domi Glastonbury Arqueología psíquica en la vieja abadía

Plagada de enigmas y supuesta transmisora de energías telúricas, la región inglesa de Glastonbury es una auténtica meca para los iniciados en los misterios griálicos. Las excavaciones realizadas en las ruinas de su abadía benedictina a principios del siglo XX fueron “guiadas” por los monjes que habitaron allí siglos antes, y permitieron sacar a la luz tesoros sorprendentes.
La “Disolución de los Monasterios” decretada por Enrique VIII en 1539, la abadía de Glastonbury, en Somerset –la iglesia más grande del Reino Unido después de la catedral de San Paul en Londres– quedó tan destruida que cuando sus ruinas fueron subastadas en 1907 apenas quedaban en pie una torre y una capilla. Las tropas del conde de Somerset redujeron sus elevados muros a escombros, destruyeron las estatuas, quemaron la biblioteca y se llevaron todo cuanto encontraron de valor. A lo largo de varios siglos los lugareños hicieron el resto, llevándose sus piedras para nuevas construcciones.

Las ruinas fueron adquiridas en 1908 por el Bath and Wells Diocesan Trust, que se dispuso a reconstruirla enseguida y accedió a la propuesta de la Somerset Archæological and Natural History Society para que el lugar fuera excavado. Pusieron al frente del proyecto a “un personaje colorista, arquitecto de auténtico talento, aunque errático, y arqueólogo de cierto renombre”, según la descripción que de él figura en una historia de la Arquitectura de Bristol.

Se trataba de Frederick Bligh Bond (1864–1945), cuyas credenciales arquitectónicas incluían el diseño de algunas partes de la Universidad de Bristol, dos escuelas y barrios de Avonmouth, así como la restauración de varias iglesias medievales. Bond era por aquel entonces un profesional muy respetado, a pesar de su carácter excéntrico, irascible y contencioso.

Un método controvertido

Las excavaciones que Bond realizó en la abadía durante una década le permitieron trazar el plano completo de la misma, descubrir detalles de su geometría sagrada, así como de la vida cotidiana de los antiguos monjes y dos capillas enterradas bajo las ruinas. Si sorprendentes fueron sus hallazgos, no lo fue menos el método utilizado para conseguir sus objetivos…
Dado que la arqueología de su época no contaba con los avanzados medios actuales, ¿por qué no recurrir a cuanto pudiera resultar útil para su trabajo? Apenas existía documentación sobre aquella abadía benedictina dedicada a la Virgen María, demolida siglos atrás, que había sido la más poderosa de Inglaterra. En el siglo XII el edificio había albergado las tumbas de tres reyes y un fragmento de la “auténtica cruz” de Cristo. Cuando Bond inició las excavaciones sólo se conocía el trazado general del lugar y ni siquiera había pistas sobre las dimensiones y emplazamiento de dos capillas que le habían encomendado encontrar: una era la capilla Edgar, que según las crónicas había destacado por su gran ornamentación, y la otra la capilla Loreto, réplica de otra igual a la de Santa María en Loreto (Italia).

La fascinación que Bond mostró desde la infancia por las cuestiones de ultratumba le habían llevado a formar parte de la Society for Psychical Research –SPR– y no dudó en recurrir a la arqueología psíquica para sacar a la luz la abadía de Glastonbury. Le pareció que la escritura automática era un método perfectamente legítimo para buscar aquellas capillas y se dispuso a hacerlo con la ayuda de unos médiums, miembros como él de la SPR.

Los “guardianes” de la abadía

El primero de los cinco médiums que participaron en la búsqueda fue el Capitán John Allan Bartlett, más conocido como John Alleyne, nombre que había tomado de una tumba medieval en la parroquia de San Juan en Glastonbury.

La “comunicación” se produjo nada más empezar: Alleyne se puso a escribir frenéticamente aportando una claridad de información sorprendente. Los supuestos transmisores de la misma se hacían llamar los “Guardianes”, pero de entre todos ellos destacó la voz del monje Johannes Bryant. Según los informes, “contó” que había vivido entre 1497 y 1533 y, a medida que las sesiones avanzaban, su discurso fue mejorando. A veces se mostraba impaciente si no entendían su forma de hablar. Cuando los expertos examinaron los escritos, los escépticos señalaron que era la clase de jerigonza que dos hombres adultos podían inventar utilizando unos conocimientos rudimentarios de latín y de inglés antiguo. Sin embargo, Bond contraatacó asegurándose de que a las sesiones asistieran personas que testimoniaran que el médium Alleyne escribía con tal rapidez que no había tiempo para inventar ni construir nada. Según aquellos informes, parecía que los monjes hubieran estado esperando mucho tiempo para establecer dicho contacto.

Bond realizó las excavaciones siguiendo las indicaciones de los “monjes”. En poco tiempo emergieron los cimientos de las dos torres gemelas de la abadía, así como el trazado de la legendaria capilla Edgar. Todo siguió su buen curso durante una década y en 1919 Bond redescubrió los cimientos de la capilla Loreto, aunque tardó un año en demostrarlo. Antes de este hallazgo había localizado el altar principal, una pequeña puerta lateral tras el mismo, así como fragmentos de cristales de color, túneles secretos, canalizaciones de agua, piedras pintadas, estatuillas, herramientas, medallones y otros muchos objetos. Consiguió identificar la totalidad de la abadía, incluidos sus jardines y huertos de plantas medicinales, varias tumbas, los dormitorios hospitalarios donde los monjes eran atendidos cuando estaban enfermos, los lavatorios y unos pequeños claustros.

El arqueólogo conoció también el tipo de decoración de la abadía: describió paneles, azulejos de colores, tímpanos de arcos pintados, techos de enormes bóvedas y mampostería labrada, entre otros muchos datos ornamentales y arquitectónicos revelados por los “Guardianes”.
Éstos también notificaron que en los más de mil años de historia de la abadía habían existido diferentes versiones de la misma, ya que había sido reconstruida por completo en 1184 tras un incendio. Los datos que aportaron sobre la rutina monástica con sus rígidas reglas impuestas por los abades, los problemas con los terratenientes de la zona, las plagas en los huertos y sus preocupaciones políticas y religiosas desvelaron todo un fresco de la vida medieval cotidiana en la abadía antes de su demolición.

Gematría sagrada

Para asegurarse de que Bond había entendido todas las mediciones importantes y los datos relativos a la riqueza ornamental, el último gran constructor de la abadía, el abad Beere, al parecer habló en numerosas sesiones y dijo que había un secreto en clave grabado en oro y plomo sobre el suelo de mármol de la capilla Loreto, donde una estatua de la Virgen de tamaño natural había estado en su día rodeada de un zodiaco.

Beere había viajado personalmente a Italia para medir la capilla original y así reprodujo las dimensiones y símbolos del secreto. Sin embargo, Beere desconocía su verdadero significado. Al parecer también “contó” que había un gran tesoro en algún lugar del edificio.

A medida que Bond realizaba nuevos descubrimientos nadie cuestionaba ya sus métodos, a pesar de no adherirse a la práctica arqueológica conocida, pero cuando sus colegas se quejaron de que no hacía informes y de que sus explicaciones eran demasiado vagas, se puso a la defensiva. Una tarde de 1916 impartió una conferencia que dejó estupefacta a su selecta audiencia: contó que poseía información secreta y que la abadía de Glastonbury se había construido siguiendo un esquema sagrado. Sugirió que tanto el edificio como otras construcciones medievales se habían apoyado en la gematría, una antigua ciencia de geometría sagrada que, según explicó, empleaba fórmulas matemáticas contenidas en Números, uno de los libros del Antiguo Testamento. Tales afirmaciones no agradaron al entonces deán de Wells, Joseph Robinson, que se había opuesto desde el principio a que el arquitecto dirigiera el proyecto.

Bond siguió adelante con el mismo y nadie supo de las sesiones con Alleyne, pero la presencia de radiestesistas contratados por el arqueólogo para que investigaran en la abadía inflamó los ánimos de sus enemigos y la Somerset Archæological and Natural History Society tuvo que llamarle al orden exigiéndole que se limitara a seguir estrictamente los protocolos arqueológicos. Bond hizo oídos sordos y optó por indagar en el pasado de la abadía utilizando de nuevo información obtenida de los “Guardianes” para buscar la capilla circular original supuestamente erigida por José de Arimatea –ver recuadro–. Dos años después de aquella memorable conferencia sobre gematría, estalló el escándalo.

Aunque en 1909 Bond había publicado un tratado ortodoxo sobre diversos aspectos arquitectónicos de la abadía, un nuevo libro titulado The Gate of Remembrance, que publicó en 1918, puso muy nerviosas a las autoridades eclesiásticas y arqueológicas de su tiempo.

En él confesaba que las excavaciones de Glastonbury habían sido llevadas a cabo gracias a los mensajes de “escritura automática” canalizados por médiums y dictados por los monjes que habían habitado la abadía hasta el siglo XVI, antes de ser demolida. Si Bond se hubiera limitado a hablar sólo de gematría su reputación tal vez se habría salvado pero incluyó los escritos de todas las sesiones espiritistas que se habían llevado a cabo, discutió abiertamente la escritura automática de Alleyne y terminó hablando de la naturaleza espiritual del hombre. Las autoridades eclesiásticas y arqueológicas arremetieron contra él y le tacharon de excéntrico. Bond añadió más leña al fuego con una nueva obra, The Hill of Vision, donde daba detalles de otras predicciones de los monjes, incluida la Primera Guerra Mundial. Robinson no pudo contener su furia: el espiritismo estaba prohibido desde los tiempos bíblicos y era un descrédito para la Iglesia que sus miembros lo practicaran. Se trataba además de una técnica arqueológica sin ningún fundamento y, por supuesto, el templo de Glastonbury no era un lugar para experimentar con espíritus.

Aunque Bond se negó a abandonar su método y contó con el apoyo de personajes influyentes como Sir Arthur Conan Doyle y Harry Price, la Iglesia cortó la subvención destinada a Glastonbury y la Archæological Society nombró un subdirector, Sebastian Evans, tras exigir de nuevo a Bond que se limitara estrictamente a la práctica arqueológica.

Si el anterior supervisor, Caroe, no había conseguido colaborar de forma fructífera con Bond, tampoco lo consiguió Evans. La fricción creció entre ellos, mientras el primero conseguía localizar las dos capillas citadas y completar el trazado del lugar. Los enfrentamientos continuaron: Bond alegó que algunos hallazgos que había realizado –sobre todo el ábside que remataba la capilla Edgar– habían sido destruidos adrede. Evans le acusó de haber colocado piedras que no estaban allí originalmente. Bond no mentía: el ábside había existido y sin él las mediciones de la abadía no hubieran encajado en el esquema de geometría sagrada que tanto defendió. Tras negarse a seguir trabajando con Evans, el polémico arqueólogo fue despedido en 1921, pero años después las autoridades admitieron que Bond había encontrado un ábside poligonal que remataba la capilla Edgar.

Allende los mares

Tras abandonar Glastonbury, Bond nunca más volvió a dedicarse a la arquitectura y a la arqueología. Se marchó a Estados Unidos donde impartió una serie de conferencias. Allí se unió a círculos psíquicos y parece que en 1926 consiguió que un médium registrara una imagen psíquica en una placa fotográfica mediante sugestión mental. Realizó numerosas fotografías del tipo Kirlian y participó en innumerables sesiones de oui-ja. Entre 1921 y 1926 editó la revista Psychic Science y entre 1930 y 1935 la revista Survival, de la American Society for Psychical Research, tan prestigiosa como la británica SPR.

Durante todos esos años nunca se olvidó de Glastonbury y cuando en 1933 oyó hablar de dos americanas que habían visitado la abadía, se puso en contacto con ellas y les solicitó que participaran en una sesión espiritista. Una de ellas, la señorita Stevens, canalizó al abad Johannes. Éste saludó a Bond y se quejó de que llevaba 26 años a su lado sin haberse podido comunicar con él. También le transmitió que el “tesoro” escondido en la abadía no era otro que el Santo Grial.

En 1936, Bond regresó a Inglaterra y se estableció en un pueblo galés. Donó su biblioteca y archivos a la Somerset Archæological Society convencido de que su trabajo llegaría a ser comprendido algún día. No había perdido la esperanza de que volvieran a invitarlo para seguir investigando en la abadía, pero durante su vida no se reconoció que la investigación psíquica podría ser de utilidad aplicada a la arqueología.

Ni siquiera en la actualidad se menciona a Bond en el centro de turismo de la abadía y las autoridades todavía se niegan a aceptar sus descubrimientos. Lo curioso del caso es que el arqueólogo nunca creyó que estuviera comunicándose con los antiguos “Guardianes” de la abadía, sino que él y Alleyne se habían topado con lo que Carl Gustav Jung había denominado el “inconsciente colectivo”, una especie de registro o depósito de conciencia heredado por todo ser humano al que se podía acceder bajo las condiciones adecuadas para rescatar memorias tribales. Sin duda, Bond “contactó” plenamente con ese registro a tenor del extraordinario legado que sacó a la luz en la abadía de Glastonbury.

Isabela Herranz

http://www.akasico.com/noticia/1386/Ano/Cero-Parapsicologia/GlastonburyArqueologia-psiquica-en-la-vieja-abadia.html

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