Arthur Bloch es un norteamericano nacido en Los Ángeles en 1948. Productor de televisión, fotógrafo y diseñador de websites aunque es mundialmente conocido por su faceta de escritor ya que es el autor de la serie de best-sellers sobre las Leyes de Murphy. Dichas leyes parecen tener su origen en Edward A. Murphy Jr., un ingeniero de desarrollo que trabajó por un breve período en experimentos con cohetes sobre rieles hechos por la Fuerza Aérea de Estados Unidos en 1949 y que acabó postulando la famosa ley que prescribe que “si algo puede salir mal, saldrá mal”.
Pero el verdadero “quid” de la cuestión sobre las famosas Leyes de Murphy escritas por Bloch está en el rango epistemológico de auténtica ley que han alcanzado sus famosos apotegmas. Para empezar, habría que definir el concepto de ley. Según acepción aceptada una ley es una regla y norma constante e invariable de las cosas, nacida de la causa primera o de las cualidades y condiciones de las mismas. O sea, un marco fijo de funcionamiento al cual deben plegarse todos los fenómenos regulados por ella. Según la práctica científica existen dos maneras fundamentales de proceder para elaborar leyes: la inducción y la deducción. La inducción es el proceder que va de lo particular (el hecho concreto) a lo general. Dicho modo de regular científicamente los hechos fue abandonado en el siglo XVI después de que Galileo generalizase el método hipotético-deductivo. La deducción, sería el modo que procede de lo general a lo particular. Así pues, la forma que poseen las leyes hoy dia parte del hecho de regular todos los fenómenos particulares desde un enunciado general. Además habría que añadir algo más; no existen leyes sobre hechos no modelizables, esto es, repetibles en un experimento o únicos en su especie. Es por ello que no hay leyes de caracter social, histórico, literario… pero el bueno de Bloch fue a poner, como se suele decir, el dedo en la llaga. Enunciados como la Ley de Evans y Bjorn: “No importa qué es lo que va mal, siempre hay alguien que ya lo sabía”;Ley sobre la conservación de la suciedad: “Para limpiar algo, hay que ensuciar otra cosa”; Extensión de freeman: “Se puede ensuciar todo sin limpiar nada”;Ley de Perrussel: “No hay cosa tan simple que no se pueda hacer mal” y otras tantas demuestran la certera formulación de las sentencias de las leyes de Murphy. Todas ellas cumplen sobradamente los requisitos impuestos al concepto de ley; se cumplen de forma ineludible, universal constante e invariable para los hechos regulados. Sin embargo, afectan a procesos y acontecimientos no modelizables además de que el bueno de Bloch no realiza para ello una deducción científica. No hay hipótesis comprobable ya que parecen partir de la experiencia pero tampoco son inducciones ingenuas. No son vanas generalizaciones de un anecdotario recopilatorio. El autor de Las leyes de Murphy parece haberse arrogado un sistema olvidado desde los tiempos de Aristóteles y que no ha sido reconocido como forma de investigación más allá de los análisis de riesgos en programaciones informáticas: la educción. Esta forma de acceso a la elaboración de una ley opera de lo particular a lo particular y de lo general a lo general. Cumple con ello la generalización y el análisis concreto de los hechos estudiados dejando al concepto clásico de ley un poco tambaleante. Quién discute que “Un hombre con un reloj sabe qué hora es. Un hombre con dos relojes nunca está seguro” o que ”Nadie atiende en clase hasta que el profesor mete la pata”. La fuerza de dichas “leyes” es tal que al final, uno se pregunta si Bloch no querría dejar bien claro que en el conocimiento humano, científico y no científico, “Cuando uno examina su problema muy de cerca, se reconocerá como parte de él”: Axioma de Ducharm.