Yo no sabía que no me amaba, pues me daba todos los gustos, pero en realidad siempre eran para complacer a otra persona.
No podía estar presente simplemente conmigo, era como correr detrás de una zanahoria ilusoria a la que jamás iba a poder alcanzar.
Otro comportamiento permanente que tenía era el dudar de mí. Si alguien me decía algo, eso predominaba por sobre lo que mi voz interior pudiera decir. O la tenía en volumen muy bajo como para escucharla, o el que el otro me aprobara era más importante que lo que yo sintiera.
Pero claro, llega un momento en que la vida te pone por delante situaciones en las que te tienes que ver. Y entonces comienzas a decidir a favor de ti mismo, a no abandonarte ya en los lugares que son obvios, como cosas que hacemos por miedo al rechazo, o cuando transigimos, o como en mi caso: el miedo al abandono.
El pánico que yo tenía era a ser abandonada, ese era mi talón de Aquiles. Pero fue también el sendero por el cual tuve que transitar, cambiar y crecer.
Y en general, es para todos así:
aquello a lo que más tememos es nuestra gran oportunidad para trascender las limitaciones y los bloqueos, y florecer, conocernos, ser, en toda nuestra magnitud.
Cuando comenzamos a expandir nuestra conciencia, su voz empieza a eclipsar las vacilaciones del intelecto.
La mente solo puede percibir lo que está dentro de las limitaciones de la dualidad, de modo que cuando empezamos a vivir en unión, la mente se convierte en secundaria.
Una vez que el corazón se hace cargo, la mente ya no tiene la sartén por el mango. Esto aterroriza a la mente, pues siente que se le escapa el control e intenta acallar la voz del amor-conciencia.
Si no sientes alegría, no es la conciencia la que habla.
¿Qué sucede cuando la mente suelta el control? Empiezas a estar presente, anclado en ti mismo, confiando en lo que viene desde un lugar de paz y alegría.
Entonces la mente se convierte en tu sirviente en lugar de estar tú al servicio de sus dualidades y sus dudas. Esto asusta al intelecto y cuando vas acercándote a ese punto se vuelve frenético. En un último intento desesperado por el dominio, hará todo lo posible por manipular y mantenerte en un lugar de miedo.
En esos momentos, solo recuerda: si no estás sintiendo alegría, no es amor-conciencia.
Es fácil notar la diferencia: si sientes confusión, miedo, ansiedad o incertidumbre, estás atrapado en el intelecto.
Una vez que identifiques esos sentimientos, detente y pregúntate a ti mismo: ¿en qué me quiero enfocar, en el miedo o en el amor?
La respuesta a esta pregunta es muy simple y continuamente la misma: elige siempre el amor.
Autor: Isha
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