En cierta ocasión, Nasrudín recibió una visita de una señora, visiblemente agitada
– Por favor, por favor, yo no puedo vivir más así, mi vida es un infierno; necesito que me diga, oh sabio, qué es lo que puedo hacer.
– Ah, sí claro –respondió Nasrudín- pero, dígame antes qué es lo que le aqueja, cuál es su problema.
-No resisto un minuto más el caos que hay en casa. Mi marido y mis cinco hijos, continuamente pidiendo que les busque algo, y sin tener nunca nada de espacio ni de intimidad. Nuestra casa más parece morabito de ermitaño que vivienda, es demasiado pequeña para todos los que allí estamos, y cuando estamos todos juntos es una marabunta.
– Ah…vaya, creo que ya sé la solución para su problema, pero me debe prometer que va a hacer lo que le digo sin preguntar y sin perder la paciencia.
– Lo prometo, lo prometo –dijo la angustiada señora, que confiaba en la sabiduría de Nasrudín- haré lo que sea necesario para salir de este infierno y esta opresión que me consume.
– Pues bien, durante esta semana –dijo Nasrudín- entre el burro en la casa y que duerma con ustedes
-Pero… ¿se ha vuelto loco? le he dicho la desgracia que es vivir en casa tan pequeña, y que esa es la causa del problema y me dice aún que entre al burro…
-Me prometió que no iba a cuestionar nada de lo que le pidiese, dijo taxativamente Nasrudín
Y así, durante siete días, al infierno que vivía la buena mujer, se sumó la presencia casi permanente del burro en la casa. Transcurrida una semana angustiosa, volvió a ver, según lo previsto, al sabio, quien le preguntó.
-Y bien, ¿qué tal se ha adaptado a esta nueva situación?
– Oh, Nasrudín, es un infierno, un verdadero infierno, no había quien se moviese y el burro, con sus movimientos tiraba cuanto estaba a su alcance, además se comió parte de la reserva que teníamos en la cocina. Oh, por favor, ¡qué infierno!, ¿cómo se le ha ocurrido hacerme esto?
– Pues bien, dijo Nasrudín, durante la próxima semana, debe hacer entrar, además a la vaca, y que así comparta con todos ustedes la casa cuando regrese de pastar.
– Oh, no, no, no… ¿pero qué me está pidiendo, venerable Nasrudín? Usted ha perdido el juicio, o si no, va a hacer de todos modos que yo pierda el mío.
La buena señora comenzó a gritar, pero un gesto imperativo, y apaciguador del sabio, fue suficiente para que se callara, pues había prometido obedecerle. Además, la fama de santo de Nasrudín hacía que, en el fondo de su alma, confiase en él, aunque no entendiera de ningún modo la tortura a que le estaba sometiendo.
Y así obedeció, y durante la siguiente semana, ella, su marido, los cinco hijos, el asno y la vaca compartieron la estrecha vivienda en que moraban.
Cuando volvió a ver al sabio, éste le preguntó:
– Qué, cómo va todo.
– Ah, esto es ya insufrible, la vaca hace sus necesidades en la casa, y se pelea con el burro por el espacio, mis hijos por poco no han sido aplastados por ella y…
– Está bien, está bien, todo está resultando según lo esperado, dijo Nasrudín. Ahora lo que tiene que hacer es entrar al cerdo, tarde y noche.
Un gesto de Nasrudín impidió ninguna palabra de protesta. Una semana después, el sabio preguntó a la afligida señora:
– Bien, bien, cómo va la semana?
La señora ya no tenía ni energía para responder, además su vestido estaba sucio y maloliente, al tener que dormir bajo el mismo techo que el cerdo, el burro y la vaca… Permaneció en silencio, implorando con su mirada…
– Ahora lo que tiene que hacer, dijo Nasrudín, es retirar cerdo, vaca y asno, y me vuelve a ver en una semana.
Cuando esta transcurrió, y la señora se encontró con Nasrudín, el sabio preguntó:
– Cómo se encuentra ahora, qué tal ha pasado la semana
La señora, visiblemente feliz, limpia, contenta, respondió:
– Ah, qué maravilla, qué alegría, en comparación con las semanas pasadas nuestra casa se ha convertido en un palacio, parece que hay espacio para todo, y la vida transcurre en ella apaciblemente…
– Pues bien, dijo Nasrudín, creo que el asunto ha concluido, sus males, al parecer han cesado y usted está contenta y feliz, de lo cual, sinceramente me alegro.
Y la señora se fue serena y contenta por vivir en lugar tan placentero.
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Todos los bienes y males de este mundo que no afectan al alma pura tienen un valor relativo. Debemos no envanecernos pues con los primeros y soportar los últimos con paciencia. Las necesidades imperiosas de hoy pueden ser lujos inalcanzables mañana. Además, la imaginación es causa tanto de nuestra felicidad como de nuestra desdicha. Si tenemos la fuerza mental y el carácter de ver cualquier situación, desde el ángulo en que debe ser vista, no aumentaremos innecesariamente el dolor que cause; todo lo contrario, lo convertiremos en una enseñanza, en una prueba de nuestro valor, en un ensayo ante situaciones más difíciles. Como decía el sabio Shantideva: una persona ve su propia sangre y aumenta su vigor, deseo de combatir y coraje; otra ve la ajena y se siente desmayar. La primera trabaja con una mente vigorosa y audaz, la segunda es víctima de una endeble y frágil. Pero es la mente, dominada o no, quien determinan el tipo de acción.
Por ello es necesario conocer y dominar la mente y hacer que responda, como sierva, como un espejo iluminado, a las exigencias del Ser interior, a nuestra verdadera naturaleza.
José Carlos Fernández