cambio climático.
“Va a haber un acuerdo, pero va a ser malo”, dice Solón desde París, porque ya se conoce el resumen sobre las contribuciones y compromisos de 184 países.
La conclusión es que “no solo no se va a llegar a la meta de reducir el aumento de la temperatura a menos de dos grados centígrados para fin de este siglo, sino que la temperatura se va a disparar y puede subir cuatro grados o más, debido a lo insignificante de las promesas de reducción de gases de efecto invernadero”, señala.El problema para Solón es que en París no se negocia reducción alguna, porque los países se han puesto de acuerdo de que no se le debe exigir a nadie aumentar sus compromisos.
La Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (CMNUCC) fue adoptada en Nueva York en 1992. Todos los años se reúne la Conferencia de las Partes (COP, por sus siglas en inglés), para buscar nuevos acuerdos sobre el tema. En 1997, los gobiernos acordaron el Protocolo de Kioto con medidas más enérgicas para reducir el aumento de temperatura global, pero el Protocolo fracasó.
La meseta de Tibetana-Qinghai es el corazón y los pulmones de Asia. Aquí, se forma el clima del continente, aquí nacen sus ríos.
Y la altitud y el frío lo convierten en una región con uno de los climas más extremos de la tierra.
Cuando visité el lugar, los vientos helados alcanzaban los 80 kilómetros por hora y hacían que una especie de tormenta de arena incomodara el rostro de Qie Qun Jia cuando pastoreaba su rebaño de ovejas camino a casa.
Este pastor tibetano de 28 años sólo ha conocido esta vida.
Pero el cambio climático está convirtiendo los pastizales que una vez alimentaron a su manada de yaks en un desierto y ahora a Qie Qun Jia solo le queda un rebaño de ovejas.
«Cuando era pequeño, el pasto crecía alto y las montañas estaban cubiertas con flores», recuerda.
«Los veranos eran más calientes y los inviernos eran mucho más fríos. Pero en años recientes, ha habido muchas tormentas de arena, las flores están desapareciendo y el pastoreo empeora año tras año», cuenta.
«Por eso, nuestros rebaños de ovejas se están reduciendo. No nos podemos dar el lujo de comprar hierba para alimentarlas», se lamenta.
Contando el costo
China es tanto víctima como perpetradora del cambio climático.
Después de tres décadas y media de un vertiginoso crecimiento industrial, impulsado por el carbón, China es el mayor contaminante del mundo.
Y ahora lo está pagando con el cambio climático y daño medioambiental.
En el norte y el occidente, el país enfrenta un proceso de desertificación. En el sur y en el este, lucha contra las inundaciones.
Su población sufre algunos de los procesos de contaminación del aire, el suelo y el agua más graves del mundo.
Pero desde que se llevó a cabo la última conferencia sobre cambio climático en 2009, cuando Pekín no estaba dispuesto a comprometerse con objetivos más ambiciosos para reducir sus emisiones de carbono, el gigante asiático se ha dado cuenta de que tiene que reducir su dependencia de combustibles fósiles.
De hecho, China se ha convertido en un converso climático.
Aunque este cambio de actitud no sólo es impulsado por las amenazas cada vez más alarmantes del cambio climático y la contaminación, sino también por oportunismo.
China cree que el mundo está al borde de una revolución energética y ve en ella una oportunidad para dominar y sacarle provecho a las nuevas tecnologías de un siglo más verde.
Después de colocar, durante mucho tiempo, el crecimiento industrial por encima del medio ambiente, el gobierno chino ahora cree que el crecimiento sostenible solo puede darse rescatando el medio ambiente.
Y ahora la lucha contra el cambio climático es un interés nacional.
Este es el gran momento de la energía solar.
Los encargados de la granja solar Huanghe en la meseta de Qinghai aseguran que se trata de la granja más grande de su tipo en el mundo.
Cerca de cuatro millones de paneles solares se inclinan hacia la vasta cúpula azul del cielo.
Y aunque mientras camino entre las filas de paneles con el ingeniero Shen Youguo el frío viento escupe maleza y arena contra nuestros rostros, mi guía se muestra emocionado.
La estrella: la energía solar
Es un gran momento para estar en el negocio de la energía solar en China.
«Lo que estamos haciendo ahora mismo es para que el cielo sea más azul y el agua más clara. Queremos un mejor futuro para todos. Por eso, estamos comprometidos a ser parte de ese empujón», dice Youguo.
La Agencia Internacional de Energía estima que la energía solar será la principal fuente de electricidad para la mitad de este siglo.
China quiere dominar las tecnologías renovables como esta y la competencia entre sus fabricantes está reduciendo los costos no solo en China pero globalmente, explica Shen.
«A medida de que los avances tecnológicos se siguen desarrollando, la eficiencia de nuestras baterías solares mejora y los costos bajan. Por eso, es que hay muchas probabilidades de que un día la energía solar se vuelva más barata que la energía tradicional», dice.
«Personalmente yo soy muy optimista sobre eso», agrega.
Incluso los activistas medioambientales están impresionados.
Yuan Ying, de Greenpeace, considera que todavía existen muchos desafíos para integrar la energía renovable completamente en la red de energética china, pero la tendencia general es positiva.
«Ahora China está mostrando más disposición para liderar los esfuerzos internacionales para frenar el cambio climático. Esperamos que los esfuerzos de China puedan inspirar a otros país y puedan seguir su ejemplo», señala.
Las cicatrices
De regreso a la meseta de Qinghai, Qie Qun Jia pone su oveja en la cama. La fría tormenta de arena lo lleva a sentarse junto a una estufa con un tazón de té con leche humeante.
Años atrás, este pastor vivía en una tienda, pero ahora habita una casa de dos habitaciones con un panel solar ubicado afuera de su puerta.
El bombillo que cuelga del techo es alimentado con energía solar como también lo es la televisión que sus hijos usan para distraerse con dibujos animados.
Le preocupa el futuro, le preocupa no saber en qué se convertirá.
«Crecimos con tanta libertad, paseábamos nuestros ganados por la vasta pradera. Cada día era divertido. Pero nuestros hijos e hijas no pueden continuar con esta vida de pastoreo. Me siento muy triste«, reflexiona.
Tomará varias generaciones para poder curar la adicción china al carbón y para incrustar la energía renovable en el corazón de su economía. Y mientras tanto, la pradera se va reduciendo.
Aunque se produzca un acuerdo en París y se adquieran compromisos más ambiciosos en los años por venir, las cicatrices autoinfligidas del cambio climático en China podrían profundizarse ante de que se curen.
Representantes de 195 países, más la Unión Europea, acudirán las dos primeras semanas de diciembre a la Cumbre del Clima de París (21 Conferencia de las Partes, COP21) con el fin de alcanzar un pacto global de lucha contra el cambio climático.
Estas son algunas claves de la cita internacional del año:
– Su objetivo es acordar un pacto que gestione el proceso mundial de descarbonización para que la temperatura del planeta no supere los peligrosos 2 grados a finales de siglo, así como para colaborar en la adaptación a los impactos que producirá el cambio climático aún cuando no se supere ese límite.
– El acuerdo entraría en vigor en 2020, tiene vocación de perdurar hasta 2050 y sustituiría la segunda fase del Protocolo de Kioto, aunque a diferencia de éste, que sólo incluía a un grupo de países industrializados que representan el 11 % de las emisiones, el nuevo acuerdo incluye responsabilidades para todos los países y cubriría casi el 100 % de los gases.
– Cerca de 170 países responsables del 95 % de las emisiones han remitido a Naciones Unidas compromisos de reducción de emisiones para París (INDC, de Intended Nationally Determined Contribution en la jerga de las negociaciones). El efecto agregado de esas contribuciones, según la ONU, supondría un aumento de temperatura del 2,7 grados a finales de siglo.
– Según un informe de la Agencia Internacional de la Energía (AIE), los compromisos requerirían una inversión de 13,5 billones de dólares hasta 2030, y en el caso de los países pobres están condicionados a la recepción de ayuda internacional.
– Los países plantean crear un mecanismo para revisar sus objetivos al alza cada cinco años, de manera que con el tiempo vayan siendo más ambiciosos y se pueda alcanzar el límite de los 2 gradosantes de finales de siglo.
– Más allá de los compromisos, la finalidad del pacto es marcar el principio del fin de los combustibles fósiles, enviando un mensaje contundente a los mercados de la apuesta política mundial por una economía baja en carbono. Este objetivo se debe materializar en el texto con una fecha para las emisiones mundiales toquen techo, otra de reducción para 2050 y el fin de las emisiones en 2100.
– Los tres principales puntos de desacuerdo en la negociación son la financiación para mitigación y adaptación al cambio climático en los países más vulnerables; la diferenciación o no entre países ricos y pobres y la ambición del acuerdo más allá de una mera declaración de intenciones.
– Seis años después de que los países fallaran en el intento de alcanzar un acuerdo similar a este en la Cumbre de Copenhague 2009, las evidencias del cambio climático se han multiplicado: aumento de temperatura de 1,02 grados desde la época preindustrial, récord histórico de concentración de CO2 en la atmósfera (400 partes por millón) o el año más cálido de la historia: 2014.
– Nunca antes ha existido un momento político tan favorable al acuerdo climático: China y Estados Unidos han rubricado un compromiso para luchar juntos contra el calentamiento; y los países del G7 han emitido una declaración comprometiéndose a poner fin a los combustibles fósiles en 2100.
– El “clima” también es favorable en lo económico: 200 multinacionales han pedido a los países que pongan precio al carbono; las 10 mayores petroleras han creado una coalición para formar parte de las soluciones;las renovables abastecieron el 9,3% de la demanda energética mundial en 2014 y su precio se ha abaratado notablemente en la última década (un 80% en el caso de los paneles solares).
– Hasta el papa Francisco ha dedicado una Encíclica al cambio climático considerando que combatirlo es “una cuestión moral” y del “bien común“; y los líderes islámicos le han secundado con una declaración apelando al compromiso climático de los 1.600 millones de musulmanes.
– Aunque haya acuerdo, París dejará tareas pendientes como la creación de un mercado único de CO2; fijar un precio internacional al carbono o concretar planes que den respuesta a fenómenos por venir, independientemente de lo que ocurra, como el de los refugiados climáticos.
– ¿Habrá acuerdo? Cómo gustan decir los negociadores de la ONU “nada está decidido hasta que se decide“. La Cumbre de Copenhague despertó tantas o más expectativas que París y acabó en un infructuoso debate entre países ricos y pobres sobre a quién le correspondía afrontar el problema.
– En cualquier caso, la Cumbre de París no equivale a si va a haber acción o no en materia de clima, en tanto que es algo que ya existe y va a seguir existiendo. Se trata de decidir si esa acción se va a canalizar conjuntamente a través de un acuerdo mundial.
Mientras París aguarda ya por la Cumbre sobre el clima de la ONU que comienza este lunes (COP21) y en la que participarán países de todo el mundo para buscar un acuerdo que reduzca las emisiones de C02, miles de personas -20.000, según la organización- se han manifestado este domingo en Madrid, en el marco de la Marcha Mundial por el Clima, para pedir conciencia social y nuevas medidas que ayuden al planeta a dar marcha atrás al cambio climático.
Representantes de 195 países, más la Unión Europea, acudirán las dos primeras semanas de diciembre a la Cumbre del Clima de París (21 Conferencia de las Partes, COP21) con el fin de alcanzar un pacto global de lucha contra el cambio climático. Estas son algunas de las claves de esta cita internacional:
Su objetivo es acordar un pacto que gestione el proceso mundial de descarbonización para que la temperatura del planeta no aumente los peligrosos 2 grados a finales de siglo, así como para colaborar en la adaptación a los impactos que producirá el cambio climático aún cuando no se supere ese límite.
El acuerdo entraría en vigor en 2020, tiene vocación de perdurar hasta 2050 y sustituiría la segunda fase del Protocolo de Kioto, aunque a diferencia de éste, que sólo incluía a un grupo de países industrializados que representan el 11 % de las emisiones, el nuevo acuerdo incluye responsabilidades para todos los países y cubriría casi el 100 % de los gases.
Cerca de 170 países responsables del 95 % de las emisiones han remitido a Naciones Unidas compromisos de reducción de emisiones para París (INDC, de Intended Nationally Determined Contribution en la jerga de las negociaciones). El efecto agregado de esas contribuciones, según la ONU, supondría un aumento de temperatura de 2,7 grados a finales de siglo.
Según un informe de la Agencia Internacional de la Energía (AIE) los compromisos requerirían una inversión de 13,5 billones de dólares, y en el caso de los países pobres están condicionados a la recepción de ayuda internacional.
Los países plantean crear un mecanismo para revisar sus objetivos al alza cada cinco años, de manera que con el tiempo vayan siendo más ambiciosos y se pueda alcanzar el límite de los 2 grados antes de finales de siglo.
Más allá de los compromisos, la finalidad del pacto es marcar el principio del fin de los combustibles fósiles, enviando un mensaje contundente a los mercados de la apuesta política mundial por una economía baja en carbono. Este objetivo se debe materializar en el texto con una fecha para que las emisiones mundiales toquen techo, otra de reducción para 2050 y el fin de las emisiones en 2100.
Los tres principales puntos de desacuerdo en la negociación son la financiación para la mitigación y adaptación al cambio climático en los países más vulnerables; la diferenciación o no entre países ricos y pobres y la ambición del acuerdo más allá de una mera declaración de intenciones.
Seis años después de que los países fallaran en el intento de alcanzar un acuerdo similar a este en la Cumbre de Copenhague 2009, las evidencias del cambio climático se han multiplicado: aumento de temperatura de 1,02 grados desde la época preindustrial, récord histórico de concentración de CO2 en la atmósfera (400 partes por millón) o el año más cálido de la historia: 2014.
Nunca antes ha existido un momento político tan favorable al acuerdo climático: China y Estados Unidos han rubricado un compromiso para luchar juntos contra el calentamiento; y los países del G-7 han emitido una declaración comprometiéndose a poner fin a los combustibles fósiles en 2100.
El «clima» también es favorable en lo económico: 200 multinacionales han pedido a los países que pongan precio al carbono; las 10 mayores petroleras han creado una coalición para formar parte de las soluciones; las renovables abastecieron el 9,3% de la demanda energética mundial en 2014 y su precio se ha abaratado notablemente en la última década (un 80% en el caso de los paneles solares).
Hasta el papa Francisco ha dedicado una Encíclica al cambio climático considerando que combatirlo es «una cuestión moral» y del «bien común»; y los líderes islámicos le han secundado con una declaración apelando al compromiso climático de los 1.600 millones de musulmanes.
Aún logrando un acuerdo, París dejará tareas pendientes como la creación de un mercado único de CO2; fijar un precio internacional al carbono o concretar planes que den respuesta a fenómenos por venir, independientemente de lo que ocurra, como el de los refugiados climáticos.
¿Habrá acuerdo? Cómo gustan decir los negociadores de la ONU «nada está decidido hasta que se decide». La Cumbre de Copenhague despertó tantas o más expectativas que París y acabó en un infructuoso debate entre países ricos y pobres sobre a quién le correspondía afrontar el problema.
En cualquier caso, la Cumbre de París no supondrá que haya o no una acción en materia de clima, en tanto que es algo que ya existe y va a seguir existiendo. Se trata de decidir si esa acción se va a canalizar conjuntamente a través de un acuerdo mundial.
El agujero de la capa de ozono sobre la Antártida es el cuarto más grande de la historia, informó hoy la Agencia Meteorológica de Japón (JMA).
El organismo indicó que el agujero que aparece cada año entre agosto y diciembre debido al efecto de los clorofluorocarbonos (CFC) y otros gases nocivos alcanzó los 27,8 millones de metros cuadrados el pasado 9 de octubre, según datos obtenidos por satélites estadounidenses.
La agencia nipona aseguró que es el cuarto mayor tamaño registrado desde que comenzaron las mediciones en 1979 y atribuyó esa expansión, la mayor durante un mes de octubre, en parte a las bajas temperaturas registradas en la estratosfera, consignó la agencia EFE.
Un estudio elaborado el año pasado por 300 científicos y avalado por la Organización Mundial de la Meteorología (OMM) y el Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA) asegura que la destrucción de la capa de ozono está disminuyendo y que este escudo natural de la Tierra que bloquea los rayos ultravioleta (dañinos para la piel y los ojos) podría recuperarse a mediados de este siglo.
Esto sería posible si se siguen aplicando las restricciones a los productos que la destruyen, como los que contienen clorofluorocarbonos, presentes en algunos aerosoles.
La frecuencia de los desastres relacionados con el clima está aumentando sin ninguna duda, pues en los últimos veinte años se han cobrado un promedio anual de 30.000 vidas y causado más de 4.000 millones de heridos o damnificados, según un informe publicado hoy por un organismo especializado de la ONU.
Los desastres atribuidos cada año a fenómenos climáticos han sido 335 en promedio, lo que representa un 14 % más que en el decenio anterior y el doble que en el periodo 1985-1995.
La COP21 prevé un sistema de acciones voluntarias sin compromisos vinculantes, legitimando nuevas falsas soluciones y peligrosas tecnologías
El cambio climático existe y es grave. Cifras más o menos, todos los análisis convergen: para evitar que el planeta se siga calentando con impactos devastadores urge reducir drásticamente las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI), consecuencia del sistema de producción y consumo con combustibles fósiles como petróleo, gas y carbón.
Los rubros que más GEI emiten son extracción y generación de energía, sistema alimentario agro-industrial –incluida deforestación y cambio de uso de suelo–, construcción y transportes.
Sin embargo, las reducciones necesarias y cómo garantizar que los principales responsables (países y empresas) dejen de contaminar el clima de todos y minar el futuro de nuestras hijas e hijos, no está en la agenda del próximo encuentro mundial sobre el clima que se realizará en París el próximo diciembre.
En su lugar, la 21 Conferencia de las Partes (COP21) de la Convención Marco de Naciones Unidas sobre Cambio Climático (CMNUCC) que se reunirá las dos primeras semanas de diciembre prevé condonar un sistema de acciones voluntarias, llamadas contribuciones previstas y determinadas a nivel nacional (CPDN o INDC, por sus siglas en inglés) sin compromisos vinculantes ni real supervisión internacional, legitimando nuevas falsas soluciones y peligrosas tecnologías. De paso terminarán de enterrar el proceso multilateral de negociaciones para enfrentar esta crisis global.
El precedente de este próximo acuerdo-no acuerdo (se trata de legalizar que cada país haga lo que quiera) fue el Protocolo de Kyoto, un acuerdo internacional vinculante que estableció que los principales países emisores, responsables de la mayoría de GEI, redujeran en 5 por ciento sus emisiones por debajo del nivel de 1990.
El total de emisiones era entonces 38 giga toneladas equivalentes de dióxido de carbono anuales (equivalentes porque hay otros gases de efecto invernadero).
EEUU, principal emisor histórico y segundo actual, nunca firmó el Protocolo de Kyoto y siguió aumentando sus emisiones.
Al 2010, las emisiones globales, en lugar de bajar, habían aumentado a 50 giga toneladas anuales. En ese año, China pasó a ser el primer emisor, ahora con 23 por ciento del total, seguido de EEUU (EU) con 15.5 por ciento.
Pero acumulado, EU es responsable de 27 por ciento de emisiones desde 1850. Con 5 por ciento de la población mundial, usa 25 por ciento de la energía global y sus emisiones de GEI per cápita son más de mil 100 toneladas por persona mientras en China son de 85 toneladas por persona. Cabe notar que el desarrollo actual de China sigue el mismo modelo destructivo de producción y consumo industrial, con crecientes brechas de desigualdad interna.
Esta nueva realidad de emisiones de países emergentes afirmó a los principales emisores históricos a exigir que todos debían reducir –aunque ellos no lo habían hecho nunca. Bloquearon una nueva etapa del Protocolo de Kyoto y aprovecharon para minar el principio de responsabilidades comunes pero diferenciadas que había sido un pilar de la CMNUCC.
Para la COP 21, por primera vez cada país debe entregar a la Convención su plan de contribuciones previstas, y como son determinadas a nivel nacional, el secretariado se limita a contabilizar lo que significan. A fin de octubre 2015, se habían entregado las contribuciones previstas de 146 países.
Según el Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente, esos planes se traducen en un aumento de 3 a 3.5 grados en el promedio global al 2100, casi el doble del límite oficial acordado de máximo 2 grados y mucho más de 1.5 grados que los estados insulares, la mayoría de países del Sur y organizaciones de la sociedad civil consideran máximo aceptable para no morir bajo las aguas, sufrir violentos huracanes, sequías y hambrunas.
Las medidas propuestas por los grandes emisores históricos son altamente insuficientes, incluso en términos formales. Un análisis de organizaciones ambientalistas, sindicales y sociales, aplicando un criterio de contribuciones justas por país (tomando en cuenta responsabilidad histórica y capacidad de hacer reducciones según nivel económico actual debido a la industrialización que provocó las emisiones) muestra que EEUU, Japón y Europa ni siquiera llegan a 20 por ciento de lo que deberían reducir. Por el contrario, los países más pobres, contribuyen más de lo que nunca causaron y algunos países emergentes (China, India) proponen mucho más que su justa parte per cápita. (civilsocietyreview.org).
Es una perspectiva reveladora, pese a que no toma en cuenta otro aspecto fundamental: cómo se componen esas contribuciones que harían los países.
Porque además de insuficientes, la mayor parte de sus contribuciones se basan no en reducir emisiones, sino en compensarlas con mercados de carbono, con técnicas de geoingeniería como captura y almacenamiento de carbono (CCS) con mal llamada bioenergía que devasta ecosistemas y compite con producción de alimentos, y con programas perversos contra comunidades campesinas e indígenas, como la agricultura climáticamente inteligente y REDD+para bosques.
Además de anunciarnos que aumentarán las emisiones, las medidas propuestas van contra las comunidades y movimientos que tienen alternativas reales, viables y posibles para salir de la crisis. La COP21 se dirige a consolidar un crimen histórico.
Pero no será sin denuncia y resistencia desde abajo.
BEIJING (EFE) — El 81% del hielo permanente de la meseta del Tíbet, en China, está en riesgo de desaparecer para el año 2100 debido al cambio climático, según informó la Academia de Ciencias del país este miércoles.
El estudio explica que el permafrost –término científico para designar el hielo permanente de zonas muy frías, como Alaska o Siberia- de la meseta tibetana está en peligro a causa de un aumento de la temperatura de 0.3 grados Celsius por década. De llegar a los 2.11 grados Celsius, hará desaparecer la mayor parte del hielo tibetano.
Este deshielo no solo puede crear problemas relacionados con un aumento del nivel del agua en los lagos y ríos de la zona (los tres ríos más grandes de Asia nacen allí), sino que su desaparición agrava el cambio climático, ya que las capas de permafrost acumulan grandes cantidades de carbono en su interior, detalla el informe.
Una vez derretido el hielo, el carbono se libera en forma de metano, uno de los gases de efecto invernadero que contribuyen al calentamiento global.
El informe también avisa de que se han doblado los niveles de contaminación en el aire desde 1950 en la zona, especialmente los restos de carbono generados por la quema de combustibles fósiles y los metales pesados, que también tienen efecto invernadero.
El documento asegura que el nivel de contaminación de la meseta tibetana es «extraordinariamente bajo» comparado con el de las zonas urbanas de China y que tiene niveles similares a los medidos en la región ártica e inferiores a los Alpes franceses.
Los expertos también advierten de la progresiva desertización del lugar y recomiendan la creación de una «zona protegida» en el territorio de Changtang (norte y oeste de Tíbet), que catalogan como «el ecosistema más vulnerable» de China, ya que allí habitan especies autóctonas como los yaks o los antílopes tibetanos.
Otros factores alarmantes son la combinación entre una disminución de los glaciares y el crecimiento de las precipitaciones y la humedad, que hacen aumentar el nivel de los lagos y ríos de la región.
Los glaciares chinos empezaron a disminuir desde principios del siglo XX, pero este deshielo se ha acelerado a partir de la década de 1990 con la rápida industrialización de China.
GINEBRA (Reuters) — El fenómeno climático de El Niño, un patrón asociado a sequías extremas, tormentas e inundaciones, puede fortalecerse antes de fin de año y convertirse en uno de los más fuertes registrados hasta la fecha, afirmó el lunes la agencia climática de Naciones Unidas.
La Organización Meteorológica Mundial (OMM) dijo que este Niño ya es «fuerte y maduro», y es el más grande en más de 15 años.
El fenómeno climático está generado por el calentamiento de la superficie del Océano Pacífico oriental y, esta vez, los promedios trimestrales se elevarán más de 2 grados por encima de lo normal, situando a este Niño en el mismo nivel de los vistos en 1972-73, 1982-83 y 1997-98, señaló la OMM.
El secretario general de la OMM, Michel Jarraud, indicó que el mundo está mejor preparado para El Niño que nunca antes y que los países más afectados se están alistando para el impacto en la agricultura, la pesca, los recursos hídricos y la salud, al tiempo que se están implementando campañas de gestión de desastres para salvar vidas y minimizar el impacto económico.
«No obstante, este evento está entrando en territorio desconocido. Nuestro planeta se alteró dramáticamente por el cambio climático, la tendencia general hacia un océano global más templado, la pérdida de hielo del Mar Ártico y los casi un millón de kilómetros cuadrados de cobertura de nieve en verano en el hemisferio norte», dijo el comunicado de la OMM citando a Jarraud.
«Así que este El Niño que ocurre naturalmente y el cambio climático inducido por los humanos podrían interactuar y modificarse el uno al otro en formas que nunca experimentamos antes. Incluso antes del inicio deEl Niño, las temperaturas promedio globales de la superficie alcanzaron nuevos récords. El Niño está aumentando el calor», agregó.
La OMM no predijo cuándo empezará a decaer este El Niño, pero señaló que suelen alcanzar su fortaleza máxima entre octubre y enero, persistiendo luego durante gran parte del primer trimestre.