Para disminuir las desigualdades en distintas dimensiones es preciso comenzar por responder a tres interrogantes: ¿en qué situaciones estamos?, ¿Cuáles son los principales desafíos y prioridades? y ¿cómo hacerles frente?
En cuanto a lo primero, las ganancias en términos de igualdad del decenio fueron sobre todo aquello que traccionó el mercado de trabajo, en particular el asalariado y protegido, así como la ampliación de coberturas: políticas de transferencias de ingresos, jubilaciones y más población cubierta por obras sociales y por el sistema educativo.
Las políticas ligadas al mercado de trabajo (la llamada re-regulación de relaciones de trabajo luego de la gran precarización de los 90) y las transferencias condicionadas (en particular la AUH) gravitaron en la disminución de las desigualdades de ingreso, con un buen desempeño en relación con nuestra región y en particular hasta 2007 o 2008. Por el contrario, otros países hermanos han tenido un mejor desempeño en el mejoramiento de indicadores de salud o de déficit de vivienda y hábitat. Más en general, si nos guiamos por las evaluaciones internacionales, somos más igualitarios en distribución del ingreso que en calidad educativa, en salud y enfermedad arbitrada por el gasto, en acceso a vivienda, en concentración de la tierra o en victimización por homicidio.
¿Cuáles son los principales desafíos y prioridades? Primero, mantener lo logrado en términos de disminución de desigualdades, pues toda ganancia es frágil.
Se trata tanto de defender derechos y forjar otros nuevos como también de asegurar su financiamiento.
Para ello es preciso mejorar la eficiencia del gasto y discutir sus destinos prioritarios. Las prioridades deberían estar en los núcleos de exclusión estructural en cada dimensión social.
Perdura un polo marginal en el mundo del trabajo que revela los límites de una estrategia de desarrollo. Persisten enfermedades de la pobreza o ligadas al deterioro del ambiente, como mal de chagas, tuberculosis, hanta virus, leishmaniosis y la fragmentación institucional del sistema, de vieja data, no contribuye a la igualdad. También en enfermedades no transmisibles, es posible ganar años de vida y salud con planes preventivos. En vivienda y hábitat, hogares que mejoraron sus ingresos vieron más lejano el acceso a la vivienda, producto del encarecimiento de las tierras y el suelo, por lo cual urge una política de regulación de suelos.
La perspectiva territorial nos muestra heterogeneidad de situaciones urbanas y rurales a lo largo y ancho del país. Por un lado, subsiste la concentración geográfica de la riqueza de hace décadas en 5 provincias; por el otro, en las zonas más relegadas continúa la falta infraestructura básica. Ha habido mejoras sociales en las provincias más pobres y desiguales, como muestra el Indice de Desarrollo Humano sensible a la desigualdad del PNUD, pero las brechas de desarrollo se mantienen, en particular en el NOA y sobre todo el NEA. Hay luego un segundo grupo de carencias, donde puede no haber exclusión tan extrema, pero son tales las diferencias en la cantidad y calidad de bienes que se produce la reproducción intergeneracional de las desigualdades y una distribución diferencial de riesgos, por menos y peores servicios de salud, educación, transporte y seguridad e infraestructura.
¿Cómo se hace? Ante todo, es preciso colocar la disminución de las desigualdades en el centro. No alcanza con que sean sólo objeto de políticas específicas, sino que debe convertirse en una lente para mirar todas las otras políticas: preguntarse, por ejemplo, por el modelo de desarrollo, por las obras de infraestructura, por las políticas de seguridad, por las inversiones privadas, por la estructura tributaria, por la distribución de aportes entre Nación, provincias y al interior de cada una de ellas. Ninguna política es neutra: todas gravitan en la mayor o menor igualdad entre las clases, los territorios o entre los sexos. A menudo con efectos contrapuestos: mejora de infraestructura puede impactar en el encarecimiento de la tierra; un modelo de desarrollo creará riqueza para algunos pero su concentración desigualdad o pérdida de bienes de la naturaleza; la entrada de las mujeres al trabajo les deparará mayores ingresos pero una recarga de tareas domésticas y extra domésticas. En muchos casos, los excluidos de las distintas esferas habitarán los mismos espacios, por lo cual se requerirán políticas territoriales integrales.
¿Es mucho? Sin duda, por eso se requiere un compromiso amplio, no sólo la acción del Estado: la mayor igualdad además de un derecho, beneficia a todos. Wilkinson y Pickett en The Spirit Level muestran que luego de determinado nivel de riqueza, los indicadores sociales de un país mejoran sólo si la igualdad crece: mayor igualdad implica para toda la sociedad más años de vida, mejor desempeño escolar, menos crimen y más felicidad. No son tareas sencillas ni nada garantiza que un ciclo de aumento de desigualdad no vuelva. Este es uno de los principales desafíos que enfrentarán los que aspiran a suceder al gobierno; es primordial que estén a la altura de los tiempos.
http://www.clarin.com/opinion/Lucha-desigualdad-largo-camino-delante_0_1226277414.html