LOS FENICIOS EN AMERICA:
Fue toda una sorpresa encontrar en 1970 un artículo relativo a la posibilidad de que los fenicios y hasta los hebreos de la tribu de Zabulon pudieran haber visitado y hasta vivido en América, mas precisamente en la región noroeste de nuestro país, según explica el profesor Bernardo Graiver, filólogo y especialista en lenguas orientales, en un artículo que por desgracia solo conservo la segunda parte.
Graiver cuenta que había encontrado en un museo de Santiago del Estero, no tengo la seguridad del lugar exacto, unos “torteros”, pequeñas pesas de piedra circular con una perforación en el centro que servían para pasar el hilado de los telares, elementos que se encuentran en yacimientos arqueológicos y que tienen inscripciones circulares que la arqueología oficial cataloga como dibujos de adorno; para nuestro filólogo estas piedras son “quilcos” y lee en ellas frases escritas en arameo antiguo de hace 3000 años como mínimo.
Llama la atención que en algunas publicaciones aparece como Graiver y en otras como Graiberg, pero según mis averiguaciones se trataría de la misma persona y la diferencia radica en una confusión del articulista.
Graiver era profesor de lenguas orientales en una universidad en Bs.As. y se había tomado el trabajo de copiar varios “quilcos” en afiches, sin decir su procedencia, y proponerle a sus alumnos que los tradujeran, todos coincidieron de que trataba del arameo y que era posible traducir casi el 90% ya que había ciertos signos que desconocían; grande fue la sorpresa cuando se enteraron de la procedencia y se les enseñó fotografías de los mismos. Por supuesto, Graiver tiene prohibida la entrada a los museos del noroeste y es un pecado hablar de los dibujos que él encontró de navíos fenicios y de animales de Africa.
En otro artículo aparecen los siguientes datos sobre el profesor Graiver: Un poeta y dramaturgo ruso llamado Bernardo Graiver, fue uno de los tantos inmigrantes que se afincó en Argentina en la primera mitad de este siglo. Con el tiempo se interesó tanto en la historia y tradiciones de los pueblos nativos de América que devino en arqueólogo aficionado. Publicó un libro llamado “Argentina Biblónica” (proveniente de Biblos, Fenicia) basándose en una serie de objetos hallados en el norte de nuestro país y en sus investigaciones personales, y llegó a plantear la inquietante idea de que una de las míticas tribus perdidas de Israel haya llegado a las costas de Sudamérica.
Graiver se basa en una serie de piezas arqueológicas que están a disposición de aquel que desee estudiarlas con mayor detenimiento.
Todo comenzó cuando visitó el Museo Arqueológico de Santiago del Estero junto al escritor Joaquín Neyra.
Allí observó una serie de piezas de arcilla que presentaban escrituras y símbolos que reconoció de inmediato. Graiver era de ascendencia hebrea, y se sorprendió al ver cabecitas y torteros de terracota grabados con la estrella de David y varias palabras que reconoció como pertenecientes al idioma arameo. En estas piezas podía leerse Ab (padre), Pesaj (Pascua), y una frase que decía “Faltan tres días para Pascua…”
Este descubrimiento accidental hizo que por casi veinte años se dedicara a estudiar diferentes objetos extraídos de excavaciones realizadas en la provincia de Santiago del Estero. Así fue como descubrió muchas piezas con inscripciones en arameo o hebreo antiguo, lo que lo llevó a pensar en el origen semítico de algunos pueblos americanos.
Uno de los objetos más curiosos es una pieza de cerámica que presenta una insignia con un gran barco de remos (Santiago es una provincia muy alejada del mar) y una inscripción que habla de una tribu llamada “Zevulun”. En el museo de Santiago del Estero también pudo estudiar una serie de cuchillos rituales que, a su criterio, presentan las mismas características que los usados antiguamente para realizar circuncisiones.
Todo esto lo llevó a sostener que una tribu navegante de Israel había llegado a tierras americanas como parte de una intensa corriente migratoria que en esa época existiría entre Fenicia, Palestina y las costas americanas.”
El presbítero Miguel Angel Mossi (1819-1895) quien vivió en nuestro país desde 1843, que dominaba 70 idiomas y estudiado las lenguas autóctonas, encontró raíces arameas, fenicias y hebreas en las mismas (la Universidad de Tucumán publicó sus obras post-mortem en 1926); además hay comunicaciones de los “conquistadores espirituales” que informan el asombro de encontrar entre los “indios” algunos con nombres como Saúl, David, Salomón, (?) no olvidar que en esa época tener esos nombres era pasaporte para la hoguera de la inquisición, que por supuesto debían ocultar. Asentándose en la norteña provincia del Chaco para estudiar las lenguas indígenas, publicando luego un diccionario de lengua quechua, en donde afirma que las tribus de Atamiski hablaban una variante de hebreo antiguo.
Incluso descubrió que algunos pueblos de la zona respetaban una serie de mandamientos, como por ejemplo ama sua (no robarás), ama kella (no holgazanearás), ama llulla (no mentirás), ama vanuchi (no matarás) y ama konkawankichu (no olvidarás).
Mi interés sobre el tema se incrementó cuando viajando en avión pude observar la línea de palmas que pasa por Berna (Santa Fe), intrigado pregunté al piloto que sabía de ellas y me contó que era una franja que venía de Entre Ríos, pasaba por nuestra zona y seguía por Santiago del Estero, otros me informaron que nacían en la costa atlántica del Uruguay y otras personas afirmaron que antiguamente se perdía hacia el norte de Tucumán (?). En seguida empecé a preguntarme ¿ Y si fuera un camino marcado en forma disimulada ? ¿ Qué tendrá de cierto esa gran piedra encontrada sobre la costa sur del Brasil con escritura desconocida ? ¿ La tribu de indios de tez blanca y ojos celestes del Paraguay, donde está ?. Por supuesto uno se entusiasma y consulté a un colega historiador y arqueólogo que se suponía que sabía mas sobre el tema, un total fracaso. Lo primero que me dijo ¡ Es falso ! ni se dignó a estudiar el descubrimiento de Graiver, pero tampoco me devolvió el artículo que le presté.
Un amigo que tenía una librería me dijo una vez “Existen dos clases de tontos, el que presta un libro y el que lo devuelve…”
En América faltan testimonios de los distintos pueblos ya que solo los mas avanzados dejaron algo escrito y el fanatismo de los “conquistadores espirituales” quemaron y destruyeron todo para imponer la nueva fe. Los otros que eran malvivientes, vagos, asesinos, violadores y ladrones que habían sido sacado de las cárceles, los medio y locos enteros; en fin todo un conjunto de “ilustrísimas” personas, destruyeron y mataron a todo el que se les ocurría, cayendo bajo el acero conquistador hasta los mas ilustrados. Los que ostentaban títulos de nobleza (Españoles, Portugueses, Ingleses, Franceses, Holandeses, etc.) eran mas delincuentes que los otros, la justificación: los indios eran animales.
Nos dicen que la palabra indio viene por que creyeron llegar a la India, y es la peor de las mentiras, que se eligió para justificar las atrocidades.
Indio se separa en: in – dios (In preposición latina que significa negación o privación ), su traducción sería: Sin Dios; luego usaron Aborigen, que se separa en: ab – origen (Ab, preposición latina que quiere decir: fuera de ), por la tanto la traducción correcta de Aborigen es Fuera del origen Divino. Por consiguiente si no eran hijos de Dios, eran animales y todo lo que se les haga estaba bien.
Fue un genocidio brutal y sistemático y algunos celebraron en 1992. Es hora de que nuestros historiadores hablen claro y digan la verdad llamando a las cosas por su nombre, y no es cuestión de culpar solo a los españoles, también tenemos a los portugueses, holandeses, franceses, ingleses y en menor medida otras cincuenta, o mas, nacionalidades en los siguientes quinientos años.
Tras las Huellas de los Fenicios en América
Trabajo de Investigación realizado por Amir IBN TAUFIK, Director del Institute Bolivian Lebanese
Recorriendo la selva peruana en 1989, acompañados por exploradores originarios, fuimos encaminados hasta llegar al Gran Vilaya. Donde el explorador norteamericano Gene Savoy había descubierto placas de piedra con inscripciones que podían probar que de ese lugar provenía el oro que dio origen a la leyenda de las Minas del Rey Salomón.“Hemos encontrado algo que va a revolucionar la interpretación arqueológica de las civilizaciones peruanas”, dijo el explorador e historiador de 62 años, en una entrevista con The Associated Press.Gene Savoy, miembro del Club de Exploradores de Nueva York, uno de sus grandes méritos es el de haber descubierto 40 ciudades perdidas en el Perú en la lejana selva tropical durante tres décadas de exploración.Las placas contienen la primera muestra de escritura encontradas en las viejas civilizaciones de la cordillera de los Andes y que además las inscripciones parecen similares a los jeroglíficos fenicios y semíticos. Las culturas precolombinas que culminaron con el imperio de los incas nunca tuvieron un lenguaje escrito conocido.
Escrito Fenicio en Brasil
La hipótesis del descubrimiento de América por los fenicios es tan antigua como el propio Colón. El gran almirante estaba convencido de que la flota fenicia que llevaba cada tres años productos exóticos al rey Salomón tenía su amarradero frente a las costas Veragua. A falta de pruebas documentales que demuestren el descubrimiento de América por los fenicios, un nutrido corpus de inscripciones repartidas por todo aquel continente parecen acudir en defensa de tales teorías. Curiosamente las inscripciones cartaginesas son especialmente abundantes en Norteamérica, en tanto que las fenicias aparecen predominantemente en Sudamérica. Solamente en los alrededores de Harrisburg (Pensylvania) se han catalogado hasta cuatrocientas inscripciones “cartaginesas” sobre roca dura.
Entre las sudamericanas destaca la del monte Gávea, cerca de Río de Janeiro, descubierta en 1836. Se trata de un monumental conjunto de signos tan desgastados por los elementos que cualquier imparcial tomaría por estrías naturales de la roca o signos caprichosos trazados por algún antiguo y ocioso visitante. Pero los partidarios de las exploraciones fenicias en América se han esforzado en ver lo invisible y proponen la siguiente pintoresca lectura: “Cerca de esta roca numerosas tablas de madera de roble para barcos depositadas en una playa pedregosa”. Otros obtienen una lectura ligeramente distinta: un informe de las exploraciones de Badesar Tiro, hijo de Jetbaal, hacia el 850 a. De C. La más famosa inscripción fenicia es la de Paraíba, hallada en una plantación de Pousso Alto, Brasil, en 1872.
Esta es la traducción de Cyrus Gordon: “Somos cananeos sidonianos de la ciudad del rey mercante. Fuimos arrojados a esta isla lejana, una tierra de montañas. Hemos sacrificado a un joven a los dioses y a las diosas celestes, en el décimo noveno año de nuestro poderoso rey Hiram y nos hemos embarcado en Esyón Guéber, en el mar Rojo. Hemos viajado con diez barcos y hemos rodeado Africa por mar durante dos años. Luego fuimos separados por la mano de Baal, y ya no estamos junto a nuestros compañeros. Así llegamos aquí, doce hombres y tres mujeres, a la «isla de hierro». ¿Soy yo, el almirante, un hombre que huiría? ¡No. Los dioses y las diosas bien podrían favorecemos!”
Gordon explica que el rey mencionado no puede ser otro sino Hiram III (552-532 antes de nuestra era), lo que remontarla la inscripción al año 531 a.C. El control de Gibraltar por los cartagineses explica el rodeo de África por el este, partiendo del mar Rojo. La «isla de hierro» debe ser Brasil, donde este metal es abundante. La evocación de la “mano de Baal”, dios de las tempestades y de la lluvia, que interviene en los asuntos humanos, puede tener dos significados: tempestad o sorteo, ¿quizás un viaje encargado por la ciudad?
Esta inscripción, que en su tiempo fue declarada falsa , vuelve ahora a la palestra para apoyar la tesis fenicia en América. Ya puestos, convendría decir dos palabras sobre las otras inscripciones precolombinas.
Cada año engrosan el catálogo docenas de nuevas inscripciones, casi siempre descubiertas sospechosamente cerca de modernas ciudades. Todas son falsas, algunas increíblemente burdas y trufadas de errores gramaticales de grueso calibre (a pesar de estar extraídas de textos de epigrafía). Aunque solamente la décima parte de las inscripciones fuera auténtica, forzoso sería llegar a la conclusión de que este continente fue repetidamente visitado y explorado en la antigüedad por una legión de navegantes grafómanos.
Florecen en América junto a una mayoría de inscripciones púnicas, muchas otras egeas, cretenses, protogriegas, cananeas, celtas, libias, egipcias, etruscas, griegas y romanas. Incluso se ha encontrado una en silabario ibérico, lo que probaría que navegantes procedentes de la península ibérica llegaron a la localidad norteamericana de Goodyear mil quinientos años antes que Colón. Últimamente se especula sobre la posible autenticidad de algunas de estas inscripciones alegando que contienen elementos lingüísticos aun desconocidos cuando se descubrieron. También se aducen otras pruebas arqueológicas, templos y círculos druídicos, santuarios celtas presididos por el falo, etc.
En América se dan casos extremos de falsificadores que en su noble afán por alcanzar la perfección, no reparan en que la sospechosa contundencia de las pruebas que esgrimen acaba escamando al más crédulo observador. Si el brasileño Bernardo da Silva Ramos, un millonario cauchero de los años treinta apasionado por la Arqueología, se hubiera limitado a publicar media docena de inscripciones antiguas es posible que le hubiesen prestado algún crédito. Pero, como era hombre de posibles y quería unir legar su nombre a la posteridad si fuera posible unido indeleblemente al descubrimiento de América, publicó un grueso y lujoso volumen en el que se contenían más inscripciones de las que es posible reunir en Europa y Asia. Nadie lo tomó en serio dado que, como el dicho expresa “lo poco entretiene pero lo mucho cansa”
Esto hace que se deba tener extremo cuidado y analizar minuciosamente todo lo que aparezca como proveniente de un lejano pasado y de pueblos ignorados o muy difíciles de creer que hubieran navegado hasta América. Pero el hecho que se sepa de la existencia de falsificaciones, no quiere decir que todo sea falso como los custodios del viejo orden quieren hacer aparecer y niegan a priori sin dignarse a realizar un estudio serio.
Una lástima que se haya perdido tantos documentos por culpa del fanatismo y el racismo, dos lacras eternas.