Si hablamos de la guerra biológica, seguro que todo el mundo piensa en virus y microorganismos desarrollados en avanzados laboratorios, en sofisticadas armas de espías… Sin embargo, la guerra biológica no es algo tan moderno como comúnmente se piensa. De hecho, ha acompañado a la humanidad desde sus orígenes. La idea de imitar a la naturaleza en el uso de plagas, epidemias y enfermedades ha estado en la mente del hombre antes incluso del gran desarrollo de la microbiología y biotecnología que se ha dado en los últimos siglos.
Antes de nada, es necesario dejar claro un par de conceptos: Un arma biológica es cualquier organismo patógeno que se usa como arma de guerra (por ejemplo, bacterias y virus), algo que no se debe confundir con arma química (guardan parecidas, pero las armas químicas son organismos no vivientes, como por ejemplo toxinas). Las armas biológicas son consideradas armas de destrucción masiva.
Como íbamos diciendo, la historia de la guerra biológica se remonta siglos y siglos atrás. Aunque las técnicas más primitivas eran muy rudimentarias, no por ello eran poco efectivas. El primer caso documentado de uso de un arma biológica lo encontramos entre los años 1500-1200 a.C, cuando los hititas recogieron a víctimas y fallecidos por la peste y los llevaron a las tierras enemigas para que se extendiera la enfermedad. Esta técnica, la de transportar enfermos a tierras enemigas, era una manera ideal de atacar al mismo tiempo a soldados y a la población civil.
También era popular el envenenamiento de pozos y reservas de agua. Por ejemplo, en el año 590 a.C, durante las Guerras Sagradas de Grecia, los atenienses envenenaron pozos con la planta venenosa eléboro. También se sabe que los romanos y los sirios solían tirar animales en proceso de putrefacción para transmitir bacterias y microorganismos al agua.
Una técnica más enfocada a atacar a un individuo en concreto y no a una población en general era la que solían usar los pueblos escitas ya en el siglo VI a.C. Sumergían las puntas de sus flechas en algún tipo de sustancia patógena (veneno de serpiente, heces…) para que infectaran la herida del enemigo al que alcanzaban, potenciando así mucho más el poder de las flechas.
Y, hablando de venenos, no nos podemos olvidar de dos animales que fueron usados con muchísima frecuencia: Las serpientes y los escorpiones. En más de una ocasión, los romanos se encontraron con enemigos que usaban vasijas llenas de serpientes o escorpiones, las cuales eran lanzadas contra ellos para provocar no sólo bajas, sino también el miedo y la desconcentración.
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