Algunos expertos sostienen que el ritual propio del Día de los Santos va en declive o se mantiene “por pura inercia”, sobre todo por parte de los jóvenes. ¿Hay hueco para la tradición religiosa en el mundo moderno?
“Los tiempos cambian pero la esencia de las costumbres perdura”, afirma el teólogo, escritor y antropólogo del CSIC Manuel Mandianes. Lo que sí varía es la forma y los objetos que utilizamos para honrar a nuestros antepasados. Aquí una muestra:
Las flores de plástico están comiendo terreno a los claveles recién cortados. “Al principio eran un horror pero ahora se van introduciendo por ser baratas, prácticas y duraderas”, explica el antropólogo, quien niega que el culto a los muertos haya perdido importancia.
No opina igual Alejandro Navas, profesor de Sociología de la Universidad de Navarra. Para él, hay un cierto “déficit de liturgia” en España y el sentido religioso ya no es el protagonista de algunos ritos sociales como los funerales o los bautizos.
De hecho, muchas personas prefieren una ceremonia religiosa en su boda aunque luego no vuelvan a pisar la iglesia. “Quizá buscan un acto solemne con música de órgano”, sugiere el profesor. O tal vez siguen una tradición familiar.
Según Navas, “la modernidad plantea que la ciencia es la clave para dar respuesta a todos los interrogantes” y las creencias religiosas están condenadas a desaparecer por quedarse obsoletas. De momento no ha sido así.
La religión “ha perdido vigencia” pero sigue estando muy presente: “al menos diez millones de españoles van a misa cada domingo” y los cementerios se llenan de flores el primer día de noviembre, algo que se refleja sobre todo en el entorno rural.
Los habitantes de los pueblos salen en procesión alrededor de la iglesia, ofrecen misas y rezan enfrente de las sepulturas de sus seres queridos. Mandianes explica que esta práctica religiosa tiene lugar el 2 de noviembre, Día de los Difuntos.
El antropólogo advierte que “la globalización nos hace correr el riesgo de perder nuestra identidad”, aunque algunas zonas rurales han procurado recuperar sus tradiciones para evitar que caigan en el olvido.
La muerte tiene muy poca presencia en la vida cotidiana, tal y como detalla el profesor Navas: “La revolución francesa aisló los cementerios y el Frente Popular francés los cercó con muros altos porque la cultura moderna ilustrada no quiere contacto con los difuntos”.
En cambio, en el pasado vivíamos “más de cerca” el ciclo de la vida: un niño crecía viendo morir animales y personas en su propia casa, nada que ver con el ambiente “aséptico y lleno de aparatos” que rodea al fallecido de hoy. “Muchos jóvenes nunca han visto un cadáver”, añade el sociólogo.
No obstante, el tabú desaparece para los gallegos, que en general hablan de este trance “con toda la naturalidad del mundo” y son muy conscientes de que “todo lo que nace muere”, precisa Mandianes.
“Pórtate bien e irás al cielo” ¿Cuántas veces hemos oído esta expresión? El miedo al más allá o la esperanza de una recompensa divina a veces puede motivar un cambio de conducta, pero “no puede explicar las creencias religiosas”, subraya el antropólogo.
Lo mismo sucede con la fe en la inmortalidad del alma: creer que nuestros difuntos han pasado a mejor vida puede aliviar el dolor, “pero no significa que yo crea que están vivos para consolarme”.
En otras palabras: “la fe no alivia el dolor de la muerte, sino que le da un sentido”. Hasta que no aprendamos a convivir con el vacío que nos ha dejado esa persona “no aceptaremos la pérdida”. Siempre será posible rendirle un pequeño homenaje en el Día de Todos los Santos. EFE