«Me abrieron el vientre y me robaron a mi bebé». Era el primer hijo de Gloria, el primer parto, la primera cuna comprada con todo el amor del mundo. El día que la conocí y me contó su historia, cientos de madres hacían cola a las puertas de una sala de reunión donde Antonio y otros miembros de la Asociación Nacional de Afectados por las Adopciones Irregulares (ANADIR) las esperaban con los brazos abiertos para explicar el complejo entramado burocrático para reunir pruebas del robo sus hijos. En la entrada, una por una, cientos de madres daban su nombre respondiendo, con un hilo de voz, a una pregunta tan dolorosa como un puñal clavado en la memoria:
-«¿Usted a quién busca?».
-» A mi hija», dijo Gloria. Nació en 1990 en el Hospital Provincial de Granada.
La niña se iba a llamar Carmen, en honor a la Virgen. Nació por cesárea y los médicos se la llevaron antes de que Gloria despertara de la anestesia, dijeron que estaba muy grave. Su padre, Eduardo, rezó y rezó. Le prometió a Dios que dejaría de fumar si la niña sobrevivía. Pero el humor del cielo es negro como un escarabajo. 10 años después de enterrar al bebé, unas pruebas de ADN confirmaron que los restos exhumados no correspondían con el ADN de Gloria. Y despertaron en una la pesadilla, atrapados en un laberinto judicial de archivos y prescripciones que les están robando la vida y ensuciando sus almas de ira.
Aquel día de septiembre de 2012 me acerqué por primera vez a la soledad de las víctimas que durante décadas habían sufrido en silencio el dolor de la ausencia de la carne de su carne. Decidí acompañar a las víctimas con mi trabajo detrás de una cámara junto con mi amigo y compañero de «cine» Palomares. Han sido dos años intensos de rodaje para parir el largometraje documental Hijos del Engaño que estrenamos e la sala Berlanga de Madrid el 8 de octubre, cientos de horas visionando la verdad de un hijo que ama a una madre a la que nunca conoció y se mira en el espejo buscando el reflejo de un pasado que le arrebataron.
Antonio, protagonista de la película y presidente de la mayor asociación de víctimas en España (ANADIR) me guió en el viaje hacia el infierno del robo de niños en España. Me abrió su corazón huérfano del abrazo de una familia biológica que sigue buscando y que la justicia ciega, sorda e insensible, le impide encontrar tras el archivo definitivo de su causa.
En términos jurídicos el archivo de las denuncias lo llaman sobreseimiento libre, caso cerrado que nunca será juzgado. En el lenguaje de los seres humanos y de las personas que lo padecen, «esconder la basura debajo de la alfombra»; no investigar; no llamar a declarar a los sospechosos; no emplear recursos para buscar pruebas en hospitales y casas cuna; no exhumar tumbas que podrían estar vacías; no financiar pruebas de ADN.
Ante un ejército de periodistas, Alberto Ruiz Gallardón, extinto Ministro de Justicia, sacó músculo escoltado por el ministro del Interior, la ministra de Sanidad y el fiscal general del Estado, prometiendo la ayuda necesaria para esclarecer el robo de niños. Dos años después, el 80% de la denuncias presentadas han sido archivadas. Son datos de las asociaciones que pelean contra el sistema, que se niega a hacer memoria y a abrir el melón podrido de 50 años de silencio.
Cuando comenzamos a rodar el documental sabía que debía dar tiempo al tiempo para que las historias de búsqueda de Gloria y Eduardo, de Antonio, de María José, una mujer que busca a su hermana melliza, evolucionaran y fueran escribiendo el desenlace. Fiel a la realidad que exige el documental esperé a que el final llegara. Pero nada ha cambiado en sus vidas, salvo la ira y la fuerza para seguir peleando tan solos como al principio, cuando a las puertas de la Fiscalía General del Estado se reunieron por primera vez afectados de toda España con la esperanza de estar amparados por la razón.
Antes de que todo empezara, cuando Antonio no sabía que como el suyo había miles de casos en todo el país, grabó una conversación con su madre que hemos incluido en una de las secuencias del documental. La primera vez que la escuché se me heló la sangre de pena:
– ¿A quien le diste el dinero?¿ Se lo diste a la monja?
– ¡A nadie!
– ¿A nadie? ¿A quién le pagaste tanto dinero como dices? A mí no me vas a engañar. Tú sabes que en mis papeles no pone que hay adopción. Pone que soy hijo tuyo.
– ¡Claro!
-¡Tú sabes que es mentira eso!
– Mira han pasado muchos años ¿y ahora vas a venir a recordar todo esto?
Poco después, la madre de Antonio le confesó que le había dado el dinero a una monja llamada Asunción Vivas Llorens. La monja nunca fue llamada a declarar. Hace unos meses murió llevándose la identidad de Antonio a la tumba.
Después de una dura pelea para terminar la película, que es completamente independiente en su producción y en el punto de vista que defendemos, los días 8,9 y 10 de octubre se proyecta en la sala Berlanga de Madrid para que el público pueda sentir, durante una hora, la realidad de los Hijos del Engaño. Al estreno vendrán los padres que me engendraron, me cuidaron y me educaron en el amor que todo ser humano merece, a quien tanto les debo y en mucho me parezco. Mi familia me arropará para enfrentarme al público y la prensa que juzgará la película. Y me sentiré muy afortunada por saber de dónde vengo y profundamente triste por quienes lloran cada noche por la familia que jamás podrán abrazar.
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