Tim Cook, el jefe de Apple, presentó hace unos días en Cupertino, donde la compañía tiene su sede, el iPhone 6, un teléfono muy del gusto de los consumidores asiáticos, que se desviven por las pantallas grandes. También desveló el primer reloj inteligente de Apple, llamado Watch a secas, largamente esperado y sobre el que se ha venido especulando durante años.
Como siempre, la cobertura mediática fue descomunal, y los epítetos, también. En un periódico español de tirada nacional decían que con sus nuevos ingenios Apple sencillamente «cambia el mundo». Pero también han sido muchos los críticos con la empresa de la manzana, y sobre todo con su reloj. Son legión los que esperaban un producto innovador, un absoluto bombazo tecnológico, una especie de nave espacial para llevar en la muñeca. Pero el Watch, en su opinión, desmerece. Alguno se ha mofado de su diseño, de su software y de la ruedita metálica que lleva en un lateral, que recuerda a la que sirve para dar cuerda a los tradicionales relojes de puntero, y que en este caso permite navegar por una constelación de iconos.
Pero cuidado. Apple no es una empresa de grandes invenciones. Realmente, la compañía que crearon Jobs y Wozniak nunca se sacó un conejo de la chistera. Nunca fue una compañía de inventos propiamente dichos, y su éxito más bien ha consistido en oler como nadie el negocio, y darle una vuelta completa a lo que otros ya habían hecho, refinando hasta la saciedad unos productos que, eso sí, se ajustan como un guante a las demandas de los usuarios y crean otras nuevas sin que éstos se den cuenta. Y por eso llevan marcando tendencia más de una década.
Pasó en 2001 con el iPod (cuyo origen está en el mítico Walkman de Sony), y también con el iPhone, hoy su producto estrella y que supone la mitad de sus ventas, pero que cuando salió tuvo que enfrentarse a teléfonos mucho más potentes de Nokia o Motorola. Y lo mismo ocurrió más tarde con el iPad, el tablet soñado durante mucho tiempo por Bill Gates y la industria del PC, que llevaban estrujándose los sesos durante una década para dar con el formato ideal de pizarrín electrónico.
La manzana despierta las pasiones más encontradas de la comunidad tecnológica mundial. El rango emocional es amplio e incluye, entre otros, el entusiasmo hipnótico que opera sobre los periodistas (que dedicamos páginas y cobertura sin cuento a cualquier anuncio o rumor que tiene que ver con la factoría de Cupertino) o el estoicismo de millones de usuarios que pasan noches de calor o frío a la intemperie para tener el dudoso honor de llevarse el primer iPhone o el primer iPad Air, a la aversión de los que consideran a los fans de Jobs y de su empresa una secta peligrosa y esnob. También están los «lumbreras», como Steve Ballmer, que en 2007, al poco de aparecer el iPhone, ridiculizaba el teléfono más famoso de la historia diciendo que era prohibitivo y que sería ignorado en el mundo de la empresa por no llevar teclado. En fin…
A pesar de la mítica de Cupertino y de los propagandistas de la manzana, el poder de Apple no está precisamente en el I+D y las grandes innovaciones, sino darle un estilo inconfundible a lo que ya existe bajo el sol, en refinar hasta tal punto el producto que, una vez lanzado, se convierte en irresistible para cientos de millones de fanáticos y fetichistas, e incluso para los que no lo son tanto, y sólo van buscando una tecnología buena y fácil de manejar.
Por eso tengo la impresión de que este reloj inteligente que tanta mofa ha causado en algunos va a popularizar por fin el mundo de los relojes inteligentes (hoy sólo se venden 10 millones de unidades al año, frente a los 1.300 millones de smartphones) y, por extensión, de los wearables, como pulseras o medidores de todo tipo. Es verdad que Samsung, Sony, Qualcomm, Pebble o Motorola han sacado relojes muy convincentes, pero todavía no conozco a nadie que se haya gastado en ellos los 200 o 300 euros que valen. Los vemos en ferias y algunos periodistas los llevan porque se los presta el fabricante de turno, pero poco más.
El reloj de Apple es un producto caro (sale a partir de 350 dólares y hay hasta una versión en oro de 18 kilates), y quizá muy mejorable, pero estoy casi seguro de que va a llegar a mucha más gente, porque el cliente de Apple es fiel, está dispuesto a gastarse casi lo que le pidan y por una mera cuestión de ostentación. Desde siempre, el reloj ha sido un artículo fetichista e ideal para exhibir estatus, y ahora, si encima es de la manzana, pues más razón todavía para llevarlo.
También es posible que la inclusión de la tecnología NFC en los nuevos iPhone 6 y en el Watch, y el lanzamiento de la plataforma Apple Pay -que convertirá a los últimos smartphones y al reloj de la compañía en verdaderos billeteros digitales, pues el usuario puede importar las tarjetas de crédito que tienen registradas en el iTunes- popularicen de una vez por todas el pago desde el móvil. Pero sobre lo que puede hacer la compañía de Cupertino en el mundo de los pagos, y sobre el daño que le puede hacer a los bancos en este terreno, ya hablaremos otro día.