El rey Thevetat fue uno de los últimos Reyes Atlantes bajo cuya influencia maléfica la raza atlante se convirtió en una nación de magos perversos. Pero no todos los Asuras encarnados en la raza Atlante optaron por el rebelde príncipe planetario Ahriman, sino que muchos Asuras se asociaron al Logoi Planetario Terrestre junto con los Hijos de la Voluntad y del Yoga, la raza intraterrena que por aquel entonces tomó partido y se involucró con la causa del Logoi.
Como consecuencia de esas luchas, los Asuras, Devas y otros seres de un amplio espectro entre los que se encontraban los reyes y el pueblo atlante, se dividieron en dos bandos irreconciliables sobre la faz del planeta que forzaron a una guerra global a los dos vastos continentes Atlantes existentes en aquel tiempo: Kusha, el continente situado en la actual zona Atlántica sobre el Trópico Norte y Mú, situado en la zona subtropical del Pacifico.
El rey Thevetat, al mando de los Daityas y los diablos Râkshasas que controlaban el continente de Kusha luchó cruel y encarnizadamente contra los Âdityas y los Sâdhus o sabios guías de la Raza Atlante, liderados por Roth, el príncipe adyta que guiaba a las fuerzas intraterrenas y a los habitantes del continente de Mú. Las terribles consecuencias de la devastadora guerra concluyeron con el segundo y definitivo diluvio Atlante. Esta guerra, además, decidió los destinos de los dos pueblos, el intraterreno y el perteneciente al mundo de superficie en dos culturas separadas y realidades diferentes dentro del mismo planeta. Los vestigios de esta terrible guerra quedaron grabados en la mente colectiva de la humanidad actual y reflejados en muchas de sus leyendas tradicionales, en las cuales, aún se llora la partida de los Elfos (Âdityas) hacia la Isla Sagrada (Âgarttha). Este segundo diluvio, acabó con las últimas grandes civilizaciones Atlantes situadas en las penínsulas de Ruta y Daitya, dejando únicamente un remanente de la cultura Atlante en la isla de Poseidonis, la misma que sería destruida miles de años después como consecuencia de las acciones geológicas que habían fragmentado los últimos restos del gigantesco continente Atlante de Kusha, y desecho el continente de Mú. »
Esta historia que parece sacada de un libro de Tolkien, en el que elfos y humanos luchan codo con codo contra magos perversos y orcos gigantescos, nos dejaría indiferentes, a no ser que exista algo más…
Los amantes de las pruebas “irrefutables” se sentirán defraudados por las siguientes leyendas y tradiciones arcaicas que narran una y otra vez la misma historia a través de los siglos, de lenguas distintas y de culturas totalmente diferentes y, situadas además en los más diversos puntos del globo. ¿Cómo pudo ocurrir esto? ¿Hubo una confabulación en aquellos remotos tiempos para que todas las culturas contasen las mismas historias referentes al diluvio y a los gigantes castigados mediante el agua…?
Comencemos pues por el clásico de los clásicos, el Timaeus; en el que Platón narra lo que los sabios del antiguo Egipto (Los sacerdotes de Saïs) habían contado a Solón acerca de la isla de Poseidonis:
<< No conocéis esa nobilísima y excelente raza de hombres, que habitó una vez vuestro país (la Grecia pre-helénica), de quien vos descendéis así como todos vuestros actuales estados, aunque sólo un pequeño resto de esta gente admirable es la que ahora queda (refiriéndose a los Cíclopes mitológicos de las fábulas homéricas). Estos escritos relatan la fuerza prodigiosa que dominó una vez vuestra ciudad, cuando un potente poder guerrero, precipitándose desde el mar Atlántico, se extendió con furia hostil sobre toda Europa y Asia… [Platón; Diálogos – Timaeus] >>
Precisamente la mítica Atlántida, la Poseidonis de Platón nos brinda una oportunidad única para entender la clave Atlante, pues esa isla constituyó un “fósil” viviente, un anacronismo en el tiempo que nos permite rastrear por medio de los restos arqueológicos y las culturas proto-históricas del Mediterráneo su glorioso pasado. El Timaeus de Platón es por tanto una auténtica joya histórica de inapreciable valor.
Según lo narra Platón, existía una isla frente a las dos ‘Columnas de Hércules’, situadas geográficamente a ambos lados del estrecho de Gibraltar llamada Poseidonis, también denominada Atlántida por otros autores, cuyos reyes eran dueños de un espléndido imperio insular y continental que se extendía por todo el Mediterráneo, por la costa africana hasta Libia y en la europea hasta Tirrenia.
Solón comenta a Kritias en esos mismos diálogos entre Timeo y Sócrates, narrando que ese imperio Atlántico en expansión, provoca una guerra abierta contra Grecia (jonios) y Egipto (hacia el 9600 a.C.), las cuales, eran entonces las únicas potencias culturales del Mediterráneo, con independencia de los Poseidónicos y sus colonias (tartesios, etruscos, aqueos de Creta, libios, etc.) escuchemos lo que Solón explica a Kritias sobre dicha guerra:
<< En esta isla de Atlántica se formó una grandiosa y admirable potencia integrada por reyes que dominaban toda la isla, otras más y algunas zonas del continente. Además de esto gobernaban sobre los que vivían en el interior de Libia hasta Egipto, y de Europa hasta Tirrenia. Toda esta potencia tras concentrarse en una sola, intentó en una ocasión esclavizar vuestra tierra (la Grecia pre-helénica), la nuestra (el Egipto proto-histórico) en un solo ataque. Fue entonces, Solón, cuando la fuerza de vuestra ciudad llegó a ser manifestada a todos los hombres en virtud y poder… En el tiempo siguiente sobrevinieron un violento seísmo y un cataclismo; sucedió durante un día y una noche terribles, y toda vuestra casta guerrera se hundió bajo la tierra, y la isla Atlántica tras hundirse de igual manera bajo el mar, desapareció. [Platón; Diálogos – Timaeus] >>
Pero volvamos a la ‘Isla de los Bienaventurados’: En el extremo Oriental de la isla reinaba uno de los diez hijos de Poseidón llamado Gádeiros, entre los que el dios había repartido la magnífica isla. Este extremo Oriental había recibido por tanto el nombre de Gadiriké en honor de su rey, y sus posesiones continentales más próximas el nombre de Gádeira (Cádiz). Constituyendo ésta, la región continental más próxima a la isla Atlante, que seria con el tiempo, el floreciente reino de Tartessos (costa Atlántica española: Huelva, Cádiz y Tarifa). La grandiosidad de este imperio Atlante la narra Kritias por boca de Platón:
<< Habían acumulado los reyes de la Atlántida riquezas en tal cantidad, que seguramente nunca antes de ellos, una casa real las poseyó en número tan grande ni las poseerá fácilmente en el porvenir. Disponían de todo aquello que la ciudad y los campos eran capaces de producir. Pues aunque era mucho lo que recibían del exterior, merced a su imperio, la mayor parte de los productos necesarios para la vida los suministraba la isla por sí sola. En primer lugar, todos los metales duros y maleables que se pueden extraer de las minas y, entre ellos, aquel que en la actualidad sólo de nombre se conoce: el oreíchalkos (oricalco o cobre de montaña). Existía entonces, además del nombre, la substancia propia de este metal, que se extraía de la tierra en muchos lugares de la isla y que después del oro, era el metal más apreciado en aquel tiempo. [Platón; Diálogos – Kritias] >>
Con el hundimiento final de la ‘Isla de los Bienaventurados’ datada en unos 9000 años según Solón (9600 a. C.), el imperio de Poseidonis muere lentamente al desaparecer su corazón bajo las aguas, no así su influencia cultural en los distintos pueblos que ocupaban entonces las costas del Mediterráneo, aunque éstos, con el correr de los siglos, gradualmente se vuelven autóctonos estableciendo sus apropiadas y diferentes costumbres, creando así una idiosincrasia propia como pueblos independientes.
¿Quiénes eran estos grupos afines y cuales son sus costumbres…? Curiosamente tenemos que remontarnos muchos miles de años después en el tiempo para encontrar los nombres de esos pueblos:
Durante el reinado de Ramses III (1183-1152 a.C.) Egipto se enfrenta a una difícil situación militar en su zona de influencia, Hatti había caído y con ella el Imperio Hitita, Troya destruida en el 1184 a.C. sólo eran unos indicadores del inmenso colapso que estaba afectando a Asia Menor y buena parte del mediterráneo Oriental, como lo demuestra la caída de Micenas, la desolación de Chipre y la destrucción de ciudades como Ugarit, Alalak, Enkomi, Katna, Niya, Karkemish y otras que quedaron devastadas en tal medida que nunca más fueron pobladas nuevamente. La causa de todo este imponente éxodo de pueblos que cambiaría completamente el equilibrio de fuerzas y la economía en el Mediterráneo, lo crearía un gigantesco movimiento de expansión procedente de Asia central.
Esta gigantesca égida la crearon los pueblos arios, representados por los cassitas, que procedentes de las distintas oleadas de tribus originarias de los Arianni expulsados de Agarttha (2500 a.C.), conquistarían el alto Indo e Irán en el 1700 a.C., irrumpiendo ahora en el mediterráneo a través de Mesopotamia, creando tres grandes reinos: el hurrita de Mitani, la Babilonia amorrea y el Imperio Hitita. Esta nueva fuerza político-militar y cultural que introduciría la cultura indo-europea en el mediterráneo y su idioma el sánscrito, constituyó una amenaza sin precedentes para los restos de la cultura Poseidónica (Atlante), la cual reaccionó como un solo hombre ante la incontenible invasión Arianni, agrupándose en la confederación de los ‘Pueblos del Mar’, aquellos que formaron en un tiempo remoto el imperio continental de Poseidonis.
Los Pueblos del Mar atacaron ferozmente al recién llegado enemigo, destruyendo el Imperio Hitita y su capital Hatti. Troya es otra muestra más de la alianza de los Pueblos del Mar contra los primeros Arianni que se establecieron en el Mediterráneo, como lo demuestra las cruces svásticas encontradas en sus ruinas. En este caso, los griegos estaban representados por los Aqueos, tal y como lo narra Homero en la Iliada, aunque esta alianza helénica está personificada sólo de forma muy parcial y referida a un hecho concreto.
Y es precisamente después de la caída del Imperio Hitita, durante el reinado de Ramses III, cuando se produce una decisiva batalla entre Egipto y los Pueblos del Mar que acaba con la victoria de Egipto, tal y como se aprecia en el relieve del templo de Medinet Habu. Aunque existían ya registros durante el reinado del faraón Merneptah (1224-1205 a.C.) del acoso de estos Pueblos del Mar contra Egipto, debido a la presión que ejercieron ellos asociados a los mashuash y los kahak, pueblos asentados en la costa de Libia, que incluso habían llegado a tomar, por aquel entonces, el brazo occidental del delta del Nilo.
¿Porqué Egipto se enfrentó a sus antiguos enemigos, representados por la confederación de los Pueblos del Mar, con los que había aprendido a convivir en paz durante miles de años después de la caída del antiguo Imperio Poseidónico…? Máxime, cuando lo más lógico por su parte sería, además, ayudar a quién derrota al peligroso enemigo Hitita…
La respuesta no parece sencilla, pero hay que entender que Egipto tradicionalmente ha sido una potencia continental y no naval, con lo que sus intereses particulares distarían mucho de los intereses de los demás socios históricos. También es cierto que tanto los hurritas de Mitani, como los hititas y amorreos, constituían una amenaza para las fronteras continentales de Egipto, pero en ese punto es donde nos encontramos con un hecho sorprendente:
Egipto en aquellos días se hallaba en pleno apogeo de su Imperio Nuevo, constituido por las dinastías XVIII y XIX, en las cuales sus faraones extendían un poder casi absoluto en el Medio Oriente. Pero esas dinastías curiosamente no pertenecían a las anteriores dinastías de faraones semitas, sino que éstas habían sido establecidas por los invasores hicsos hacia el año 1580 a.C. Los hicsos eran amorreos, es decir Arianni, que además, conquistaron Egipto de una forma inverosímil, si la comparamos con la manera violenta en la que sus antepasados conocidos como los purandara (los destructores de ciudades) ocuparon el Valle del Indo hacia 1.700 a.C.
Esta vez la ocupación fue firme pero sin ¡blandir una espada!. La dominación hicsa no fue entendida en Egipto como una opresión sino como una “ocupación pacífica” por un pueblo de “superior cultura”, esta sorprendente expresión la extraemos de los escritos de Manetón, sacerdote tolemaico del siglo III a.C.:
<< Por motivos que desconocemos la cólera de Dios descargó sobre nosotros, pues sorprendentemente unos extranjeros de procedencia oriental, invadieron nuestro país y lo conquistaron sin tomarse la molestia de desenvainar la espada. [Manetón; Ægyptiaca] >>
Vemos pues que el sorprendente poder de Egipto en ese período, es debido a unas dinastías procedentes de la poderosa cultura indo-europea venida de Oriente, lo que nos hace sospechar de la “lealtad” egipcia hacia sus antiguos socios mediterráneos.
Sea como fuere, el nombre de los pueblos que fueron derrotados por Ramses III es muy esclarecedor, pues en ellos encontramos gentes venidas de todo el Mediterráneo. Así encontramos a los mashuash y los kahak (pueblos de la costa de Libia y Tartessos en la costa occidental de España), los shakalush (sículos, habitantes de Sicilia), los turush (tyrsenos o tirrenos, también conocidos como etruscos y habitantes de la Toscana en Italia), los aqayauas (aqueos, de Grecia y Creta), los luku (licios o licaonios, habitantes de Milias en Turquía), los shirdan (sidonios de Sidón en la costa del Líbano) y otros muchos de procedencia ignota como los zikar, los pulsata, los danuna y los washash.
Evidentemente, una concentración de pueblos procedentes de todos los puntos del Mediterráneo, desde Cádiz hasta Grecia, y desde la Toscana hasta Libia, que derrotasen al Imperio Hitita y desafiasen al Egipto del Imperio Nuevo, es algo muy difícil de explicar desde el punto de vista “oficial” de simple congregación de piratas. Aunque esta confederación sería perfectamente explicable si consideramos a estos pueblos como los últimos vestigios del Imperio Poseidónico.
Un punto de especial interés lo marcan los mashuash; este pueblo descrito por el faraón Merneptah como asentado en la costa Libia, es identificado por otros autores como procedente del reino de Tartessos, según se desprende de las citas de Polibio al traducir un tratado entre Roma y Cartago, en las cuales los tartesios o mastienos, eran denominados Mastia Tarseiou. Así mismo, en un libro apócrifo de la Biblia denominado Libro de los Jubileos, datado hacia el año 950 a.C., se puede encontrar el nombre de Mesech para denominar a la Península Ibérica.
La denominación de ibero, sería por tanto muy posterior, y relacionada con la palabra iber, eban o ibai que significa río, y de similar fonética entre los dos grandes pueblos primitivos de la península: Los tartesios asentados en el río Tartessos (Guadalquivir) y los vascones asentados a su vez en el río Iber (Ebro).
Aparentemente la identificación del reino de Tartessos como foco y punto principal de la cultura Poseidónica, puede parecernos algo exagerado actualmente, sin embargo no se lo parecía así a los primeros fenicios y griegos clásicos que arribaron a Iberia. Estrabón (63 a.C.-24 d.C.) citando a Posidonio (100 a.C.) afirma que los turdelanos (descendientes de los tartesios) tenían escritos de 6000 años de antigüedad, de caracteres muy arcaicos que escribían formando espirales o grecas continuadas en lugar de líneas rectas como griegos y latinos. Estrabón asigna un número de ciudades no inferior a 200, las cuales configuraban un área metropolitana no inferior al de la Hélade clásica en tiempos posteriores.
Una confirmación acerca del número de ciudades de la Turdelania Hispalense nos la ofrece Plinio el Viejo que sobre el año 0, nos habla de 170 ciudades, lo que nos da un índice de 40 ciudades perdidas en un siglo como media.
Efectivamente, desde la derrota de los Pueblos del Mar a manos de Ramses III, no se vuelve a oír hablar de ellos, es más, éstos desaparecen lentamente a manos de las potencias orientales que cobran brillante esplendor y fuerza militar en el mediterráneo; etruscos, libios, sicilianos y turdelanos desaparecen. Solamente griegos y fenicios parecen aprovechar adecuadamente el impulso de la cultura indo-europea haciéndose con el control total del Mediterráneo, hasta la llegada de Cartago y Roma.
Pero esta parte de la historia, es mucho más reciente que la de la auténtica Atlántida pre-diluviana, el reino de los terribles gigantes y de las obras faraónicas que éstos llevaron a cabo, como lo cuenta Burmeister
<< Sin embargo, aún en los días de Platón, exceptuando a los sacerdotes, nadie en Egipto parece recordar claramente a los míticos gigantes que les precedieron. La causa, es que según esos mismos sacerdotes, esa raza de gigantes habitó el delta del Nilo desde el período comprendido entre los 400,000 años hasta la primera glaciación (asimilada al diluvio) hace unos 250,000 años. La Gran Pirámide que según la ciencia moderna no puede tener más de 6,000 años de antigüedad, es evidentemente muchísimo más antigua, basándose en unos ladrillos encontrados a diversas profundidades en el limo del Nilo, y al gradiente de deposición del mismo, su antigüedad se cifra en 14,000 años, y por tanto la pirámide puede ser datada como mínimo en 20,000 años de antigüedad. [Burmeister; Man before Metals] >>
La incongruente explicación “científica” de la construcción de las pirámides con la conocida “tecnología” de construcción del año 6,000 a.C. es eclécticamente inverosímil, por muy “científica” que pretenda ser.
Lo mismo ocurre con los gigantescos dólmenes y templos extendidos por Asia, Europa, América y África, donde se encuentran piedras gigantescas alineadas o ensambladas con escrupulosa pulcritud, que desafían toda lógica constructiva con los métodos conocidos en las épocas “oficiales” de datación de esos monumentos.
Pero lo realmente interesante no son los hechos en sí, sino las leyendas… ¡A los soñadores nos gustan tanto…!
Todos esos monumentos gigantescos, y en muchos casos antediluvianos, han mantenido un halo de leyenda muy instructivo, por ejemplo: Los Nuraghi, llamados las tumbas de los gigantes en Malabar e India, son llamados también las tumbas de los Daityas (gigantes); en Lanka, en Rusia y más concretamente en Siberia, se les llama Koorgan y son conocidos popularmente como las sepulturas de los Hombres–demonio o Râkshasas.
Las leyendas narran a gritos lo que el hombre moderno no quiere oír debido a su orgullo: ‘Que existieron grandes civilizaciones y grandes ciudades cuya belleza incomparable haría palidecer a la anárquica e inarmónica estructura de nuestras mejores ciudades’.
Son tantos los vestigios de nobles y antiguas razas que vivieron en las mismas tierras que hoy ocupamos los tristes y desfallecidos humanos actuales que estos restos llenan las patéticas salas de nuestros museos, siendo solo una ínfima muestra de los tesoros que la Antigüedad aún nos oculta debido a nuestra propia inmadurez.
En Palmira, en Midian y en Galilea existió una raza esbelta y fornida que exhibía las formas del cráneo completamente distintas del hebreo o árabe actual. Ella construyó los misteriosos círculos de piedra de Galilea, cuyos últimos representantes fueron llamados los Gigantes o Filisteos (Nephilim), entre los que se encuentra el Goliat de La Biblia.
Tertuliano asegura que en su tiempo había en Cartago cierto número de gigantes. Filostrato habla de un esqueleto gigante observado por él en el promontorio de Sigeo, y nos habla de otro visto por Messecrates de Stira, en Lemmos, “horrible de contemplar” -según Filostrato-. Plinio habla de un gigante en quién creyó reconocer a Orión, y Plutarco declara que Sertorio vio la tumba de Anteo el Gigante. Pausanias, así mismo, atestigua la existencia real de las tumbas de Asterio y Gerión, hijos de Hércules. Curiosas evidencias de los gigantescos habitantes de la tierra antediluviana son recogidas por San Agustín cuando nos cuenta:
<< De la vida larga que tuvieron los hombres antes del Diluvio, y cómo era mayor la estatura de los cuerpos humanos: Todo el que prudentemente considerare las cosas, comprenderá que Caín no sólo pudo fundar una ciudad, sino que la pudo también fundar muy grande en tiempo que duraba tanto la vida de los hombres, aunque alguno de los incrédulos e infieles quiera disputar acerca del dilatado número de años que, según nuestros autores, vivieron entonces los hombres, y diga que a esto no debe darse crédito.
Porque tampoco creen que fue mucho mayor en aquella época la estatura de los cuerpos de lo que son ahora, y, sin embargo, su nobilísimo poeta Virgilio, hablando de una grandísima peña que estaba fija por mojón o señal de término en el campo, la cual en una batalla un valeroso varón de aquellos tiempos arrebató, corrió con ella y la arrojó, dice que “doce hombres escogidos según los cuerpos humanos que produce el mundo en nuestros tiempos apenas la hicieron perder tierra”, significándonos que hubo tiempo en que acostumbraba la tierra a producir mayores cuerpos. ¡Cuánto más sería en los tiempos primeros del mundo, antes de aquel insigne y celebrado Diluvio!
En lo tocante a la grandeza de los cuerpos, suelen convencer y desengañar muchas veces a los incrédulos las sepulturas que se han descubierto con el tiempo, o por las avenidas de los ríos, o por otros varios acontecimientos donde han aparecido huesos de muerto de increíble tamaño.
Yo mismo vi, y no solo, sino algunos otros conmigo, en la costa de Utica o Biserta, un diente molar de un hombre, tan grande, que si le partiera por medio e hicieran otros del tamaño de los nuestros, me parece que pudieran hacerse ciento de ellos; pero creo que aquél fuese de algún gigante, porque fuera de que entonces los cuerpos de todos generalmente eran mucho mayores que los nuestros, los de los gigantes hacían siempre ventaja los demás; así como también después, en otros tiempos y en los nuestros, aunque raras veces, pero nunca faltaron algunos que extraordinariamente excedieron la estatura y el tamaño de los otros. Plinio II, sujeto doctísimo, dice que cuanto más y más corre el siglo, produce la Naturaleza menores los cuerpos; lo cual también refiere Homero en sus obras, no burlándose de ello como de ficciones poéticas, sino tomándolo, como escrito de las maravillas de la Naturaleza, como historias dignas de fe. [San Agustín; La Ciudad de Dios] >>
El Abate Pegues afirma en su obra Les Volcans de la Grèce, que ‘en la vecindad de los volcanes de la isla de Tera, se encontraron gigantes con cráneos enormes que yacían bajo piedras colosales’.
Finalmente Beroso nos habla de Titea o Titaea Magna, la madre de los Titanes y esposa de Noe o Na-Noah, y cuyos hijos son los Siete Kabiri: Koeus, Kroeus, Phorcys, Cronus, Oceanus, Hyperion e Iapetus; los Arkitas (descendientes del Arka) fundadores de las Siete Razas de color.
Si hubo un Arca y un Noé sin duda debió de haber un Diluvio y un continente perdido… Y de eso precisamente nos habla Donnelly:
<< El gran Continente perdido puede quizás haber estado situado al Sur del Asia, extendiéndose desde la India a la Tasmania. Si la hipótesis -ahora tan puesta en duda, y positivamente negada por algunos sabios autores, que la consideran como una broma de Platón- se llega alguna vez a comprobar, entonces quizás los hombres de ciencia creerán que la descripción del continente habitado por Dios no era del todo una pura fábula. y entonces puede que perciban que las indicaciones veladas de Platón, y el atribuir él la narración a Solón y a los sacerdotes egipcios, no fue más que un modo prudente de comunicar el hecho al mundo, al mismo tiempo que, combinando hábilmente la verdad y la ficción, se descartaba de toda implicación en el. [Donnelly; Atlantis] >>
Estas afirmaciones refuerzan la idea de los dos continentes conocidos como Kusha, la Atlántida y Mú, situado éste último en el Pacífico, tal y como nos lo cuenta Louis Jacolliot:
<< Una de las leyendas más antiguas de la India, conservada en los templos por tradición oral y escrita refiere que hace varios cientos de miles de años existía en el Océano Pacifico un inmenso continente, que fue destruido por convulsiones geológicas y cuyos fragmentos pueden encontrarse en Madagascar, Ceilán, Sumatra, Java, Borneo y las islas principales de la Polinesia. Las altas mesetas del Indostán y Asia, según esta hipótesis, sólo habrían sido, en aquellas lejanas épocas, grandes islas contiguas al continente central… Según los brahmanes, este país había alcanzado una elevada civilización, y la península del Indostán, agrandada por el desplazamiento de las aguas, en tiempo del gran cataclismo, no ha hecho más que continuar la cadena de las tradiciones primitivas nacidas en aquel sitio. Estas tradiciones dan el nombre de Rutas a los pueblos que habitaban este inmenso continente equinoccial, y de su lenguaje se derivó el sánscrito. La tradición indo-helénica, preservada por la población más inteligente que emigró de las llanuras de la India, refiere también la existencia de un continente y de un pueblo, a los que dio los nombres de Atlántida y Atlantes, y que sitúa en el Atlántico, en la parte Norte de los Trópicos.
Aparte de este hecho, la suposición de un antiguo continente en aquellas latitudes, cuyos vestigios pueden encontrarse en las islas volcánicas y la superficie montañosa de las Azores, las Canarias y las islas de Cabo Verde, no está desprovista de probabilidad geográfica, Los griegos, que por otra parte nunca se atrevieron a pasar más allá de las Columnas de Hércules, por causa de su temor al Océano misterioso, aparecieron demasiado tarde en la antigüedad, para que las historias conservadas por Platón puedan ser más que un eco de la leyenda india. Además, cuando arrojamos una mirada sobre un planisferio a la vista de las islas e islotes esparcidos desde el Archipiélago Malayo a la Polinesia, desde el Estrecho de la Sonda a la Isla de Pascua, es imposible, partiendo de la hipótesis de que hubo continentes que precedieron a los que habitamos, dejar de colocar allí el más importante de todos.
Una creencia religiosa, común a Malaca y Polinesia, esto es, a los dos extremos opuestos del mundo de la Oceanía, afirma “que todas estas islas formaron una vez dos países inmensos, habitados por hombres amarillos y negros, que siempre estaban en guerra; y que los dioses, cansados de sus querellas, encargaron al Océano que los pacificara, y éste se tragó los dos continentes, y desde entones ha sido imposible conseguir que devuelva a sus cautivos. Sólo las crestas de las montañas y las mesetas elevadas escaparon a la inundación, por el poder de los dioses, que percibieron demasiado tarde el error que habían cometido»,
Sea lo que quiera lo que haya en estas tradiciones, y cualquiera que haya sido el sitio donde se desarrolló una civilización más antigua que la de Roma, de Grecia, de Egipto y de la India, lo cierto es que esta civilización existió, e importa mucho a la ciencia el volver a encontrar sus huellas, por más débiles y fugitivas que sean. [Louis Jacolliot; L’Historie des Vierges: les Peuples et les Continents Disparus] >>
Y por último en el Vishnu Purâna podemos encontrar los nombres de esas regiones:
<< El Rey de Kusha-Dvipa tenía siete hijos… de quienes las siete partes, o Varsha, de la isla tomaban sus nombres… Allí residía la humanidad juntamente con Daityas y Dânavas, así como con espíritus del cielo: Gandharvas, Yakshas, Kimpurushas, etc. [Wilson; Vishnu Purâna] >>