Aparte del ritmo circadiano que regula muchas de nuestras funciones biológicas y que está marcado por el Sol, ¿conservamos en nuestro metabolismo una reliquia de un antiguo ritmo biológico circalunar?
El astro que mayor influencia biológica tiene sobre la Tierra es obviamente el Sol. Sin embargo, la Luna también tiene un papel significativo, aunque no resulte fundamental como el del Sol. Nuestro satélite natural influye sobre la vida de la Tierra mediante las mareas y mediante la luz solar que refleja hacia la Tierra. A lo largo de millones de años de evolución, diversas especies vivas se han adaptado no sólo al ciclo día-noche marcado por el Sol sino también al de las mareas y/o al de las fases lunares. Existen ecosistemas regulados por las mareas, hábitos reproductivos que se rigen por las fases lunares, y hasta depredadores nocturnos que se valen de la luz de la Luna para dar caza a sus presas.
Para las personas de hoy en día, en especial si tienen un estilo de vida urbano, la luz de la Luna carece ya de efecto ecológico alguno; en el interior de una vivienda convencional y con las persianas cerradas, una noche de luna llena (cuando todo el disco lunar brilla) es igual a una de luna nueva (sin ninguna porción de la Luna visible). Con respecto a las mareas, no suelen afectar a muchos más individuos que aquellos que se ganan su sustento con ciertos tipos de pesca. No obstante, para la humanidad del pasado lejano, las fases de la Luna sí tenían bastante influencia en su vida cotidiana (de hecho, ciertos aspectos del calendario derivan del ciclo de las fases lunares). Y la influencia de las fases lunares era aún mayor para muchos de los antepasados evolutivos del Ser Humano.
De igual modo que el metabolismo humano regula bastantes de sus procesos siguiendo un ritmo circadiano (en esencia un reloj de 24 horas basado en el ciclo día-noche), ¿podría todavía el Ser Humano conservar vestigios de un ritmo de aproximadamente 29,5 días (el Mes Sinódico), herencia de antepasados evolutivos?
Esta pregunta ha suscitado no pocas polémicas, ya que no podemos olvidar que junto a la vertiente científica del tema existe en el folklore una muy nutrida vertiente esotérica. Desde los hombres lobo transformándose en lobos las noches de luna llena, a infinidad de mitos y supersticiones, las fases lunares y en especial la luna llena han alimentado la imaginación de mucha gente a lo largo de la historia.
La controversia se ha visto acrecentada recientemente por el notable revuelo mediático que está suscitando un estudio sobre la relación entre la luna llena y una calidad peor del sueño en humanos, sin que la causa sea que las personas que experimentan ese efecto duerman expuestas a la luz nocturna natural.
Christian Cajochen, Songül Altanay-Ekici, Sylvia Frey y Anna Wirz-Justice, del Hospital Psiquiátrico adscrito a la Universidad de Basilea en Suiza, Mirjam Münch del Instituto Federal Suizo de Tecnología en Zúrich (también conocido como Escuela Politécnica Federal de Zúrich), y Vera Knoblauch del Centro de Medicina del Sueño, dependiente de la Clínica Hirslanden, en Zollikon, Suiza, han reunido lo que un sector de la comunidad científica considera las primeras evidencias convincentes de que la biología humana conserva todavía una reliquia evolutiva de ese ritmo circalunar, que hoy en día se manifiesta como una mayor dificultad para dormir las noches de luna llena. Los resultados de este llamativo estudio se han publicado en la revista académica Current Biology, editada por Cell Press.
La creencia popular de que se duerme peor las noches de luna llena se ve por tanto avalada por la ciencia.
En el nuevo estudio, los investigadores analizaron a 33 voluntarios de dos grupos de edad en el laboratorio mientras dormían. Sus patrones cerebrales se monitorizaron mientras dormían, junto con las secreciones de hormonas y los ocasionales movimientos oculares.
A fin de excluir la autosugestión de los participantes, el riesgo de sesgo en los encargados de hacer las mediciones, y otras distorsiones potenciales que pudieran poner en duda los resultados, ni unos ni otros supieron que después se haría un análisis relacionado con las fases lunares.
Los datos analizados incluyeron la estructura del sueño, así como la actividad electroencefalográfica durante la fase del sueño conocida como Sueño Sin Movimientos Oculares, o NREM.
El análisis de los datos indica que en las noches de luna llena, la actividad cerebral relacionada con el sueño profundo cayó en un 30 por ciento. Los voluntarios también tardaron, en promedio, cinco minutos más en dormirse, y asimismo durmieron veinte minutos menos. Coincidiendo con la fase de luna llena, los participantes en el estudio sentían que habían dormido peor que otros días, y ciertamente presentaban niveles inferiores de melatonina, una hormona vital para la regulación del ciclo sueño-vigilia.
En definitiva, todo apunta a que el ciclo lunar influye en el sueño humano, aún cuando la persona no vea la Luna ni tan siquiera sepa en qué fase lunar se halla, tal como destaca Cajochen.
Los autores del estudio plantean como un nuevo objetivo de investigación intentar localizar la ubicación anatómica del reloj circalunar y sus mecanismos moleculares y neuronales subyacentes. También se preguntan si acaso la Luna podría ejercer alguna otra influencia residual en el Ser Humano moderno, como por ejemplo en la eficiencia cognitiva o en el estado de ánimo.