Durante más de 150 años, las Islas Cocos, situadas a medio camino entre la India y Australia, fueron controladas por la familia Clunies-Ross. Llegaron a ser conocidos como los “Reyes de las Cocos” y, ciertamente, durante la mayor parte de este tiempo, la familia gobernó las islas como auténticos señores feudales. Este anacronismo llegó a su fin, cuando en 1978, las islas dejaron de ser colonias británicas para pasar a estar bajo control de gobierno australiano.
El primer europeo en visitar las Islas Coco, y que les daría el otro nombre por el que serían conocidas en el futuro, fue el capitán británico William Keeling, durante un viaje por el Índico al servicio de la Compañía Británica de las Indias Orientales en 1609. Se trataba 2 atolones coralinos, con un total de 27 islotes, todos ellos deshabitados.
El archipiélago no volvería a ser visitado por ningún europeo hasta el 1825, cuando el Mauritius embarrancó en sus arrecifes y su tripulación sobrevivió en la isla Dirección varias semanas hasta ser rescatados. Los náufragos consiguieron subsistir gracias al agua de la lluvia que se acumulaba en el subsuelo del archipiélago formando “lentes” de agua dulce que flotaban sobre bolsas de agua marina, de mayor densidad. El naufragio demostró que un asentamiento continuo en las islas era viable.
Ese mismo año, John Clunies-Ross, un capitán mercante escocés, se topó con ellas mientras navegaba rumbo a la India. La de Clunies-Ross fue una visita breve, pero debió quedar bastante impresionado por las islas y las posibilidades económicas de sus cocoteros, pues decidió que algún día regresaría al archipiélago para instalarse con su familia.
Desafortunadamente para el escocés, Alexander Hare, también de la Compañía Británica de las Indias Orientales, como Keeling, y antiguo gobernador de la ciudad de Banjarmasin en Borneo, tuvo la misma idea y se le adelantó. Hare había oído hablar del archipiélago a varios capitanes y en mayo 1826 se instaló en ellas huyendo de la “vida domesticada que la aburrida civilización le ofrecía”. Hare llegó acompañado de un harem privado de 40 mujeres y unos 200 semi-esclavos malayos. Casualmente, Hare contrató para el traslado al hermano de John Clunies-Ross, que también era capitán de barco. No obstante, en el retiro de Hare no todo sería evasión y pronto se interesó por el aprovechamiento del fruto de los cocoteros que abundaban en la isla para la obtención de copra y de aceite de coco.
Hare dispondría únicamente de un año para disfrutar de sus 40 mujeres y de los cocoteros de las islas, el tiempo que tardó en regresar a ellas John Clunies-Ross con su familia y 20 trabajadores. Al parecer, Clunies-Ross venía con la misma idea, la explotación comercial de los cocoteros, y con planes para plantar muchos más.
En seguida, surgieron los enfrentamientos entre los dos hombres y, para desgracia de Hare, las mujeres de su harem comenzaron a abandonarlopara irse con los hombres que habían venido con los Clunies-Ross. Los intentos de dividirse el archipiélago entre los dos tampoco dieron resultado por lo que, finalmente, Hare se vio obligado en 1831 a marchar a Singapur. Con esta marcha, Clunies-Ross se hizo con el control de todas las islas y de todos sus cocoteros.
Como otras empresas de la época, los Clunies-Ross pagaban a sus empleados con su propia moneda, la rupia de las Cocos, que se convertiría en la moneda oficial del archipiélago, pero que no eran más que unas simples fichas de plástico que sólo servían para comprar en el economato de la propia compañía.
En 1854, John Clunies-Ross murió y su hijo, John George, le sucedió en el “trono” de las Cocos. Tres años después, las islas serían definitivamente anexionadas por el Imperio Británico. Ross II dejó de ser su “rey” para pasar a ser sólo su superintendente. Aunque, en 1886, la reina Victoria concedería a la familia Clunies-Ross las islas a perpetuidad. La corona, sin embargo, se reservaba el derecho de recuperarlas sin compensación económica alguna por motivos de interés público. El archipiélago pasó a convertirse de esta manera en algo así como un estado feudal gobernado por la familia Ross, cuyo cabeza de familia era desde la muerte de John George en 1871, su hijo George.
La familia complementaba los ingresos que obtenía gracias al comercio de la copra y del aceite de coco con la isla de Java con los provenientes del aprovisionamiento del creciente número de barcos balleneros que hacían escala en la isla. Pero, la fortuna familiar aún crecería más con el descubrimiento en 1888 de unos importantes yacimientos de fosfatos en la “vecina” (estaba a casi 1.000 kilómetros al norte, pero era el trozo de tierra más cercano) Isla de Navidad. La importancia de los fosfatos en la agricultura como fertilizante sería el principal motivo para la anexión de la isla por parte del Imperio.
Después de la anexión, el 6 de junio de 1888, Ross III estableció el primer asentamiento permanente en la isla, que hasta entonces había permanecido deshabitada a causa de su escarpada costa, sus densas junglas y su aislamiento. En un principio, iba a ser un pequeño campamento para la obtención de la madera y las provisiones que se necesitaban, pero escaseaban, en las Cocos. Sin embargo, los Ross rápidamente se interesaron por entrar en el negocio de los fosfatos y delimitaron con estacas su propia concesión minera. En seguida, se desató una competición con John Murray, el naturalista escocés que los había descubierto, por hacerse con los derechos comerciales de los fosfatos de la isla.
Finalmente, en 1891 Murray y Ross III aceptaron el acuerdo ofrecido por la autoridad colonial para explotar conjuntamente los yacimientos durante99 años a cambio del pago anualmente de una pequeña cantidad de dinero. La explotación comercial de los fosfatos comenzaría en 1895, dos años después, Ross y Murray fundarían la Christmas Island Phosphate Company. Al igual que en las Cocos, al no contar la isla con una población propia fue necesario traer la mano de obrar del exterior. En este caso, se hicieron venir 200 trabajadores chinos, 8 europeos para encargarse de la gestión y 5 policías sikhs para mantener el orden en el nuevo territorio.
Simone Dennis en su libro “Christmas Island: an anthropological study” asegura que las condiciones de vida en la isla de Navidad eran muy duras. Sólo en un año, el beriberi mató a 400 de los 2.400 trabajadores y otros 200 murieron a causa de la falta de higiene y la mala alimentación.
Algunos de los trabajadores chinos, habían sido transportados bajo cubierta por lo que desconocían que habían abandonado China y planeaban ingenuamente fugas a nado hacia China. El opio no faltaba en las islas y era una manera de reducir las ganas de problemas y de huir de los trabajadores chinos, que, a causa de las deudas contraídas con la compañía, ya fuera por la atención médica o el alojamiento, no eran libres de marchar.
Murray se quedaría en la isla dirigiendo las operaciones de la nueva compañía y acabaría siendo conocido como el “Rey de la Isla de Navidad” hasta su regreso a Londres en 1910. Mientras los Ross seguían en su propio “reino” y, ese mismo año, George fue sucedido al frente de la familia por su hijo mayor, John Sidney, que se convertiría en Ross IV.
Durante la Primera Guerra Mundial, debido a su estratégica situación para las comunicaciones de los Aliados en el área del Índico y con Australia y Nueva Zelanda se situó en una de las islas Cocos una estación de radio y telégrafo. La estación sería bombardeada el 9 de noviembre de 1914 por el crucero ligero alemán SMS Emden en la conocida como la “Batalla de las Cocos” y acabó con el hundimiento del barco alemán por parte del Sidney australiano, la captura de 229 de sus marineros y la muerte de otros 131. Por su parte, los australianos únicamente sufrieron 4 bajas.
Acabada la guerra, en 1925, John Sidney, de 56 años de edad, se casó en Londres con una joven de 22 años que sería conocida como “Queen Rose”. Tres años más tarde, nacería John Cecil.
Durante la Segunda Guerra Mundial, las Cocos se convirtieron otra vez en un enclave estratégico. Después de la invasión de la isla de Navidad por parte de los japoneses un pelotón de los “King’s African Rifles” se estableció en la isla Horsburgh, mientras la población local fue realojada en la isla Home. Afortunadamente, esta vez, las islas no fueron el escenario de ninguna batalla y la pista de aterrizaje que los británicos construyeron poco antes de la rendición del Japón, con capacidad para el aterrizaje de bombarderos pesados, no llegó a ser utilizada.
En 1946, John Cecil, con sólo 18 años de edad, se convierte en “Rey de las Cocos”, dos años después de la muerte de su padre. Dos años después, los gobiernos de Nueva Zelanda y Australia adquirieron los derechos y las instalaciones mineras de la Christmas Island Phosphate Company, aprovechando la difícil situación económica que pasaba la compañía y el estado en que quedaron las instalaciones después la ocupación japonesa de la isla. La compañía sería liquidada al año siguiente, recibiendo la familia Clunies-Ross 250.000 libras.
La reina de Inglaterra visitaría las Cocos en 1954, sería la última visita antes de que el 23 de noviembre del año siguiente las islas pasaran a manos de Australia, que tenía intención de usar las islas como estación de repostaje en una nueva ruta aérea que conectaría el país oceánico con Sudáfrica.
Los Clunies-Ross participaron en las complicadas negociaciones y, aunque, en un principio, se acordó el pago de una compensación anual por parte del gobierno australiano a la familia por la pérdida del terreno cultivable que ocupaba la pista; finalmente, la operación se cerró con la venta de la antigua pista de aterrizaje de la Segunda Guerra Mundial al gobierno australiano y las Cocos siendo territorio australiano.
Este cambio de soberanía supondría el comienzo del fin del reino de los Clunies-Ross y de la entrada del archipiélago y de sus 1.500 habitantes en el siglo XX. Durante los primeros 15 años, el gobierno australiano se implicó muy poco en los asuntos de las islas y las cosas siguieron más o menos igual. En 1967, con la introducción de los primeros aviones que no necesitaban hacer escala para llegar a Sudáfrica desde Australia, la pista de aterrizaje perdió su importancia comercial y quedó relegada al uso militar y a la de unos pocos vuelos con destino final en el archipiélago.
En un principio, la vida en las islas no cambió demasiado. Sin embargo,con el paso del tiempo y con la introducción de otros negocios, que alejaban las islas del monocultivo de los cocos, la participación del gobierno australiano en los asuntos del archipiélago comenzó a ser cada vez mayor. Al mismo tiempo, los sindicatos australianos, comenzaron a denunciar las condiciones de trabajo de los empleados de los Clunies-Ross, calificadas por algunos informes oficiales como próximas a la esclavitud. Estas denuncias junto con el creciente descontento del gobierno australiano con la manera semifeudal de gestionar las islas de los Clunies-Ross hicieron que la situación en las islas se volviera insostenible, por lo que, en 1978 y ante la amenaza de una expropiación inminente, la familia Clunies-Ross se vio obligada a vender las islas al gobierno.
La familia recibió 6.250.000 dólares australianos y consiguió retener la propiedad de la Oceania House, la lujosa mansión familiar de 14 dormitorios, aunque no tardaría en marchar a Perth. Unos años después, el último “rey” acabaría empobrecido después de que su naviera entrara en bancarrota a causa de se objeto de un boicot por parte del gobierno australiano.
En la actualidad, su hijo John George es el único miembro de la familia que reside en el archipiélago, en la isla West, una de las dos únicas islas y que cuenta con una población de unas 120 personas. El que tendría que haber sido el Ross VI, reconoció en 2007 durante una entrevista para la BBCque la pérdida de las islas por parte de su familia le supuso un disgusto en su tiempo, “tenía 21 años y había sido educado para el trabajo”, aunque hoy en día reconoce que la situación se había convertido en “un anacronismo y tenía que cambiar”.
Hoy en día, la opinión de los isleños sobre los Clunies-Ross aún continúa dividida. Para algunos, fueron unos explotadores colonialistas. Otros, sin embargo, tienen una imagen más amable de ellos y los recuerdan como unos empresarios paternalistas. Si bien, admiten que los salarios eran bajos, recuerdan que la electricidad, la casa o la escuela eran gratis para todos.
Un artículo de The Straits Time de mayo del 1946, lo calificaba como el sistema de seguridad social más avanzado de la época. Había empleo para todos y una jubilación voluntaria para los mayores de 65 años, que seguían cobrando la mitad de su salario. Los Ross también se encargaban de las viudas y de los. Otra de las responsabilidades de la familia era la de mantener el orden, aunque el nivel de criminalidad era muy bajo.
Los isleños también recuerdan con anhelo aquellos tiempos en que podían cazar las aves o tortugas de las isla sin ningún tipo control, no como en la actualidad, que el gobierno australiano no se lo permite. Pero está claro que hay cosas que todos coinciden en reconocer que han cambiado para mejor. Hoy en día los habitantes de las islas son libres de viajar al exterior. En tiempos de los Ross, podían hacerlo, pero bajo amenaza de no poder regresar jamás.
En 1984, los habitantes de las Islas Cocos, apenas unos 600, en su mayoría de origen malayo, aprobaron en referéndum su plena integración en Australia.
PS: Las islas Cocos fueron visitadas por Charles Darwin en 1836 durante su viaje a famoso viaje a bordo del Beagle.
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Cuantas cosas de la historia que desconocemos o no conocemos al verdad, gracias domi por compartir.