Dentro de la historia de la filosofía la figura de Zenón sólo es reconocida por ser el discípulo de Parménides, también de Elea, y por sus famosas aporías (Literalmente ésta son un “callejon sin salida”, esto es, un problema de difícil solución. La aporía surge porque en el objeto mismo o en el concepto que de él se tenga figura una contradicción). Pero la figura de Zenón es lo suficientemente sugerente para hacer justo lo contrario que suelen presentar los libros sobre Historia de la filosofía, o sea, subsumir las teorías de Parménides dentro de las de su discípulo. Para empezar, este griego de las colonias vivió durante el siglo V ac. en el sur de la actual Italia, dicha zona era conocida como la “Magna Grecia” y en ella estaban algunas de las colonias griegas más importantes de la época. La ciudad de Elea era una de ellas y se encontraba durante la madurez de Zenón bajo el mandato feroz y cruel del tirano Nearco. Con todo ello, este discípulo avezado de Parménides trató de organizar una revuelta con el objetivo de deponer al tirano. Sin embargo, como los filósofos son un poco torpes a la hora de querer “cambiar el mundo”, la revuelta fue acallada y Zenón fue invitado a recibir un castigo ejemplar por no haberse chivado a Nearco de quienes eran sus compañeros de revuelta. Fue llevado al ágora y sometido a tortura hasta que por fin decidió decirle al tirano que sus compañeros formaban parte de sus amistades más cercanas. Cuando Nearco se acercó a requerimiento de Zenón para darle los nombres éste le arrancó la nariz de un mordisco. La broma no le sentó muy bien al tirano que ordenó que “lo molieran” vivo en un gran mortero. No obstante, la suerte estaba echada; Nearco fue depuesto por una revuelta popular a los pocos dias.
Pensaréis que ¿Qué tienen que ver aquí las causas de la muerte de Zenón con su pensamiento? pues bien: Zenón hizo lo mismo con el “logos”, esto es, con el razonamiento lógico, que con su vida: ser coherente hasta desquiciar la realidad y mostrar que cuando se tensa la cuerda de los hechos con nuestra capacidad para explicarlos estos se desvocan. Esta es la base de sus famosas aporías: Aquiles y la tortuga; el cretense mentiroso… Ahora vamos con ello.
Estamos en los orígenes de la disciplina que vamos a conocer despues como “Filosofía” y que de entrada no pretendía otra cosa que poner orden en el mundo. No es que el mundo estuviera desordenado sino que las viejas formas de explicación -los mitos y el pensamiento mágico- empezaban a hacer aguas y el pensamiento menos “mágico” que conocemos hoy como “ciencia” comienza a surgir disfrazado de filosofía. Sin embargo, en este éxtasis de lógica explicativa hubo un pensador, Heráclito de Éfeso, que decidió poner patas arriba el intento: “Todo fluye” argumentaba el de Éfeso y con ello aleja cualquier pretensión de atrapar la realidad bajo el auspicio de la lógica y la razón. ¿Por qué? Porque si “todo fluye” se acabó el discurso invariable, eterno y universal sobre los fenómenos. Se acabo la pretensión científica y el ansia de ley y de verdad sobre la naturaleza que siempre hace lo que quiere -de ahí la fama de las leyes de murphy- y se acabó pues hacer nada con los fenómenos pues no soportan que se les estudie y se les detenga en su fluir.
Y es aquí es donde entra Parménides, este propuso únicamente dos vias de investigación del mundo: una que es y que es imposible que no sea: otra que no es y que es imposible que sea. He ahí el famoso “el ser es y el no ser no es”. Y con ello llegamos al inicio de nuestro concepto “rayante” de filosofía -al menos eso dicen mis sufridos alumnos-. Parménides plantea el no ser, lo que no es siempre igual a sí, como la via de la opinión, de la no verdad, de la naturaleza que siempre se mueve. La vía del ser, de lo que puede detenerse y eternizarse como idéntico a sí sería pues la vía de la verdad, la vía de la ciencia. Por ello, la reflexión buena, la seria, la que habla con verdad sobre el mundo debe ser la vía de la lógica (del logos), de la razón. No podemos ordenar lo que se desordena solo pero sí podemos hacerlo en el modelo que mi cabezota construye. Y el bueno de Parménides basa todo ello en un serio orden formal, geométrico y lógico que me conduciría la verdad siempre que se respeten las reglas del juego: no mezclar los ámbitos.
Sin embargo, el bueno de Zenón quiso tensar la situación hasta romperla. Si el pensamiento es correcto; si respeto las reglas lógicas sobre la reconstrucción de un fenómeno el resultado será correcto, verdadero ¿No? Pues parece ser que no… del todo. La aporía más famosa del de Elea quiso mostrar esto. Aquiles, “el de los pies ligeros” no podrá nunca coger a una tortuga que le lleve unos metros de ventaja. ¿Cómo puede ser esto? Pues bien, la tortuga avanza y Aquiles debe llegar al punto donde se encontraba la tortuga en el instante uno. Sin embargo, cuando Aquiles llega la tortuga ha avanzado un poco. Aquiles debe pues llegar a donde esta ahora la tortuga, cuando llega, el dichoso animalito a vuelto a avanzar otro poco, y así una vez y otra y otra y otra… Sin embargo, la tortuga es cogida por Aquiles, por eso es el de los pies ligeros, por eso esto es una aporía. No tiene solución. La lógica de la argumentación es perfecta, sin embargo los hechos no se dejan modelizar. Zenón, como comentaba al principio, desquicia hasta tal punto el modelo que acaba por “arrancarle la nariz” al pensamiento lógico. Parece que al final, a Heráclito no le faltaba algo de razón y que nuestro “orden verdadero del mundo” olvida algunos pequeños fallos. Para mostraros otro ejemplo os dejo con otra: Dice el Cretense, “todo lo que digo es mentira”. ¿Te lo creerías?