domi La pareja consciente

Nos preguntamos al mirar a una persona ¿seré feliz con ella? ¿podré hacerla feliz? Pero ¿cómo voy a hacer feliz a quien guarda en los rincones recónditos de su mente todo un arsenal de programas contra sí mismo y contra el mundo que le rodea? ¿No es muy arrogante pretender solucionar la vida a otra persona? Del mismo modo, la otra persona no me puede “hacer feliz” si yo no soy felicidad.

 

Y no soy feliz por pasar unos días buenos. La felicidad no es cuantitativa. No depende de la cantidad de ratos agradables frente a la cantidad de ratos desagradables. La felicidad es un estado mental de profunda autenticidad. La verdadera iluminación no es más que la verdadera felicidad.

Hay personas que se plantean si se puede ser feliz sin una pareja. Otras, sin embargo, se cuestionan si es posible ser feliz en una relación de pareja. Y es que nuestra mente tiende a buscar maneras concretas de ser feliz, como si existiera una técnica o fórmula de comportamiento que una vez establecida, te diera la felicidad. Sin embargo, la felicidad no tiene nada que ver con lo que hagamos. En nuestra vida ocurren sucesos, la felicidad es un estado mental íntegro que atraviesa los sucesos, no depende de ellos. Felicidad es vivencia auténtica, contacto con nuestra verdad. La felicidad se puede experimentar porque es tu realidad, de no ser así, sería una ilusión, algo efímero que viene y va pero nada sustancial y permanente. Tampoco te la puede dar tu pareja. La alegría de Ser se conquista solo mediante tu voluntad de experimentar lo verdadero.

Nuestra existencia en este mundo está marcada por una palabra: relación. Esto es el mundo relativo y aquí todo es en relación a otra cosa. De ese modo experimentamos aquí. ¿Cuál es la relación que mantengo con mi mente? ¿Qué relación tengo con mi propia identidad? ¿Cómo es mi relación con el mundo? ¿Cuál es mi relación con la verdad? Mediante la toma de conciencia en mi relación con todo aprendo sobre mi verdadero estado mental. Es por esto que la relación es tierra sagrada. Cada relación muestra lo más oculto de tu relación contigo mismo y con el mundo. Toda relación tiene como objetivo deshacerse en la unidad y como obstáculo, el miedo a perder una identidad separada.

Y es que debajo de nuestro anhelo del otro, hay un anhelo de expresarnos como Amor puro, de vivir algo real, auténtico, profundo, trascender las banalidades del mundo y sentirme uno con el otro, compartirme mental y emocionalmente con el otro, fusionarme. El sexo no satisface este anhelo profundo, porque no es más que una expresión material del burdo intento de fusión de los cuerpos. El cuerpo es material y se basa en sus propios límites. La verdadera fusión la conseguiremos a nivel mental, donde surge lo ilimitado, y es perfectamente posible experimentar el amor incondicional y liberador, que libera al otro y a ti mismo.

Habitualmente nadie se da cuenta de lo que está en juego en el asunto de la pareja. La mente programada hace que vivas al otro como a un objeto de deseo más. Crees que existe para que tú puedas obtener algo: placer, compañía, apoyo, guía, sensibilidad, reconocimiento, dinero, seguridad o felicidad… son muchos los requerimientos que volcamos en nuestra pareja cuando nuestro modo de ver está expresando una mentalidad de carencia: me siento incompleto. Es natural que la pareja, desde esta mentalidad, nos lleve solamente a expresar el conflicto interior de un modo más patente.

Nos sentimos solos y creemos que la pareja nos debe solucionar esta sensación de soledad, de desconexión, de faltarnos algo. A este nivel funcionamos con la pareja del mismo modo que se opera con las drogas, para tapar el vacío y el dolor. Pero esta sensación es más profunda de lo que pensamos, está relacionada con nuestra propia carencia espiritual.

Cuando estamos en el proceso de “enamoramiento” y vivimos la “magia psicoquímica” que acompaña el proceso de derrumbar las barreras que nos separan y de abrirnos al compartir, hay vívidos y sagrados instantes en los que percibimos al otro como si fuera amor perfecto, lo cual nos produce una alegría profunda y sorprendente. Pero aunque esto, por algún tiempo, parezca hacernos olvidar nuestro vacío e insatisfacción interior, lo que hay en nuestro subconsciente como un patrón de dolor se volverá a manifestar. Entonces sentiremos soledad en pareja, aún más frustrante que la soledad física.

Para empezar, no podemos hacer cargo a nuestra pareja de nuestra sensación de carencia y soledad. Este es el virus de cualquier relación, pues estás proyectando el sentido de tu existencia fuera de ti mismo. Otra persona jamás podrá tomar esa carga. No es posible hacerlo. Es una falsedad, solo tú mismo te puedes hacer responsable de ese vacío espiritual. Nadie te puede salvar ahí fuera, ni siquiera tu ídolo. Si conviertes a tu pareja en tu bastón, te afirmarás a ti mismo como un tullido. Tarde o temprano, vendrá el drama de la dependencia.

El sentido que le atribuyes a tu pareja se basa en tu desesperación. Y esto no te hará conocer ninguna felicidad real. El camino que te lleva a ser feliz comienza cuando te haces responsable de tu propio sentir.

Una relación sana de pareja es aquella en la que se dan las condiciones oportunas para que cada persona en esa relación crezca, se enriquezca interiormente y encuentre facilitado su acceso a la verdad, a la libertad y en consecuencia, a la alegría de Ser. La pareja tiene una única función auténtica: sirve para caminar hacia la unidad o el amor, al igual que cualquier otra relación. Pero la responsabilidad que se vuelca en este objetivo es plenamente libre y personal. La pareja es un medio, no un fin. En el mejor de los casos, puede facilitar tu camino, pero nunca recorrerlo por ti.

ParejaUna pareja sana te permite hacerte consciente de ti mismo, de tu realidad y de tus falsedades, en un ambiente de libertad y aceptación. El primer inconveniente que nos encontramos es la insidiosa pregunta: ¿es posible? ¿existe alguna relación en la que se den estas condiciones? Muchas personas dan por imposible tener una pareja con la que vivirse plenamente, en libertad, con la que compartir sin más y disfrutar del acompañamiento de una amistad profunda e incondicional. Un verdadero compañero en el camino. Y lo ven imposible, porque la relación que mantienen “consigo mismo” no es en absoluto parecida a esto. La voz que suena dentro de su mente suele limitar su propia identidad, suele juzgarle, agotarle, atacarle en definitiva. Con esta relación permanente en su íntima vida interior de cada día, es normal que se pregunten si existe algún otro tipo de relación. Estas mismas pautas mentales que una persona reproduce consigo mismo, las reproducirá de mil formas en su relación con el mundo y por supuesto, las experimentará con total claridad en su relación de pareja.

El principal problema es que toda la carga del problema será trasladada a su pareja. Una vez que la enferma relación consigo mismo se refleja a una enferma relación con otra persona, la mente programada dictaminará “todo es culpa de ella”. El conflicto se reproduce. Y entonces, la pareja sirve para que un ego tome ventaja sobre el otro en una constante batalla de culpas y sacrificios.

No es casualidad en absoluto que tengas o hayas tenido una pareja en concreto. No es así como funciona la cosa, no es por lotería. La persona que viene a formar una relación de pareja contigo es una vieja conocida, en el sentido de que es la oportunidad de enseñanza-aprendizaje perfecta para la estructura mental actual de ambos. Por tanto aparece junto a ti como tu pareja, no es porque sea una especie de alma gemela en otra dimensión, sino que existe un potencial que os vincula. Este potencial se convertirá en una demostración más del ego a favor de su causa “el amor es imposible”, o bien, en una relación sagrada al servicio del perdón y la aceptación, en la que te descubrirás junto al otro como lo que auténticamente eres: amor puro, aceptación, comprensión.

Un potencial de relación es una posibilidad de enseñanza/aprendizaje a nivel interior. La otra persona te ofrece las oportunidades idóneas para tu despertar. También hay que decirlo, son las mismas oportunidades que puedes desaprovechar haciendo lo de siempre: culpabilizar y verificar tu ego victimista. En este sentido, la pareja es tu espejo sagrado. Y es un espejo más profundo que cualquier otro porqué está ahí delante en todas las situaciones: las más íntimas, las más decepcionantes, las más aburridas y las de mayor gloria.

Tu pareja sabrá forjar junto a ti situaciones que destaparán muchas cosas, si estás atento. En cada oportunidad, estarás revivificando un patrón. ¿Escapas de comunicarte? ¿Culpabilizas a tu pareja de tu propio dolor? ¿Intentas controlarla o tener poder sobre ella? ¿Te deprimes como si ella fuera la causa de tu vacío? ¿Te victimizas ante sus rechazos? ¿Cuál es tu respuesta mental en cada suceso?

Esta constante actualización de tu estado mental corresponde en realidad a un flujo de programas antiguos que residen en tu subconsciente como modus operandi para tus relaciones, y solo pueden atisbarse si estás verdaderamente atento. La atención o presencia es la condición previa por la cual tu mente recibe ayuda de una conciencia testigo que tenías oculta entre tanta distracción, es una conciencia superior a la habitual. Cuando estás en presencia, eres más tu mismo que en cualquier otro momento, esto es algo que merece ser experimentado. La emoción te atravesará sin que escapes de ella y sin necesidad de conectar compulsivamente el mismo programa de siempre, ese que te mantenía en un bucle aparentemente sin salida junto a tu pareja, ese programa interconectado que se repetía una y otra vez y que solo podía desembocar en sufrimiento. En este sagrado momento de presencia estarás sanando la relación. Al sanar la relación de pareja, sanas tu relación con el mundo y sobre todo, tu relación con Dios o con la Verdad.

Es tu voluntad y tu conciencia la que convertirá una situación en una expresión de amor o en un conflicto, en unión o separación. En tu más profundo interior es donde elegirás convertir la relación en amor o en separación. La otra persona es aparentemente una “vieja conocida” que reflejará con absoluta maestría las manifestaciones más oscuras de tu ego, las pondrá bien claras delante de ti de mil formas distintas para que puedas atravesarlas con tu verdadera identidad o para que vuelvas a confirmarlas como reales.

La persona con la que te encuentras no es perfecta, al igual que tú no eres una persona perfecta. “Persona” y “Perfecta” son palabras incompatibles. La pareja se vive conscientemente como una práctica espiritual cuando la interpretas como una enseñanza, una oportunidad para que experimentes maneras de expresar el amor a base de una profunda conciencia. Existe una bella palabra para explicar esta interpretación de la pareja: sadhana. Una sadhana es un medio para conseguir tu conciencia espiritual. La pareja es un medio, no un fin.

Visto así, la pareja sana está destinada a ser un campo de entrenamiento del perdón y la incondicionalidad, entendiendo el perdón como un profundo trabajo de cambio de percepción ante el conflicto, en lugar de como un camino de sufrimiento, que ha sido el modo tradicional de entender el perdón. Si tú estás decidido a conocer tu verdad, esta decisión es íntegra y se aplica en cada situación de conflicto, entonces si es posible que se den en la pareja las condiciones para tu paz y tu felicidad, ya que el objetivo es coherente con el medio, hay integridad. Existe una conciencia que busca lo falso para deshacerlo, existe una responsabilidad sobre lo que ocurre y una voluntad de expresar lo que soy, un compromiso con la verdad.

Mi pareja es el medio para mi práctica espiritual, piso tierra santa en cada encuentro con ella. Solo soy feliz cuando experimento mi realidad como amor. Hablo de esta experiencia porque es real, corresponde a tu esencia y por tanto nos espera a todos una vez que eliminemos los obstáculos mentales que se interponen.

Te sientes feliz cuando sientes que eres felicidad. Entonces, verdaderamente tienes algo que compartir. Y puedes compartirlo con cualquier persona, y cómo no, con tu pareja. Cuando una pareja es una experiencia de compartir la dicha, vives lo más parecido que existe en este mundo al Cielo.

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