Xing Bao, el oso panda gigante. Buba, el elefante asiático. Gaika, el gorila de costa. Masai y Kenia, las jirafas de Rothchild. Y un delfín mular al que usted todavía está a tiempo de ponerle nombre. En los últimos meses el Zoo Aquarium de Madrid ha experimentado un baby boom sin precedentes. El buen tiempo y las inminentes vacaciones de verano invitan a uno a darse un paseo por las instalaciones y disfrutar de las simpáticas —y no menos tiernas— imágenes que nos dejan estas crías.
‘XING BAO’ (10 meses)
Su filosofía de vida es sencilla: evitar el derroche de energía. Tal vez por eso el panda Xing Bao se pasa las horas subido a un árbol hecho un ovillo sin cambiar de postura. Cuando nació pesaba 210 gramos, lo mismo que una barra de pan o un vaso de leche. Ahora ya va para los 20 kilos. Traerlo al mundo no fue tarea sencilla: “Las osas sólo están en celo tres días al año así que hubo que recurrir a la inseminación artificial”, comenta la bióloga Rebeca Ortega. El seguimiento hormonal fue constante durante todo el embarazo, mucho más exhaustivo que en el resto de especies; y es que cuando apenas quedan 2.000 individuos en el mundo, los cuidadores prefieren no dejarlo todo en manos de la naturaleza.
La cosa podría haberse complicado más si hubieran venido dos, como ocurrió en 2010 con sus hermanos. El año pasado ambos fueron trasladados al lugar de origen de sus padres, labase de cría de panda gigante de Chengdu, en China, para juntarlos con parejas genéticamente compatibles. Forma parte del acuerdo que el zoológico tiene con el país asiático. “Los panda están preparados para sacar adelante una sola cría, a la segunda la dejan morir. Lo que hicimos con Po y De De fue alternarlos: un rato con la osa y un rato en la incubadora”, explica la bióloga. Aún con todas las complicaciones, el zoo no lo hace mal: de los 11 ejemplares que viven en cautividad en Europa, tres están en el recinto madrileño.
Mientras Xing Bao encuentra la postura idónea a varios metros de altura, su madre desmenuza ramas de bambú en la pradera. Unos 50 kilos cada día [aunque en el centro hay un pequeño vivero, el 80% procede de Francia y Portugal]. Parece una mujerona recostada en el sofá comiendo cheetos. Le falta la bata de flores. “Son animales muy entrañables. Aunque en mi opinión, si gustan tanto a la gente es precisamente por las posiciones tan humanas que adoptan a veces”.
‘BUBA’ (un año y tres meses)
Nada más llegar a este mundo, patada en el culo. Tal cual. “Algunos son lanzados a tres metros, el que no está familiarizado piensa que la madre lo va a matar”. Mario Robledillo lleva más de tres décadas trabajando con elefantes, desde que un ejemplar se le puso farruco y él decidió ganárselo costase lo que costase. “Y lo hice”, afirma orgulloso el domador. Desde marzo del año pasado sus cuidados se centran enBuba, la primera cría de elefante asiático nacida en Madrid y la segunda en España. Más de un metro y 90 kilos, casi nada, y eso que el macho fue prematuro. “Tuvimos que improvisar montañas de arena y paja porque no llegaba a las mamas”. Aunque el grueso de su dieta sigue siendo la leche, sus cuidadores ya le suministran forraje: dos kilos diarios. Una minucia si lo comparamos con los 125 que ingiere la madre.
“Es poco habitual que haya elefantes en un zoológico. Son demasiado poderosos, difíciles de manejar y se necesitan instalaciones especiales”, explica Robledillo. Al otro lado de la valla, Buba juega con unas ruedas de caucho. Cuando alguna se le cae se rebota. Una fina capa de lodo y hierbajos le cubre el lomo; es su manera de protegerse del calor y los insectos. Cuando esté en edad de procrear, será trasladado a otro centro para evitar problemas de consanguinidad. “Algunos llegan a vivir hasta 80 años. ¿Sabías que nunca olvidan la voz de su cuidador? Lo de ‘tienes más memoria que un elefante’ no es tontería”.
‘GAIKA’ (dos meses)
Gaika ha nacido bien parado por las dos partes. Su padre es el macho dominante del grupo, el alfa, el jefazo. Y su madre el ojito derecho de papá. El pequeño gorila de costa, nacido el pasado 15 de marzo tras ocho meses de gestación, es literalmente el príncipe de la casa. Por ahora se pasa el día enganchado al brazo de su progenitora como si fuera el brazalete de un iPod y solo se suelta para mamar, actividad que realiza en la más absoluta intimidad cada cinco o seis horas. Su hermana Gwet y su hermano de padre, Yuba, se acercan de vez en cuando para acariciarlo. El acopio es tal que en el zoo tardaron días en averiguar que era macho. “Al igual que los humanos, los gorilas no saben criar de manera instintiva. Lo aprenden de sus madres y sus tías”, explica María Delclaux, conservadora de mamíferos terrestres.
El patriarca, nacido hace 21 años en este mismo centro, pasa de su retoño. Lo habitual cuando la cría no supera los dos kilos. Su actitud cambiará cuando Gaika gane un poco de peso y se zafe de las extremidades de su madre. Será entonces también cuando el pequeño primate haga valer su condición de favorito. “Los lazos familiares son muy importantes y se nota mucho quién es hijo de quién. Cuando esta cría discuta con algún medio hermano y vengan las madres, la que no es dominante se doblegará ante la que lo es. Se le va a permitir más que al resto, será más osado y, claro está, heredará esa dominancia”.
Gorka y Gaika —la inicial del vástago siempre coincide con la de su progenitora— se retiran. Es la hora de la toma. El alfa ni se inmuta, está demasiado entretenido engullendo trozos de sandía. “Los únicos que pueden quitarle comida son los hijos. El resto tiene que esperar a que él deseche lo que no quiere”, aclara Delclaux. El imperioso gorila solo reacciona cuando algún turista dispara el flash. Parece que le gusta. Es más, cualquiera diría que está posando.
‘Masai’ y ‘Kenia’ (mes y medio)
Sus manchas son únicas, como las huellas dactilares. Cuando nacen son anaranjadas, pero con el tiempo se oscurecen y se definen. De hecho, ya las tienen casi del mismo color que las de sus madres. Plural. Porque aunque midan dos metros y vayan juntas a todas partes, Kenia yMasai no son hermanos. “Nacieron con cinco días de diferencia. Algo especial, si tenemos en cuenta que es una de las dos subespecies más amenazadas de África”, ilustra Andrés González, uno de los cuidadores. Las jirafas, que en edad adulta pueden llegar a medir hasta cinco metros, son animales de naturaleza tranquila. De pequeñas, sin embargo, son infinitamente curiosas. Que Masai y Kenia se lleven tan poco tiempo no hace sino reforzar esa hambre por descubrir lo que les rodea. “Aunque les gusta ir acompañadas de alguna de las madres, se atreven a alejarse más de lo que lo harían si estuviesen solas”.
Para variar, las jirafas del zoo conviven con otras especies, las mismas con las que compartirían espacio si estuviesen en libertad: avestruces, gacelas, ñus y sitatungas. “Es todo igual, salvo el agua. Les ponemos barreños a una altura prudencial, para que no tengan que espatarrarse en la charca”, explica el cuidador. En ese momento una de las jirafas se agacha hasta que casi roza el suelo con el cuello. “Su flexibilidad no es normal. Aquel es un fiera”.
DELFÍN (dos semanas)
A las 16.20 asomó la aleta caudal. Los delfines nacen así, hacia atrás. “Es una forma de protegerse. De lo contrario, si hubiese complicaciones en el parto y no pudiesen salir a respirar a tiempo, se ahogarían”. Aunque lleva más de dos décadas trabajando con cetáceos, Carlos de las Parras, responsable del departamento de mamíferos marinos, todavía se sorprende cuando ve mamar a un delfín. “¡Es que no se les cae ni gota! Las tomas apenas duran segundos; de nuevo, para que puedan salir a la superficie”. La apnea es algo que se entrena y, de hecho, cuando son adultos pueden llegar a aguantar hasta tres minutos bajo el agua.
El benjamín del zoológico, la última sensación del centro, midió 90 centímetros y pesó entre 10 y 12 kilos. Aún no ha sido bautizado. A diferencia de otros animales, donde cuanto menos contacto con el hombre mejor, la relación entre los delfines y sus cuidadores es muy estrecha. “Nos metemos en la piscina con ellos, jugamos, los entrenamos, los acariciamos…” Mary y su cría sin nombre son una excepción. Aún pasarán unos días hasta que se junten con el resto del grupo. “La madre está de baja hasta que ella decida unirse a los demás. Saltar y hacer piruetas les divierte mucho, así que no creo que tarde”. Los dos delfines salen a tomar aire. Ocurre cada 40 segundos, más o menos. Cuando el pequeño nació, apenas aguantaba 15 sin respirar.
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