En los últimos tiempos y en relación con los enormes cambios que han tenido lugar en las relaciones de poder y en las doctrinas estratégicas, los «expertos» hablan de que, en lugar de la fórmula empleada durante la fase de la guerra fría y de la carrera de armamentos entre la Unión Soviética y los Estados Unidos, la MAD: destrucción mutua asegurada, hay que hablar ahora de la SAD (self-assured destruction): autodestrucción asegurada. Pero esta autodestrucción lo es, como veremos en seguida, de una manera muy peculiar. Sólo se autodestruyen algunos y por la espada de los otros.
Es necesario observar -inmediatamente y a pesar de que supone una obviedad-, que la simetría en las posiciones de los enemigos en relación con su destino trágico en la guerra, ha desaparecido completamente en la nueva situación. La certeza de la destrucción en los tiempos de la MAD se aplicaba a los dos contendientes enfrentados. La auto destrucción asegurada de la nueva SAD es sólo para uno de ellos y no precisamente para los EEUU.
La norma de justicia universal
La primitiva MAD implicaba una disuasión casi perfecta. Una simetría terrorífica. Ante la posibilidad de una guerra nuclear devastadora los dos estaban de acuerdo en que era mejor no pasar más allá de las amenazas. Durante todo ese tiempo, sin embargo, los émulos locos del doctor Strangelove jugaron con la idea de sobrevivir a una contienda nuclear.
Hoy en día, desaparecido de manera total el antagonista de los Estados Unidos, irremediable la derrota de cualquiera de sus posibles enemigos como resultado de su superioridad militar gigantesca, la SAD implica algo totalmente distinto. La fórmula, según los expertos, sería más o menos la siguiente: «si me haces daño -vendrían a decir los EEUU-, aseguras tu destrucción». «Si me atacas con armas de destrucción masiva serás aniquilado».
Pura hipocresía. Esa versión de la realidad que nos ofrecen los profesores de los grandes centros de estudios estratégicos es, pese a las supuestas solvencias en eso de las guerras, parcialmente falsa, y además lo es con esa peculiar «parcialidad» que la hace totalmente mentirosa. Un planteamiento mucho más fiel a los hechos y más acorde con las posibilidades reales sería -volviendo otra vez alaspalabras de los EEUU-éste: «si te opones a mí aseguras tu destrucción», y todavía más, éste otro: «si no te sometes a mi voluntad serás aniquilado».
Dado que la voluntad de ese país se ejerce en casi todos los rincones del mundo -dicho para colaborar al desenmascaramiento de esos cómplices del Imperio que disertan sobre el «unilateralismo» y el «aislamiento» de los Estados Unidos- la nueva doctrina estratégica que asegura la destrucción de cualquier resistencia a la voluntad de Washington puede interpretarse como la norma suprema y única de justicia universal.
De la disuasión a la imposición
La disuasión ya no es la amenaza de represalia contra cualquier ataque armado. Ahora es una amenaza de destrucción inmediata si el «estado delincuente» (rogue state) no se somete totalmente a los deseos de los EEUU. Esa amenaza va unida a una disponibilidad total de este país para hacer la guerra, que ha sido profusamente certificada por Washington en los últimos tiempos y percibida con claridad por los demás, y a la certeza de que tal destrucción es irremediable.
El Pentágono trabaja intensamente para alcanzar una situación permanente en la que sea posible un ataque inmediato y masivo en cualquier lugar del mundo. Hacer la guerra más rápida, más contundente, con menos posibilidades de bajas propias -hasta llegar a «cero bajas» como en la guerra contra Irak y en la guerra contra Yugoslavia- y con posibilidades de destrucción ilimitada. La «guerra demoledora en cualquier instante» sería el brazo armado de aquella justicia universal cuya única norma suprema expresábamos hace un momento.
Delirio patriótico en West Point
Hace un par de semanas, en el templo guerrero de West Point, provocando el delirio patriótico de los futuros centuriones, el comandante en jefe Bush proclamaba la última norma de la guerra antiterrorista de los Estados Unidos. Washington está dispuesto a realizar «ataques preventivos» -no sólo sin declaración de guerra o aviso previo, sino también sin causa comprobable alguna- que alcanzarán de lleno, como en todas las guerras realizadas en los últimos años, a la población civil.
En la disponibilidad para la guerra y el asesinato masivo, y en el desprecio por el derecho internacional, la soberanía de los estados y el derecho de los pueblos, los Estados Unidos están llegando mucho más allá que el modelo de brutalidad y agresividad internacional del último siglo: el Tercer Reich.
En la planificación de ese objetivo se están invirtiendo cantidades fabulosas de dinero -casi 400.000 millones de dólares en el último presupuesto-. Algunos de sus sistemas de armamentos concretos son públicos, como la «Iniciativa de Defensa Nacional Antimisiles» y el desarrollo de armas nucleares de pequeño tamaño diseñadas para la destrucción de objetivos muy fortificados -bunkers de centros de mando y dirección política-. Otros pueden deducirse sin mayor esfuerzo de la aparición de noticias confirmadas sobre la existencia de programas avanzados de investigación y puesta a punto de armas bacteriológicas, o de la muy significativa negativa a firmar el protocolo sobre el Tratado de Armas Químicas y Biológicas.
El supuesto sistema antimisiles es realmente un instrumento de doble «utilidad» además de la específicamente económica de realizar una enorme y prolongada transferencia de fondos y beneficios a las industrias de armamentos: un sistema avanzado de vigilancia permanente desde el espacio y de localización continua y destrucción de blancos; y un instrumento para la creación de un abismo tecnológico capaz de asegurar por tiempo indefinido la superioridad militar absoluta de los EEUU.
Nucleares contra el Mal
Mucho más importantes a corto plazo son los planes ya aprobados para la nuclearización de las guerras «convencionales» que realizarán los Estados Unidos. Otra vez los matices son fundamentales y deben de enunciarse de manera inmediata: se nuclearizará, desde luego, hacia el lado del enemigo -fuerzas armadas, territorio y población civil- no hacia el lado de los EEUU. Algo que, por otra parte, ya se ha hecho, con la complicidad silenciosa del complejo político-mediático occidental, con el uso de los proyectiles de uranio empobrecido.
Ninguno de los instrumentos internacionales de limitación del peligro nuclear han sido respetados por Washington. La última violación flagrante de tratados se ha producido con el anuncio de que están dispuestos a utilizar pequeñas cargas nucleares en sus guerras cotidianas. Eso tiene varias consecuencias de una gravedad casi inexpresable. Por un lado están dispuestos a eliminar la barrera entre armas convencionales y nucleares que establecía un abismo de brutalidad entre la utilización de unas y otras, y por otro destruyen el compromiso fundamental de las potencias nucleares en relación con el Tratado de No Proliferación Nuclear, el de no utilizar las armas nucleares contra países no nucleares.
Sin duda alguna la nueva estrategia de la SAD y la nueva guerra definida por la utilización unilateral de «armas de destrucción masiva», son los dos instrumentos en los que se condensan las esencias de esa «civilización» cuya defensa enunciaba una y otra vez, enfáticamente, el presidente Bush ante los diputados del Bundestag en Berlín, hace algunos días.
Los Estados Unidos, tal como lo hicieron en Hiroshima y Nagasaki, vuelven a estar dispuestos a utilizar la guerra nuclear, y otros instrumentos de destrucción masiva, en carne ajena. Las cínicas coartadas, en forma de amenazas apocalípticas que llegarán desde los enemigos, no faltarán tampoco ahora cuando aquella atrocidad sea repetida.
Destruir toda la resistencia
El objetivo de las guerras del Imperio es el de destruir toda la resistencia al desarrollo del proyecto neoliberal comandado por los Estados Unidos. En ocasiones eso supone la destrucción de las fuerzas armadas del país resistente pero no siempre ocurre así. Puede ser necesaria la destrucción del liderazgo político y de la posible resistencia popular, o como diría el brutal general Sharon -al que le gusta llevar la batalla hasta las últimas consecuencias-, de la propia actitud de resistencia. Los pueblos deben sentirse más que derrotados, aplastados y humillados.
La eliminación de todo eso requiere unas posibilidades de intervención y de destrucción que vayan mucho más allá de las de neutralización del aparato militar del enemigo. Conseguir que un pueblo se sienta completamente derrotado es un combate que tiene muchas variantes.
En Irak la variante se llama un millón doscientos mil muertos -la mitad de ellos niños- como consecuencia de la destrucción sistemática de las estructuras básicas y sanitarias, y de un embargo que puede ser calificado de planificadamente criminal desde cualquier óptica que no sea la de la complicidad sin límites que ejerce el complejo político-mediático de occidente. Atendiendo a esa complicidad de las élites europeas en el desarrollo de guerras apocalípticas contra las poblaciones, podemos cerciorarnos de que no son ociosas ni caen en el vacío las llamadas a la defensa de una civilización común que hacía el presidente norteamericano ante los parlamentarios alemanes.
En Argentina la modalidad de la derrota consiste en que «es necesario» volver a apretar la soga en el cuello del ahorcado. El 30% de los niños argentinos -dicen las encuestas sobre el estado actual de la guerra entre la pobreza y la opulencia cuyas normas establecen las instituciones de «occidente»- vive en la indigencia, es decir, en una situación de carencia extrema. El 58,1% de los menores de 15 años (casi tres millones de niños) malviven en la pobreza.
La gestión económica realizada bajo la severa dirección de los EEUU, del FMI y del BM, ha conducido a la realización de excelentes negocios con la privatización a precio de saldo de la empresa pública, la transferencia gigantesca de capitales al exterior, y la creación de un mecanismo insaciable de transferencia de la renta fiscal del país a las instituciones financieras internacionales: la deuda externa. Esta victoria de la «libertad» y la «civilización» occidentales ha provocado por el lado del pueblo derrotado un terrible desastre humano. Pero la derrota necesaria del pueblo argentino no ha concluido. Los directores externos de ese fabuloso negocio con un lastre de millones de seres humanos trasladados a la miseria, exigen la realización de un enorme ajuste que supone la reducción de los gastos sociales en ese universo de pobreza cuyo componente infantil vislumbrábamos hace un momento.
La Guerra de Destrucción Masiva Unilateral
Los Estados Unidos han creado un modelo de guerra apocalíptica con la certeza de mantenerse fuera de ella. Para ello han nuclearizado los ejércitos del Imperio y los han dotado de toda clase de armas de destrucción masiva. Mientras fabrican y anuncian el posible uso de nuevas armas nucleares, desarrollan armas bacteriológicas y prescinden de las prohibiciones y controles del protocolo del Tratado de Prohibición de Armas Químicas y Biológicas, imponen como primer delito internacional de los «estados delincuentes» -que designan como tales los propios Estados Unidos- la simple acusación de que éstos fabrican armas de destrucción masiva.
La guerra nuclear, química o bacteriológica, estrictamente unilateral, que proponen y para la que se preparan los Estados Unidos con el argumento de su «necesidad defensiva», supone un proceso de corrupción moral casi inconcebible.
Las armas nucleares o bacteriológicas, tienen una curiosa dualidad para los líderes políticos y mediáticos de occidente. En manos de países de menor «solvencia moral» que los Estados Unidos son terribles amenazas para la humanidad, absolutamente intolerables aunque su existencia se derive de denuncias más que dudosas, de sospechas que persisten más allá de toda lógica, y aún de mentiras deliberadamente fabricadas y repetidamente descubiertas. La intolerancia en estos casos es tan extrema que puede justificar ese millón doscientos mil muertos iraquíes de los que hablábamos antes.
Sin embargo las armas de destrucción masiva pueden ser fabricadas para los arsenales de los Estados Unidos. Este país puede además anunciar su intención de usarlas tal como ha hecho con las pequeñas armas nucleares.
El resultado de esta dualidad moral sólo se sostiene en la lógica de una humanidad respetable y una infrahumanidad despreciable. La primera sería la constituida por los pueblos de occidente, la segunda la integrada por los pueblos del Tercer Mundo. La intención de esa disciplina internacional mantenida por la fuerza, para la preparación de lo que podría denominarse Guerra de Destrucción Masiva Unilateral, es exactamente la misma que la que perseguían las investigaciones de Wouter Basson -el doctor Muerte- para la Sudáfrica del apartheid. El llamado «Proyecto Costa» desarrollaba, y ensayaba en los «deshumanizados» negros sudafricanos, venenos aptos para matar sólo a gente de color.
Lo que Basson perseguía en el laboratorio -venenos para matar exclusivamente negros- es alcanzado por los EEUU -armas de destrucción masiva contra los pueblos sublevados del Tercer Mundo- mediante la imposición de normas desigualitarias de comportamiento internacional.
http://lahaine.org/internacional/guerra_basson.htm