Los bosquimanos de Botswana constituyen el único pueblo que hoy puede hablarnos de nuestro pasado más remoto. Los antropólogos reconocen en ellos a la cultura viviente más antigua conocida, anterior a la aparición de la población negra africana. Acosados por fuertes intereses económicos para que abandonen sus territorios, se les ha llegado a interrumpir el suministro de agua, se les limita la caza -único medio de supervivencia- y se los discrima por considerarlos una raza inferior. Aunque su dispersión territorial fue enorme (llegaron a ocupar áreas desde Tanzania hasta Uganda, Etiopía o Sudán), hoy están relegados al desierto de Kalahari, de donde se los pretende expulsar para destinar el área al lucrativo negocio del turismo y la explotación dimantífera.
Por Ricardo López Dusil
Los bosquimanos aún hoy encienden fuego friccionando maderas. |
Considerados el pueblo más antiguo del mundo, los bosquimanos del desierto de Kalahari se enfrentan a la encrucijada de la desaparición, acosados para que abandonen sus territorios por los intereses económicos del turismo internacional y de la explotación diamantífera. Para el gobierno de Bostwana, cercado por la pobreza, los bosquimanos no son más que la moneda de cambio de esos intereses.
Desde hace 16 años, el gobierno de Botswana está llevando a cabo una campaña de acoso con el fin de expulsarlos de sus tierras y trasladarlos a ‘campos de reasentamiento’ donde no pueden conservar su modo de vida y se vuelven dependientes de las asignaciones gubernamentales. La desidia, el alcoholismo y la desesperación son comunes en estos campamentos, que han sido descriptos por algunos bosquimanos como ‘el lugar de la muerte’.
Survival, una ONG indigenista, denunció que funcionarios del gobierno han trasladado a cientos de bosquimanos a estos campamentos a lo largo de los últimos meses. Otros están decididos a quedarse a pesar de las coacciones. El gobierno llevó la presión al punto de cortarles el suministro de agua, cuyo financiamiento (3 euros por persona y por semana) fue ofrecido por la Unión Europea y rechazado por el gobierno. Tras esta actitud oficial se esconde un profundo racismo; el propio presidente ha calificado a los bosquimanos de ‘criaturas de la edad de piedra’.
En su estrategia para convertir la reserva de caza que ocupan en un lucrativo negocio para turistas occidentales, se les exige a los bosquimanos una licencia que permite a cada cazador tan sólo tres antílopes grandes al año y existen planes para dejar de concederla. Pero ningún animal de la reserva está en peligro de extinción, y de hecho el gobierno promueve la caza deportiva concediendo licencias a ricos turistas en otros lugares del país.
A mediados de los 90, Botswana buscó aproximarse a los Estados Unidos e intensificó las negociaciones con la compañía de diamantes sudafricana De Beers. En 1996 la exportación de minerales representaba el 47% de los ingresos de divisas del país. Survival señala a los diamantes como uno de los motivos que propician la expulsión de los bosquimanos de la reserva del Kalahari. Después de Rusia, Botswana es el segundo mayor productor de diamantes del mundo.
Los bosquimanos habitaron desde hace 20.000 años las tierras del Africa austral en lo que actualmente es Namibia, Zimbabwe, Botswana y Sudáfrica. Pero un día coincidieron, en los reducidos y escasos pozos de agua excavados con la modestia que ofrecen las herramientas de una perdurable Edad de la Madera, la sed bosquimana y la necesidad de beber de tribus indígenas forasteras: los bantúes y los hotentotes, pueblos pastoriles y por lo tanto más desarrollados que el bosquimano, cuya economía está centrada exclusivamente en la caza y la recolección. Mientras sufrían el embate bantú y hotentote desde el Norte, desde el sur fueron cediendo terreno a manos de los colonizadores boer-holandeses y en los años 60 las autoridades coloniales inglesas los confinaron a la reserva del desierto de Kalahari.
El pueblo bosquimano -también llamados basarva (pueblo que no tiene nada) o san (extraños o vagabundos)- es el único que hoy puede hablarnos de nuestro pasado más remoto. Su forma de vida apenas ha variado en miles de años y, aunque su existencia nos permite retrotraernos al Paleolítico superior, han desarrollado lenguajes sofisticados, herramientas elaboradas y un conocimiento magistral de la naturaleza. Según estudios genéticos, son el pueblo más antiguo existente hoy en día.
Niña bosquimana. |
Son gente de estatura pequeña, de piel color crema con tendencia al amarillo y cabellos muy finos. Como otras sociedades de cazadores-recolectores comparten algunos rasgos generales, tales como el agrupamiento en clanes pequeños o medianos basados en relaciones de parentesco. Mantienen una conducta solidaria y de reciprocidad, particularmente con la comida, pese a su escasez. Los hombres y las mujeres realizan tareas diferentes; normalmente los hombres cazan y las mujeres recolectan. Disponen de una escasa organización política formal, en las que no hay jefes hereditarios, aunque algunos individuos pueden ser particularmente influyentes por sus habilidades o su poder de persuasión. Viven en un hábitat duro e inhóspito y sus viviendas, construidas por las mujeres, son toscas estructuras que se utilizan sólo en forma temporaria.
Su dispersión territorial fue enorme: llegaron a ocupar áreas desde Tanzania hasta Uganda, Etiopía o Sudán. Hoy en día, relegados como están a territorios relativamente pequeños, están perdiendo muchas de sus tradicionales formas de vida, y muchos de ellos han abandonado su calidad de nómades para aceptar trabajos mal pagos en granjas de blancos. Los que siguen en el desierto desconocen por completo la agricultura o la ganadería, solo viven de la caza y la recolección.
Son por lo general monógamos y los matrimonios se celebran a muy temprana edad. Tienen que buscar esposa en un grupo diferente, ya que los del mismo grupo son prácticamente todos parientes. Como no tiene ganado no pueden alimentar a los niños con leche animal y por lo tanto la madre los amamanta hasta los 2 o 3 años.
Normalmente entierran a sus muertos acostándolos de costado en posición fetal. Depositan junto al cadáver sus pertenencias y procuran alejarse del lugar durante 1 o 2 años. No rinden culto a sus antepasados, pero creen en la presencia de los espíritus de los muertos.
Aún existen unos 65.000 bosquimanos, aunque muchos han perdido su identidad, su lengua y su sentido de la vida.
Aunque la caza es la fuente principal de alimentación, también comen hormigas, lagartos, sapos, abejas y saltamontes. El adorno de la cara y el cuerpo se hace con cicatrices que suelen designar a la tribu. Se organizan en pequeños clanes autónomos unidas por lazos de sangre o matrimonio de entre 20 a 100 individuos. Pueden visitarse unos clanes a otros individualmente, para ver a algún familiar, o en pequeñas partidas, para intercambios comerciales (comida, pieles, armas y adornos), pero los encuentros suelen ser breves.
La vida de los bosquimanos está regida por complicadas normas de convivencia social, pero que para ellos es algo perfectamente claro y definido y al saber cada uno qué lugar ocupa, evita roces y violencias. Su desarrollo técnico, en cambio, es muy deficiente. Sus armas principales son el arco y las flechas, embadurnadas con veneno. También lanzas, palos y trampas. Siguen haciendo fuego girando un palo sobre una madera blanda y tienen una enorme habilidad para encontrar agua en el desierto incluso a pocos centímetros de la superficie. La succionan con unos tubos muy largos y la almacenan en cáscaras de huevo de avestruz que llevan siempre consigo.
Les gusta mucho el arte, sobretodo la música, el canto y el baile, aunque desgraciadamente han abandonado el arte pictórico con el que decoraban sus cuevas antiguamente. Era un arte naturalista de un gusto exquisito, en el que representaban a los animales con los que convivían así como danzas y escenas mágicas y mitológicas. Actualmente bailan para divertirse y por motivos rituales, siendo la danza del fuego y la del antílope las más espectaculares.
En materia de relaciones sociales, los bosquimanos resuelven sus disputas mediante métodos interesantísimos: un torneo verbal con un extenso repertorio de bromas es normalmente suficiente para superar el diferendo y lograr la reconciliación de las partes. Si esto no fuera suficiente, se pasa a una lucha ritual o a una danza, pero sólo en rarísimas ocasiones se llegan a utilizar armas.
La mujer goza en estas comunidades de un alto grado de honor y libertad: por ejemplo, si su esposo no la satisface, puede pedir el divorcio. Su primer hijo nace aproximadamente cuando la mujer tiene unos 20 años; luego, mediante un eficacísimo control de natalidad sin ningún anticonceptivo ni tabú sexual, sus siguientes hijos nacerán en intervalos de 44 meses.
La fuente: El autor es director periodístico de El Corresponsal (www.elcorresponsal.com). Para este artículo se han recurrido a fuentes propias y a trabajos de Survival, Mundo Negro y Afrol, así como a artículos de Adolfo Miranda Brogueras, Antonio Picazo y Maite López Morell.
Lorna Marshal, la antropóloga de los bosquimanos
Por Felipe Cuna
Un relato
“En el principio de los tiempos, Mantis, capaz de devolverle la vida a su hijo muerto o crear un antílope con una sandalia, se peleaba con todo ser viviente, para enojo de su familia; por entonces, una disputa entre en la Liebre y la Luna hizo que los hombres perdieran la inmortalidad… “Más cerca del presente, un chamán se transforma en pájaro para visitar a los suyos; un hombre presiente la llegada de un familiar al notar en su propio cuerpo una vieja herida de la persona que se acerca; una madre cuenta a su hijo la historia del lagarto que formó montañas con su cuerpo; la lluvia transforma en ranas a las doncellas que no cumplen con ciertos ritos iniciáticos… “En tiempos aún más recientes, un bosquimano es capturado y encarcelado lejos de su tierra natal; otro, apenas un muchacho, es asesinado a golpes por su amo europeo…” El relato precedente está incluido en el libroLa niña que creó las estrellas. Relatos orales de los bosquimanos/xam, de José Manuel Prada Samper. De esta obra dice Elias Cannetti que es «una de las joyas de la literatura universal, sin la que no querría seguir viviendo». |
Lorna Marshall encontró en las selvas de Africa, rodeada de hombres y mujeres que cazaban con sus lanzas envenenadas para poder vivir y ordeñaban sus cabras para alimentarse, la felicidad que su inmensa fortuna no le garantizaba en casa.
Esta ama de casa, convertida cuando ya había cumplido los 50 años en antropóloga, en estudiosa de las tribus africanas y en una de las voces académicas que dio a conocer a los bosquimanos del Africa meridional, falleció el 8 de julio último en Peterborough, en el Estado de New Hampshire, a los 103 años.
Su vida dio un vuelco definitivo un día del verano de 1950 cuando su marido, recién jubilado, le preguntó cuál era el lugar donde padres e hijos podían marcharse para volver a ser una familia.Y Marshall se puso delante de un mapa, buscó en la Amazonía brasileña, en las tierras lluviosas de las Filipinas y en Bormeo, en los témpanos de Alaska y terminó su recorrido marcando el lugar donde le gustaría reconstruir su vida: Africa y el desierto del Kalahari, una amplia zona que hoy ocupan Namibia, Bostwana y la República de Sudáfrica.
Laurence Marshall, fundador y presidente de la Corporación Raytheon, uno de los grandes imperios electrónicos de Estados Unidos, trasladó entonces a su familia a Africa y ayudó a los pobladores del desierto del Kalahari a vender sus productos a otras comunidades y a utilizar su laboriosa forma de tejer la lana para crear ropa y vestidos que vendía después en Norteamérica.
Lorna Marshall estudió a las familias de los bosquimanos, la forma en la que se organizaban tribalmente, el papel de los varones y de las mujeres y cómo el medio ambiente en que vivían les obliga a trasladarse frecuentemente por el desierto en busca de nuevos cultivos y de animales para sobrevivir.
Algunos de sus libros -Kung de Nyae Nyae y Ritos y creencias de los Kung- se convirtieron en éxitos de ventas a finales de los años 70 y llevaron a muchos antropólogos y sociólogos estadounidenses a viajar a Africa para estudiar a los bosquimanos (kung es el nombre con el que esta tribu se conoce en Africa).
Los Marshall viajaron ocho veces al desierto durante las dos décadas siguientes y todos los miembros de la familia colaboraron de alguna forma en enseñarle al mundo cómo vivían las tribus que ocupaban el Kalahari. John Marshall dirigió varios largometrajes sobre la cultura y la sociedad de estos africanos y Elizabeth Marshall escribió, como su madre, varios libros sobre los bosquimanos y los animales que les rodeaban.
Lorna Lean McLean había nacido en Morenci, en el Estado de Arizona, en 1988, hija de una maestra y de un ingeniero de minas. Fue licenciada en Lengua y Literatura Inglesa por la prestigiosa Universidad de Berkeley, en el Estado de California, y viajó por el mundo, primero en compañía de su madre iniciando una breve carrera como bailarina y luego con su marido durante interminables viajes de negocios.
En Harvard estudió Antropología. Estaba interesada en las gentes que habitaban Africa y cuando su esposo le planteó un lugar a donde ir para reunir a su familia eligió aquel recóndito desierto.