En las ficciones y los ensayos de Pascal Bruckner el egoísmo representa el opio de los idiotas, los impertinentes, los fatuos y los mediocres
A finales de la década de los 70, Pascal Bruckner y Alain Finkielkraut concibieron un par de incisivos Manifiestos en contra de los mitos que la Revolución Sexual germinó en el imaginario colectivo: El nuevo desorden amoroso y La aventura a la vuelta de la esquina, dos ensayos que se propusieron revelar el espejismo de la orgía, cuya apariencia era la de una libertad conquistada a ultranza de los cánones morales pero que, en el fondo, sólo contenía una peligrosa (por irreal) y absurda (por ingenua) panoplia de ficciones eróticas y lúdicas. Con estas obras, Bruckner y Finkielkraut denunciaron la vacuidad de un mundo que pretendía sustentarse en los furores de la carne, cuando, a ciencia cierta, el signo más conspicuo de aquella sexualidad voraz era el carácter fútil e inconmovible, superficial y vano, de lahipererotización del individuo, pero marcada por la carencia de un destino ontológico concreto.
El nuevo desorden amoroso fue un atentado contra las convenciones y reconvenciones genitales. Un golpe certero a la religión reichiana del orgasmo, donde los conservadores defendían a la normalidad como parapeto del desastre, en contraposición con los “liberadores del deseo”. La desinhibición, el ligue ocasional, las proezas de la virilidad como deporte, la disposición perpetua del cuerpo femenino, los discursos de la homosexualidad a manera de proclama subversiva desde la diferencia, la perversión como una nueva forma de esnobismo, la avasalladora toma de espacios de la pornografía y los vínculos sensuales desvirtuados por la búsqueda de la experiencia oceánica, eran los puntos cardinales de un caos epidérmico donde la acumulación orgásmica –en irónica alusión al espíritu del capitalismo– se erigía como el fin y no como el proceso de una hipotética emancipación existencial: aquél desorden era, afirmaron Bruckner y Finkielkraut, una sutil e irresistible forma de volver a encarcelarse, sólo que ahora la prisión y su condena eran los despojos de uno mismo.
El hilo conductor de la declaración de principios de estos filósofos contrariados por el circo de la banalidad y la autocomplacencia giraba en torno de la miopía colectiva. Ahí donde las mayorías veían una especie de salida de emergencia al tedio y los lastres de la moral, Bruckner y Finkielkraut hallaban sólo un estado de terrible indiferencia. Un ánimo pálido y glacial que escindía al estremecimiento y las pulsiones amorosas que, dijo Roland Barthes, se descubrían por inducción: “El ser amado es deseado porque otro u otros han mostrado al sujeto que es deseable: por especial que sea, el deseo amoroso se descubre por inducción” (Fragmentos de un discurso amoroso).