Cuando el polimata de Estagira, el original y único, Aristóteles el sabio macedonio acometió su programa de recoger una reflexión completa sobre el conocimiento humano, que conocemos a través de su transcripción medieval como “Corpus Aristotelicum” posiblemente tenía claro que su síntesis debía empezar por algún lado y llegar hasta el final. Es esa manía de los filósofos de establecer un orden y lógica, dotar de coherencia a lo que además se dotará de contenido y sustancia. (Cierto que en estos tiempos asistimos a una invasión de pseudofilósofos que abominan de esta pretensión tan “occidental” y que pretenden colar cualquier cosa en un todo vale que es más bien totum revolutum, pero eso es otra historia de la que hablaremos otro día).
En la ordenación habitual del Corpus tenemos primero el Organon, su tratado sobre la lógica, al que seguían los libros de la Physica, el estudio de la naturaleza desde los cielos a la zoología sin olvidar el alma (Aristóteles no era un tipo que se anduviera con chiquitas, de eso no nos cabe la menor duda y Occidente es testigo de su enorme influencia -incluso entre quienes lo refutan, especialmente entre ellos). Después de la física, llegaba lo que estaba “después de la física”, que era su tratado sobre el ser, un conjunto de escritos disperso y no exento de incongruencias que fundamenta la ontología y que, de hecho, no fue abordado de forma sistemática. De hecho, hasta dos siglos después de la muerte de Aristóteles, esa obra no recibió un nombre definitivo y conjunto. Se lo puso Andrónico de Rodas, quien decidió, por aquello de la ordenación secuencial, denominarlos Tα Μετα Tα φυσικά (ta meta ta fisica: los que van tras la física).
El nombre tuvo éxito, porque desde entonces nos referimos a la metafísica como esa disciplina que centrará gran parte de la preocupación del pensamiento a lo largo de milenios y que, ya ven, incluso hoy se convierte de vez en cuando en objeto de debate. O algo parecido, al menos en el caso que les voy a contar. Paradójicamente, y por cerrar este asunto, muchos han querido ver en el término “metafísica” una profundidad que iba más allá del orden de catálogo, y de alguna manera un tanto torticera, la metafísica se ha querido también convertir en la excusa filosófica por la cual cuando algo no es físico (en el sentido de que no pertenece al mundo real, el tangible; o en general “naturalístico”; o más en general que se estudia por las ciencias). Si algo en la física queda zanjado, siempre nos quedará la metafísica por aquello de hacernos unas pajas mentales (con perdón).
El otro día, el pasado domingo 21 de septiembre, se produjo un anómalo fenómeno en España. Uno de los periódicos más vendidos, El Mundo, llevaba a su portada (ocupando 4 de las 5 columnas y con una foto vertical enorme, en un diseño rompedor y nada habitual) una entrevista al físico Stephen Hawking (realizada por el responsable de la sección del ciencia del diario, Pablo Jáuregui), en la que declaraba “El milagro no es compatible con la ciencia”. Y se destacaba otra frase de Hawking “No hay ningún dios. Soy ateo. Ningún aspecto de la realidad está fuera del alcance de la mente humana”. Más aún, el editorial se centraba en el tema como el principal del día.
Por supuesto, el “efecto Hawking” es algo notable, y la llegada del sabio a Tenerife para participar en Starmus ya había tenido un enorme eco mediático unos días antes, cuando lo que comentaba don Esteban era que quizá el bosón de Higgs era inestable y podría acabar con el Universo de un plumazo (un tema del que ha hablado por estos pagos Francis Villatoro). No es nada nuevo: Hawking dice que viajaremos al espacio, o que nos pueden invadir, o que los agujeros negros no existen o… cualquier cosa, y es notición. Sin duda, el hecho de ser Hawking quien es tiene mucho que ver. Y no es algo en lo que me vaya a detener esta vez, aunque ya lo he comentado en otros lugares y otras ocasiones (muchas ocasiones, como se puede comprobar visitando este enlace a artículos de mi blog).
En cualquier caso, la noticia sobre Hawking se convirtió en comentario amplio por redes sociales y demás mentideros. Posiblemente muchos de los que ya comenzaban a decir que Hawking estaba meando fuera del tiesto, que se equivocaba o que era simplemente un papanatas al declararse ateo no se habían dado cuenta de que no era nada nuevo. Es decir, estas declaraciones no eran nada especialmente original, y lo notable era que en un periódico habían decidido llenar el domingo de ateísmo en portada. En un periódico de derechas, ténganlo en cuenta (de manera que los manifestantes de las convocatorias antiabortistas del mismo día tuvieron que comerse esa declaración atea con todas las letras, pobrecitos, después del abandono de su gobierno, la constatación del efecto Hawking… pero esto es simplemente un comentario malvado por mi parte, olvídenlo).
El mismo diario incorporaba algunos comentarios críticos hacia la idea de Hawking de que la física hace innecesaria la tentación trascendente (no hay más allá de la física, y lo milagroso es que la gente siga creyendo en los milagros y los seres imaginarios, etcétera), y al día siguiente, aprovechando el tirón, algunos columnistas del periódico trataron el tema (incluso sujetos como ese energúmeno apellidado Sostres, para que se hagan idea). Y también algunos que de vez en cuando tenemos la oportunidad de escribir en El Mundo opinión científica, como es mi caso. Así que me despaché con un artículo titulado “Dios no existe y Hawking es su profeta”.
Realmente no es un artículo argumentativo, más bien son 3.500 caracteres de celebración por que Hawking se muestre ateo y sano, porque, siendo quien es y llegando al gran público como llega, es la única manera de que haya no solo una cierta visibilidad de actitudes ciudadanas sin dioses (impías, y lo escribo como piropo) en un país en el que rápidamente los ministros se encomiendan a santos o vírgenes para pedirles por el bienestar de la cosa pública y demás, sino que un tipo tan genial, tan percibido por todo el mundo como el más listo de los listos se atreva a decir eso. Solo le faltó que el sintetizador de voz gritara: Bazinga!
Ni que decir tiene que, como suele pasar en las pocas ocasiones en que algo como si hay o no Dios llega a la discusión general, el rifi-rafe se monte en términos nada filosóficos. Porque la metafísica aquí se suele emplear como arma arrojadiza (los tochos de ontología suelen ser pesados y hacen daño, pensarán muchos). En un par de días, la columna acumuló más de 200 comentarios (algo que no se si es habitual, pero desde luego no es habitual en absoluto en el blog que escribo para El Mundo). No me pararé demasiado en las disquisiciones que se trajeron los comentaristas, porque de hecho -como es habitual en los medios digitales- hay un momento en que la gente dejó realmente de hablar del artículo, o del tema del artículo, para empezar a discutir entre ellos. Es ese fenómeno retórico que podríamos llamar Argumentum ad Forocoches, y que hace que cualquier hilo de comentarios de una noticia acabe siendo un foro de desocupados sin mayor interés (algo que sucede mucho antes de que llegue lo de la ley de Godwin, conste).
Pero mientras tanto uno se puede encontrar el repertorio habitual, normalmente descalificativo hacia el físico (no ya hacia el columnista…) como un pobre hombre incapaz de ir más allá de sus patéticas ecuaciones y descubrir que todo el Universo grita gozoso “Esta es la obra de Dios”, o algo parecido. O los que se ponen metafísicos y pretenden la antigua añagaza de que uno no puede probar que algo no existe. O que si hay algo en vez de haber nada, es porque hay Dios. Etcétera.
De hecho, si cuando empezaron a ordenarle al estagirita original sus escritos hubieran decidido reordenar las disquisiciones sobre el Ser (así con mayúscula queda más impresionante) lo hubieran colocando antes de la física y no después, habríamos conseguido, acaso, evitarnos unos cuantos millones de páginas de disquisiciones ontológicas que habitualmente solo esconden la necesidad de quien cree de imponer a los demás no solo la creencia, sino pegarles un repaso por ignorantes, y cientos de comentarios tan prescindibles en los medios digitales.
El mundo (el cosmos, quiero decir, no el periódico), sería más sencillo y lo mismo un día podíamos debatir tranquilamente sobre los dioses y las almas con un jovial Stephen Hawking hablando y siendo escuchado. O algo así. Cosas de la Prefísica (Tα πριν Tα φυσικά )
Somos muy pocos los que como Stephen Hawking y yo nos ctrevernos a confesar que somos ateos. La inmensa mayoría tiene miedo incluso de confesárselo a sí mismo.
Hawking, opina como un hombre más de la ciencia, lo que no se puede afirmar es que sea un profeta. Al revés sería como ciemtífico debe probar que no hay nada.