Como el blanco y el negro, egoísmo y altruismo se funden en nuestra vida cada vez que tomamos decisiones.

Una decisión egoísta es aquella que se toma pensando únicamente en el beneficio propio, sin considerar las consecuencias que puede acarrear a otros.

El altruismo, por el contrario, consiste en tomar una decisión que beneficia a otros (o a todos), anteponiendo su interés al nuestro.

Visto así de simple, el altruismo parece la mejor opción, pero no hay que precipitarse. Tanto egoísmo como altruismo tienen sus claroscuros.

Según la filósofa Ayn Rand existe el “egoísmo razonable“, que consiste en pensar en uno mismo, en valorarse, en mostrarse tal y como uno es sin tener en cuenta las críticas. Todo esto, simplemente, para ser feliz y tener así la capacidad de hacer felices a otros.

Para saber decir “Yo te amo”, primero hay que saber decir “Yo”.

A fin de cuentas, uno da aquello que tiene, siempre que quiera dar algo.

Y, si el egoísmo no es todo negrura, tampoco el altruismo es todo virtud. Detrás de decisiones aparentemente altruistas y desinteresadas, puede ocultarse precisamente lo contrario.

Simplemente dar algo a quien lo necesita produce bienestar a quien lo da; se siente bien consigo mismo. Eso ya es una ganancia. Pero hay a quien no le basta esta satisfacción y da “altruistamente” por otros motivos.

Por ejemplo, conseguir buena reputación ante quienes le rodean. (¡Oh! Qué buena persona es Menganito…) O también, para provocar que otro se comporte de la misma manera en el futuro. (Yo te doy lo mejorcito. Tú quedas en deuda moral… y ya me darás algo.)

Mi conclusión personal es que, a veces, egoísmo y altruismo están entremezclados en nuestras vidas; los alternamos y los complementamos en ocasiones sin darnos cuenta.

El resultado es algo más complejo que decir: esto, bueno; esto, malo. Para darse cuenta, basta con levantar el telón y ver qué hay detrás, comenzando, cómo no, por nosotros mismos.

http://tusbuenosmomentos.com/2011/05/egoismo-razonable-y-altruismo-interesado/