Hacia 1650 a. C. los hicsos, aprovechando la confusión en la que se hallaba sumido el Imperio egipcio, acaban por dominar el Alto Egipto y se erigen en la clase dirigente. Fijan su capital en Avaris, en el delta oriental, y dan lugar a las dinastías XV y XVI. En un primer momento consiguieron la victoria por el uso de un nuevo material bélico: el carro de guerra, ligero y de dos ruedas, tirado por caballos; pero terminaron por aceptar la superioridad egipcia en lo cultural y fueron asimilándola.
El texto más ilustrativo sobre la toma del poder por parte de los hicsos nos ha llegado a través Flavio Josefo en su libro Contra Apión, en el que transcribe lo que antes había relatado el sacerdote y escriba egipcio del siglo III siglo a. C. llamado Manetón:
“Tutimaios. Durante su reinado, por una causa que desconozco, nos azotó una maldición de Dios, y de una manera inesperada marcharon desde las regiones del este invasores de una raza oscura, confiados en la victoria, contra nuestro país. Por la fuerza se apoderaron de él sin descargar un golpe, y después de dominar a los gobernantes del país, incendiaron nuestras ciudades sin piedad, derribaron hasta los cimientos los templos de nuestro país y trataron a todos los egipcios con cruel hostilidad, masacrando a unos y esclavizando a las esposas e hijos de otros. Finalmente nombraron rey de entre ellos, llamado Salitis. Tuvo su sede en Menfis, sometiendo a tributo al Alto y Bajo Egipto, y siempre dejando guarniciones detrás en los lugares más importantes… En el nomo Sethroita fundó una ciudad favorablemente situada… y la llamó Avaris, según una antigua tradición religiosa. Esta plaza la reconstruyó y fortificó con murallas macizas… Después de reinar diecinueve años murió Salitis, y le sucedió un segundo rey, Bnon, quien reinó 44 años. Después de él vino Apachnan, que reinó 36 años y 7 meses; luego Apophis durante 61 años, e Inanas 50 años y un mes; después, finalmente, Asis 49 años y 10 meses. Estos seis reyes, sus primeros gobernantes, se esforzaron cada vez más y más en extirpar al pueblo egipcio.”
Según Säve Söderbergh no se trató de una invasión masiva, tal como la describe Flavio Josefo y como fue admitida por la historiografía tradicional, sino de una lenta penetración de asiáticos. De acuerdo con su teoría, la toma de poder habría sido como un golpe de Estado producido después de un predominio de hecho. Helck, por el contrario, mantiene que se trató de una invasión.
No constituían exactamente una unidad racial, ni tampoco lingüística, y no se llamaban a sí mismos hicsos. Fueron los egipcios quienes los denominaron así, con un término que significaba para ellos “gobernantes extranjeros”. La opinión más generalizada desde hace tiempo es que se trataba de pueblos semitas, cananitas o proto-fenicios. Sin embargo, en 1978 Dayton los relacionó con los micénicos. Posteriormente, desde 1989, han aparecido en las excavaciones de los palacios reales de Avaris evidencias creto-micénicas, y recientes descubrimientos lingüísticos parecen avalar también esta tesis.
Reconstrucción de un fresco minoico en un palacio hicso
La fuerza de la cultura faraónica se demostró al ser asimilada por este pueblo que, como todos los bárbaros, se dejó civilizar por el país que dominó. Tomaron títulos faraónicos y escribieron en egipcio, aunque a veces conservaran sus nombres. A su vez aportaron el uso del caballo, el doble arco y el carro de guerra, procedente de Siria, que en esa época se extiende por todo el Mediterráneo. Ambos elementos serán factores decisivos en el ejército egipcio del Imperio Nuevo. El carro iba ocupado por dos hombres, uno de los cuales se encargaba de guiarlo mientras el otro se concentraba en el manejo de la lanza o del arco. Se trataba de armas más largas y de mayor alcance que las que utilizaban los soldados de a pie. También se debe a ellos el uso del torno en alfarería, eltrabajo del bronce y la introducción de algunos instrumentos musicales, como la lira y el laúd. Es de destacar que durante esa época florecieron las artes y las letras.
Los hicsos demostraron que la frontera norte de Egipto no era inexpugnable, y que era preciso construir fortificaciones que evitaran una catástrofe similar en un futuro.
Para los egipcios el dominio por parte de este pueblo extranjero fue una gran humillación, recordado siempre como un hecho execrable del que se conservó amarga memoria, porque había roto el mito de la superioridad egipcia. Es por ese motivo por el que apenas sabemos nada de esas dos dinastías, pues solían ignorarlas en sus escritos. Pero las acusaciones de crueldad que arrojó sobre ellos Maneton no parecen demasiado objetivas, y en realidad todo tiende a indicar que fueron unos gobernantes justos.
Una de las razones por la que los egipcios los detestaban tanto era por su negativa a adoptar la religión egipcia. Aunque sus reyes se llamaban “hijos de Ra”, no aceptaban el culto a Ra ni a Osiris. Eligieron, sin embargo, a Set como su dios estatal, al que identificaron con Baal, su principal divinidad, señor del cielo, de la fertilidad y las tempestades. También alentaron la construcción de templos a los dioses tradicionales de Egipto.
Los egipcios no dejaron de mantener un sentimiento de hostilidad hacia el invasor. Los rebeldes convirtieron a Tebas en su centro y declararon su independencia con respecto a los hicsos, dando origen a la dinastía XVII.
Kamose, último faraón de dicha dinastía, consiguió conquistar Menfis y muchas otras ciudades. Finalmente Amosis, primer faraón de la XVIII, se apoderó de Avaris hacia el 1530 a. C. y expulsó a los hicsos hacia Palestina.
Según Flavio Josefo, “Amosis intentó asediar y tomar por la fuerza la fortaleza; más de 400.000 hombres la rodeaban. Cuando la idea de tomar la ciudad mediante el asedio comenzaba a desesperarle, Amosis llegó a un acuerdo. Los hicsos abandonarían Egipto y se marcharían donde quisieran, sin sufrir represalias. Después de este acuerdo, escaparon con sus familias y posesiones. No eran menos de doscientas cuarenta mil almas. Partieron de Egipto y pusieron rumbo a las tierras salvajes”.
Las crónicas egipcias, sin embargo, hablan de un mayor derramamiento de sangre. Las inscripciones funerarias del general de Amosis hablan de tres batallas diferentes en Avaris.“Allí luché y gané una mano. Así le fue informado al heraldo real y recibí una medalla al mérito”, cuenta la inscripción. Los escribas egipcios utilizaban manos amputadas para contar las bajas enemigas.
Los relieves muestran grupos enteros de hicsos hechos cautivos, y las ruinas demuestran que la ciudad fue saqueada, si bien no hay señales de que existiera una matanza generalizada.
http://themaskedlady.blogspot.mx/2012/04/los-hicsos-en-egipto.html
HALLAZGO. Ni Abraham era el patriarca bíblico que nos cuenta el Antiguo Testamento, ni Moisés un descendiente de la tribu de Leví. El primero era, en realidad, el faraón Akenaton, y Moisés, uno de los generales del imperio egipcio, asegura un reciente estudio.
Abraham fue, en realidad, Akenaton
JOSÉ MANUEL VIDAL
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Moisés, encarnado por Charlton Heston, general del faraón. |
Abraham, el padre de los creyentes y la piedra angular de las tres grandes religiones monoteístas, no era el patriarca bíblico, sino el faraón Akenaton. Y Moisés no era, como cuenta la Biblia, hijo de «un hombre y una mujer de la tribu de Leví», sino un general egipcio, seguidor de la religión de Abraham. Esta es al menos la tesis que sostienen dos investigadores franceses, judíos para más señas, llamados Roger y Messod Sabbah, autores de Los secretos del Éxodo. Hace más de 20 años, los dos hermanos se plantearon la siguiente pregunta: ¿Cómo es posible que Abraham y Moisés en particular, y el pueblo hebreo en general, no dejaran rastro alguno en el antiguo Egipto, pese a ser éste el escenario de gran parte del Antiguo Testamento? Y la respuesta la encontraron después de más de dos décadas de exhaustivos estudios filológicos, lingüísticos y arqueológicos.
Lo primero que hicieron los dos hermanos judíos fue comparar los textos de la Biblia hebrea y aramea a partir de la exégesis de Rachi (1040-1105), autor de un comentario del Antiguo Testamento basado en el Pentateuco hebreo y en la Biblia aramea. Después, realizaron excavaciones en Egipto y estudiaron a fondo las pinturas murales que ornan las tumbas del Valle de los Reyes, donde descubrieron, escondidos entre los jeroglíficos, diversos símbolos de la lengua hebrea. Y poco a poco fueron uniendo los cabos del rompecabezas que les condujo a este excepcional hallazgo: que los judíos son de origen egipcio.
EL ÉXODO
Según Roger y Messod, el famoso Éxodo bíblico fue la expulsión de Egipto de los habitantes monoteístas de Aket-Aton. Ésta era la ciudad de Akenaton y de su mujer Nefertiti. Akenaton adoraba a un solo Dios y era, por lo tanto, monoteísta. Le sucedió Tutankamon y, a éste, el faraón Aï, que reinó del 1331 al 1326 antes de Cristo. Fue precisamente este último faraón, furibundo politeísta, el que dio la orden de expulsar del país a los habitantes monoteístas de la ciudad de Aket-Aton.
Más aún, los egipcios expulsados hacia Canaán, provincia situada a 10 días de marcha desde el valle del Nilo, no se llamaban hebreos, sino yahuds (adoradores del faraón) y, años después, fundaron el reino de Yahuda (Judea).
A partir de este descubrimiento, ambos investigadores descifran el libro del Génesis y comprueban que reproduce punto por punto la cosmogonía egipcia.
Y es que la Biblia, al hablar de Abraham, respeta el orden cronológico de la vida del faraón monoteísta y refleja su biografía en perfecta sintonía con la egiptología: desde el sacrificio de su hijo a la ruptura con el politeísmo, pasando por la destrucción de los ídolos o las intrigas entre sus esposas. Sólo así se explicaría el hecho de que no se hayan descubierto en los jeroglíficos egipcios testimonios de un pueblo que vivió 430 años en Egipto (210 como esclavo) bajo distintos faraones. Y sólo así se explicaría que los expulsados pudieran instalarse en Canaán, administrada por Egipto durante gran parte de su historia, sin que la autoridad faraónica reaccionara. Y sólo así se explicaría cómo un pueblo tan impregnado por la sabiduría de Egipto pudo desaparecer de la manera más misteriosa, sin dejar rastro o huella alguna ni en las tumbas ni en los templos.
Sigmund Freud llegó, por intuición, a la misma conclusión. «Si Moisés fue egipcio, si transmitió su propia religión a los judíos, fue la de Akenaton, la religión de Aton». Y así fue.
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LOS OTROS «DISFRACES» BÍBLICOS |
Los investigadores franceses sostienen que Abraham, Moisés, Sara, Isaac, Rebeca, Jacob o Israel ocultan nombres y títulos de la realeza egipcia. Por ejemplo, Aaron, el hermano de Moisés, era el faraón Hormed. El propio Moisés era, en realidad, el general egipcio Mose (Ramesu), que después se convertirá en Ramsés I. Y Josué, el servidor de Moisés, es su primogénito. De hecho, ambos comparten los mismos símbolos (la serpiente y el bastón, los cuernos y los rayos) y un mismo destino: servir de acompañantes a los disidentes a través del desierto.
Y es que la Biblia, amén de ser el libro sagrado del judaísmo y del cristianismo, es una joya de la Literatura, en la que se mezcla la Historia con la leyenda y el mito con el rito.
Son muchos los personajes bíblicos, hasta ahora tenidos por históricos, que pertenecen al ámbito de los relatos legendarios. Está claro que Adán y Eva, por ejemplo, no existieron. Y lo mismo cabe decir de sus hijos Caín, Abel y Set. Tampoco es histórico el personaje de Noé y sus hijos.
Al reino del mito pertenecen igualmente los relatos sobre Lot, el sobrino de Abraham, o la destrucción de las depravadas ciudades de Sodoma y Gomorra. Como dicen muchos biblistas católicos, «los patriarcas son apenas asibles como figuras históricas». O sea, la penumbra casi absoluta cubre toda una época de la existencia de Israel, desde el siglo XVIII al XIV a.C.
Incluso algunos exegetas extienden este periodo de brumas históricas hasta la época mosaica, el siglo XII a.C. Dos épocas que «los historiadores de Israel plasmaron con un puñado de recuerdos legendarios».
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Más que Abraham, cronológicamente «makes more sense» que Akenaton fuese Moisés.
Muchas gracias maestroviejo, por la importante información.