Se dejan crecer los cabellos largos (jata) al igual que los “dreadlocks” de los rastafaris, los que simbolizan los “asientos” de sus poderes sobrenaturales, y se untan el cuerpo entero con cenizas de crematorio (vibhuti) que en este caso simbolizan “el polvo (la nada) del cual venimos y el polvo al cual vamos”. La ceniza sagrada es un recordatorio de la naturaleza perecedera del mundo manifestado.
Pues Shiva es el dios de la muerte transformadora, el Rey de los ascetas y el gran Yogui de aspecto andrógeno que se encuentra por encima de la dualidad sexual propia de la manifestación. También utilizan, estos ascetas shivaitas, pintura amarilla y roja para pintarse en la frente las tres líneas del tridente que encontramos en las caracterizaciones de Shiva.
Este tridente representa los tres aspectos de la impureza que debemos superar, a saber, el ego, la acción con deseo y maya. El abandono que hacen del mundo va acompañado de una transgresión – legítima – hacia las convenciones sociales de la tradición a la que pertenecen, de ahí que podamos emparentar a los sadhus con algunos malamyitas del estorismo islámico, con los locos de cristo de la tradición ortodoxa o con los heyokas de la tradición “piel roja”, todos ellos con una función similar de “aparentar locura” para poder cumplir así con cierto tipo de realizaciones espirituales que escapan a la comprensión profana.